Pues, sí, sorpréndanse ustedes, pero a mis
treinta y.... me asaltan dudas de autoafirmación como si fuese una pollita de
quince añines...
Y os preguntareis, ¿Qué diantres le pasa a
nuestra Escriba? – Que sepáis que, desde que estáis ahí, leyendo mis relatos o
disquisiciones, ya os pertenezco en parte-…
Pues que ayer en Twitter comentaba (en todo caso
dudo que alguien lo haya leído), que estos meses de travesía por el desierto en
los que no era capaz de escribir nada que me hiciera volar imaginación y libido,
fue, en cambio, fructífero en la exploración.
Pues sí, he leído he visto y he investigado, y
tras ver, sobretodo, muchas entrevistas a diversas spankees, la verdad es que
he llegado a la conclusión que gracias a Dios soy una mujer, porque de lo
contrario iba a resultar un spanker de lo más estricto…
¿Qué por qué digo eso? Pues resulta que a mí, que
como sabéis soy casi ajena al mundo del spanking, resulta que me apasionan las
cosas que esas chicas más aborrecen, me explicaré:
En una entrevista a una spankee de los primeros
años de este siglo nuestro, Abigail Whitaker, esta mencionaba, cuando se le
preguntaba por sus instrumentos favoritos y por los menos, que a ella lo que más
le gustaba eran los instrumentos “domésticos”, es decir de los que el spanker
puede echar mano en caso de que su nena se pase de descarada, mencionaba la
espátula de cocina, la zapatilla, el sacudidor de alfombras, el cepillo del
pelo…
Pues… que queréis que os diga, yo disiento, y por
temas más intelectuales que físicos. Estos meses he podido comprobar en
diversos ´videos y relatos que una zapatilla aplicada con vigor puede convertir
en una corderita a la más feroz leona, así que, en definitiva, no es el efecto
en nuestras colitas lo que marca la diferencia. No, que va…
Como ya suponéis por lo que voy diciendo, a mí me gustan más, con unas excepciones que
comentaré más adelante, los utensilios diseñados, creados y poseídos para
administrar disciplina. ¿Por qué dices eso, Escriba? , os preguntareis, y ahí
entra mi pensamiento de si soy mala…
Pues me gusta, me da morbo, me acelera los pulsos
el pensar que ese último instrumento, pongamos por ejemplo una correa o una
vara, es la encarnación en un objeto de todo un entorno sensualmente opresivo y
vigilante. La presencia amenazadora de la correa implica toda una estructura
aceptada y aceptable, la esencia de un orden social que prescribe que las
consecuencias para una dama que se salga del redil son simple e invariablemente
un trasero rojo cual tomate. La diferencia con un objeto “sobrevenido”, es el
fantasma del spanking que, con los objetos “específicos”, está siempre
presente.
Pongo un ejemplo, estoy seguro que si una chica
recibe un azote con una espátula, la disciplina física no le es ajena, y sabe
que, si se porta mal, su culete tendrá que pasar un mal rato, peeeero, y aquí
viene el “quid” de la cuestión, cuando esa chica vive, pasa pulula alrededor
de, pongamos por ejemplo, una correa que sólo se descuelga por un motivo, sabe
que tarde o temprano va a hacer algo que reclame las atenciones de ese
instrumento. Es algo más, metódico, más estructurado, algo que existe para
castigar traseros, porque esos traseros tienen que ser castigados.
No sé si me explico…
Antes os mencioné que había una serie de
instrumentos que me dan tanto o más morbo que los “ad hoc”, y concretamente son
tres las excepciones.
La primera de ellas es el cinturón. Me derrite
ver como ese spanker guapetón y varonil (hay alguno feucho por ahí que no me
gusta….), desliza el cinturón por las trabillas del pantalón para calentar el
culo a alguna malcriada… sí, lo sé, es un cinturón, no es nada específico…. ya…
pero, es algo tan masculino por un lado y por el otro tan identificado con la
disciplina doméstica que, sin duda es uno de mis instrumentos favoritos. A esto
contribuye, sin duda, su flexibilidad, capaz de visitarnos en los lugares más
tiernos de nuestra anatomía para entregarnos su dolorosa caricia… Sí, me gusta
tanto que, en mi psique es a todas luces un instrumento de “doble uso”…
La segunda de las excepciones es el cepillo del
pelo… y este, es, en cambio por razones más retorcidas, e, incluso un tanto
desconocidas para mí. ¿Por qué? Pues os explico… Yo desde pequeñita siempre he
sido una mujer clarísimamente heterosexual, me gustan mucho los varones y tengo
cierta tendencia a “saber ser sumisa” con un hombre que veo de una altura
intelectual y física similar a la mía, (no es que me tenga por una madame
Courie en el cuerpo de Venus pero, aunque suene displicente, un tipo que no
sepa cuál es la capital de Uruguay o que sea un cuerpo escombro… pues como que
no…), mi yo, me lleva a adoptar ese rol, y si el varón se comporta, estoy muy
cómoda en él. Así parece bastante natural en mí el saber en una relación a
quien le toca tener la mano roja y a quien el culete…. Pues bien, con el
cepillo me pasa que… excluyo al hombre. Viendo vídeos he visto numerosos en los
que el spanker era una mujer, y aunque he aprendido a apreciar su calidad,
cuando las veo, me parece un poco antinatural, (no lo critico, solo digo que a mí
no me gusta, no me motiva, no me da morbo… hay que acláralo por los posibles
ofendiditos de siempre), salvo cuando entra en escena el cepillo, siempre de
madera. Igual que el cinto lo veo como algo netamente ligado al varón, y es
curioso porque nosotras también los usamos, e incluso puede que más que
vosotros, el cepillo lo veo como algo femenino, y cuando me imagino una mamá
disciplinando a una adolescente “flamenca” o a una tía con su sobrina con el “pavo
subido”, pues lo imagino siempre con un cepillo entre medias. Y, también al
contario que con el cinto, lo que veo antinatural cuando el cepillo es blandido
por un hombre… como diría un cronista medieval: se me antoja buen apero para
dirimir asuntos “mujeriles”. Como veis, ni Buffy, la valerosa cazavampiros debe permanecer ajena a las azotainas que todas nos merecemos de cuando en cuando...


Y ya por último, está la regla escolar. Obviamente
es un objeto que en principio no está destinado a impartir castigos, pero,
curiosamente me da un morbo tremendo. Por un lado el propio concepto, aunque
suene teleológico, de una regla, algo destinado a crear líneas perfectas y
mesuradas ¿Qué mejor para corregir a las descarriadas? ¿No creéis? Por otro
lado la clara identificación del instrumento con la jerarquía: ¿Quién tiene esa
regla? Pues el profesor, o el jefe; es una suerte de báculo que identifica en
un contexto escolar o laboral al ungido para ostentar la “auctoritas”.

Bueno, pues tras este cilindro, ya tenéis materia
de estudio… ¿Soy mala? ¿Disfruto imagiando un mundo donde las mujeres vivimos
bajo una permanente “vara de Damocles”? Pues no lo sé, pero también soy
consciente de que yo escribo sobre mis fantasías, donde la disciplina es
siempre conveniente, posible y hasta aceptable… el mundo real, en el que a las
once de la noche le espetas a tu marido “eso que has dicho es una chorrada” y
él bostezando (eso sí, tapándose la boca que a mí me gustan los caballeros no
solo en los relatos), te dice, “pues igual sí, ya lo vamos viendo que tengo
sueño”, sin hacer ademán de hacer pagar peaje en carne a tu culo por tu descaro
(ademán que, de todas formas quedaría en nada porque también estás cansada y
mañana tienes guardia y no estás para poner morritos de consentida), pues es
eso, realidad, y en este nuestro blog, procuro no ocuparme de ella.