El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

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viernes, 11 de febrero de 2022

Primer relato. La historia de Paula.


 

Nuestra protagonista miraba el despliegue de metal que su madre y tía se afanaban en ordenar sobre la cama con un hormigueo de anticipación, por un lado temiendo y por otro anhelando el momento en el que el cinturón de castidad recién desempaquetado se ciñera sobre sus caderas dejando  vedado el acceso a sus zonas más privadas.

Esa mañana mientras, en el baño se preparaba para ese momento eliminando meticulosamente el aseado tapiz de vello que cubría su pubis, pensaba en la cadena de acontecimientos que la habían llevado a esa situación…

 

Paula era la más joven de dos hijas de una familia bastante acomodada de una pequeña ciudad de provincias, la educación en su casa siempre había sido bastante conservadora, aunque nada hacía presagiar que, en su familia, se llegaría a dar el paso de querer protegerla con un cinturón de castidad como a sus primas.

Tras un paso anodino por la educación primaria y secundaria, sacadas sin sobresaltos pese a que la joven mostraba más inclinación hacia los diversos temas de interés de una adolescente que hacia los estudios, llegó el gran Rubicón de abandonar el techo parental para iniciar su vida universitaria. Ni que decir tiene que, a sus padres ya entrados en años, la idea de que su hija más pequeña abandonara el hogar familiar era una idea que no les atraía demasiado.

Un  Volskwagen Escarabajo como regalo fue una poco sutil manera de mostrar sus padres su preferencia por que, al haber elegido cursar una doble titulación en una Universidad Privada en una localidad cercana que la posibilitaba a ir y venir cada día, ellos preferirían que su hija continuara viviendo con ellos. Un coche siempre es un buen regalo para una niña de dieciocho años, pero la posibilidad de vivir con cierta independencia era un canto de sirena demasiado atrayente como para ser ignorado.

Por mediación de la parroquia los padres contactaron con los padres de otras tres chicas que estaban en las mismas circunstancias y, a través del párroco lograron que una señora les alquilara un piso a tiro de piedra del campus universitario. Las condiciones del piso eran muy buenas, y la única línea roja era que era un piso para señoritas universitarias y, por ende, toda compañía masculina estaba estrictamente prohibida.

Las cuatro chicas pronto congeniaron, y pese a que cada una estudiaba una carrera diferente se hicieron muy amigas compartiendo gran parte de su tiempo libre, y este, a su vez, como es obvio en esas edades era ocupado en su gran mayoría por las interacciones con algunos de sus compañeros del otro sexo. En un primer momento, la norma que prohibía chicos en el piso era, incluso, bien recibida, ya que justificaba quedar en lugares públicos, siempre menos comprometidos, pero, con el paso de los meses, las amigas fueron estrechando relaciones con otros grupos de chicos, y tras varias veces en los que invitaron a chicos a su casa, si bien siempre para veladas de lo más inocentes, sucedió lo inevitable.

El motivo de la quedada era hacer una maratón de películas de Peter Sellers, y tras seis horas de copas y risas, uno de los vecinos llamó a la casera protestando por las risas intempestivas y el ruido inherente a tener ocho jóvenes de juerga en una vivienda.

La casera en un primer momento trató de contactar telefónicamente con sus inquilinas, pero, tras una serie de llamadas infructuosas se preocupó y acabó personándose en la vivienda que no distaba mucho de la suya propia. 

El resultado de la visita no pudo ser más contundente: al día siguiente los padres de dos de las chicas fueron a recogerlas, y tanto Paula como la otra chica fueron llamadas a capítulo por sus progenitores.

El campus distaba treinta minutos en coche de casa de sus padres, y, ni que decir tiene, que, mientras conducía esa fue la media hora más larga de su vida. Al llegar al hogar familiar las caras de sus progenitores eran un poema, y la palabra más repetida fue “decepción” jalonada de alguna “traición” y trufado de aisladas “vergüenza”. Sus padres le dijeron que, puesto que el piso estaba pagado hasta finales de mes, volviera e hiciera la maleta, ya que teniendo coche, ni las notas obtenidas ni su comportamiento, justificaban el lujo de un piso independiente.

Paula se deshizo en una y mil excusas, expresando su más profundo arrepentimiento, y cuando sus palabras, como hija pequeña era una experta en tocar la fibra sensible de sus padres, parecía que comenzaban a hacer mella en la guardia de sus padres, soltó su golpe maestro: “y si queréis podéis comprarme un cinturón como el de las primas”.

Sus padres se miraron sin decir nada. Ellos sabían que dos de sus tres sobrinas tenían cinturones de castidad desde hacía ya varios años. La madre de las chicas, una exótica jordana a su vez, también vestía uno desde su juventud. Desde que la madre de Paula había comenzado a trabajar como socia de su cuñada siempre le había llamado la atención este hecho, y aunque apreciaba las ventajas, nunca se lo había planteado por que estaba convencida de la imposibilidad de que pudiera funcionar en la realidad. 


Los modernos cinturones no están reñidos con una vida independiente

 

Paula era de la edad de su prima Sara, y estaba muy acostumbrada a ver su cinturón de castidad, y pese a que nunca se había atrevido a pedirle uno a sus padres, siempre había tenido una fascinación por el artilugio, y envidiaba el trato que sus tíos tenían hacia hijas, especialmente hacia las dos que vestían tan particular elemento. Finalmente, tras un tira y afloja que duró un par de días, los padres, aceptaron a regañadientes las disculpas y promesas de Paula, y acabaron aceptando que su hija regresara, ya sola, a su piso de estudiante.

El curso terminó, y pese a no obtener unos resultados excepcionales, sus aprobados le permitieron afrontar un verano sin sobresaltos, o eso pensaba ella. Julio llegó y con él las hordas de jóvenes vacacionando que acabaron desembocando en una serie de fiestas-botellones en la que la muchachada protagonizaba todo tipo de exceso que, finalmente terminaron abriendo los telediarios en una especie de “pánico al fiestero” versión mass-media. Junto a lo procaz de alguna de las imágenes, estas noticias también fueron una ventana por la que muchos padres, entre ellos los de Paula, se asomaron al mundo de excesos en el que se había convertido, a menudo, el ocio de sus hijos.

Los padres de Paula, alarmados por los comportamientos vistos se plantearon la conveniencia de que su hija, la cual vistas las notas dedicaba demasiado tiempo a actividades “extracurriculares”, volviera a vivir sin supervisión al epicentro de la marcha universitaria de la comunidad autónoma. Nuestra protagonista no era ajena a este estado de ánimo, y por ello no quiso sacar el tema, con la esperanza de que, tras algunas semanas, este cayera en el olvido.  Mahsati, su tía, también notaba particularmente taciturna a la normalmente vivaracha Luisa, su cuñada y socia, cuando supo la razón, esa tarde invitó a tomar un café a su casa a sus cuñados.

Al día siguiente de ese crucial café fue Paula quien tuvo una importante conversación con sus padres. El reloj rasgaba el tenso silencio de la sala de estar cuando, finalmente, la madre se arrancó a hablar:

-          “Paula, cariño. Tu padre y yo hemos estado hablando, y no creemos que sea bueno que te vayas a vivir sola este año.

-          “Jobá, no es justo, no podéis hacerme esto. ¿Qué pasa? No soy vuestra cria.”

-          “Mira Paula, no serás una cría, pero se unen dos cosas, por un lado que vives a veintipocos minutos de tu facultad y que te hemos regalado un coche de veinte mil Euros, y una tercera, que creo que tus resultados del pasado año, no justifican el esfuerzo que nos supone, te recuerdo, a tu madre y a mí el pagarte ese piso”, apostilló severo su padre.

-          “Por no decir lo que hemos visto estos días, que no creemos que sea el mejor de los ambientes para que estés sola”, añadió su madre aprovechando la brecha abierta por el speech de su marido.

-          “Osea que, ya habéis tomado vuestra decisión, y nada de lo que diga os va hacer parar en el intento de fastidiarme la vida. Pues es ridículo, porque ya sabéis que yo no hago esas cosas. Y lo sabéis”, Paula estaba al borde del llanto, ya que, tras superar la crisis del curso anterior no se esperaba esta decisión por parte de sus padres.

-          “A ver, cariño, he estado hablando con tu tía, y, si como dijiste el pasado año, quieres un cinturón de castidad, te dejaríamos irte sola, con la condición de que, este año mejores las notas, que han bajado mucho desde las del instituto”.

Paula encajó sin indisimulada sorpresa esa oferta de su madre, hizo un esfuerzo por cerrar la boca y pensó.

Una reflexión de  un par de minutos en la que sopesó pros y contras, al fin y al cabo ella siempre había tenido una oculta curiosidad por conocer el sentimiento de sentir una parte de ella  vedada a su voluntad, acabó aceptando la oferta de sus padres.

Que la oferta no había sido algo sobrevenido fue patente con la sonrisa con la que sus padres recibieron la aceptación de su hija y, curiosamente, su tía y su prima, vendrían a su casa esa tarde para tomar medidas y encargar el cinturón de castidad. Su padre le mostró en su móvil un mini-dúplex de tres habitaciones, recién reformado que habían buscado para ella. El piso era tan maravilloso que, hasta esa tarde, Paula se olvidó por completo del tema del cinturón.

Cuando esa tarde llegó su tía con su prima Sara, ambas la felicitaron por la decisión que iba a tomar, y antes de tomar medidas, estuvieron orientándola sobre que cinturón elegir.


 

Como su ventana a los cinturones de castidad siempre había sido su prima, conocía ciertos rudimentos sobre el mundillo, aunque sus preferencias se habían basado, hasta ese momento por criterios estéticos.

La conversación fue larga y productiva, en un principio, Paula preguntó por el ultimo cinturón de su prima Sara, que había pedido como regalo de fin de curso, y que era de talle más bajo que el otro que tenía desde hacía tiempo atrás y que era igual al que tenía su madre y su hermana.

Ese cinturón, de talle más bajo y con el escudo ceñido por cables en vez de por una pieza metálica, le explicaron, era procedente de un fabricante australiano, y presentaba ventajas e inconveniente sobre el otro modelo. Su otro cinturón, de un productor alemán difería en que era de una construcción a priori más sólida, y en vez de ceñir el cuerpo a la altura del hueso de la cadera, rodeaba la cintura de la chica. Sara, deseosa de poder lucir prendas de talle más bajo, pidió a sus padres un cinturón de tipo cadera, y, ya puestos a innovar, había elegido el descrito…

Tras una infinidad de preguntas que, muchas veces llevaban a una respuesta que provocaba más interrogantes, Paula se decidió por el mismo cinturón, influenciada, y no poco, por el criterio estético.

 

Paula, miró a su madre que acababa de comprobar que todos los accesorios se encontraban sobre la cama.

Luisa miró a su hija que con una media sonrisa le dio el visto bueno para iniciar el proceso de prueba. Con cuidado la madre abrió la flexible pieza de acero guarnecida de silicona que constituía el armazón del cinturón y lo ciñó sobre su hija, percibiendo con agrado como, al cerrarse el metal se hundía en la magra carne que cubría los huesos de la cadera. Su tía asentía satisfecha del ajuste, que a Paula se le antojó muy apretado. Por poner un símil al lector, sería como ceñir un cinturón al máximo sin resultar incómodo, y, entonces, apretar un agujero más.

Como Mahsati no tenía experiencia con cinturones de cadera, cuando Sara lo pidió, decidió que se debía primar un poco más, aun, la seguridad que en modelos más convencionales, así que, comparativamente, el cinturón de cadera estaba notablemente más apretado que el otro que se ceñía sobre la cintura. Este cierre tan ceñido no solo lograba que una vez cerrado quedara inamoviblemente fijo sobre la joven si no que, al resultar más incómodo, Sara prefiriera el uso de su otro cinturón, que le daba, a su madre, más sensación que seguridad.

El cinturón no afecta a la alegría de estas chicas preparándose para salir, y, sin embargo, sus padres dormirán más tranquilos.


 Una vez Luisa cerró el armazón, su tía, con la herramienta del fabricante, procedió a tensionar los cables que sujetaban el escudo hasta que este, una vez asegurado, apretaba los sonrosados labios hasta hacerlos protruir por la estrecha rendija vertical que presentaba el metal. De nuevo, incluso en este detalle, el haber elegido el diseño más liviano, tenía una penitencia. Al estar este escudo sujeto por cables, Mahasati hacia que estos estuvieran extremadamente tensos, de manera que la tensión hiciera imposible para la chica torcer o doblar los cables lo cual, como resultado, ocasionaba que la presión del escudo sobre la parte externa de la vulva era mucho mayor que el otro modelo, provocando, además, tracción hacia abajo sobre el armazón el cual se hundía de forma inclemente sobre huesos de la cadera.

Aunque más liviano, el modelo de cables debe de llevarse un tanto más apretado.

 

Cuando su tía estuvo satisfecha de la tensión de los cables, procedió a colocar el escudo secundario sobre el principal. Con la misma herramienta con la que había ajustado los cables, procedió a atornillar la pequeña placa de metal perforada con múltiples orificios sobre el escudo principal. Esta pieza tiene una doble misión, por un lado evitar que al sentarse los labios vaginales puedan quedar aplastados, y por otro lado, evitar que una chica particularmente traviesa pueda tener acceso a una, aunque limitada, estimulación de su clítoris y resto de partes sensibles. Una vez ajustado, los labios quedaban oprimidos entre un escudo y otro, y, aunque si era posible y hasta habitual, algún pequeño pellizco, siempre doloroso, prevenía accidentes mayores. La seguridad extra que se conseguía con el escudo secundario tenía también alguna contrapartida, por un lado el tener que orinar a través de ese escudo convertía las visitas al baño en un asunto algo más delicado que de costumbre:  como ya le había explicado su prima, hacer pipí era un poco “sucio”, y debía de aprender a manejar el flujo de orina, ya le iba a ser imposible, simplemente, sentarse y “dejarse ir”, debía, a partir de ahora, regular cuidadosamente el flujo a fin de minimizar las inconveniencias. Una botellita de agua con el tapón microperforado, sería, a partir de ahora, un elemento que no podría faltar en su bolso.

El cinturón de Paula tenía el escudo secundario de forma fija, atornillado con tornillos de cabeza especial, a diferencia de otros cinturones  en los que el escudo secundario cuenta a su vez con un candado que permite abrirlo sin necesidad de retirar todo el cinturón, lo cual es muy útil si el custodio de las llaves desea permitir un acceso limitado, principalmente con motivos de higiene; también existían otros cinturones, como el modelo de uno de los fabricantes más de moda (también alemán)en los que esa pieza conforma parte integral del cinturón de castidad y es imposible llevar el cinturón sin el escudo secundario convenientemente asegurado.

Paula dio unos pasos por la habitación ante los ojos de su madre y su tía y, más allá de la ajustada presión sobre su anatomía, no percibió puntos de presión, lugares donde el cinturón aprieta más que en otras, y pese a la incomodidad que con la que ahora percibía su cuerpo el apretado abrazo de metal, no había nada que la hiciera rechazar de manera visceral el acero que ahora custodiaba sus partes más íntimas.

Una vez ajustado el cinturón, llego el momento de probar los ceñidores de muslo, que, habían sido objeto de la más enconada de las negociaciones entre Paula y su madre. Estas, en esencia eran unos anillos que se ajustaban alrededor de los muslos de Paula y que estaban conectados a través de una cadena con el armazón del cinturón. Ambos ceñidores estaban unidas por una cadena que prevenían que la usuaria pudiera separar las piernas, lo que, evidentemente, añadía un plus de seguridad al cinturón de castidad.

Aunque menos voluminoso, los ceñidores de muslo hacen que la seguridad de todos los modelos sea siempre óptima.

 

Este accesorio no está diseñado para ser utilizado en todo momento, a diferencia del cinturón, está pensado para los momentos en los que la usuaria precise de ese plus de seguridad. Aunque a Paula le parecía un aditamento que lo único que hacía era aumentar inútilmente las limitaciones, su uso, que ya detallaremos más adelante, fue algo que constituyó una línea roja para su madre. Luisa no tenía experiencia en los cinturones de castidad, pero, informándose con su cuñada fue consciente que toda chica, en cada momento que le es posible, pone a prueba a su cinturón de castidad. Algunas para tratar de obtener una estimulación que las transporte más allá del desierto sensorial de acero bruñido por en el que penitencia la parte más húmeda de su vientre, otras para disfrutar con la sensación de seguridad que les brinda la inexpugnabilidad de su escudo, pero, por un motivo u otro, es conveniente que, ni unas ni otras alcancen el mínimo resquicio de un no deseado alivio, a unas por no experimentar un placer que les está vedado, y otras para que no pongan en duda la seguridad de su fiel guardián de metal.

Mahasati le explicó a Luisa que, la búsqueda de esa estimulación puede llegar a ser una espiral de difícil salida, ya que, aunque todos los cinturones de marcas serias previenen por completo la más remota posibilidad de alcanzar un orgasmo, sí que es verdad que, a través de deslizar elementos planos como espatulitas o acariciando las zonas más externas de los genitales sí que se puede lograr cierta estimulación, aunque sea mínima. La búsqueda de una estimulación mayor, que es imposible, que le pueda provocar ese orgasmo prohibido y lejano, puede llegar a obsesionar a la chica, con lo que, hasta esa mínima posibilidad de estimular esas partes, debe ser evitada. Sus primas, cuando se acostaban, o quedaban solas en casa, quedaban siempre aseguradas con esa protección extra, para asegurarse que iban a permanecer tranquilas y relajadas sin malos pensamientos que les causaran ansiedad.

La cadena que une ambas bandas suele estar regulada con un candado, pero por propia experiencia, sus primas y tía llevaban la cadena soldada ya que el peso de un candado era una molestia añadida que en nada favorecía. La longitud de esa cadena, a su vez era distinta para cada uno de los cinturones de Sara, ya que, mientras para su cinturón alemán, una longitud de seis centímetros era considerada como suficiente, para su cinturón más reciente esta era de cuatro centímetros, y eso, como veremos, aún solo en determinados casos.

Cuando Sara encargó su cinturón, su madre pensó que, por la noche, incluso esos cuatro centímetros podrían dejar ciertas inaceptables vulnerabilidades en el cinturón de su hija, de manera que encargó un aditamento especial, la pieza de bloqueo. Esta pieza no era sino un perno grande, de forma similar a un tornillo sin rosca, liso, y un taladro transversal en su parte baja. Antes de irse a la cama, los dos anillos de los ceñidores de muslo donde se engancha la cadena que mantiene ambos unidas se ponían uno sobre el otro, de manera que ambos muslos queden muy juntos. Una vez superpuestos los anillos, estos se atraviesan verticalmente por la pieza de bloqueo la cual es asegurada por el candado que se puede colocar en el taladro que tiene la pieza a tal efecto. Aunque increíblemente restrictiva, esa pieza asegura que ambas piernas no se puedan despegar durante la noche, y ese plus de seguridad siempre es muy bien recibido por los guardianes de las chicas aunque, en general, no tanto por ellas. La verdad es que cuando finalmente llegó el cinturón, el tamaño relativo del escudo no era inferior al del cinturón que ya tenía, por lo que verdaderamente su uso no sería necesario, y efectivamente Sara muchas veces tenía permitido dormir con la relativa libertad de la cadena, pero con la posibilidad de su uso, Mahasati quería asegurarse que su hija prefiriera dormir con su viejo cinturón alemán en vez de con el nuevo, en el que tenía menos fe, lo cual, no obstante ya solía ocurrir, pues el otro, aunque más aparatoso era bastante más confortable.

No pongas esa cara, para estudiar, ninguna hemos necesitado hacer el spagat

No importa cuanto lo intentes, están fabricados a prueba de las más traviesas

 

Como es obvio, el uso de los ceñidores era de todo punto imposible sin tener a su guardiana en casa presta a liberarla cuando su función no fuese necesaria, así que, de lunes a miércoles, no tenía clase los viernes, no debería de usarlas y, el jueves a la tarde, al volver de fin de semana a casa, su madre se encargaría de administrar su uso. El acuerdo, aunque lejos de encantarle, sí que era bastante aceptable, así que, tras algún mohín y amago, Paula acabo aceptando.

Una vez el último candado se hubo cerrado sobre su cuerpo, Paula, se sintió satisfecha. Su cuerpo se notaba oprimido, y no se podía decir que esa sensación le gustara pero, al tiempo, se sintió como si con todo ese acero protegiéndola fuera la mujer más valiosa de la tierra, como si el tesoro que se enterraba en sus entrañas fuera tan incalculable que hubiera que sustraerlo de las ansias humanas, aun de las propias.

Cuando se quedó sola en su habitación, recapacitó en que se le avecinaba un periodo largo en el cual su cuerpo debía de amoldarse al frío abrazo del metal, (el lector debe tener presente que, en un uso serio, antes de lograr llevar el cinturón prácticamente 24/7, este uso sin determinadas pausas diarias, es imposible o muy desaconsejable, la chica debe de empezar con una hora, aumentando paulatinamente el uso, como mucho a razón de una hora al día), pero estaba segura que, pese las posibles crisis, las inevitables urgencias que se presentarían y  que ya jamás podría satisfacer, ese cinturón que ahora la protegía incluso, o sobre todo, de ella misma era algo a lo que estaba predestinada y que sin duda la iba a acompañar, al menos, por muchos años más.

 

Nuevo fetiche... ¿Nuevos personajes?

 


Creo que no voy a desvelar al lector ninguna verdad teleológica, pero tengo que empezar por confesarme, (aunque esto no pille por sorpresa a nadie): desde siempre he sido una fetichista de tomo y lomo o, como dicen en mi tierra, “de moito rosmillo”.

Cuando empecé con mi andadura por internet hace ya unos añitos, estaban muy de moda las páginas, (proto-foros se podría decir), sobre las temáticas más variadas, y, el contenido escrito sobre las más diversas perversiones era ingente. Hoy simplemente quiero dar rienda suelta a una pulsión que, aunque sí que he coqueteado con ella porque me parece irresistible, nunca he vivido de forma plena: me refiero al fetiche de los cinturones de castidad.

Los que ya vais conociendo mi blog sabéis que escribo sobre fantasías, soy consciente de los miles de problemas de índole práctico que se podrían presentar en las situaciones de mis relatos si bajáramos al nivel de detalle, y por ello nunca lo hago. Mis mundos se enraízan directamente en la parte más oscura de mi subconsciente, no en la lógica, si me permite el lector llevarlo a la caricatura, si me gustara comer fresas, mis protagonistas estarían siempre con ganas de comer fresas, a todas horas, siempre encantadas de tener frente a ellas un cuenco con trocitos de esta fruta, nunca hartas, nunca ahítas, siempre deseosas de comer más fresas…creo que el ejemplo es bueno y se entenderá lo que quiero expresar.

 No tengo un relato lineal en este caso, quería hablar de mi fantasía, simplemente quiero presentar unas personajes, todas ellas con algo de mí en determinados momentos de mi vida, hablar un poco de cinturones de castidad, que está poco tratado en español y, a ver si os gusta.

 

Me encantaría tener cierta retroalimentación por vuestra parte, por ver si estas fantasías os gustan, si tenéis otras…. Quien sabe, igual, mencionáis alguna que yo también albergue.