El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

miércoles, 31 de marzo de 2021

Mi primera inmersión en el spanking

 Hace unas semanas, un chico, a través de la red del Pajarito, me preguntó por qué no me decidía a realizar un relato sobre  spanking.


 

En un principio, dudé, ya que al contario que en el bondage, mi experiencia en el tema es bastante limitada, y circusncrita a algún azote furtivo en las noches universitarias de unos tiempos en los que el incidente acababa con un sonoro "gilipollas", y no se aplicaba a nadie la ley antiterrorista , (que tiempos de salvajismo aquellos ya lejanos 2001-2006...), y en tiempos más recientes a algún azote de mi marido ,(siempre son bien recibidos 😉), en ocasiones en que los merezco... y otras en los que no tanto. 

Imagino que todo esto suena bastante vainilla y, en general, conocido para cualquier lector normal de mi blog.

Sin darle más vueltas pasaron los días hasta que un día, de camino al hospital donde trabajo, como no se puede hablar en el bus una piensa más, se me ocurrió una historia.

Cómo ya sabéis, yo en este blog, hago fluir mis fantasias, por lo que al final, como mujer profundamente heterosexual y superficialmente sumisa, siempre plasmo mi orden ideal de las cosas, lo que yo necesito. Y aunque este orden es imposible en la práctica, siempre es saludable, para mi, el concebir mis sociedades utópicas, donde los hombres ofrecen lo que yo necesito y las mujeres reciben lo que yo anhelo.

En mis mundos, los varones son protectores, fuertes, cultos, deferentes, atentos, estrictos y gozan de ver a sus amadas sufriendo para ellos; ellas son sofisticadas, cultas, hiperfemeninas, dulces , anhelantes de sufrir para sentirse deseadas y poseídas por sus hombres y, en muchas ocasiones, con ese puntito "brat" que sirve para desencadenar la acción.

Pues bien, aquí asaltó mi cabecita inquieta la idea de Isla Cane (vara en inglés). Una pequeña y próspera isla estado, fundada a principios del siglo XX por spankers y spankees de todos los lugares del mundo, donde la disciplina doméstica es piedra angular de la cohesión de una sociedad tan cosmopolita.

Aquí, sin abandonar mi habitual narrador omnisciente, ( lo siento, soy muy limitada como escritora), me pongo en los tacones de Jimena Signori, fiscal de la isla, y firme creyente de que, no importa lo inteligente, exitosa o independente que sea una mujer, al final, siempre hay momentos donde necesitamos que alguien nos (me) caliente el culete.

 

A ver que os parece. De verdad, no muerdo, y, si me leeis, me encantaría que me dejarais, críticas y sugerencias, ideas, opiniones. Como sois poquitos, estoy segura de que, al final se podría crear una retroalimentación muy cuqui y familiar.


Las curiosas costumbres de Isla Cane. El día de Sofía. (2/4)

Cuando llegó a casa, el coche de su marido, ya estaba aparcado a la puerta, y a la alegría de llegar a casa y que él estuviera, se le sumó el congojo de tener que decirle que había tenido que ser coregida en el trabajo, y, como era tradición en todas las casas, una zurra en el trabajo, implicaba una zurra al llegar a casa, así que, inexorablemente, el incidente del trabajo iba a cobrarse un peaje sobre sus ya doloridas nalgas.

La fornida figura de su marido se recortaba en la puerta, sonriendo ampliamente a su mujer a la que amaba sobre todas las cosas. Sin ser particularmente alto, en torno al metro y ochenta y cinco, sus amplias espaldas y musculosa anatomía eran, sin duda su seña de identidad, su corte de pelo, de estilo militar remarcaba su cara de trazos varoniles, enmarcada por un cabello y barba negros, que ya presentaban alguna cana prematura. Como biólogo, era el jefe del programa de reintroducción de la foca monje del Mediterráneo en Isla Cane.

Sin dejarla traspasar la puerta, la cogió de la cintura y la besó con ternura.

-          ¿Qué tal el día, Batwoman? ¿Persiguiendo a los malos?

Jimena torció la boca antes de contestar.

-          Mmmmmmmmmmia….. iba bien, pero justo antes de venir me gané una zurra... Aunque el jefe me ha felicitado, y me ha dicho, que algún día su puesto será mío, la verdad es que no me esperaba ese arranque de generosidad por su parte.

-          Bueno…. Eso es que sabe a quién tiene la suerte de tener al lado. Siempre te lo digo, eres tú la que verdaderamente lleva la fiscalía. Y bueno, sobre el otro incidente, no te preocupes, esta tarde Sofía tiene su recapitulación, y puede ser buen momento.

-          Vale, cariño, pero porfi, no seas muy severo, que luego tengo que ir con las chicas, que quedé con ellas, tengo noticias de lo nuestro, verás…

Sofía, la estudiante de intercambio que vivía en su casa, ya había puesto la mesa, y se afanaba en servir los platos. Debido a que el  nivel educativo que proporcionaba la universidad de la isla era muy elevado, esta era un referente en todos los programas de intercambio. Como el nivel de vida local era caro, no era extraño que muchas chicas se alojaran en casas donde, aparte del alojamiento, conseguían un dinero por ayudar a sus anfitrionas en las labores domésticas. La madre de Sofía, además, era la soprano más importante que había dado el país, si bien, llevada por el amor, ahora residía en Milán, por lo que las peculiares tradiciones del país se habían mamado desde niña en su casa. Cuando su hija pudo optar por estudiar su carrera de Farmacia en Isla Cane, no tuvo dudas, no  solo por el grado de excelencia, si no, la seguridad que ofrecía la isla con  una tasa de criminalidad prácticamente nula.

La comida transcurrió animadamente, con Jimena contando las nuevas de su citación ante el Consejo, cuanto más se metía en la conversación más se animaba, y utilizaba las preguntas de Rodrigo y de Sofía para ir articulando posibles líneas de discurso, la sobremesa avanzó tratando de este y otros temas y ya eran más de las cuatro cuando Rodrigo miró su reloj.

-          Sofía, cariño, estate preparada para la recapitulación a las cinco. Ya recogemos nosotros la mesa.

La recapitulación semanal era un momento temido por todas las mujeres en Isla Cane. Tenía lugar en los domicilios donde, ante el cabeza de familia, la chica debía presentar su cuaderno con las azotainas que había sufrido durante la semana, y, así mismo, si había cometido alguna infracción que hubiese quedado sin disciplina.

Según el código, que fijaba la recapitulación como obligatoria para todas las mujeres, al contrario que las zurras que se propinaban cuando se producía una infracción o fallo, que tenían como fin corregir este, la recapitulación era un castigo. A la chica, según el número de correcciones a las que había sido sometida durante la semana, se le imponía un castigo, que en todo caso debía de ser severo, y que rara vez implicaba menos de hora y media horas de azotes con diferentes utensilios y en diferentes posiciones.

Si, por un comportamiento particularmente bueno, la chica no hubiera necesitado ninguna corrección a lo largo de la semana, se le aplicaba una sesión de refuerzo. Este refuerzo consistía en un castigo de la misma intensidad que una recapitulación, pero más breve, siempre menos de una hora. Su objetivo, aparte de servir de reconocimiento al buen comportamiento de la mujer, es recordarle las consecuencias que tendrá que afrontar si se aparta del camino recto. Aunque más breve, es suficiente para que las marcas y dolor persistan en el culete de la chica durante varios días de la siguiente semana.

A las cinco, el salón estaba preparado para el inicio de la sesión de Sofía. La caja de los utensilios se encontraba junto al sofá y Sofía, desnudad e cintura para abajo, esperaba de rodillas con el cuaderno de disciplina, una libretita rosa con un gaticornio en su tapa delantera. Al contrario que las correcciones que podían tener lugar en privado, las recapitulaciones y los refuerzos tenían lugar en un lugar común de la casa, y como elemento pedagógico todas las chicas debían asistir a él, para que sirviera de ejemplo en caso de las recapitulaciones como de incentivo en el raro caso de ser testigos de una azotaina de refuerzo.

La compungida niña comenzó la lectura, y ciertamente la semana no había sido buena. Incluía más de treinta ocasiones en las que su trasero fue caldeado a lo largo de la semana: desde una azotaina con paleta de madera por la seguridad del campus por dejar mal aparcada su bicicleta, varias correcciones en clase y hasta el propietario de un bazar que decidió aplicarle un correctivo con una espátula metálica después de que chocara accidentalmente contra un expositor, afortunadamente para su trasero sin llegar a tirar nada.

Finalmente, se hizo el silencio.

-          Sofía, has sido muy negligente esta semana. Sobre mis rodillas. Ya sabes que, si despegas las punteras del suelo, o te cubres con las manos, no dudaré en empezar de cero. ¿Vale?

-          Sí, señor…

La joven se levantó y con pasitos cortos como si tratara de retrasar lo inevitable. La rubia estudiante se acomodó lo mejor posible apoyando su vientre  sobre los muslos de Rodrigo. Finalmente, la mano derecha del hombre se alzó y descendió con rapidez dejando de manera instantánea  la silueta rosada de la palma en el trasero de la desdichada. Los azotes se sucedían con tal rapidez que el dolor no se devanecía, sino, que al contrario cada vez, dolía más.

Rodrigo aplicaba un patrón aleatorio, para no darle oportunidad a la desventurada de adivinar el próximo lugar de impacto. Cada azote era seguido por un quejido de Sofía, que aún era capaz de aguantar el llanto.  Al cabo de diez minutos de asalto, las nalgas y parte superior de los muslos de Sofía eran de color carmesí.

El hombre comprobó que el tono de la piel era uniformemente colorado antes de dejar de azotar el trasero  de la joven que se retorcía todo lo que el temor de separar las punteras de sus pies del suelo le permitía.

-          Bueno, fierecilla, te estás portando bien. Ha terminado la primera etapa. Contra la pared, las manos apoyadas en el muro y las caderas hacia atrás. Espalda arqueada que el culo tiene que quedar bien expuesto.

 

En las recapitulaciones, al contrario que cuando se corregía, no se esperaba que la chica agradeciera “las atenciones” más que al final.

Sofía adoptó la posición en la que esperó unos minutos mientras el hombre, bebía un vaso de agua para recuperarse del esfuerzo realizado. Ni que decir tiene, que la breve tregua también fue celebrada internamente por la chica, que aunque en posición un poco ortopédica, al menos por unos instantes, no sentía una tormenta de golpes en sus posaderas.

Rodrigo tomo una correa de cuero, rectangular de unos veinticinco por diez centímetros y con un pequeño mango de madera, que servía para poder aplicarla con la precisión que se necesitaba.





 

El hombre se situó detrás de la joven que, intuyendo la posición de Rodrigo, había empezado a hiperventilar anticipando lo que estaba por venir. Rodrigo, como varón juicioso, antes de aplicar la correa, comprobó que todo el culo estuviera caliente y rojo por igual, aplicando unos fuertes azotes con la mano en zonas que le presentaban duda arrancando respingos de dolor de la pobre Sofía.

El cabeza de familia se pasó la correa a su mano derecha y la apoyó sobre el trasero de la joven que se estremeció al notar el mero contacto del cuero curtido sobre su indefenso y ya muy dolorido trasero. Un gemido de la joven cuando el cuero se despegó de su nalga fue el pistoletazo de salida de la ordalía que le esperaba.

La correa, aunque terriblemente dolorosa para los traseros de las jovencitas revoltosas, es en las recapitulaciones considerado, aun, como un calentamiento más que como castigo propiamente dicho. Y como tal, aunque con dos correazos se podía cubrir toda la superficie del trasero de Sofía, Rodrigo se esmeró, aplicando los correazos en patrón descendente pasando de una nalga a otra hasta que con cuatro correazos se aseguraba que todo su trasero y parte trasera de los muslos quedaba de un color rojo carmesí. Al llegar a media altura del muslo, el patrón volvía a repetirse desde arriba.

Cuando el cuero alcanzó por primera vez la delicadísima piel de sus piernas, Sofía que hasta ese momento gemía y se retorcía como un pescado moribundo, soltó un chillido que hubiera escandalizado a los gatos de cualquier callejón y, sin poder reprimirse, rompió en llanto.

Los gritos, entrecortados por los estertores de sus pulmones pidiendo aire, se producían de forma constante ya que, los feroces azotes se sucedían de forma continua. El espectáculo de la joven sollozante ante el estricto castigo impresionaría a cualquier testigo… siempre y cuando, este no fuera una mujer tan acostumbrada a  ser disciplinada como Jimena, que no obstante asistía un poco compungida sabiendo que su turno sería al día siguiente por la tarde.

Rodrigo mantuvo el ritmo de la correa durante quince largos minutos, cuando ya toda la zona de castigo había adquirido un tono de rojo púrpura, y Sofía, ahogándose en su propio llanto mantenía la cara pegada a la pared, girada sobre su hombro, con la boca abierta ya sin ser capaz de articular sonidos, en un estertor de callada agonía.

Tras quince minutos, el ritmo de los correazos se ralentizó, pero, su fuerza se redobló, eran los últimos azotes de correa, y era preciso que cuajaran la impresión correcta. Tras tres correazos que la mártir pensaba que le estaban arrancando la piel con tenazas al rojo, en un gesto espasmódico, Sofía, que hasta ese momento había mantenido en todo momento la posición arqueada, no pudo evitar que la cadera se desplazara hacia dentro en un reflejo de evitar el el doloroso aguijonazo del beso de la correa. La piel restalló, y la caricia del cuero, preñada de dolor calló sobre un lateral de su nalga.

-        -   Acabas de ganarte una penitencia. ¿Quieres portarte mal? Otro gesto de no colaborar, y te aseguro, que vuelvo a empezar con la correa desde el principio.

Sofía giró la cabeza de forma exagerada, casi convulsiva.

-      -     Ooooo, pod favod, eñod. O siento, o siento. O quise, o quise. De vedad

En realidad, la amenaza tenía más de baladronada que de realidad, pero, como encargado de la disciplina, no podía permitir que las chicas pensaran que, romper la posición de castigo, era cosa baladí. La propia penitencia que le había anunciado era algo, que, invariablemente iba a suceder, ya que para las caneitas, todas las zurras solían acabar con alguna “rebeldía que expiar”.

Los últimos dos correazos cayeron sobre la parte trasera de los piernas, y fueron tan poderosos que las vibraciones se transmitieron por la carne de sus dos perfectamente torneados muslos. Un alarido de voz rota salió de la garganta de Sofía que desencajada miraba al techo, en una pose que, a la dueña de la casa le hizo recordar a una loba que aullara a la Luna.

Ya había pasado media hora de la sesión semanal, cuando, Rodrigo decidió conceder una pequeña tregua.

-         -  Sofía, tienes un receso de cinco minutos. Vete al baño y recomponte.

-       -    I, señod, - dijo la muchacha a quien los mocos le impedían respirar por la nariz-, acias, señod.

La joven entró en el baño y tras sonarse, contempló en el espejo el paisaje de apocalipsis que presentaba su trasero. Caliente como el infierno, notaba como la piel púrpura le quemaba las manos cuando se acariciaba la macerada carne. Tras sonarse y enjugarse las lágrimas tomo un corto sorbo de agua que le sirvió para hidratar su garganta, seca, tras el festival de aullidos. Como no tenía reloj, y por nada del mundo quería afrontar las consecuencias de llegar tarde a su cita con su merecido castigo, inmediatamente regresó al salón.

-          - ¿Estás mejor, cielo? Preguntó la mujer castaña que había sido espectadora única de todo el calvario.

-       -    Si, gracias, Jimena, deseando ya de terminar.

-        -   Pues a ver si la próxima semana, eres más cuidadosa, y ya, ni empezamos.

Todos sabían que las palabras de Rodrigo eran un pura entelequia, ya que, el disfrutar de un refuerzo en lugar de sufrir una recapitulación, era algo, que la mayoría de las habitantes de la isla, jamás habían experimentado.

-          Sofía, inclínate sobre la mesa del salón. Culete en pompa y las manos bien agarradas a los bordes. Ten cuidado con tratar de cubrirte subiendo uno de los pies. ¿Está claro?

-        -   Sí, señor –dijo la joven mientras adoptaba la posición requerida.

Si tuviera autorizado girar el cuello, vería como el siguiente utensilio era la paleta de lexan transparente. Era un utensilio de gran ligereza y rigidez que tenía una gran reputación de hacer volver a sus cabales a las jovencitas descarriadas.

La azotaina con tan dañino implemento se prolongó por veinte largos minutos, y se centró en la parte inferior de sus doloridas nalgas. Ni que decir tiene que propinar tal cantidad de azotes en un área tan pequeña tuvo unos efectos inmediatos en la infortunada penitente. El llanto retornó desde el primer chirlazo y tras los primeros, Sofía gritaba como un mono aullador. La concentración de azotes hacía que estos cayeran siempre sobre carne recién golpeada y la reacción era casi eléctrica.





 

Si bien esta no era la fase más dolorosa del castigo, si era la más importante, ya que con ella se buscaba castigar la zona de los puntos de contacto. Esta era la parte del trasero que, cuando la chica se sentaba entraba en contacto con las superficies, y castigarla durante un periodo largo con un utensilio rígido, aseguraba que la zona permaneciera amoratada y dolorida durante toda la semana, siendo un doloroso recordatorio de las consecuencias de portarse mal, cada vez que sentara.

Sofía, recostada en la mesa sobre su pecho, sollozaba y se movía frenéticamente de un lado a otro como si fuera un salmón que trata de superar un rápido con poca agua, impotente ante el huracán de golpes que habían convertido la parte trasera de sus nalgas en un volcán en erupción. Finalmente en su estéril lucha, ocurrió lo que era inevitable, tras el tercer golpe seguido que caía exactamente en el mismo punto, espasmódicamente, la joven despegó un piel del suelo en vano intento de cubrirse, o de ralentizar el siguiente azote.

-         -  Sofía, baja ese pie, ya.

La joven, que recobró la lucidez ante la severa voz que la interpelaba, bajó inmediatamente el pie, maldiciéndose a sí misma, ya que, ese desliz le iba a suponer varios azotes de penalización.

Finalmente, los cuatro últimos azotes aterrizaron sobre la parte superior de los muslos, que debido a su delicadeza, nunca se deben convertir en objetivo prioritario de los instrumentos rígidos. Un ronco aullido de agonía cercioró a los presentes, que esos cuatro últimos paletazos habían logrado captar la atención de la pobre muchacha.

Finalmente, la recta final del castigo se asomaba, y, antes de afrontarla a nuestra protagonista, le fue concedido un descanso de cinco minutos. Antes de transcurridos tres Sofía se encontraba de vuelta en el salón. Rodrigo le ordenó que se recostara boca arriba sobre el sillón, y le pidió a su mujer que sujetara en alto las piernas de la joven. Era la conocida como postura del pañal, y las dos mujeres sabían que esa posición es perfecta para emplear elementos flexibles que tengan como principal objetivo los delicados muslos de las mujeres revoltosas.







 

El último utensilio no salió de la caja de implementos, sino de la cintura del hombre que parsimoniosamente sacó el cinturón de brillante cuero negro que ceñía su pantalón el cual dobló en dos y con él agarrado por la parte de la hebilla se preparó para la siguiente etapa del viacrucis semanal.

Como las dos mujeres habían deducido por la postura elegida, desde el primer azote, el objetivo fueron los muslos haciendo que la pobre Sofía emitiera alaridos de dolor que hubieran podido romper cristal; Jimena, de hecho se sonrió pensando que era lógico, que, al fin al cabo su madre era una excepcional soprano. La joven se retorcía de dolor con cada vergazo, tratando de evitar que sus manos, libres de cualquier asidero trataran de impedir, estúpidamente, el castigo de sus martirizados muslos.

Las marcas de color púrpura se alineaban en la parte trasera de sus muslos, y dado que el cinturón, aun doblado era lo suficientemente largo y flexible, cuando impactaba, aun contaba con la suficiente inercia para enrollarse sobre los firmes muslos de Sofía y castigar la hipersensible piel del interior de sus piernas.

Jimena se afanaba en sostener las piernas de su amiga, sabedora de que, si fallaba al hacerlo, habría con toda seguridad consecuencias indeseadas para su trasero, no obstante la desquiciada joven trataba de zafarse de ese agarre y sustraer a sus mulos de tan severo castigo.

Al fin, tras cuatro zurriagazos particularmente fuertes y seguidos que dieron con la estrecha cinta de cuero hundida en la sensible carne, el cinturón cayó para no volverse a levantar contra la muchacha que ya sin lucha, extenuada, recibía los azotes con sordos gruñidos entrecortados por los abundantes sollozos.

-        -   Sofía, hemos terminado con el cinturón. Arrodíllate mirando a la mesa. Y nada de tocarse el trasero. Jimena tiene una cuenta pendiente antes de tus penalizaciones.

Jimena tragó saliva cuando su nombre salió a la palestra, y como conocedora de los particulares rituales de la disciplina doméstica, se levantó y se acercó a la mesa.

-        -   Cariño, hoy has sido descuidada, y te ganaste una corrección en el trabajo. Creo que doce cintarazos serán suficientes para ayudarte a aprender la lección, ¿Verdad?

La suavidad y el amor que impregnaban las palabras cada vez que Rodrigo hablaba a su mujer no ocultaban, sin embargo, el severo correctivo que se avecinaba, si bien, recibir en casa dos azotes por cada uno recibido en el trabajo era, bastante generoso teniendo en cuenta las prácticas habituales.

-   Sí, señor, estoy, de hecho, muy arrepentida.

- Bueno, princesa, verás cómo aprendes de todo esto. Quítate la falda y las braguitas por los tobillos. Sé un buen ejemplo para Sofi, y recuéstate sobre la mesa, el culete bien expuesto.

Jimena obedeció en silencio y serena pero con creciente temor adoptó la postura.

El primer cintarazo no se hizo esperar, aterrizando justo en el medio de su nalga derecha dejando una alargada marca rosada. El cuerpo de la esposa se empotró contra la mesa, aunque, tanto por fuerza como por golpear una zona con bastante más “acolchado” este azote.

-       -   Uno. Gracias señor.

    Desde su posición a poca distancia de la acción, Sofía, iba recuperando un poco la compostura y el        ritmo de la respiración, y, por qué negarlo, asistía divertida al espectáculo que se le ofrecía. En los         meses que llevaba en su casa, había aprendido a querer a Jimena como a una hermana mayor, y verla     disciplinada por un hombre que la adoraba y le ofrecía todos los mismos y firmeza que necesita una         chica, le producía cierta alegría. Además, como alguna vez le había reconocido, era una suerte que         ya     que era inevitable que tarde o temprano te acabaran calentando las posaderas, mucho mejor si         es     alguien tan guapo.

    La disciplina proseguía llenando de verdugones la parte más prominente del respingón trasero, si             bien era obvio, que no se estaba empleando tan a fondo cómo hacía un rato. Esto, y ambas mujeres         lo     sabían, no se debía a un trato de favor, si no que, al día siguiente, por la mañana, era el turno de     Jimena para su recapitulación semanal, y haberse empleado a fondo, implicaría un exceso de             sufrimiento que una chica tan dulce y obediente, no merecía.

-        -   Diez. Gracias, señor.

El undécimo azote fue inesperado, ya que en vez de caer horizontalmente cayó como un rayo sobre la parte superior de la curva de sus nalgas. La piel restalló y una marca notoriamente más oscura que las anteriores se empezó a hacer visible sobre la pálida piel.

Jimena no se lo esperaba, y emitió un respingo de dolor, mientras noto un aumento de la presión sanguínea y como los ojos se le humedecían.

-      -  Once. Gracias, señor.

El último azote, fue igual, dejando una progresivamente más oscura marca en la otra nalga. Jimena suspiró aliviada sabiendo el final de su castigo.

-     -     Doce. Gracias, señor.

-     -     De nada, cielo, sé más cuidadosa de ahora en adelante.

-     -     Ya…. Fueron las prisas, quise acabar pronto el dossier, y al final cometí ese fallo tonto.

Roodrigo levo la barbilla de su mujer con su dedo índice.

-    -  Bueno, pero seguro que desde ahora, tendrás más cuidado de que las prisas hagan sombra a tu magnífico trabajo.

Los ojos marrones de Jimena se perdieron dentro de la inmensidad azul de los ojos de su marido que la miraban y ahogaban en una marea de amor infinito. Con gesto pícaro, la mujer lanzó sus labios y le robó un piquito a su marido.

Para gran parte de las mujeres de Isla Cane, asisitir a la disciplina de otra chica siempre era un espectáculo agradable. La propia experiencia les había dotado de gran juicio para valorar los castigos y eran jueces inclementes analizando todo, desde la intensidad y recursos técnicos del spanker así como las reacciones de la spankee, en general que una dama sobreactuara en un castigo estaba muy mal visto, y en este aspecto Sofía no era una excepción. Y aun sintiendo la palpitante agonía de su trasero, se consideraba afortunada, ya que Rodrigo era comedido y respetuoso, aunque estricto, tal y como debía ser un hombre. Ojalá ella, pensaba, pudiera, algún día encontrar un marido igual.

Rodrigo se rio y dio dio una tierna palmada en el trasero a tu mujer.

-     -   Anda, bribona, ve a sentarte. Y Sofía, pasa al centro.

Obediente, la chica, deseosa de afrontar ya la última dificultad de su castigo semanal quedó en pie en el centro de la sala.

-      -    Ahora, dóblate hasta que te alcances los dedos de los pies, y no me hagas trampa doblando las rodillas, que me daría cuenta.

Jimena sonrió, se daría cuenta, y no sería buena para ella – pensó-.

Obediente, la joven estudiante adoptó la incómoda postura. Normalmente, los azotes de penalización se suelen recibir con la spankee situada en una postura poco confortable, ya que, a parte del dolor de los azotes le suponga un desafío mantenerse como le había sido ordenado y no hacerse acreedora de más atenciones.

-     -      Bueno, ya casi terminamos, serán seis con la vara.

Sofía tragó saliva al oír la palabra vara. Sin ninguna duda ese delgado diablo de ratán era el instrumento de disciplina más temido por todas y cada una de las chicas de la isla, las cuales debían afrontarlo con más o menos frecuencia. Se trataba de una flexible vara de ratán de algó más de un metro de longitud, lo que garantizaba que cada una de sus caricias llegaría a las dos nalgas de la mujer que se hiciera acreedora de sus atenciones.

Rodrigo se situó por detrás, y apuntó con cuidado, (al ser tan lesivo, la vara exigía un control perfecto), el primer azote cayó en la parte centrl de su martirizado trasero, con tal violencia que incluso la torneada carne del sulo de Sofía parecía que estaba absorbiéndola, tan profundo fue el zurriagazo. Un verdugón recto de color violeta se empezó a formar nada más despegar la vara del trasero de la desdichada. La pequeña rubia se tambaleó en su precario equilibrio y emitió un aullido de dolor.

-     -     Uno. Gracias, señor.

Los siguientes tres azotes aterrizaron inmediatamente debajo del primer azote, dejándole el tarsero con 4 rayas paralelas separadas por una muy estrecha franja de piel roja. Desde el tercer impacto, Sofía estaba rota en llanto y sus alaridos sonaban ya con voz ronca después de haber sometido a tan severo castigo durante casi dos horas. En su postura que se afanaba por no romper, las lágrimas caían directamente sobre la alfombra formando un cerco de humedad en la misma.

El quinto azote busco dejar una huella perdurable para ayudar a la chica a valorar mejor las consecuencias de sus actos durante la siguiente semana: con una precisión de láser alcanzó el pliegue que forma el muslo cuando se encuentra con la nalga. Esta zona ya se encontraba muy dolorida por el reciente asalto del cinto, y ella sintió como como si quisieran sajarle las piernas con una sierra al rojo. A pesar del alarido y de retorcerse, fue capaz de mantener la postura.

Rodrigo comprobó la eficacia de su caricia, e internamente, se sintió orgulloso de aquella chica que tan bien estaba afrontando las consecuencias que su mal comportamiento le había acarreado.

El golpe final, cayó al sur del anterior, directamente en la parte superior de las piernas, ya muy sensibilizada por el prolongado castigo, que rápidamente se vio adornada por una marca púrpura que cruzaba ambas. Solo un supremo esfuerzo de voluntad y el pavor a ver prolongado el martirio previno que Sofía separase sus manos de las puntas de sus pies a pesar de la violenta embestida, y una salvaje sacudida de cabeza y un eterno alarido de voz rota fue la única repuesta de la obediente mujer al dolor que se había apoderado de su parte trasera.

Rodrigo se separó hacia atrás.

-     -     Bueno, hemos terminado.

-   -       Gracias, señod – dijo Sofía sin atrverese a romper la postura que ya le provocaba palpitaciones de dolor en su arqueada espalda-.



 


 

-      -    Espero que todo el esfuerzo al menos sirva para que aprendas la lección.

-      -    Si , señor, lo prometo.

-      -    Bueno, permanece sin moverte quince minutos, para ayudarte a interiorizar el aprendizaje.

Sofía gimió por dentro, pero sabía, que el tiempo de reflexión era obligado después de un castigo estricto. Junto a los agarrotados músculos de la espalda, lo que más lamentaba era no poder masajearse su dolorido trasero que le parecía iba a entrar en erupción de un momento a otro.

Rodrigo se sentó junto a su mujer que le enseñaba unas posibles compras en Amazon sin perder de vista el reloj. Finalmente los quince minutos pasaron.

-       -   Bueno, Sofía ¿Ya has recapacitado?

-        -  Sí, señor, -en el fondo hubiera cualquier cosa con tal de poder abandonar la agotadora postura-.

-     -     Pues ya está. Espero que no vuelvas a cometer ya los mismos errores.

Sofía se acercó al hombre y lo abrazó.

-     -  ¿Ya no estás enfadado?

- - Rodrigo la rodeó con sus brazos y le besó la cabeza.

-          No, ni nunca lo estuve. Una cosa es que sea mi deber castigarte, pero uno no se enfada con quien quiere y respeta.

Ante la mirada de Jimena, permanecieron abrazados por espacio de un minuto.

Finalmente, Rodrigo se separó y le pidió a su mujer que acompañara a Sofía a su cuarto, y la ayudara con los ungüentos y pomadas que, tras la azotaina, contribuían a disminuir un poco las futuras molestias. Curiosamente, los fabricantes de cosmética de Isla Cane eran reputados por sus bálsamos de este estilo… sobre todo después de que la incorporación como químicas y científicas de muchas mujeres a las plantillas de estos fabricantes.

Las dos chicas subieron, y se dirigieron al baño.

-     -     Odio la vara.

Jimena sonrió.

-     -     Pues claro, tonta. Como todas. Por eso es tan importante que esté ahí cuando nos la merecemos.

Jimena remarcaba esto, sabiendo que en su casa, la vara se usaba en contadas ocasiones, principalmente cuando se producían episodios de mal comportamiento en un castigo y eran precisas penalizaciones. Lo de hoy, a su juicio había sido un ejemplo del correcto empleo de la vara.

-     -     De verdad… a ves me cuesta entenderos. Ya sé lo que mi madre me explicó, y es guay que los chicos nos presten tanta atención y nos sean siempre presentes… pero, a veces, creo que os pasáis.

-      -    Entiende que son nuestras tradiciones, y que nuestros fundadores crearon un país muy avanzado en una isla relativamente pequeña, y eso es solo por el orden social. Por eso me preocupa que mis propuestas… Bueno… - se recompuso-, túmbate en la cama que ahora voy con bálsamo. Que son casi las siete, y yo tengo planes con las chicas, y tú, estoy segura que también. ¿Has quedado hoy con el becario de tu facul?

Sofía sonrió pícaramente. 

Un poquito… contestó haciendo un gesto con dos dedos.