El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

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lunes, 22 de marzo de 2021

La gran final

 

Para entender el contenido de este relato, se recomienda leer el relato “Día de partido”, aunque puedes leer y entender este relato por separado, la comprensión de los diversos rituales y predicamentos que en él se narran, creo que te harán aumentar el disfrute de este relatito.

Como autora, agardezco de corazón las críticas que amablemente me dejeis, y, me comprometo a responder a todas.

 


 El teléfono de Fernando sonó en su bolsillo interrumpiendo el paseo por el, a esas horas, poco concurrido parque. 

Tras mirar el identificador de llamada descolgó, anticipando el contenido de la conversación.

 - ¿Qué pasa, amigo? Cómo andas, Angelito. 

Su mujer caminaba a su lado mientras su marido atendía la llamada. 

- No tío, muchas gracias, ya sé que es la final, pero con Sarita de seis meses ya nos toca retirarnos… 

Sara se acarició su incipiente tripota que embellecía aún más, si cabe, sus femeninas formas, mientras, nerviosa, se mordía el labio y esperaba que su hombre colgara el teléfono.

 - ¿Quién era? – se hizo la tonta-. 

- Ángel, quería, invitarnos a ver la final en su casa. Pero ya le dije, que nosotros ahora, ya hacemos vida monacal – se sonrió- mientras hablaba-. 

Su mujer le cogió la mano y se la puso su vientre, suave y calentito.

 - Cari… solo estoy embarazada. No he dejado de ser tu zorrita… 

Fernando se giró y miró atónito a su mujer.

 - ¿Qué quieres decir?

 - Pues que desde sabemos que estoy embarazada casi ni me miras. Todo son caricias y mimitos, pero de ahí no pasamos. Has dejado de ir a ver los partidos, y lo echo de menos, y cuando nazca la nena, sí que lo tendremos más complicado.

 - ¿Quieres que vayamos?, dijo Fernando enseñándole el móvil que aún no había guardado en el bolsillo. 

Sara se paró y se puso delante de su marido rodeándole el cuello con los brazos y mirándolo a los ojos.

 - Sí, joder. Claro que quiero. Quiero que petes la boca con la mordaza más grande y apretada que puedas. Quiero retorcerme de dolor arrodillada en mi poste y ver como te empalmas mientras me miras. Quiero oir los gemidos de de esas zorras sufriendo a mis lado, y quiero, cuando volvamos a casa, recibir tu leche en mi garganta antes de que te vayas a la cama orgulloso de tu zorra. 

Fernando apretó a su esposa y la beso, mientras Sara sentía como su boca era invadida por la caliente y ansiosa lengua de su hombre al tiempo que una turgencia se notaba, incipiente, en la entrepierna de su marido. Tras unos minutos de torridez, Sara se “zafó” del abrazo de su esposo.

 - Llama… 

- No me das órdenes, pitufilla – dijo mientras le daba al botón de devolver llamada de su teléfono-. 

Mientras el aparato establecía contacto, se acercó a su mujer que se había separado unos metros para que realizara la llamada y, deslizando la mano bajo su vestido, le pellizcó como a una quinceañera, justo en la sensible zona donde el muslo se junta con las nalgas. Una mueca de dolor adornaba la cara de Sara cuando, como impulsada por un resorte se giró hacia su marido. Cualquier ulterior réplica se vio truncada cuando, al descolgar su interlocutor, comenzó una breve conversación telefónica.

 - Perfecto, Angelito… nos vemos el sábado. A las siete. Abrazo, compa. 

 La mujer se aferró al brazo de su marido mientras, iniciaban el regreso a casa. 

- Tonto, me va a salir un moratón en el culo. 

- Dalo por seguro. ¿Y? 

- Pues que me gusta la simetría… y, siendo más pequeñita que tú, y en mi estado, no hay mucho que pudiera hacer si quisieras darme otro pellizco.. 

- Eres una provocadora…. Y me encanta… 

Cuando el sábado llegó, todo respondió a una liturgia conocida y hasta deseada. Sara se acabó de arreglar, eligiendo para la ocasión un ajustado vestido rosa que realzaba sin convertir en obscenas las curvas de su ya evidente embarazo. El maquillaje era discreto, con sombra en los ojos y  gloss protector en los labios, que siempre era necesaria ante la larga velada que iba a afrontar severamente amordazada. Apagó la luz del baño, y bajo las escaleras ante las cuales la esperaba Fernando con unas esposas en una mano y una enorme mordaza de bola rosa en la otra. La bola presentaba un plateado anillo de brillante cromado que, acertadamente, Sara dedujo que podía ser usado para fijar la mordaza a su poste. 

- ¡Guau, es gigante!

 - Sí, pero teniendo en cuenta que vamos a ir en coche, y lo que me dijiste el otro día, creo que es la más conveniente. Además, te hace juego con el vestido. 

Sara, zalamera se acercó a su marido y lo miró con esos ojitos de niña traviesa que sabía que volvían loco a su marido.

 - Pero no me la vas a apretar mucho… ¿Verdad? 

- Sigue hablando, piratilla,  y dormirás con ella… 

Sara sabía que la amenaza de su marido no era más que una baladronada, no obstante, obediente abrió su boca forzando al máximo los músculos de sus mandíbulas. El hombre tuvo que forcejear para que la gigante bola pasara entre los dientes de su mujer la cual, pese a distender al máximo sus músculos no era capaz de cobijar tan enorme intruso, lentamente, la esfera se fue abriendo camino separando aun más su boca y dando la sensación a la joven, de que, en cualquier momento, su mandíbula inferior se iba a desgajar del resto de su cabeza. Solo entonces, con la rosada esfera bien asentada tras sus dientes y aplastando su lengua hasta el límite de la nausea, su esposo se dio por satisfecho. En ese momento, y pese a que la presión que ejercía la mordaza sobre sus dientes y mandíbula haría imposible que Sara la expulsase sin ayuda de las manos, el hombre ciñó al máximo la correa del artilugio, llevando las comisuras de sus labios hacia atrás y haciendo sobresalir sus pómulos. Con la cara deliciosamente desfigurada por la mordaza, Sara, parecía una ardilla que llevara una avellana en cada carrillo, pues el esférico intruso rellenaba todo el interior de su boca. La cara de la mujer, así,  hacía juego con la redondeada forma de su vientre.

 - ¿Apretada? Un gemido lastimero casi inaudible fue la única respuesta de su esposa. 

- Nah… que va, solo ajustadita. 

Con un gesto indicó que se girara, y con facilidad, esposó ambas muñecas a su espalda. Un collar de cuero con su nombre inscrito que se ceñía en su garganta y evitaba que su mujer pudiera bajar la cabeza completaba el atuendo de los días de partido. Una correa de paseo, sujeta al collar, remataba la escena. 

Fernando cerró la puerta de casa y contempló a su mujer que lo esperaba junto al coche.

 - Estás preciosa. Le dio un beso en el labio superior y le abrochó el cinturón de seguridad mientras su esposa trataba de encontrar una postura no excesivamente dolorosa, sentada contra los inmovilizados brazos, que no hiciera que el acero de las esposas se le clavara demasiado en su tierna carne. 

Cuando llegaron a la casa de Ángel y Elena, todas las demás parejas ya habían llegado y, cuando los recién llegado entraron, se montó un revuelo de bienvenida, con todos los hombres saludando a su amigo y dedicando piropos y buenos deseos a la un tanto  azorada gestante. Las chicas, ya arrodilladas en sus postes, trataban en lo posible de girarse para contemplar a Sara, en la medida que sus mordazas fijadas a los postes y los pezones dolorosamente anclados a la madera por las consabidas pinzas se lo permitían.

 - No pongas muy cómoda a Sara, que, como ves le va a tocar cuidarnos en el primer cuarto – dijo Ángel- . 

Elena, ayúdala, que los chicos y yo vamos a querer pronto una cervecita. Las dos chicas se miraron silenciadas por las respectivas mordazas, y como  conocían sobradamente que hacer, subieron al dormitorio, donde Sara se desvistió, quedándose tan solo con las braguitas y unas delicadas sandalias de tacón. Desnuda, se paró ante el espejo, y notó que Elena también miraba desde atrás la imagen de su invitada. La anfitriona abrió las esposas que fueron sustituídas por un apretado monoguante que fijaba sus brazos pegados el uno al otro a su espalda. Esta restricción tenía la característica de forzar al máximo hacia atrás los hombros y omóplatos de su portadora, provocando, al poco tiempo, un agudo dolor en la zona. A cambio, hacía que la figura que devolvía el espejo ante ella se viera majestuosamente realzada. 

Elena cogió la conocida bandeja de servicio… 

Como recordará el lector, esta  estaba fijada a un cinturón que la sujetaba a la cintura de la camarera, y, por el otro lado, de cada una de las dos esquinas salía una cadena con una pinza en su extremo, destinada a mantener la horizontalidad de la bandeja pinzándola en los  pezones de su portadora. Primeramente ciñó el cinturón, para después de dirigir una mirada de compasión hacia su compañera, proceder a colocar las pinzas, que cruelmente mordieron la más sensible de las carnes. Un grito de angustia descarnada, surgió de lo más hondo de su garganta, tan solo para ser convertido en sordo lamento por la gigante mordaza, ya que el dolor provocada por la presión del metal era intensísimo. Sara, que siempre había tenido  pechos muy sensibles, los tenía, merced a los torrentes de hormonas que recorrían su cuerpo debido al embarazo, tan delicados que le parecía que las inclementes pinzas iban a sajar las tiernas cumbres de sus senos. 

Elena dio un respingo al ver el sufrimiento de su amiga, y, con ternura acarició su rostro, que era  todo lo que podía hacer, ya que, sus engrilletadas muñecas prevenían que pudiera abrazarla, y la mordaza de bocado que llevaba y que provocaba una abundante salivación sobre su barbilla y escote, evitaba toda palabra de aliento y, siquiera, un beso de calidez humana que pudiera reconfortar  a su torturada amiga. 

Cuando Sara pudo abrir finalmente los ojos, el rostro de Elena se apretaba contra el suyo, y, bajando la mirada para tratar de alcanzar el mínimo consuelo del sufrimiento compartido, reparó en los pezones de su involuntaria castigadora. 

Presionados por pinzas en V, como era mandatorio para las anfitrionas de los partidos, Sara vio que el arito que regulaba la presión que las V ejercían sobre sus pezones estaban situadas arriba de todo, provocando que las pinzas aplastaran de forma brutal los pedúnculos de sus pezones y haciendo que estos aparecieran más duros, grandes y hermosos. Al final, Sara, aun agitada por el tormento de sus pechos, tuvo que conceder que, como decían los chicos, los pezones nunca lucen más realzados que cuando recibenr el beso de unas pinzas y si, apretando un poquito más, aparte de realzarlos se consigue martirizar a una indefensa mujer , verdaderamente, no había ninguna razón para no hacerlo.  "Nunca somos más lindas que cuando sufrimos", pensó para si.

Cuando Elena enganchó el collar de cuero de Sara al suyo la preparación llegó a su término. Lentamente bajaron las escaleras hacia el salón donde los hombres ya se encontraban sentados.

 - ¿Estáis ya, chicas? Menos mal, nos teníais aquí agonizando de sed. Los chicos sonrieron ante la expresividad de José Luis. 

Ángel, el anfitrión, fue el primero en abrir la ronda.

 - Chicas, traedme una “sin” por aquí. 

Otras dos consumiciones se añadieron antes de que las dos mujeres se encaminaran hacia la cocina. De la nevera Elena tomó las tres cervezas que abrió antes de depositarlas con todo cuidado en la bandeja  sujeta a los pezones de su amiga, la cual, cuando sintió el doloroso mordisco en su sensible carne emitió un  respingo de dolor. Con el inestable cargamento en equilibrio sobre la bandeja, el dúo se encaminó hacia el salón donde sus hombres ya estaban sentados preparados para el inicio del choque. Fueron necesarios dos viajes más para cubrir las necesidades de aperitivos y bebidas ya que, en atención a su estado, los maridos fueron condescendientes con la carga que debían soportar los sensibilizados pechos de Sara. Durante todo el cuarto, las dos chicas se mantuvieron activas, reponiendo las bebidas y aperitivos, y cuando tras los constantes paseos sobre sus altos tacones, el cuarto tocó a su fin, casi se podría decir que Sara miró con cierta amabilidad al poste al cual permanecería anclada por el resto de la velada. 

La anfitriona comenzó a preparar a Sara para sufrir el castigo del poste por el resto de la noche. Elena comenzó liberando de las pinzas los pezones de la camarera que, de no ser por la gigante mordaza que martirizaba sus mandíbulas y henchía su boca, habría emitido un aullido de dolor cuando los nervios, entumecidos por la presión, devolvieron a la vida tan sensible zona. Posteriormente liberó los tobillos de Sara de los grilletes, y la ayudó a arrodillarse frente a su puesto. Ser despojada  del monoguante permitió a la cautiva el separar unos centímetros sus brazos, lo que, nuevamente, provocó un estallido de dolor cuando la sensibilidad regresó a sus dormidos miembros.

 Sin darle tiempo a disfrutar de su breve libertad, Elena sustituyo el estricto abrazo del cuero por dos pares de esposas que atenazaron sus brazos en las muñecas y justo sobre los codos. Concediéndose cierto pequeño placer sádico, Elena, apretó los grilletes hasta asegurarse que el acero se clavaba profundamente en la carne de la joven cautiva, como a los chicos les gustaba. Un gruñido de dolor acompañaba cada clic de las esposas que se apretaban. Fijar la mordaza de Sara al poste fue la siguiente etapa. Dada su más que incipiente tripita, tuvo que ser situada a cierta distancia de la argolla a la que debía engancharse la esfera de su boca. Elena tiró de su mordaza hasta que logró realizar esta tarea.

 La posición en la que debía permanecer Sara con la espalda arqueada, era una mala noticia, pero otra peor estaba por llegar. Al estar inclinada, sus pechos quedaban separados del poste, y, por tanto, las pinzas que colgaban del mismo iban a unir a su doloroso pellizco la tortura de mantener estirados los tiernos e hipersensibles pezones. 

Sus omóplatos pegados el uno al otro y sobresaliendo, casi amenazando con sajar los músculos y la piel, como consecuencia de la presión generada en sus codos por las apretadas esposas, provocaban palpitaciones de dolor en su espalda, lo que, unido a lo arqueado de su espalda y a la ordalía de tormento de sus pechos, sumieron en una inclemente tortura a la joven, que, no pudo evitar romperse en un llanto enmudecido por la gigante mordaza que martirizaba su cráneo. Ni siquiera el ronroneo del vibrador con el que contaba cada poste, y destinado a mantener estimuladas a las chicas sin permitirles llegar al orgasmo, pudo apagar los sollozos de la cautiva.

 Para el servicio en el segundo cuarto, Ana, fue liberada del poste una vez las esposas que ceñían de manera similar a sus hermanas de castigo sus muñecas y codos fueron sustituidas por el más suave pero igualmente restrictivo monoguante. Cuando Elena hubo ceñido los cordones que ceñían el cuero que aprisionaba los brazos de su nueva compañera, fue el turno de liberar los pezones de las pinzas que los fijaban al poste. Las pinzas que había seleccionado Adolfo para su mujer eran del tipo en G, que con un tornillo  aprieta la prensa que aplasta el pezón. Cómo las pinzas era de libre elección del marido, las chicas habían protestado sobre que algunos tipos de pinzas apretaban más que otros, y que no era justo. Ante la queja, los hombres concedieron que las chicas tenían razón, y como no querían perder el privilegio de poder elegir que tipo de pinza emplear sobre sus esposas, y es de caballeros atender a las damas, decidieron hacerlo, al tiempo que les daban una lección: las pinzas ajustables serían siempre  apretadas al máximo,  de forma que esa cautiva quedaba tan, sino más, sometida a la misma ordalía que sus compañeras enjaezadas con poderosas pinzas de estilo japonés, de trébol, o similar. Para deleite de los chicos que asistían sonrientes al espectáculo, Elena no era capaz de aflojar los apretadísimos tornillos que oprimían los pezones de su doliente amiga. La anfitriona se afanaba en hacer girar el metal, y haciéndolo provocaba tirones que hacían retorcerse de dolor a la desdichada. Sus gritos de dolor transformados en sordos sonidos guturales por la mordaza llenaban la estancia para deleite de los varones y silenciosa compasión por parte de las arrodilladas esclavas. 

- Elena, no te pongas a ordeñarla ahora, que va a empezar el cuarto –dijo Enrique para hilaridad de los chicos. 

Ana, miraba con ojos de súplica a su marido tratando de que sus fuertes manos ayudaran a Elena a liberarla del tormento que se estaba alargando. 

- Lo siento, cariño, no vamos a hacer todo el trabajo… Nosotros ya os acomodamos, ahora tendrá que hacer ella algo también. Todos los maridos rieron la ocurrencia de Adolfo. 

Finalmente, y con mucho esfuerzo, los tornillos empezaron a girar, descomprimiendo los tiernos pezones y haciendo que una oleada de dolor golpeara a la indefensa esclava. La asistente, la ayudó a ponerse en pie y engrilletó sus tobillos. Para desmayo de Ana, y sin darle oportunidad de recuperarse del reciente tormento, la bandeja fue fijada inmediatamente a sus doloridas tetas.

 El cuarto comenzó, y las chicas, unidas por sus collares se afanaron por satisfacer a sus hombres, tras uno de los viajes a la cocina, Fernando reparó que su esposa continuaba llorando como consecuencia del tormento de su inconfortable postura. Como consecuencia, una mezcla de saliva, lágrimas y mocos se descolgaban desde la cara por su cuello, escote, pechos y abultada tripa. 

- Elena, por favor, coge algo y ayuda a limpiarse a Sarita. Ya la castigaré en casa por ser tan marrana. 

Una desesperanzada mirada de soslayo fue la única respuesta de la mujer a la amenaza de su marido. 

Con varios pañuelos y toallas empapados de agua templada, Elena limpió lo mejor que pudo el desaguisado, al tiempo que sonaba la nariz de la atormentada joven.

 - Sara, toma nota, que en unos meses lo vas a tener que hacer tú con tu nena. 

Los chicos brindaron por la gestante, mientras el improvisado equipo de limpieza terminaba su labor. 

Cuando el árbitro señaló el medio tiempo, llegó el momento de la competición entre las chicas, donde se dilucidaba que pareja haría de anfitriona la próxima jornada y, por ende, cuál de las chicas gozaría de la relativa libertad de ser la próxima asistente y librarse del poste. 

- Amigos, para nuestra competencia, tendremos que dirigirnos a la bodega, ya que necesitaremos un poco de espacio – habló el anfitrión a sus invitados-. 

Los hombres liberaron a las chicas y, guiándolas con la correa que engancharon a sus collares se encaminaron a la bodega. 

Ángel y Elena se situaron en el centro, y el hombre explicó el juego a sus invitados. Era una versión del clásico tirasoga, pero, con sus manos y codos esposados a la espalda, la parte con la que deberían tirar de su oponente las competidoras, serían sus ya muy martirizados pezones.

 - El emparejamiento será al azar, Elena sacará los papeles con los nombres de las dos parejas competidoras, y las dos ganadoras de la primera ronda, lucharán en la final. Si, a una de las “gladiadoras” se le cae una pinza, esa chica quedará eliminada, así que caballeros, mostrad maestría pinzando a vuestras campeonas, y vosotras, damas, mantened esos botones duros y gordos para vuestros hombres. 

 Los hombres colocaron las pinzas de trébol en los pechos de sus chicas que ardían en deseos de competir. 

Tras el sorteo las parejas quedaron compuestas por Sara contra Ana y Eva contra Laura. Un cordel fue atado a la cadena de las pinzas de las competidoras que se situaron, con las pinzas bien tirantes, a dos metros de unas marcas rojas que marcaba el punto medio entre las dos participantes. Para ganar, una chica debía arrastrar a la otra más allá de esa marca. Si en cinco minutos, no se había logrado, ganaría la chica que, al consumirse el tiempo, estuviera a más distancia de la marca. Ángel como anfitrión y árbitro del evento dio la señal de comienzo, y las chicas, animadas por sus maridos se afanaron en la competición. La pobre Sara, con los pezones ultra sensibilizados y apenas recuperada de la tortura del poste, no fue rival para Ana, que pese a los intentos de resistir por parte de la única gestante del grupo obtuvo una rápida victoria. 

La otra semifinal fue más entretenida, ya que ninguna de las dos esclavas, cubiertas en sudor por el dolor y el esfuerzo, quería darse por derrotada. La pugna titánica se veía claramente en las muecas de dolor de las dos mujeres que, como caballos, despedían espumarajos de saliva por sus bocas adornadas con apretadísimas mordazas que cortaban las comisuras de sus labios. Finalmente, centímetro a centímetro, Eva fue ganando terreno, y al cabo de cuatro minutos arrastró a Laura sobre la marca. Todos los hombres aplaudieron el esfuerzo de sus mujeres, y Ángel, erigido en árbitro, proclamo el nombre de las finalistas.

 - Bueno, y ya sabéis que, las perdedoras, también tenéis premio, dijo Ángel con una sonrisa que helaba la sangre. Tomad nuestro presente… 

Elena entrego unos paquetitos envueltos en papel de regalo de vistosos colores que contenía un pequeño pero maquiavélico artilugio: una pequeña pinza japonesa para la nariz. Esta pinza estaba diseñada para, una vez atada a la parte trasera del collar de las chicas, tirar de la nariz de la usuaria hacia arriba, provocando un disconfort que podía oscilar de una incomodidad severa a un dolor intenso, al tiempo que distorsionaba cómicamente la cara de la dama. Felices con la nueva adquisición los maridos de las dos chicas derrotadas adornaron a estas con el nuevo elemento el cual, lo que no sorprendió a ninguna de ellas, fue ajustado de manera que provocaba bastante más que una mera incomodidad.


 

 Enrique hizo arrodillarse a su lado a su mujer, que con la cara desfigurada lo miraba con el aspecto de algún cómico animalillo, mientras hablaba con José Luis que contemplaba como su guerrera era atada a Ana para la competición.

 - A ver si tienes suerte, con las coñas, lleváis seis jornadas sin ganar, a ver si hoy ganáis, que aún no te conozco el nuevo garaje.

 - Pues sí, esta semana le he estado dando una zurra de recordatorio cada noche, para mantenerla motivada, si hoy no gana, tendré que empezar a castigarla. 

Su interlocutor acarició la cabeza de su mujer, mientras asentía a las palabras de su amigo. 

- Pues sí. Pobrecilla, pero, a veces, no queda otra.

 Ángel con teatrales maneras dio comienzo a la pugna de la última ronda. Las dos chicas arqueaban la espalda a fin de tirar de su oponente no solo con su movimiento, si no con todo el cuerpo, y emitían gemidos de esfuerzo y dolor. Para deleite de sus maridos las dos mujeres se negaban a dejarse arrastrar y los pezones torturados por las pinzas japonesas, que ejercen más presión cuanto más se tire de la cadena, se encontraban estirados al máximo, pero ninguna de ellas se daba por derrotada. Los minutos pasaban, y finalmente, Ana, con los pezones magullados por el episodio de su liberación del poste, dio señales de quebrar su resistencia. Poco a poco, Eva retrocedía alejándose de la marca mientras su adversaria era arrastrada lenta, pero inexorablemente sobre ella. Habían pasado cuatro minutos y medio y el pie de Eva se encontraba tocando la marca. Súbitamente un latigazo de tensión liberada sacudió los pezones de las dos luchadoras. Una de las pinzas de Eva se había ido deslizando dolorosamente hasta que, con el último esfuerzo, salió despedida de su agarre. Las normas eran las normas, y pese a ser por un golpe de fortuna, Ana había obtenido la victoria.

 - ¡Tenemos nuestros ganadores! Parece que Adolfo y Ana nos recibirán la próxima semana. Los chicos felicitaron a Adolfo por su victoria, aunque él mismo reconocía que habían tenido un golpe de suerte.

 Tras el evento, era hora de retomar la retransmisión de la final, cuyo espectáculo del intermedio quedaba muy por debajo del entretenimiento que habían proporcionado las chicas en la bodega. Los chicos colocaron a sus mujeres en los postes, decidiendo José Luis que su mujer debía de disfrutar de un refinamiento como castigo por sumar una jornada más sin obtener la victoria. Al subir las escaleras, el contrariado marido , que deseaba aplicar un correctivo a su derrotada paladina, solicitó a Elena que trajera de la cocina un tarro de guisantes secos. Una vez la anfitriona se lo trajo, esparció las duras legumbres sobre suelo en la parte que iban a ocupar las rodillas de su mujer que lo observaba con ojos de angustia anticipando el tormento que le esperaba. 

- Me parece que últimamente estás muy cómoda castigada en el poste, creo que te hará bien sacarte de tu zona de confort – explicaba a su mujer mientras sujetaba los pezones de su mujer a las pinzas ancladas al poste-. 




 

En el fondo sabía que su mujer había dado lo mejor de si misma, pero si no le imponía un castigo quebraría su palabra, y al fin y al cabo la pequeña penitencia de hacer un poco más incómoda la estancia de su mujer en su poste iba a resultar beneficiosa para ella, al motivarla a seguir compitiendo contra las otras mujeres con redoblado afán de victoria. Eva sollozaba mientras que, con un frenético baile de San Vito, trataba en vano de sustraer sus rodillas de la dolorosa ordalía.

 Los hombres, sentados confortablemente, disfrutaban del espectáculo de la mujer que se retorcía, como una bruja que fuera quemada en la plaza pública, tratando, inutilmente, de evitar la agonía. El llanto de Eva se unía al de Sara que , de vuelta al poste, se veía de nuevo encadenada y pinzada de tal guisa que toda su espalda se quebraba de dolor. 

A Elena, la única mujer que podía disponer, aunque limitadamente de sus manos, se le amontonaba el trabajo, ya fuera en la cocina preparando las bebidas y snacks que luego, para desdicha de su compañera de turno, depositaba en la bandeja , ya fuera en el baño, humendeciendo toallas para asear a las sollozantes cautivas que practicamente, y debido a las grandes y apretadas mordazas, se ahogaban en una mezcla de lágrimas y moco. 

- Chicos, creo que esto se está poniendo un poquito serio, vamos a ser un poco caballeros – dijo Fernando mostrando el mando a distancia del vibrador Hitachi sobre el que su mujer se encontraba a horcajadas-. 

Los chicos sonrieron, y asintieron. Al unísono, el zumbido de los aparatos se redobló y el efecto en nuestras protagonistas no hubiera sido muy distinto si se les hubiera introducido un cable eléctrico en el apretado anillo de su ano. Las chicas se crisparon y se alzaron todo lo que sus sujeciones les permitían, aumentando el dolor de sus ya muy castigadas rodillas, por supuesto el castigo, en el caso de Eva, fue multiplicado por los duros guisantes que se clavaban en la escasa carne, provocando un dolor que le llegaba hasta el hueso.

 - Chicas, por favor, como la familia ha crecido y ahora tenéis que ocuparos de las dos mocositas, traednos las bebidas de un viaje, que si no, tardáis mucho.

 La recién liberada cautiva, volvió los ojos, previendo que esas urgencias no auguraba nada bueno ni para ella ni para las delicadas cumbres rosas de sus pechos.

 El tercer cuarto terminó, y Elena ofició el conocido ritual de devolver a su compañera a la tortura del poste, y, otorgar una pequeña libertad a Eva que sería la camarera del último cuarto. 

En la cocina, Elena colocó las cervezas sobre la bandeja, provocando que, junto al dolor de la pesada carga tirando de sus pezones, la tensión en la cadena provocara que la presión las pinzas aumentara exponencialmente, mortificando a su hermana de cautiverio con un nivel de dolor, que nunca antes había experimentado. Caminando lentamente, para no añadir vibraciones de indeseables consecuencias a las torturadas tetas de Eva, el extraño dúo, comenzó a caminar hacia el sofá donde los chicos las esperaban con expresión divertida. Enrique fue el primero en coger la cerveza de la bandeja tan sugerentemente portada por la chica que flexionaba gracilmente sus doloridísimas rodillas a fin de hacer esta más accesible para sus hombres. Los hoquedades en su carne en los lugares en los que los guisantes se habían estado clavando eran claramente visibles. 

Enrique se deleito con la expresión de alivio que percibió en la mirada de la mujer cuando la presión en sus carnes se vio disminuida al retirar el peso de la cerveza de la bandeja. Marido tras marido, fueron retirando las bebidas hasta que la joven se vio liberada del peso que torturaba sus pechos. Una vez satisfechas las necesidades de los chicos, era el turno de atender a sus compañeras. Los sonidos, provenientes de las estropajosas bocas de las damas, secas ya tras varias horas de estricto amordazamiento, eran variopintos:  los gemidos de placer que emitían desde la frustración que les embargaba al ser mantenidas al filo del orgasmo sin permiterles caer en él, se mezclaban por los sollozos de Sara que no habían cesado. Hacía un rato que la esposa de Fernando se retorcía victima de los calambres que sufría en su antinaturalmente arqueada espalda. El peso de su vientre, preñado de vida, hacía un rato que había quebrado la resistencia de sus músculos que se desgarraban en alaridos de dolor. Su maquillaje se había corrido merced al llanto, y su cara, distorsionada por la inmensa mordaza y el gancho nasal, era un lienzo deliciosamente patético para tan surrealista pintura. Su rostro, inclinado hacia delante y velado por su cabello,  le daba el aspecto de una extraña religiosa que estuviera orando.

 La torturada esclava fue confortada lo mejor posible, y para asombro de Elena ,cuando se agachó a limpiarla , se percibía desde la entrepierna , el inconfundible olor de la feminidad desatada. 

El partido, se acercaba a su fin, y como muchos otros días los chicos volvieron a elevar el ritmo de los zumbantes vibradores. Las chicas sabían que esto se mantendría hasta el final del partido, y que, de no ser capaces de orgasmar en los escasos minutos que quedaban, se verían frustradas en su indefensión, ya que, invariablemente, al pitar el árbitro, los vibradores, volverían a su insulsa velocidad de crucero.

 Afortunadamente, no fue este el caso. Las chicas, estimuladas desde hace horas por sus vibradores sin posibilidad de alcanzar la ansiada meta, y sabiéndose irresistiblemente atractivas para sus hombres que disfrutaban del placer de contemplarlas torturadas en su indefensión y sufrimiento, fueron llegando una tras otra a la ansiada cumbre de placer. Unas fantasearon adelantando el sexo salvaje que a buen seguro les esperaba en casa. Eva, perdida en la soledad de su predicamento,  y que siempre se había maravillado de la sensación de aislamiento que le provocaba estar amordazada, notaba como las ondas de placer martilleaban los mismos nervios que hacía tan solo un momento únicamente percibían terrible dolor. A fin de apretar el vibrador contra los henchidos labios de su hambrienta vagina, trató de ceñirse todo lo posible al poste, lo que, si bien aliviaba la tortura en sus pinzadas tetas, aumentaba la tensión en su ya torturada espalda. Sara jadeaba, aunque de su boca tan solo escapaban agónicos bufidos, y, en cada resoplido, escapaban hilos de saliva que aterrizaban sobre su escote, sobre el poste, el suelo… El espectáculo era memorable, viéndola arquear su espalda como una ballena moribunda, los hombres, apenas contemplaban el televisor, ya que Sara acaparaba toda la atención. 

- Antes de marchar, va a tener que ayudar a Elena a fregar, mira como está poniéndolo todo- comentó Ángel para carcajada general-. 

- Sí, no te preocupes, que como te dije, se ha ganado un castigo. Por puerca. 

Sentirse humillada, indefensa y completamente carente de capacidad ejecutiva, unido al martilleo del vibrador contra su inflado sexo, fue demasiado para la pobre Sara, que se vio arrastrada al orgasmo por el cosquilleo in crescendo que sentía en su vientre extendiéndose desde su clítoris y que acabó explotando en una bomba de insensata locura. Sara se irguió cuanto sus crueles restricciones le permitieron, como si con ese embate, cegada por el placer, buscara zafarse del retorcido beso de las pinzas. Aun sollozando, los hombres vieron como la mujer se agitaba y convulsionaba hasta acabar quedando atónica, pasiva, sollozando entrecortada apretando su barbilla contra el poste. José Luis palmeó la espalda de Fernando. 

- Parecía que la muy viciosa iba a explosionar, amigo. 

Los resoplidos de las chicas, tratando de calmarse mientras los vibradores continuaban machacando sus clítoris inflados de sangre con un muy molesto martilleo, eran la música de fondo, mientras sus maridos contemplaban el emocionante final del partido. Para desgracia de las chicas, sus maridos, que hacía tiempo que no veían a su amigo Fernando, decidieron alargar la velada, tomando unas copas y charlando animadamente, mientras las mujeres permanecían inmovilizadas en sus forzadas posicione. Ni que decir tiene, que, tras sacar las botellas y copas, Eva fue devuelta su particular purgatorio, donde permanecería las dos horas de animada conversación que los chicos mantuvieron, en parte para ponerse al día y, en parte para dejar un tiempo prudencial antes de coger el coche.

 Sus esposas gemían de desesperación cuando un nuevo tormento se sumó a los no pocos que ya sufrían. Sus vejigas, que no habían sido aliviadas en toda la tarde, empezaron a clamar por ser vaciadas. A horcajadas sobre sus vibradores, las chicas no podían hacer fuerza con las piernas, y tan solo sus esfínteres prevenían un accidente que, sin la menor duda les hubiese acarreado un severo y merecido castigo. Los quejidos acabaron alcanzando tal nivel de angustia que, los chicos se compadecieron de sus esposas que los miraban con ojos de cachorrillas.

 - Bueno, bueno, chicas, no seáis tan aguafiestas, que hace tiempo que no veíamos a Fer… 

- En fin, al final nos tendremos que ir…. Ya sabes, siempre hay que darles la razón, - añadió Fernando-. 

 Las chicas fueron liberadas del poste, teniendo sus hombres que ayudarlas a levantarlas, ya que sus entumecidas piernas se negaban a obedecer las órdenes de su cerebro. Tambaleantes y en precario equilibrio de sus tacones, las recién liberadas esclavas tuvieron que sufrir los calambres que recorrieron sus brazos y piernas cuando, tras horas de entumecimiento, los nervios recobraban la vida. Rogando con la expresión de los ojos, la única forma de expresarse que esposadas y amordazadas  les era permitida, solicitaron el privilegio de utilizar el cuarto de baño. 

 - Sois peores que niñas, - dijo Enrique-, anda, ve, no tardes. 

José Luis miró a su esposa que temblaba en desesperación juntando las rodillas tratando de evitar un inminente colapso de la resistencia de su vejiga. 

 - Tú no. Estás castigada, y más te vale ser buena y llegar a casa sin “accidentes”, si sabes lo que te conviene. 

Eva sollozó, y su respiración se volvió espasmódicamente rápida mientras, trataba de cruzar las piernas con todas las fuerzas de las que era capaz de hacer acopio.

Tras aliviar las vejigas, las chicas se vistieron y sus maridos les engancharon las respectivas correas en el collar. Eva, a mayores, debajo del sujetador portaba una par de pinzas abrazando cruelmente la base de sus pezones, tan apretadas que sus pezones eran bajo el sostén  una palpitante masa de carne endurecida.

 La despedida, en la puerta del chalet fue acompañada de un rato de charla, para particular desesperación de la esclava puesta en penitencia. 

Finalmente, la reunión se disolvió y cada pareja tomo el camino a su respectiva casa. Fernando ayudo a su joven esposa a acomodarse en el asiento del acompañante, y, al hacerlo, su nariz percibió el sutil olor del almizcle de su enamorada. 

 - Pequeña, te has portado bien. ¿Te he castigado mucho? La mujer, aun con los ojos rojos tras un llanto tan prolongado, asintió con la cabeza. El hombre, cerró la puerta y se sentó en el asiento del conductor. 

- Te pondré un poquito más cómoda- dijo el hombre haciendo ademán de desabrochar la correa que mantenía apretada de forma tan cruel como exagerada la gigante mordaza. 

La chica negó con la cabeza. El hombre se rió. 

- Es decir, zorrita… te he castigado mucho… ¿Pero quieres más? La mujer asintió con la cabeza. El marido, sacó algo de su bolsillo, y,con un habil gesto, volvió a colocar el gancho en la nariz de su mujer, la cual aun tenía las marcas de haber sido salvajemente estirada durante varias horas. Un gemido de dolor fue emitido con Sara cuando su marido ató el cordón en la parte trasera de su collar, y dado que el trayecto a casa iba a ser corto, estiró este hasta que su mujer quedaba con la nariz practicamente aplastada contra su rostro. Sonriendo, pensando planes para cuando llegaran a casa, el hombre arrancó, orgulloso, como siempre, de la mujer que sufría a su lado.

martes, 12 de enero de 2021

Día de partido

 

Hola a todos, y bienvenidos a mi blog. No me gustaría empezar este relato sin señalar que la idea original no es mía, es de un relato titulado "Football Sunday" del autor gagged20.

 

Como todos mis relatos, no se desarrollan en el momento actual, si no que se situan, en una distopía y eje temporal muy similar al nuestro, pero que, en determinado momento evolucionó a una sociedad en la que la sumisión femenina es norma, y bien aceptada, tanto por los varones como por nosotras.

 

DISCLAIMER: Yo no trato de vender ninguna opción, solo quiero expresar un mundo de fantasía que pone alitas de mariposa a mi estómago de sumisa.

 

 

El día de partido estaba ya aquí de nuevo. Y con él, el ritual que conllevaba. Fernando enganchó la correa al collar de su esposa Sara y tiró gentilmente de ella mientras salían por la puerta de su chalet en una acomodada zona residencial junto a un campo de golf. Ella mantuvo la cabeza gacha, no tanto por sumisión, como para ocultar a posibles espectadores, entre los viandantes y ocupantes de los vehículos con los que se cruzaran, la visión de la gran y brillante bola roja que se alojaba profundamente dentro de su boca. Si bien no hacía más de 10 minutos que la llevaba puesta, los 6 cm de circunferencia hacían que sus mandibulas, abiertas de manera inclemente por el gigante huesped de su boca, comenzaran a doler. La sequedad de labios que provoca siempre el portar una mordaza y la presión de la correa que mordía las comisuras de sus labios le hizo alegrarse interiormente de haber usado ese gloss de protección labial que le había recomendado Conchi, su compañera y profesora de inglés.

 El tintineo alegre de una cadena que se acompasaba con el ritmico sonido de unos imponentes tacones de 12 centímetros, habría hecho suponer a un observador iniciado, que, bajo su abrigo tres cuartos que descansaba sobre sus hombros, sus muñecas se encontraban esposadas.

 Tras camiar escasos 400 metros que los separaban de su destino, vieron que, los coches de José Luis y Eva, así como el de  Laura y Enrique se encontraban  aparcados al frente del ostentoso chalet de Adolfo y Ana. Adolfo había hecho negocio con una empresa de importación en la Argentina, y de hecho, Ana, su mujer era hija de un alto funcionario de la administración del gobierno de aquel país.

 - Mira cielo, solo nos falta Ángel y Elena, seguro que están a llegar. Un gemido gutural fue toda la respuesta posible que obtuvo de su esposa.

  Tras entrar, se dirigieron al amplio salón con una televisión de 60 pulgadas, en la que, sin sonido se veían los prolegómenos de un partido de Netball. Con bebidas en la mano, se encontraban 3 hombres los cuales tenían junto a ellos a sus esposas, sometidas a unas o a otras restricciones, pero, todas ellas severamente amordazadas. La arribada de los recien llegados produjo el regocijo en el grupo, con calurosos saludos por parte de los hombres y excitados ronroneos por parte de las chicas, que veían, que una semana más, Sara no faltaba al ritual del partido.

  - ¡Pareja, que alegría veros!, dijo Adolfo a los nuevos incorporados, Fernando, si quieres una cerveza, pídesela a Ana, que las tenemos en el congelador, y, por cierto... a falta de Ángel, yo creo que ya podemos ir acomodando a las damas.

  Como narradora, permitidme contaros un poco acerca de los partidos del sábado. Amigos desde niños, los chicos se juntaban para ver los partidos de la Liga de Netball, en un momento dado de sus vidas, las chicas empezaron a aparecer, y después, el matrimonio. Tras las bodas las respectivas mujeres comenzaron a formar parte del ritual de sus maridos. Lamentablemente, las chicas no compartían la pasión de sus hombres por el deporte, y cada día de partido, la reunión siempre acababa de mala forma, con malas caras y abundantes reproches por parte del sector femenino.

 Un día de partido, hacía un año, las parejas quedaron para ver el partido en casa de Ángel. Cual no sería la sorpresa cuando, al entrar, vieron a Elena esposada y amordazada de tal manera que las correas de la mordaza de anillo parecía que le fueran a cortar la mandíbula. Seguramente, cansado de las protestas, la intención original no fuera otra que aplicar un correctivo a su esposa, pero,este hecho provocó, que a los chicos se les ocurriera y acordaran que sus mujeres debían de participar en el evento en una manera similar.

 Con caracterísitico ego masculino, los hombres se jactaban de que, tras proponerlo, y pensarlo unos días, sus esposas habían aceptado ser, durante el sábado, sus esclavas voluntarias. Lo que desconocían es que, las chicas, no habían estado meditando la propuesta en solitario... interminables llamadas, reuniones y cafés furtivos en dicretas cafeterías les habían hecho acordar,a instancias de Ana, la más celosa entre ellas, que, dado que, voluntaria o involuntariamente, Elena ya estaba en la rueda, no dejarían a sus hombres sólos con una atractiva mujer indefensamente expuesta.

  Para el evento las "cautivas" acuden desde sus casas con una correa enganchada al collar que lucen para la ocasión, severamente amordazadas y firmemente esposadas. Cuando llegan a la casa de los anfitriones, deben de desvestirse y permanecer tan solo con las braguitas. Tras desnudarse y dejar la ropa ordenadamente en la habitación designada, son esposadas con las manos a su espalda. Una vez restringidas, las protagonistas son "acomodadas" ,como han dado en llamar, jocosamente, al proceso en los últimos meses.

 Sobre el proceso de "acomodación" se debe explicar que en el salón de cada una de las casas, existen 4 agujeros en el suelo, pensados para dar cabida y fijar  cuatro postes cuadrados de mediana altura, hechos de madera. Cada una de estas robustas piezas cuenta, a fin de dotarlas de mayor resistencia, con el refuerzo interno de una barra de metal que las recorre en toda la longitud de arriba abajo, hasta sobresalir 15 cm por la parte inferior. Esta parte sobresaliente es roscada y es la que permite que todo el conjunto quede atornillado y fijo en los agujeros del suelo. Para terminar, señalar que estos pequeños calvarios cuentan con recubrimiento mullido y están forrados de cuero marrón.

  Para su predicamento semanal, cada una de las esclavas es atada arrodilada, con las rodillas separadas manteniendo entre ellas la pieza de madera. Cada uno de los 4 puestos forrados en cuero es de una altura determinada, ya que está hechos a medida de "sus propietarias". En la parte superior, enganchada por un eslabón a una argolla metálica se encuentra una mordaza de bola, a la altura exacta de la boca de cada una y dimensionada a las dimensiones de su cavidad oral. Basicamente, la mordaza fuerza a nuestras protagonistas a una postura arrodillada en la que deben mantener de manera muy forzada la espalda recta.

Como narradora, cometería una injusticia si no trajera a colación, la evolución del sistema. Tras algunas jornadas sometidas al ritual, las chicas se quejaron de que ,estar inmóviles, amordazadas y en una dolorosa posición durante un partido no solo era un gran sufrimiento, sino que, además, era aburrido para ellas. Los hombres, más preocupados por el aburrimiento que por el sufrimiento de sus compañeras, obraron en consecuencia y añadieron  a cada uno de los postes un vibrador hitachi, conectado a un control remoto el cual permanecía en poder de cada uno de los cinco amigos. Obviamente, a las chicas nunca se les permite alcanzar el orgasmo en el poste, pero, las poderosas sensaciones que genera en su sexo, las mantiene entretenidas el tiempo de su predicamento.

 Finalmente, de la argolla a la que están enganchadas las mordazas, cuelgan, a ambos lados de una corta cadenita dos poderosas pinzas, destinadas a los pezones de las ¿desaforunadas? ocupantes de cada poste. Las pinzas son del tipo que decidido por el señor de cada una de las cautivas, lo que a veces provocaba discordias. Las mujeres, no pocas veces, se echaban en cara entre ellas, y protestaban a sus maridos, que alguno de los tipos de pinzas que eran elegidos por los chicos eran más benévolo que otro, y no era justo que algunas tuvieran que soportar un predicamento más severo que sus compañeras. Si bien, no se eliminó el privilegio de elección de este accesorio a los caballeros, sí llegaron al pacto de honor que, las pinzas, del tipo que fuese, serían ajustadas siempre al máximo alrededor de las delicadas fresas de carne de sus compañeras. No obstante, las suspicacias nunca desaparecieron del todo, ya que, cuando permanecían durante horas inmóviles, en cruel predicamento, los cerebros de nuestras protagonistas no podían dejar de analizar cada detalle, cada mátiz, del tormento, tanto del propio, como del de sus desdichadas hermanas de ordalía.

  Una vez todas las restricciones son aplicadas, las chicas quedan ajustadas, casi aplastadas, contra el poste, con sus atormentados pezones levemente estirados evitando que las cautivas puedan moverse ni unos pocos centímetros para colocarse con un mínimo de confort sobre sus rodillas. Como colofón, un refinamiento , mitad maldición y mitad bendición para nuestras atribuladas damas, había sido incluído: un par de esposas eran aplicado en sus codos. Para los maridos, esto tenía una doble finalidad: por un lado se aseguraban de que ninguna de ellas pudiera hacer trampa con las pinzas, bien propias o bien de una compañer; por otro lado se añadía un plus de sufrimiento en el tormento de sus mujeres,(el detalle de los vibradores no les iba a resultar gratis a las esposas), ya que, lo forzada de la postura hacía que en poco tiempo los hombros ardieran en agonía, y, por que no decirlo, dicha postura también realzaba, en gran medida, la figura de sus compañeras. Desde la perspectiva de las chicas, mantenidas en precario equilibrio sobre sus rodillas, los codos esposados tenían el mencionado doble efecto; por una parte esto les provocaba una enorme tensión en los omóplatos que, sin tardanza ni excepción, desembocaba en un dolor similar a que les clavaran un millón de agujas en ellos, pero por otro lado tenía la ventaja de que, al llevar los hombros hacia atrás, sus pechos sobresalían y se elevaban, hermosos y alterosos. Al ser más prominentes sus tetas, estas se elevaban aliviando la tracción que las pinzas, sujetas por una cadenita, ejercían sobre sus pezones. Aunque ellas disfrutaban de este pequeño alivio, y comentaban la jugada entre ellas cuando se reunían, eran lo sufcientemente inteligentes para no desvelar este pequeño secreto a sus maridos.

  Durante las veladas, en todo momento tres chicas están siempre arrodillas y sometidas al predicamento del poste. En cada uno de los cuartos del partido, una de las cuatro es liberada por la "esclava asistente",  la cual tras abrir las esposas y desabrochar la cruel mordaza rescata a su amiga del castigo de las pinzas. La recien liberada disfrutará poco de su situación, ya que, inmediatamente, es restringida en un suave pero inclemente monoguante de cuero primorosamente curtido que envuelve sus brazos y los mantiene juntos en la espalda, en una forzada posición de manos palma contra palma y de codos, ya que esta prenda los obiga a permanecer pegados el uno contra el otro. La mordaza es sustituída por otra del gusto de los varones, usualmente otra mordaza de bola. Acto seguido una bandeja es asegurada por un cinturón de cuero a la cintura de la "voluntaria". De las dos esquinas externas de la bandeja sale una cadenita que en su extremo tiene una de las temidas pinzas japonesas, las cuales tienen la particularidad de apretar más el pezón de la "usuaria" cuanto más se tire de ellas. Estas cadenitas tienen como fin el mantener horizontal la bandeja, sujetándola a los pechos de la improvisada camarera, cuyos tobillos, serán, a su vez, encadenados con un par de grilletes, que restringirán, aun más los movimientos de nuestra extraña modelo.

Correctamente ajustado, este monoguante, que mortifica los hombros y realza los pechos, identifica, claramente, a esta chica, como una de las camareras de cuarto del relato.

 

  El collar de la muchacha "del servicio" es enganchado por una cadenita de medio metro al collar de la "asistente" , figura que luego me pararé a explicar al lector. Durante este cuarto, la camarera recién liberada traerá las bebidas o snacks, ayudada por su hermana en la servidumbre debido a que, huelga decirlo, con sus brazos estrictamente inmovilizados tras ella es imposible que pudiera llegar a hacerlo sola.

 Cuando el cuarto termina, la desdichada es devuelta por su antigua libertadora a su predicamento en el poste, restituyendo esposas, mordaza y las pinzas en sus ya castigados pezones. Una vez "acomodada" de nuevo, la "asistente" libera a otra compañero para la tarea de atender a los maridos en el siguiente tiempo del partido. El sonido de los gemidos y los respingos amortiguados por las gigantescas mordazas cada vez que las pinzas son colocadas y quitadas acompaña, para deleite de los cinco hombres, todo el proceso.

 Finalmente llegamos a la figura de la Quinta Chica. Esta, es siempre la anfitriona y sirve de "cautiva asistente", de manera que hace posible que los hombres no pierdan detalle de la retransmisión deportiva. Esta dama evita la odiada "acomodación" en el poste, y tan es restringida de una manera mucho más liviana que sus amigas, con tan solo unas esposas que mantienen sus codos juntos en la espalda, permitiendo a la afortunada cierta libertad de movimientos.

La mordaza de bocado, y las pinzas en V, elementos característicos de la "Anfitriona"

 

  La mordaza, es también mucho menos exigente que la del resto de las mujeres, siendo habitualmente una de anillo o una de bocado. Las pinzas que coronan sus pezones son de las de tipo en "V", mucho menos crueles que las de las chicas que "disfrutan" del privilegio del poste, dado que, al contrario que las que coronan los senos de las demás, estas no van a ser abiertas en todo el evento. Estas pincitas, están guarnecidas con unos cascabeles que suenan alegremente con los movimientos de la chica, lo que permite a los maridos conocer la posición de sus dos camareras sin apartar la vista del partido.
La supuesta incomodidad de no ser liberada en toda la velada de sus pinzas, lejos de ser un incoveniente era una ventaja ya que, junto al predicamento de tener que soportar durante horas unas severísimas restricciones que las mantenían inmóviles en una posición tan estricta y forzada que al poco tiempo provocaba dolores en todo el cuerpo, la peor parte era el continuo ir y venir de pinzas en sus sensibles pezones. Este continuo trasiego de los diabólicos instrumentos que martirizaban sus pechos era algo, que, para desgracia de las cautivas, no cesaba a lo largo de toda la velada. El espectáculo que ofrecían a sus esposos cada vez que eran liberadas de las pinzas y cuando estas eran repuestas en su lugar, pródigo en muecas de dolor y gritos, tamizados hasta no ser más que un suave ronroneo por las gigantes mordazas que invadían sus bocas, era algo, a lo que sus maridos, dificilmente querrían renunciar. Cuando ellas eran liberadas del poste y del doloroso pellizco de sus pinzas, la sangre comenzaba a fluir hacia las delicadas protuberancias, provocando un dolor de una intensidad inenarrable , y cuando este terrible sufrimiento iba remitiendo tras dejar hipersensible tan delicada parte de la anatomía, esta volvía a ser torturada por las abominables pinzas japonesas que sujetaban la bandeja; el tormento que sufrían cuando portaban las bebidas, aunque doloroso, era llevadero, la antesala de lo que les esperaba, cuando una vez liberadas de "su servicio", volver a ser llevadas al odiado poste. La agonía y la estimulación continua, provocaban un ,delicioso para los chicos y odiado por ellas, efecto secundario: las rosadas cumbres de los senos engordaban y se endurecían bajo la inclemente presión del metal, como las pinzas estaban por norma, ajustadas al máximo cuando los pezones estaban menos henchidos, esto provocaba crecientes mareas de dolor para las protagonistas. La última desgracia era que, lo prolongado de la velada hacía que las chicas acabaran tratando de aliviar el dolor de sus rodillas, balanceándose precariamente y balanceando su peso de una a otra, esto, al igual que cuando relajaban su postura debido al agotamiento, provocaba un recordatorio en sus tetas de porque debían de permanecer rígidas, pegadas al poste, a horcajadas de ese vibrador que martilleaba sin piedad la puerta de su sexo.

Las crueles pinzas de trebol japonesas, cuanto más se tire de la cadena más pellizcan. ¡Ouchies!

 

  En el medio tiempo, las parejas organizan una competición entre las cuatro chicas que han sido sometidas a la "acomodación". La asistente, no tiene permitido participar. La chica que gana, será la anfitriona el próximo partido, así que, aunque tiene el incentivo de evitar el poste, también recae sobre ella la preparación de su salón para el evento, si bien, todas las chicas, siempre organizan el viernes tarde una quedada de compras, y antes de volver a casa, ayudan a la anfitriona a tener todo listo para el evento.

   En el salón, las chicas permanecían arrodilladas tratando de encontrar un precario equilibrio en sus doloridas articulaciones. Sara maldecía especialmente las pinzas y la enorme mordaza que hacía ya un rato largo le había secado por completo los labios y amenazaba con desconyuntarle la mandibula de seguir la horrible tensión. El dolor ya no estaba focalizado en los distendidos músculos de su mandibula, si no que se había extendido por toda la parte inferior de su cabeza. Elena, que había acabado de llegar con su marido Ángel, en cambio, a borrecía estar arrodillada. Orgullosa propietaria de un estudio de arquitectura, llevaba mal el que a las chicas se les requiriera esa humillante postura. Todos esos pensamientos volaron de sus cabezas cuando con una sonrisa traviesa, sus hombres conectaron al unísono los vibradores, en un intenso pero insuficiente nivel medio. La mente se les perdió en los insondables mares de las ondas de placer, que fue sacudido por una borrasca, cuando el nivel máximo fue seleccionado por sus esposos. Las chicas saltaron tanto como las apretadas correas de sus mordazas les permitían sufriendo dolorosos tirones en las tiernas protuberancias de sus turgentes senos . Rítmicos gemidos fueron arrancados desde el fondo de sus gargantas trasnformados en sonidos guturales por los inclementes intrusos que forzaban sus bocas. En ese momento, los varones, pulsaron el nivel medio, dejando a las mujeres frustradas y deseosas, en un estado que, aunque húmedas y excitadas, les iba a mantener lejos del orgasmo a lo largo del partido.

Las pinzas en G, las elegidas para Eva.

 

 Ana, la asistente para el día de hoy se acercó al poste al que se encontraba encadenada Eva, y con dulzura desabrocho la mordaza, y con toda la ternura posible empezó a dar vueltas al tornillo que mantenia la presión de las pinzas en G que castigaban los pechos de su amiga. Mientras el flujo de sangre que volvía a ocupar su antiguo lugar en las puntitas de sus tetas sacudía a Eva igual que si la hubieran enchufado a un cable eléctrico, ella no pudo evitar fijar una furiosa mirada en su marido, que divertido asistía a la escena. Eva era una mujer muy hermosa, en sus primeros treinta que mantenía una envidiable figura producto de sus años como amazona profesional. Su diminuta cintura, contrastaba con sus medianos pero respingones pechos, conformado todo ello con sus abundantes muecas de dolor una figura de indudable belleza atormentada. Su recién estrenada libertad, en todo caso fue breve, ya que en un minuto, Ana se esmeraba en alojar en su boca una mordaza de anillo de 5 cmm y en enganchar a sus pezones la bandeja que serviría para poder dar servicio a los chicos.

 - Eva, por favor, dijo Adolfo, traeme una cerveza light, pero en vaso.

 - Porfa, que sean dos, se sumó un sediento Fernando

 - Ya puestos que sean tres, pero la mía normal, dijo Ángel

 - Su marido, José Luis río, y dijo, sería un capullo si te pido cuatro, anda, princesa, trae lo que te han pedido, y ya te pido luego yo algo.

 
 Los chicos tenían cuidado con el peso que ponían en la bandeja, sujeto exclusivamente por los pezones de las chicas, una cosa era, castigarlas, y otra muy distinta, someterlas a una inhumana ordalía.

  Lentamente, a lo largo de todo el cuarto, Ana y Eva se esforzaron en darle a sus hombres el servicio más eficiente. La tarea se le hizo llevadera, disfrutando aliviada con el pequeño alivio que suponía cuando los chicos cogían la última de las consumiciones de la bandeja, ya que, implicaba, que, las temidas pinzas japonesas iban a disminuir la fuerza con la que se aferraban a la más delicada de sus carnes.

  El tiempo del partido transcurrió de forma aburrida, siendo el mejor espectaculo el que las hermosas chicas sudorosas en sus predicamentos ofrecían con lo severo de su bondage. En el entrecuarto, Ana, devolvió a Eva a su poste, con el pensamiento, que la pobre chica, ya había tenido su pequeño "descanso" y que una larga noche le esperaba en su intolerablemente estricta posición.

 Tras esmerarse en devolver a Eva a su poste, de hecho Eva protestaría posteriormente a su marido de que esta apretó la mordaza incluso más que los chicos, la hermosa y rubia anfitriona, liberó de sus restricciones a Sara, ya que era su turno. Sara respiró profundo pues la Naturaleza la había dotado de unos pezones extremadamente sensibles, y la transición de unas pinzas a otras, era particularmente dura para ella... toda vez que placentera para los maridos, que conocían esta particularidad de la hermosa profesora de francés. Pero verse libre del odiado poste, y dar descanso a sus rodillas, no era poca recompensa, y , liberada de su gran mordaza, poder pasar la lengua, por más que esta también estuviese estropajosa por sus labios secos, hizo que, por una vez el dolor que la invadía desde las descaradas cumbres de sus pechos, pasara a un segundo plano.

  Cuando las chicas, acabaron de traer unos snack, los chicos recogieron los platos de la bandeja, teniendo Fernando el honor de coger el último, liberando de no poco dolor a su adorada sumisa. Una tierna palmada en la nalga fue todo el reconocimiento que necesitaba Sara, había sido una valiente, y no se había quejado por el severo tratamiento dado a las sensibles y rosadas fresas que coronaban sus tetas. Tras su mordaza, sonrío satisfecha.

 Una vez atendido los pedidos, el tiempo de la primera parte había terminado. Y era tiempo para la pequeña competencia que establecía que chica se libraría del privilegio del poste la próxima jornada. Adolfo se levantó y regresó al salón con 4 enormes mordazas de bola y 4 juegos de pinzas japonesas. La mera visión de esos elementos hizo que las chicas emitieran gemidos de disconformidad, y se sacudieran incómodas y aterradas en sus crueles ataduras... pero, en honor a la verdad, era poco lo que ellas podían hacer.

 - Adolfo, jocosamente ceremonioso, se dirigió a sus amigos, y dijo, señores, liberad a vuestras mujeres, ornadlas con estos juguetes, y pasemos, ordenadamente, al sótano. Los maridos, liberaron de su mordaza a las chicas y liberaron, brevemente sus pezones que pasaron a ser exprimidos por las más poderosas pinzas disponibles en el mercado. Para las chicas,hacía ya tiempo que sus pezones habían dejado de envir cualquier tipo de señal placentera, lo que se vió reforzado por las nuevas inquilinas de sus senos. El que hacía ya un rato era el unico habitante de las sensibles terminaciones nerviosas de sus forma femeninas, era dolor

 Los chicos engancharon los collares de sus mujeres a las correas, y la extraña comitiva, bajó por la escalera hasta el sótano del chalet.

  Con afectada teatralidad el propetario de la casa ocupó el centro del sótano, y comenzo a hablar al ansioso público
- Bueno, nuestras señoras, es evidente, son las más bonitas del mundo... pero... ¿Mantienen todo su cuerpo tan terso y en forma? Las chicas se miraron entre ellas con la incertidumbre en sus ojos... pero con el deseo de ganar... a lo que quiera que fuese el juego de hoy.

 - Bueno, aquí, podeis ver, cuatro barras separadoras de un metro, que vais a proceder a atar a ambos tobillos de vuestras chicas, de manera que sus piernas queden separadas y ellas en equilibrio sobre sus tacones. Por cierto, Elena, precisosos zapatos, la chica entornó los ojos en reconocimiento por el cumplido.

 -  Una vez hecho esto, Ana, que lucía una sonrisa cruel bajo su mordaza de bocado, estaba procediendo a atar las pinzas de cada una de sus amigas a la barra separadora, forzándolas a tener la espalda incomodamente doblada, si quería evitar un dolor adicional en sus pechos. A su vez, una cadenita que colgaba del techo fue conectada a la cadena de las pinzas, de manera, que sin tirar fuertemente de las pinzas, iba a prevenir, que las chicas deambularan por la habitación o, si eran particularmente flexibles, arquear la espalda para aliviar los musculos torturados en una posición tan antinatural.

 - Nuestro desafío consiste en que, cada uno de vuestros maridos, va a introducir en vosotras estos pequeños huevos vibradores. Como veis, así atadas no podeis apretar las piernas, y lo único que va a mantener esos aparatos dentro de vosotras son los músculos de vuestras tripitas. Por todo lo demás, es facil, la última que permanezca con el huevo insertado, será nuestra anfitriona. Las chicas mordían sus mordazas todo lo que su descomunal tamaño les permitía, y la mirada de la competición estaba presente en sus ojos. Todas querían ser la mejor, primero, por una evidente competitividad entre damas, y segundo, por la posibilidad de poder librarse del poste la próximas semana

Cuando los cuatro artilugios fueron introducidos, Adolfo oprimió un botón de un mando a distancia, mientras exclamaba: ¡Tiempo! Al unísono, un zumbido mecánico y los gemidos de carne se sumaron en único concierto, para delicia de los sentidos

 El esfuerzo era titánico, las odaliscas se afanaban en mantener dentro de ellas ese vibrador que atormentaba sus entrañas enviando ondas de placer a un cerebro que estaba a punto de estallar por el tsunami de sensaciones contradictorias que recibía. Laura trataba de mantener la calma, respirando apresuradamente por la nariz, dado que la mordaza le negaba el alivio del jadeo. Las chicas daban vueltas sobre si mismas, en precario equilibrio sobre sus taconazos, mientras que, cuando trataban de cambiar su atormentada espalda de posición un fuerte tirón en sus ya muy castigados pezones, les recordaba que no era buena idea.

Cada competidora pugnaban por no perder de vista a las otras mientras que trataban de no dejarse arrastrar por esa marea de placer que, como efecto lateral arrastraría ese diabólico instrumento fuera de sus entrañas, y con el sus esperanzas de librarse del temido poste la próxima jornada.

Un observador atento, se habría fijado en que, desde el principio los ojos de Eva permanecieron cerrados, como si el mantenerse focalizada en la tarea de no rendirse al orgasmo le costara mucho más trabajo que al resto. Sus torneadas piernas empezaron a temblar y su espalda a arquearse tanto como las restricciones de sus pechos se lo permitían. El orgasmo no tardó en sobrevenir, e instantes después una bolita zumbante se estrelló contra el suelo. Habían pasado apenas 3 minutos y José Luis no permitió a Eva relajarse, como penalización decidió que permaneciera abierta, pinzada y arqueada el tiempo que durara la competición.

Unos minutos más tarde Laura y Elena comenzaron a emitir sonidos cada vez más fuertes, las chicas doblaban sus rodillas para evitar el doloroso recordatorio de las pinzas y en vano desplazaban su peso de un pie a otro en un precario equilibrio sobre sus altísimos tacones. Sus restricciones, por supuesto mantenían a ambas chicas firmemente en el sitio. Pronto Elena empezó a temblar de la cabeza a los pies sacudiendo la cabeza y provocando hilos de saliva que caían frente a ella. Era obvio que un orgasmo la arrollaba como un tren que descarrila. Con un espasmo, la mujer puso sus ojos en blanco, y un instante después, un segundo vibrador se encontraba en el suelo. Tras su derrota, Laura dirigió una mirada a su marido, en búsqueda de consuelo. Este se acercó a su mujer, y tiernamente, masajeo por unos segundos las doloridas articulaciones de su mandíbula. Ella lo miró con unos ojos que hubieran derretido una viga de acero, buscando que la liberara de la cruel posición a la que se encontraba sometida. Es justo reconocer que él estuvo a punto de satisfacer el lógico anhelo femenino, pero, al ver a Eva, allí, castigada, evitando el llanto cada vez que su espalda se elevaba o descendía más de la cuenta, le hizo desistir.
- Cariño, lo siento, has perdido. Creo unos minutos de penitencia harán que te esfuerces un poquito más la próxima semana.
La incredulidad y la decepción se adueñó del pensamiento de ella - ¿Unos minutos de penitencia? ¿Lo dice en serio? ¡O, Dios mío!, llevo toda la santa noche de predicamento, y me viene a decir, que unos minutos de castigo me harán bien...El pensamiento de volver al poste la siguiente semana, tampoco contribuyó a alegrarla, y en vez de un grito , la mordaza amortiguo esta vez sollozos de frustración

 Elena y Sara eran las dos únicas competidoras en liza. Ocho pares de ojo no se despegaban de su agónica lucha contra su feminidad ardiente. Inadvertidamente para todos menos para ella, el vibrador de Sara comenzó a escurrirse,lo que provocó que la joven tuviera que aferrarlo con los músculos de su vientre. Esto, por supuesto hizo que las vibraciones llegaran con más viveza  a su cerebro. Su respiración se hizo agónica como la de un cetáceo moribundo, y el orgasmo parecía, irrefrenable. Para sorpresa de todos, en un movimiento rápido, irguió la espalda, lo cual hizo que sus pechos mandaran una señal de agónico dolor a su agotado cerebro. La cara de dolor descarnado , que parecía un extasis, así como el aullido de pasión descarnada que lo acompañó hizo llegar un poderoso estímulo a su competidora que no la perdía de vista a través del rabillo del ojo. La hermosura de su compañera, torturada hasta la catarsis, hizo que Elena no pudiera evitar un gutural gemido que acompañó al salvaje orgasmo que la hizo sacudirse hasta el punto que parecía que sus pezones pugnaban por librarse del perverso beso de las pinzas que los atenazaban.

Sara, sabedora de su victoria, alzó la vista buscando la complicidad de su hombre, y, al encontrarla se dejó ir en un orgasmo retenido por tanto tiempo que ya le estaba mordiendo las entrañas.

-Parece que ya tenemos asistente para la próxima semana, dijo José Luis, mientras brindaba por las chicas con sus amigos,

Para regocijo de sus maridos las cuatro chicas fueron dejadas los minutos que restaban de descanso del partido restringidas en esa cruel posición, si bien para ellas, también era cierto alivio no regresar de inmediato a su lugar en sus respectivos postes.

 Cuando el reloj anunció el inminente reinicio del partido, las damas fueron liberadas de sus ataduras, y con toda la gentileza que pudieron sus maridos,  fueron liberadas de las pinzas que hundían sus mandibulas en sus henchidos pezones. Las braguitas de las mujeres fueron restituidas y tras ser de nuevo enganchadas a sus correas, fueron llevadas al salón justo a  tiempo para el inicio del tercer cuarto. Los hombres adoraban las visión de sus chicas en los postes, y, eran felices de tenerlas allí, arrodilladas, de nuevo. Las atormentadas jóvenes fueron puestas de rodillas, a horcajadas sobre los vibradores para afrontar la agonía de tan conocido castigo. Los chicos desabrocharon las desmesuradas mordazas que ellas habían modelado de forma tan bella en su torneo lo que provocó un suspiro de alivio y que se afanaran en trabajar un poco los castigados músculos de sus doloridas mandíbulas, los pocos segundos que mediaron hasta que las mordazas que estaban enganchadas a los postes reclamaron su lugar dentro de la boca de sus propietarias. Para constrariedad de las chicas las pinzas fueron repuestas sin clemencia en las palpitantes, gordas y sensibilizadas terminaciones de sus senos.

Laura, la camarera de turno, fue preparada por Ana en sus restricciones propias, poniendo la argentina especial atención en apretar los nudos del monoguante, hasta asegurarse de que los codos de la hermosa mucama quedaban juntos… aunque más que juntos el ajuste estricto del monoguante hizo que los codos quedaran inmisericordemente incrustado el uno contra el otro.

La doncella temporal se afanó en traer a los chicos sus bebidas, si bien, se le veía algo lenta, sin duda queriendo evitar un mayor castigo a sus ya doloridísimas tetas. La lentitud, provocó no pocas quejas jocosas de los chicos, señalándole que, para otra vez no la volverían a contratar.

El cuarto estaba mediado, y el espéctaculo ofrecido por ambos equipos era lamentable, así que para animar un poco el ánimo, a los chicos se les ocurrió una idea. Cada uno sacó 20 Euros de la cartera, y apostaron a ver que chica, podría tener un orgasmo mientras estas permanecían fijada y pinzadas a sus postes.

-Niñas, buenas noticias, hora de jugar. Hoy, se os va a permitir llegar al orgasmo, a ver si así le perdeis un poco de manía a vuestros sitios de ver los partidos. No nos importa mucho quien gane, pero, aquella de vosotras que no consiga ninguno, va a estar un poquito incómoda en la barbacoa de mañana. Las chicas, pese a lo divertido del tono, se tomaron muy en serio la “amenaza”, ya que esas “primas negativas” (eufemismo de castigo que empleban los chicos cuando se referían a sus esposas), que sus maridos empleaban cuando estaban juguetones, eran imprevisibles. Ninguna quería pasar la larga jornada de mañana con una mordaza de castigo, o luciendo unas pinzas bajo el sujetador del biquini, ser atada durante horas apoyada en la pared con el único apoyo de sus ya muy doloridas rodillas…. No, ninguna quería. Ciertamente las chicas iban a dar lo mejor de si mismas.

  -No obstante, damas, no todo va a ser fácil, el anuncio, hecho con pose estudiadamente teatral, no sorprendió a ninguna de las constreñidas bellezas, para ellas, el divertimento de ellos nunca era fácil. El tiempo límite es hasta que el árbitro pie el final del periodo, y, además el vibrador va ponerse en marcha a un nivel medio, nada más, y cuidado con hacer trampas, tened en cuenta que vuestras compañeras no van a dejarse engañar, cualquiera de vosotras sabe perfectamente cuando otra mujer finge ,y para más seguridad, Ana os supervisará. Si hay, ya no trampas, si no algo lo más minimamente sospechoso de cualquiera de vosotras, creo que lo mejor será instalar mañana los CINCO postes junto a la piscina, que seguro que en 10 horas de predicamento os da tiempo a repasar la moviola. Eso por supuesto, de la correspondiente sanción a la tramposa. Las sonrisas de los chicos mostraban que, sin duda, la amenaza era seria, borrando incluso la sonrisa de la cara de Ana. El número cinco, haciendo referencia a los postes no dejaba lugar a dudas, y el horizonte de permanecer en el poste durante 8 o 10 horas, sabiendo que la próxima jornada estaba destinada al mismo predicamento, la hizo estremecerse.

 Las chicas dieron un respingo cuando los vibradores se pusieron en marcha. Aunque estimulante, la potencia de las vibraciones era muy limitada para obtener un resultado tan solo aproximando la entrepierna al vibrador. Las chicas tuvieron que pugnar con sus restricciones para aferrar con sus muslos el aparato de placer, y apretarlo contra su sexo. Estos agónicos movimientos provocaban a su vez oleadas de dolor en sus pechos que dificultaban la obtención del liberador orgasmo.

 Eva fue la primera. Con su torso pugnando con las pinzas que lo retenían al poste, fue capaz de desafiar al dolor y obtener el primer orgasmo. A los pocos minutos fue Elena la que explotó en un discreto pero cierto orgasmo. El tiempo pasaba y Eva logró un segundo orgasmo, tan solo Sara seguía pugnando por alcanzar el requerido primer orgasmo. Sara limitada por el dolor que era multiplicado hasta el infinito por sus sensibles pezones, tenía una limitada conciencia del tiempo, pero sí sabía una cosa, que este pasaba inexorablemente.

  El comentarista de la televisión anunció que el fin de tercer cuarto era inminente, y Sara se vio a si misma en el día de mañana. Castigada. Con un excruciante bondage en sus brazos durante horas mientras las otras chicas charloteban despreocupadamente y comentaban la velada anterior. Con la grotesca mordaza de castigo distindiendo su boca hasta el punto que el dolor de la articulación ya se extiende a toda la cabeza, y los ojos se humedecen por el titánico esfuerzo. Oh… y como olvidarlo, esas terribles pinzas que iban a castigar sus pezones de forma inclemente. Oh, Dios, se veía así misma agonizando en el tormento de uncastigo que ella sabía era merecido en cuanto, fue avisada... ¿Sería capaz de resistirlo? Involuntariamente comenzó a sollozar,y con el llanto, y mientras el árbitro se llevaba el silbato a los labios, un orgasmo barrió su cuerpo, desde las uñas de los pies hasta los lacitos de su coleta agitando cuanto sus restricciones le permitían sus brazos en un movimiento, propio de una electrocución.

 Sin duda,  Eva había ganado 60 Euros para su marido, pero, con la intensidad de su orgasmo, el espectáculo lo había puesto Sara, que, junto a su actuación en el juego de las chicas, se había erigido como la protagonista indiscutible de la noche.

 El árbitro señaló el final del tercer tiempo, y Laura fue repuesta a su posición en el poste, de rodillas y a horcajadas del zumbante vibrador. Elena fue liberada brevemente de sus tormentos para ser ataviada como la camarera del último cuarto.

 

El último tiempo se prolongaba, y el espéctaculo deportivo se encontraba a años luz del que las cuatro hermosas cautivas protagonizaban en el salón.

 -Compañeros y por lo demás amigos, yo creo que hoy las chicas han estado de sobresaliente, expresiones de aprobación siguieron a la afirmación de Fernando, y posteriormente una conversación inaudible para las damas tuvo lugar entre los hombres sentados comodamente en los sofás. Subitamente, sin previo aviso, las tres chicas se irguieron sobre sus rodillas todo lo que sus restricciones les permitían. Divertidos, los chicos habían puesto los vibradores al máximo y un torrente de sensaciones atacaba a las jóvenes desde lo más hondo de su sexo. La potencia de la estimulación hizo que una tras otra todas alcanzaran un rápido y poderoso orgasmo. Pero eso, no era el final.

Divertidos por le espectáculo que sus mujeres les brindaban, los tres vibradores continuaron al máximo, martilleando la ya muy sensible feminidad de las chicas. No sé que dice la literatura acerca de los multiorgasmos, pero, las perlitas de la feminidad estaban saturadas, y cuando el segundo orgasmo las sacudió, el orgasmo las transportó más allá de lo razonable. Su vientre les dolía con cada convulsión y nada podían hacer por resistirse.

Las chicas estaban bailando el baile de las locas, igual que en el tercer cuarto se afanaban por apresar el vibrador, ahora, hubieran dado una mano por que sus mordazas y pinzas las hubieran dejado huir de los instrumentos de placer que tan salvajemente las estaban castigando.

Elena, pese a la tensión de las pinzas japonesas no pudo menos que alegrarse, de, esta vez, no estar amarrada a su poste.

 El último cuarto terminó y con él los chicos decidieron, que, podían dejar descansar a sus mujeres un poquito, y al unísono redujeron la potencia de los cilicios mecánicos que incendiaban la entrepierna de las indefensas cautivas.

 Ellas repiraron, recuperando no ya el aliento, sino la cordura que les había sido arrebatada por tan placentero y cruel tormento.

 Pero los maridos no estaban dispuestos a acabar la velada de una forma tan abrupta. Solicitaron a Elena que les sirviera cinco chupitos de Bourbon.

Cuando los tuvieron servidos, Ángel se dirigió a Ana, la asistente ese día, “por favor, acomoda a Elena por mi, ¿Quieres?”

-Aun os tenemos reservado un premio, niñas, apostillo Adolfo, cómodo con su papel de anfitrión.

 Ana, “desposeyó” a Elena de sus atributos de camarera, y, diligentemente redujo a la chica a la cautividad del poste, dejándola gimiendo en agonía cuando sus rodilllas volvieron a ser el único y sobrecargado soporte de su cuerpo. Ana sonreía abiertamente bajo su mordaza feliz de no tener que participar en cualquiera que fuese la sorpresa que los chicos les tuvieran reservadas a las cuatro cautivas.

 -Princesa, trae por favor unas esposas, y unos grilletes para los pies.

 Ana, sorprendida, cumplió al instante la encomienda de su marido.

-Mi Sol, ahora, pórtate bien y tumbate en la alfombra. Adolfo diligentemente aprovecho el pequeño tamaño de las muñecas de su esposa y esposó ambas muñecas, únicamente con una única esposa. Cuando el acero se clavó en su carne, aunque no era una situación desconocida para ekka, Ana pronunció una queja bastante inteligible y sonora, ya que, recordamos su mordaza era únicamente un bocado de goma situado entre sus dientes y firmemente asegurado por una correa tras su cabeza.

-Adolfo, divertido, contestó “Tienes razón, mejor asegurarse”, y para risa de los hombres procedió a cerrar la segunda esposa ciñendo de nuevo ambas muñecas de su mujera. Tras esto, le encadenó los pies con unos grilletes y procedió a arquear la espalda de su prisionera hasta que los pechos ornamentados por sus pinzas con cascabeles dejaron de tener contacto con el suelo. Solo entonces, satisfecho, procedio a unir los grilletes con las esposas que su mujer portaba desde el inicio de la velada en los codos.

Tanto ellas como ellos, no podían dejar dejar de admirar la hermosa cruedald de aquella belleza porteña llevada hasta el máximo de la flexibilidad femenina.

 -Bueno chicas, como fin de fiesta, vamos a realizar un experimento, vamos a tratar de que todas, compartáis la experiencia catártica de un orgasmo simultáneo. Sí, no nos miréis así… Todas juntas.

Cada hombre introdujo en su mujer una pequeña pero poderosa bala vibradora, la idea, sencilla pero brillante era ir, paulatinamente y al uníson, subiendo el nivel de potencia hasta llegar a la apoteosis final.

-Corredoras,¡Listas! ¡En sus marcas!

- ¡Espera, espera!, dijo José Luis “yo creo que al menos merecen que las escuchemos”. Los hombres sonrieron mientras su amigo retiraba las mordazas de la boca de las mujeres. Libres de las mordazas las chicas trataron de moverse un poco con la poca libertad que las pinzas que las mantenían presas y arrodilladas en los postes y así poder distribuir el peso de diferente manera a fin de aliviar el terrible dolor de sus rodillas.

 - ¡Ya!Los vibradores empezaron a rugir dentro de las chicas y cada nivel fue mantenido durante varios minutos. Finalmente, con el penúltimo nivel, las señales y gruñidos de las chicas, (parecían olvidarse de que ya no estaban amordazadas), hacían presagiar un inminente estallido.

 Sus maridos asistían complacidos, y, juntos, en alto, comenzaron una cuenta atrás: “ 5,4,3,2…”

-¡Cero! En ese momento pulsaron al unísono el botón de máxima potencia, y, simplemente el orgasmo partio a sus cautivas a la mitad. Un alarido de feminidad torturada y rampante inundó el salón para deleite de los complacidos varones.

-¡Guau! Chicas, ha sido… espectacular... las  entrecortadas y sinceras palabras de Fernando fueron respaldadas silenciosamente por los otros hombres que solo podían asentir con fuertes movimientos de cuello.

 Fue Laura la primera voz femenina que articuló una frase en toda la velada:
-Enrique, cariño, ¿puedes  liberarme de esta maldita cosa ya? Estoy muy cansada, y el partido ya ha terminado.Por favor... La que hablaba con un tono más de súplica que de imposición era Laura , que señalaba con sus ojos al poste del que era cautiva.

 Los chicos, se dieron cuenta de que, efectivamente, era hora de recoger, y marchar a casa.

Fernando cogió la mordaza que su esposa había traído de casa, y la introdujo en su boca, hasta que se acomodó sobrepasando los dientes y entonces procedió a abrocharla muy apretada. Sara entornó los ojos en protesta cuando tuvo que abrir la boca para alojar al incómodo huésped.

-Lo siento, cielo, pero las normas son las normas….

 Todos los maridos procedieron en forma similar liberando los pechos de sus amadas del cruel abrazo de las pinzas que las mantenían cautivas en sus postes y silenciándolas con las mordazas que habían traído.

Las chicas se vistieron, y antes de abandonar la casa fueron convenientemente esposadas y enganchadas a las correas con las que eran sujetas por sus maridos

Tan solo Ana, era mantenida en su estricto predicamento, la mordaza había sido repuesta y cruelmente apretada por Eva que estaba deseosa de devolverle el favor a la argentina cuando esta volvió a amordazarla a su poste. Mientras los chicos  se despedían y se emplazaban para la barbacoa del día siguiente las chicas se daban besos en las mejillas, o mejor dicho, acercaban sus brillantes y gigantescas mordazas a las mejillas de sus hermanas.

Adolfo acompañó a sus amigos a la puerta, y al cerrar esta, la casa quedo silenciosa, tan solo los agónicos quejidos de Ana turbaban la paz.

El anfitrión se acercó a su esposa a la que el doloroso y estringente bondage había echo sudar como si hubiese corrido una maratón. Se sentó en el suelo junto a ella, y le acarició el pelo.

-Estás preciosa, reina de las cautivas, creo que vas a quedarte un ratito así. El anunció fue seguido por un comienzo de sollozo por parte de la bella porteña.

-No te preocupes si eres buena, te desataré y no tendrás que pasar así toda la noche (en relidad no tenía intención de someter a su amada a tamaña crueldad). Lo que sí…. Esta mordaza está apretadísima. ¿Quieres que te la afloje, para estar más cómoda mientras me pego una ducha? Los humedecidos ojos azules  de la argentina se cruzaron con los de su marido, que la miraba embelesado.

Por toda respuesta, Ana sacudió enérgicamente la cabeza rechazando la oferta de su guardián.

 Ana quedo como una figura inmóvil, arqueada en una comvulsión eterna, llorando, sufriendo/disfrutando de su estringente bondage, mientras Adolfo, se metía en el baño, convencido de por que estaba enamorado de su mujer.