El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

viernes, 25 de febrero de 2022

Resort de azotes para novatos. (V)

 


Había pasado ya algo más de una hora desde el desayuno y las cuatro parejas esperaban en el gran salón la llegada del anfitrión y los profesores. Esa mañana, para sorpresa de las interesadas, las inevitables revisiones que todas habían realizado delante del espejo no habían revelado ningún daño de gravedad, más allá de alguna marca de la palmeta, en sus traseros.  Para la sesión matutina las chicas, incluida la profesora, vestían, como se les había indicado, bikinis y, en general, reinaba una mezcla de alegría y excitación como se percibía en las animadas conversaciones que estaban teniendo los participantes.

Solo una cosa mantenía a nuestras protagonistas un tanto extrañadas: en contra de las sesiones anteriores, esta vez parecía que los hombres habían olvidado traer ningún implemento. La perspectiva de una azotaina con la mano contribuía, y no poco, a elevar el ánimo de las alumnas.

Cuando los profesores entraron en la estancia, las conversaciones se fueron silenciando, y estos ocuparon el centro de la estancia mientras sus pupilos se sentaron a su alrededor.

-          ” Bueno, sé lo que las damas están pensando, - inició el anfitrión-, pero, lamentando desilusionarlas, no se trata de un clase libre para ir a tomar el Sol… “.

La concurrencia sonrió la chanza aunque fuera más celebrada entre los chicos que entre las damas, pese a que, después del episodio de la paleta, no veían con demasiado terror otra azotaina con la mano de sus respectivos partenaires.

-          “Hoy vamos a practicar los azotes con el cinturón”.

No merece la pena el comentar como las chicas cambiaron su cara ya que unos correazos con un cinto de cuero no eran, en ningún caso, ninguna Bicocca. Instintivamente, todas ellas, de pronto, miraron los cinturones que sus maridos y padre habían seleccionad. Eran, desde luego, un panorama muy diferente del de unos azotes con la mano.

-  “El cinturón es una magnífica herramienta, ya que es un implemento que tenéis siempre a mano y, dependiendo del empleo, puede servir para castigos severos o para otros menos intensos. Esta mañana vais a practicar un poquito de cada”.

Jimena tomó la palabra.

-  “A ver, obviamente, y os juro chicas que yo me entero del contenido de las clases cinco minutos antes que vosotras, vamos a comenzar por  el uso más suave, y luego, ya veréis por que nos han dicho de traer bikini...”

Svletana tragó saliva y se sintió levemente excitada cuando se dio cuenta que Nikolai acariciaba la hebilla de su grueso cinturón de cuero negro, permaneciendo atento mientras, como era habitual, la pareja de profesores iniciaría la sesión con un ejemplo práctico.

Tomando a su mujer de la mano, Rodrigo la posicionó inclinada, apoyada contra la pared y con las piernas bien separadas, una postura que ya era conocida para nuestros protagonistas.





 

- “Como veis, explicó Rodrigo, esta es la postura más habitual, es rápida y nos permite un buen acceso al pompis icas, es una buena elección para el caso de que se tenga que enviar algún mensaje “rápido”.

Lidia arqueó una ceja viendo la cara que ponía Marco siguiendo la explicación.

Rodrigo, con su mujer en posición, se sacó parsimoniosamente el cinturón y, el sonido del cuero deslizándose por las trabillas del pantalón, puso un nudo en el estómago de su esposa.

- “Lo más sencillo es doblar el cinturón, y, aunque ninguno de vosotros es un idiota, recalco que jamás se debe golpear con la parte metálica” Rodrigo tensó el cinturón comprobando el buen agarre del mismo.

- “¿Siempre tiene que estar doblado?”, preguntó Mitch que no hacía sino poner voz a una pregunta que su hija, pese a los ánimos a hacerlo, no se había atrevido a realizar en voz alta.

-“Muy buena pregunta.”

- “Se le ha ocurrido a la señorita”, señaló el padre orgulloso de reconocer el mérito de Alice.

- “En verdad es más sencillo, aunque, si se quiere, y los azotes serán mucho más fuertes, puede hacerse con él extendido. Dicho esto, también tenéis que saber que eso precisa de mucho control. Con él extendido se pueden alcanzar zonas muy sensibles si lo consideramos necesario, como la parte interna de los muslos, pero también se puede llegar hacer mucho daño, así que, mi respuesta es sí, pero, de momento, no es conveniente”.

- Si no hay más preguntas, vamos a empezar con veinte azotes, y nos vamos a centrar en las nalgas de las señoritas. Daremos veinte azotes para empezar, que casi puede ser un “standard” para cuando tengáis que usar el cinturón.

Veinte azotes eran un número que, sin ser un exceso, tampoco alegro a Jimena el oírlo. Ella había calculado que, para ser la parte suave, y además, “explicativa”, los chirlazos no subirían de la docena.

- “Os recuerdo que estaríamos disciplinando una falta común o dando una azotaina preventiva, no hace falta subir mucho el brazo para esto. No lo subáis nunca por encima del hombro, dijo Rodrigo remarcando sus palabras con la posición del brazo con el que sostenía el amenazante cinturón. Jimena, ahora espero que te comportes y permanezcas en posición, no quiero que tengamos a recurrir a penalizaciones.

Rodrigo subió el brazo y dejo caer el cinturón que restalló sobre la fina tela del bikini azul y motivos marineros que hacía de muy poco escudo para la delicada carne que había debajo.

Aunque el cinto cayó en el medio de las nalgas, una zona “relativamente poco delicada”, la mujer no pudo dejar de emitir un gemido. El siguiente azote aterrizó en la otra nalga, justo a la misma altura. Rodrigo, era evidente, no buscaba martirizar a su esposa y se tomaba su tiempo entre azote y azote.

-Como veis, los azotes no son ni demasiado fuertes ni demasiado rápidos, se supone que no ha cometido un pecado muy grande y no quiero que, instintivamente, rompa la postura y tenga que aplicarle azotes de castigo. Además, luego, pensad, hay segunda parte y ellas nos agradecerán que las “calentemos” un poquito antes.

Claire que permanecía callada pensó en que, si eso era un calentamiento, en el futuro iba a preferir no vérselas muy a menudo con el cinturón de su marido.

Aunque recios, los azotes recibidos no habían supuesto una ordalía para Jimena y, pese a que sus tersas nalgas tenían ya un vivo color rojo a tenor de un par de trazos que se escapaban de la cobertura de la tela del bikini, pudo llegar al final de los azotes sin romperse en llanto, aunque, los últimos lametazos del cinturón le exigieron un esfuerzo por no gritar.

Tras el fin de la demostración, Marco, quiso que le aclararan, cuál era la “escalada proporcional” si una chica que estaba recibiendo unos azotes se movía de la postura que se le había indicado.

- “Pues… depende de las veces que lo haya hecho, o si es una costumbre en ella”, explicó Philippe.

Jimena que ya había recibido el permiso para erguirse quiso subrayar las palabras de su director.

 “- También depende de la severidad, yo creo que si, por ejemplo, en una azotaina como esta no se mantiene la posición, es porque no nos da la gana, yo me lo tomaría en serio”.

Las mujeres se sintieron un poco traicionadas por las palabras de su mentora, pero, la venganza es un plato que se sirve frio, y que, no tardaría en llegar.

-  Y ¿Cómo cambiamos a los azotes de penalización, y cuantos tendrían que ser?, insistió Mitch.- “Pues, Mitch eso depende de lo que haya hecho durante la azotaina”.

- “Pues, pongamos por ejemplo,- dijo Alice-, que nos frotamos el pompis sin permiso como está haciendo ella”.

Todas las cabezas de la habitación giraron al unísono hacia una Jimena que, con la cara más roja que sus nalgas, apartaba las manos de su trasero.

Rodrigo, mantuvo la calma, y respondió la pregunta.

 “Bueno, cómo decíamos todo depende, si ella se rebela, o patalea para tratar de zafarse, se puede, tras terminar el castigo, proceder a otra zurra con más intensidad e, incluso con otro instrumento”.

Las chicas reían por lo bajini imaginando el inexorable curso de los acontecimientos.

-       “Pero, prosiguió el profesor, el pecadillo es venial así que, con un par de azotes en los muslos va a quedar expiado.  Jimena, reclínate sobre el brazo del sillón”.

Jimena hizo lo que su marido le ordenaba. Sabía que, seguramente, en casa esa falta no hubiera trascendido, sobre todo si la azotaina no era por nada grave, pero, era evidente que delante de toda esa gente, se merecía esos azotes.

Las tersas piernas permanecían estiradas mientras su tronco se reclinaba sobre el brazo del sofá mientras ella esperaba las caricias del cuero.

-  “Aprovechando las circunstancias, intervino Philippe, sería buena idea que nos hicieras una demostración con el cinturón extendido, eso será una buena muestra para nuestros amigos de cómo hacerlo, y para ellas una buen recordatorio para querer evitarlo”.

La última esperanza de la “rea” se desvaneció cuando su marido, zumbón, aceptó la sugerencia.

-       ¡Jobá!, -murmuró Jimena entre dientes-.

-       No protestes, cariño, y separa un poco las piernas ¿No oyes a esos muslitos pidiendo unos azotes?

Todos los presentes sonreían, disfrutando un poco de la mala situación de la joven fiscal, que, sobre todo para la parte femenina constituía lo dado en llamar “karma instantáneo”.

-            “Te aseguro que no lo están pidiendo….”, -objetó la mujer sin esperanza de que la chanza pudiera cambiar un destino ya escrito-.

-          “Es curioso, desde aquí, todas lo oímos claramente”, - en esta ocasión ,Claire, usualmente prudente se unió a las bromas, ante la aprobación de todas las chicas que, con una sonrisa picarona,  no la habían perdonado aun su reciente “traición”.

-          “Pues, lo pidan o no, lo van a tener”. Rodrigó blandió el cinturón descargando un severo trallazo con el último tercio de este, haciendo que tras el impacto el cuero se enrollara sobre el muslo y la lengüeta del final acabara estrellándose a gran velocidad en la finísima piel del interior de las piernas.

El muslo de Jimena, simplemente, estalló de dolor con el doble impacto. El aullido de terror, la larga marca roja en la trasera del muslo y el rosetón morado que comenzaba a crecer en la piel del interior de sus piernas, estremeció a sus compañeras, haciéndoles tener meridianamente claro que este era un castigo que, a todas luces, querrían evitar en el futuro.

La letrada tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para mantener la compostura tras vaciar sus pulmones con aquel pavoroso aullido.

-          “Como veis, señaló Philipe cuando tanto la profesora como la concurrencia se hubieron recuperado de la impresión, es increíble la efectividad de estos azotes, pero un principiante no debe hacerlo sin supervisión”.

Las mujeres no supieron como tomarse aquel “sin supervisión”, aunque se juraron a si mismas nunca hacerse acreedoras de ese tipo de azotes.

-          “Y, para terminar…”

Un potente zurriagazo cruzó las nalgas de su mujer en diagonal haciendo restallar la carne y ulular de dolor a la mujer. En esta ocasión la lengüeta del cinturón aterrizó con maestría en la cadera de Jimena, zona muy sensible y que suele recibir pocas atenciones, que casi convulsionó con el impacto.

-          “¿Qué se dice?”, - la sonrisa del hombre denotaba que estaba jugando con su esposa-.

-          “Gracias, señor….”, - la mujer sin atrever a cruzar el umbral de la insolencia empleó un tono que dejaba bien a las claras que había tenido momentos más divertidos.

-          Venga puedes levantarte.






 

 

 

Al hacerlo, Jimena dedicó una mirada a sus compañeras que, curiosamente, miraban hacia el suelo un tanto avergonzadas.

-          “Damas y caballeros, a vuestros puestos… “pocos segundos después de que Philipe diera comienzo a la fase práctica, los hombres ya deslizaban sus cinturones por las trabillas, y las chicas se inclinaban contra la pared ofreciendo el trasero para el martirio.

Fue Mitch, que al fin y al cabo era el más atareado ya que él debía atender a dos traseros , el que abrió el fuego con un azote en el centro del trasero de Claire.

-          “Mitch, por el mero hecho de que sea cuero no la va a corregir solo”, -intervino Jimena que supervisaba la escena-.

-          Qué quieres decir, profe.

-          “Pues que está bien que no quieras hacer una carnicería, pero que, con la telita del bikini, y en el centro del culete, hay que dar con un poco más de ganas. Ya irás perdiendo el miedo. Y, que no engañen sus grititos, que su deber es tratar de engañarte”. Claire, desde su posición giró la cabeza para lanzar una mirada asesina a Jimena.

-          “Y a ti, quien te ha dejado girarte”, dijo Mitch mientras un segundo azote hacía sonar la sensible carne de su esposa. En esta ocasión parte del cuero había aterrizado por fuera de la tela de la braguita del traje de baño y, por el color rojo se apreciaba que, en esta ocasión, la intensidad había sido la necesaria.

Durante unos minutos la sala se llenó con el concierto del cuero haciendo resonar los glúteos de las chicas y con los gemidos de dolor de estas cada vez que el inflexible cinturón tomaba tierra en sus martirizadas posaderas.

Marco con precisión de metrónomo se complacía en castigar la parte más externas de las nalguitas de Lidia, disfrutando con las marcas que aparecían y que, en su parte más central, desaparecían bajo el bikini. Por el tono de estas era evidente que, aunque no estaba usando una fuerza desproporcionada, sí que estaba aplicando más vigor del estrictamente necesario, y por los gemidos de su esposa, al borde del pucherito, se deducía que ella no estaba disfrutando del trabajo de precisión de su marido.

Svletana, a la que Nikolai había susurrado una supuesta afrenta que justificaba la azotaina, tenía los ojos brillantes de los cuales deslizaba alguna lágrima.  Aunque sus nalgas ardían en carmesí, en su caso, no era sólo el dolor el motivo de estas lágrimas. Se estaba sintiendo orgullosa de su hombre.

Tras la veintena de azotes casi todas las chicas se encontraban ya al borde de romper a llorar por el castigo acumulado, y se notaba que el sonido de los azotes se había ido haciendo cada vez más espaciados ya que, las piernas empezaban a flaquear tras cada azote, con lo que, ineludiblemente, el siguiente se retrasaba.

Tan solo Alice que esperaba en posición su turno tenía las nalgas pálidas, en contraste con el colorado tono de las de sus compañeras.

Philipe se fue al centro de la habitación y dio por terminada la primera fase de la sesión, los ecos del castigo, sin embargo, no desaparecieron ya que, Mitch, comenzó a trabajar el culete de Alice.

Las chicas, mientras la más joven recibía “la clase” debieron de permanecer en posición y con las manos bien lejos de sus enrojecidas colitas. Las instrucciones no tuvieron que ser repetidas, y todas permanecieron inclinadas contra la pared y con la espalda bien arqueada, como esperando que, de un momento a otro sus maridos pudieran retomar el trabajo. El recuerdo de los zurriagazos en los muslos de Jimena fue suficiente acicate.

Mitch levantaba el cinturón y lo estrellaba contra la carne de Alice con buena cadencia, frente a su madre que se había dejado llevar en el castigo hasta el punto del puchero, su hija cada vez que el cuero mordía sus delicadas posaderas, se recomponía y volvía a ofrecer el culo en una posición perfecta para el siguiente chirlazo. Junto al orgullo con el que estaba aceptando la embestida, lo que más sorprendía a su padre fue que, en todo el lance, no había emitido un solo gemido, limitándose a exhalar más fuerte cuando el cuero bajaba un poco más de la cuenta acercándose a la piel más fina de las bases de sus nalgas. Mitch tuvo claro que, sin duda, tenía una potrilla de la que sentirse orgulloso.

Tras contar los veinte azotes, fue de nuevo, Philipe, el que puso fin a la práctica de padre e hija. Tras finalizar estos, se les permitió incorporarse a las alumnas si bien con la clara admonición de que tenían rigurosamente prohibido acercar las manos a sus ardientes colitas.

-          “Bueno, hemos visto el uso del cinturón en estos casos que se os van a dar muy frecuentemente, típicos de un día a día normal, pero, ahora, vamos a ver cómo se puede emplear el cinturón para corregir faltas más serias”, señaló Philipe invitando con un gesto de su mano a los dos profesores a que ambos continuaran su explicación.

-          “Cielo, ponte en posición”.

Tras la indicación, Jimena, se tumbó en el sofá colocando un cojín ancho bajo sus lumbares. Hecho esto levanto sus piernas manteniéndolas estiradas y juntas.







 

-          Como veis, chicas, esta postura, es un tanto delicada, y es por ello por lo que, a esta sesión, nos dijeron que acudiésemos con bikini… nos evita problemas, señaló la profesora sin abandonar la posición en la que lucía sus perfectamente torneadas piernas.

Las chicas asintieron viendo como la entrepierna de la fiscal apenas quedaba cubierta por la tela del bikini. Alice, pensó, estaba aliviada de haber obedecido a su madre con el tema de la depilación.

-          “Esta postura nos permite un acceso muy fácil a la parte baja de las nalgas, y, al golpear hacia abajo, la gravedad acude en nuestra ayuda a la hora de corregir con severidad y menos esfuerzo. Si queremos una azotaina larga, esto es a partir de quince minutos, es una gran posición”, señaló Rodrigo subrayando eso con la gestualidad de sus manos.

A las mujeres ya no les sorprendió que el certificado de “gran posición” no precisara del visto buena de la chica que debiera permanecer en esa posición durante tanto rato, sabiendo, además, que de moverse, tendría “premio adicional”.

- “¿No es buena esta postura si queremos centrarnos en las piernas? - preguntó Nikolai-.

- Sí, así es. Es muy buena tu observación, pero, por ahora, vamos a darle una buena noticia a nuestras chicas y por el momento vamos a evitar azotarlas en las piernas, por lo que deberán estarnos eternamente agradecidas, y, de momento, vamos a centrarnos en la parte de abajo del culete, que, creedme, será suficiente.

La parte femenina de la concurrencia empezaba a entender el funcionamiento de las cosas y ese “de momento” les resultó una clarísima espada de Damocles.

- “Claire, Alice, vosotras, que sois dos os podéis ayudar a sujetar las piernas la una a la otra, porque vais a ver que tendréis ganas de patalear, así que, tenéis algo de ventaja”, señaló Philipe.

-“Efectivamente, aquí ya depende de vosotros, pero, algunas veces se considera una falta si se doblan las piernas, otros son menos estrictos y deciden que solo castigan el patalear o bajar las piernas, así que eso dependerá de las normas que cada uno le ponga en casa a sus chicas.

El profesor levantó el cinto y el primer lametazo cayó sobre la parte baja de las nalgas de su esposa, haciendo coincidir el rojo cardenal con el surco que hace de frontera entre nalga y muslo. Pese a ser una spankee con mucha experiencia, Jimena no pudo reprimir un aullido, mientras el trazo púrpura se abultaba de inmediato. El cinturón siguió levantándose y cayendo sobre el culete de la voluntaria con buena cadencia. La secuencia era de seis azotes en las nalgas seguidos por dos de ellos en la parte más baja, los llamados “sit spot”,-la parte más baja de los glúteos y superior de los muslos que son los que entran en contacto con las superficies cuando se sienta.

La cadencia y vigor de los azotes era superior a los de la tanda anterior, con lo que, amén de estar castigando zonas de piel más delicada, así que, tras la segunda visita del cuero a los sit spots, Jimena empezó a llorar. La concurrencia permanecía hipnotizada por los chasquidos del cuero que martirizaba las posaderas de la bonita odalisca y por los aullidos agónicos que anunciaban las veces que el cinto le besaba los muslos.



 

Tras diez minutos de azotaina, el culo de estaba rojo como una cereza madura y los muslos presentaban ya cierta inflamación, lo que le provocaba la impresión de estar sentada sobre un lecho de ascuas.

- “Bueno, creo, que ya has tenido bastante”, dijo finalmente Rodrigo, cuando finalmente el brazo cayó para no volver a levantarse.

Jimena, en ese punto, sollozaba enjugándose la nariz con el dorso de la mano y, pese al dolor que sentía no cometió la torpeza de bajar las piernas hasta no recibir permiso para ello.

- “Como veis, Jimena es una grandísima profesora, y os habréis dado cuenta que no ha pataleado, y eso que, la pobre, ha pasado un mal rato. Debió de pensárselo mejor antes de ganarse la azotaina.

Esta vez tan solo los varones sonrieron la ocurrencia de Philippe, ya que las mujeres, con el dolor de la zurra anterior aun mordiéndoles las nalgas, habían visto con espanto la carnicería que había hecho en las posaderas de su amiga el cinturón de su marido.

- “Puedes levantarte, cielo,  Rodrigo proporcionó un pañuelo a Jimena y la abrazó, cuando estés, supervisa a la gente, pero no quiero verte tocarte el culo”.

- “Pero…”, los ojos de Jimena hubieran derretido un glaciar.

-“No hay peros”.

- “Entendido…” La seca aceptación dejaba patente que Rodrigo había captado la triquiñuela de su adorable esposa.

Las alumnas, bajo supervisión de sus profesores, fueron adoptando la posición en la que habían visto a su mentora, imitándola con más o menos fortuna.

Cuando el cuero comenzó a rasgar el aire, fue Svletana la primera en recibir un chirlazo, el cual aterrizó demasiado bajo y demasiado fuerte. Una marca morada fue rápidamente tomando forma sobre la lechosa y fina piel de su muslo derecho, y la joven rusa sintió como si se abrieran las puertas del Averno y no pudo reprimir un gemido de dolor. Instintivamente, no pudo evitar doblar las rodillas y apoyar los talones en su trasero tratando de protegerlos.

La eslava miró a su marido con cara de arrepentimiento sabiendo que su mal meditado y espasmódico movimiento se la podía hacer ganar gorda.

-          “Svly, como lo vuelvas a hacer, empezamos desde el principio”, fue la advertencia de Nikolai a su esposa que asintió no sin cierto temor en los ojos.

Jimena, que rondaba la escena, escuchaba satisfecha la serena pero clara advertencia y decidió no ahondar más, limitándose a ayudar a la mujer a levantar las piernas y volver a adoptar la posición. Un leve rubor acudió a sus mejillas de la rusa al darse cuenta que sus ojos no eran lo único que se había humedecido ligeramente ante la amenaza de su esposo. No obstante, y pese a las gotitas de humedad en su sexo, estaba claro que el panorama de reiniciar desde el principio la azotaina era un escenario que no le gustaría ver llevado a la realidad.

-Venga, esas piernas arriba, haz como te dice, dijo la profesora ayudando a Svletana sin que, afortunadamente para ella, se percatara de la sutil humedad de su entrepierna.

Mientras el trasero de Svletana continuaba recibiendo su castigo las otras alumnas habían comenzado, a su vez, a recibir las atenciones del cuero sobre sus nalgas.

Claire a la cual su hija sujetaba las piernas, era sin duda la que estaba pasando un peor rato. Aunque los chicos se estaban aplicando con severidad y cada trallazo era acompañado de un gemido de dolor, la mamá americana estaba teniendo verdaderas dificultades. Presa de un llanto agónico casi desde el comienzo, Claire no había podido evitar bajar las piernas en varias ocasiones en un vano intento de frenar el asalto a sus indefensas nalgas.

Tras la tercera interrupción del castigo por este motivo, Mitch, detuvo la zurra y con expresión de firmeza miró a sus dos chicas que le devolvieron la mirada con los ojos muy abiertos.

-“Claire, como vuelvas a bajar las piernas, te aseguro que vuelvo a empezar desde el principio, pero esta vez van a ir todos a la muslada, y tú, jovencita, como vuelvas a soltarle las piernas, lo mismo cuando sea tu turno”.

Su mujer, imposibilitada de responder por el llanto que la ahogaba tan solo asintió como muestra de que había comprendido la advertencia de su esposo, Alice miró al suelo y con voz constreñida emitió un apenas audible “sí, papá”.





 

El americano sabía que no debía de castigar enfadado, y también que la pobre Claire no lo hacía por desobedecerlo, que simplemente era una respuesta al sufrimiento, pero, como había leído en la parte teórica, las desobediencias debían de ser cortadas de raíz y, aunque no estuviera enfadado, el cinto siguió disciplinando a su esposa que entendió que, los castigos se imponían para ser recibidos.

En el otro sofá, Lidia y Marco, disfrutaban, de manera desigual, de un reto un poco diferente al resto de parejas del baile. El italiano sabía que estaba en posición de exigir a su esposa que, que aparte de música, había practicado ballet, la mayor pulcritud en la posición, así que le indicó que debía mantener las piernas completamente estiradas y que cada vez que doblara las rodillas se ganaría un recordatorio en los muslos.

Aunque seis verdugones progresivamente morados decoraban la parte alta de los muslos como testigos de las veces que no había podido evitar flexionar las piernas, parte de la psique de Lidia agradecía que este condicionante mantuviera su mente focalizada en esto y la sustrajera del dolor en sus posaderas. Con la imposibilidad de reaccionar a los azotes incluso con la más mínima contracción muscular, la bella Lidia emitía un lamento que en realidad era una monótona letanía quebrada, tan solo, por los ocasionales aullidos, propios o de sus compañeras de práctica, cuando el cinto mordía con demasiada pasión la carne que acariciaba.

Con alivio de todas las chicas menos de una, los profesores, tras diez minutos, pusieron fin al asalto.

Era el turno de Alice, que había visto con creciente preocupación el tono amoratado del culo de su madre, adoptó la posición relevando a su madre en el sofá.

La respiración de las chicas a iba recuperando su cadencia y los sollozos se iban mitigando cuando finalmente, tras un par de minutos de descanso, Mitch estuvo de nuevo en condiciones de reiniciar la práctica con su joven compañera de baile.

Antes de que los americanos comenzaran su concierto de percusión, una mirada se cruzó entre las recién castigadas Svletana y Lidia, y, finalmente, esta preguntó a Jimena que se encontraba en un pequeño corro junto a su marido y a Philippe:

-          “¿Podemos tocarnos el culo?”

Los profesores miraron a los maridos que, un poco sorprendidos, no sabían que responder.

-          “Pues, eso se lo tendríais que preguntar a ellos,-dijo Jimena, pero, si nos dejaran, no sería justo para Claire que tiene que ayudar a Alice”.

-          “Tiene razón, dijo Philipe, chicas, poneos aquí, en primera fila, cerquita del sofá. De rodillas, las manos detrás de la cabeza, los dedos cruzados, para evitar tentaciones”.

Un jarro de agua fría cayó sobre las dos sindicalistas que veían que, lejos de ver cumplidas sus expectativas, ahora debían de contemplar el castigo de Alice en una postura que pronto sumaría al dolor del trasero el de sus rodillas. No obstante tuvieron su pequeño resarcimiento cuando Philippe, que se había dado cuenta del pequeño pique entre las chicas y Jimena, decidió obtener algo de diversión erigiéndose en árbitro imparcial.

-          “Jimena, tú también, con ellas”.

La joven fiscal mostro una expresión de sorpresa que contrastaba con la sonrisilla de sus compañeras que, ya en posición tanteaban la posición menos dolorosa para sus rodillas.

-          “Venga, estaos quietas, ya, y atentas a ver qué tal lo hacen”



 

En Isla Cane, el spanking está, normalmente, fuera del ámbito sexual en el cual se haya circunscrito en otros lugares, pero, nuestras chicas sabían que sus maridos, -los cuales permanecían súbitamente callados detrás de ellas-, sentían algo más que interés académico en ese momento. Mientras ellas con sus culetes rojos y bien marcados por el cuero danzaban sobre sus rodillas tratando de permanecer en una posición lo menos incómoda posible, una jovencita con un culo perfecto estaba a punto de recibir unos azotes, no era reprochable que los chicos, pudieran pasar cierto apuro disimulando los abultamientos en la entrepierna de sus pantalones.

- “Nada de soltarle las piernas”, dijo Mitch dando una suave palmada en el trasero de Claire que, pese a no ser fuerte, al impactar en una zona muy enternecida, la hizo estremecerse de dolor.

Alice, que sabía lo que le esperaba torcía el gesto, como si tratara de adelantar una mueca de dolor. No se equivocaba.

Cuando finalmente su padre abatió el cinturón, el mordisco del cuero la hizo retorcerse, e hizo que su madre tuviera que aplicarse en la presa de sus piernas. Mitch que ya había obtenido cierta experiencia se mantuvo azotando la parte más baja de las nalgas. Alice orgullosa, mordía su labio inferior y gemía del dolor de cada azote, pero, orgullosa, se negaba a regalar a su spanker y a los espectadores el espectáculo de verla llorar.

Decidido a vencer la resistencia de su hija, Mitch descargó una rápida zurra de cuatro cintarazos en los muslos, quebrando el orgullo de la joven la cual, tras un aullido que hubiera hecho palidecer de envidia a una mona del Amazonas, comenzó a llorar como antes los habían hecho sus compañeras de aventuras.

Las espectadoras no pudieron menos que reconocer el talento del padre de Alice que, sin abusar de la fuerza, había logrado domar a su obstinada potrilla.

Tras siete minutos de zurra el llanto de Alice ya había pasado por varias fases y cada vez que disminuía en intensidad un par de azotes en los sit spots devolvía este al nivel que su padre consideraba necesario. Tras ocho minutos, Alice imploraba a su padre que finalizara la zurra.

- “¡Ay! Perdona papá, -era curioso como la chica se disculpaba con balbuceos de una afrenta que, en realidad no había cometido-, No me des más”.






 

- “Lo siento mucho, princesa, pero esto lo teníamos que haber hecho mucho antes”, fue la única respuesta sin que el vigoroso masaje de sus nalgas se detuviera un instante.

Aunque el corazón de Mitch estaba un poco encogido por las súplicas de su hija, cuatro pares de ojos femeninos lo contemplaban, y estas no hubieran aceptado que unas lágrimas de cocodrilo hubieran obtenido una rebaja en el castigo que ellas habían cobrado íntegro.

Finalmente, tras diez minutos, las nalgas enrojecidas brillaban como una manzana bajo un foco. El bikini verde con detalles blancos ofrecía un buen contraste con los globos carmesíes y los morados lengüetazos que decoraban sus muslos señalando el lugar en el que el cuero había acariciado las piernas.

- “Bueno, dijo, Philipe, creo que ya tenemos suficiente práctica por el momento”, y para alivio de Alice, el cuero dejó de batir sobre su piel.

Mitch indicó a su esposa que podía dejar las piernas de Alice, y a esta que podía abandonar la posición.

Sin atreverse a deslizar las manos hacia sus nalguitas, Alice se levantó, atusándose la nariz con la muñeca. Mitch avanzó hacia su hija y sin mediar palabra, la abrazó y dejó a su cachorra llorar sobre su hombro. Inaudible para el resto del mundo que asistía a la escena, un susurro se deslizó hasta el oído de Alice “Te quiero mucho, pequeña”. La norteamericana enterró aún más su cabeza en el hombro y respondió.

-          “Lo sé”.

Phiippe era la persona, después de sus padres, que asistía más satisfecho a la transformación de Alice que, sin duda, la acabaría convirtiendo en la mujer feliz que debía ser. Esperó unos minutos sin querer romper el vínculo que el castigo había creado y, cuando, el llanto de Alice decrecía hasta desaparecer, el anfitrión tocó suavemente el hombro de la joven.

- “Claire, Alice, id con las chicas”.

Las cinco chicas permanecían arrodilladas con las manos detrás de la cabeza mientras los hombres acercaban unas sillas para completar un círculo alrededor de Philippe.







 

- “¿Qué os ha parecido la sesión?”, preguntó el director cruzando las piernas sentado en una silla de tapizado marrón.

Lidia, como era habitual, recogió el guante y fue la primera en responder.

-”Depende”

- “¿De qué?”, pregunto Philipe que sabía que en estos momentos era crucial que todos sacaran el torrente de emociones que llevaban dentro.

-”Pues, la primera parte, bien…, es decir dolía, pero tiene que ser así, supongo. Pero luego, creo que hablo por todas, fue una pasada”.

Las chicas asintiero visiblemente de acuerdo.

- “Lidia, tienes que pensar que la primera parte no era realmente un castigo, y la segunda ni siquiera fue un castigo demasiado severo”, dijo Rodrigo.

Svletana quiso acudir a reforzar la posición de Lidia y desde su posición, arrodillada junto a Marco añadió que le parecía un poco abusivo que siempre esas gradaciones se hicieran sin contar con las chicas, y que con una azotaina como la primera ya se dejaba un mensaje “bastante claro”.

- “No. Tienes que pensar que el castigo no es solo una pena por algo que has hecho mal, que también, dijo Philippe. Has de darte cuenta que dejarte la tele encendida, por ejemplo, no es lo mismo que olvidarte de dar de comer al perro. Un castigo no es una venganza, es la consecuencia de un acto que no obtiene la aprobación de quien juzga que te mereces esos azotes y, aun mucho más importante, es una manera de evitar ese comportamiento en el futuro”.

Jimena miró a la rubia rusa echándose todo lo que pudo hacia delante para poderla mirar ya que una y otra se encontraban en los extremos opuestos del semicírculo que componían nuestras protagonistas.

- “Svletana, piensa que has hecho algo mal, y que te pese a que no sea correcto, a ti te ha rendido un rédito y tú crees que, en el fondo no daña a nadie. ¿Qué se puede hacer para disuadirte de que lo vuelvas a hacer?

La joven rusa vaciló un momento.

-”Ya, pero...”

Alice no quiso quedarse callada.

- Ya, ya sé que un castigo está pensado para que nos los pensemos antes de recibirlo pero… la posturita…

- “Tienes que pensar que esa postura no está pensada para que te guste, ni para que estés cómoda, es un elemento más del castigo, y está muy bien diseñada para sacarle el máximo partido de esto, dijo Rodrigo mostrando el cinturón doblado que tenía en la mano.

Marco esperó a que las chicas hubieran acabado sus intervenciones, y aportó que a él le había costado contemporizar ya que, con el auxilio de la gravedad, los azotes podían ser demasiado fuertes, y tampoco era eso el objetivo.

Mientras su marido hablaba, Lidia, pensó en intervenir, y señalar que a ella le quedaba cierto temor de que, en esa postura, un azote un poco extraviado pudiera acabar aterrizando sobre los labios de su vagina, pero, vergonzosa, guardó la pregunta para sí.

No fue hasta que todos los participantes expresaron su opinión cuando, en calidad de director, Philipe le dio permiso a las chicas para levantarse, licencia de la que hicieron uso de inmediato porque las moderadas molestias en sus rodillas hacía ya un buen rato que habían derivado en un dolor que rivalizaba con el de sus rojas colitas.

-          ¿Podemos ya frotarnos el culete?, preguntó Alice con una mirada digna de una cachorrita mirando una albóndiga.

Los hombres sonrieron por la inocente ansiedad de la pregunta de la adolescente, y Mitch se sintió orgulloso de lo cortés que había sonado.

-          Claro, tesoro. Ya podéis.

-          “Philipe, dijo Jimena, me llevaré a las chicas. Os vemos a la comida”.

Philipe y Rodrigo asintieron.

-          “Sed buenas”.

-          “Nos va a dar igual….” Fue la burlona respuesta de la profesora sabiendo que, sus chicos, aun les reservaban algunas entretenidas, aunque seguro dolorosas, sorpresas.