El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

viernes, 30 de abril de 2021

Una pequeña explosión. (2/2)

 


El tiempo hasta las seis de la tarde pasaba lento del coche de Ekaterina. Había pasado por una gasolinera para comprar un par de emparedados y unas chocolatinas, se sentía mal y no tenía ganas de tener que velar su ánimo con una máscara social, simplemente quería estar sola. Como guiño a su letargo de melancolía, y para matar el tiempo, wasapeó con sus antiguas amigas de Vorónezh, sus respuestas, cuando llegaban, la hacían sentir, aún más fuera de lugar en aquella isla habitada por gentes que, a su juicio, estaban trastornadas.

Aunque pausadamente el tiempo transcurrió, y a las seis saludaba a Jimena en el hall de uno de los grandes centros comerciales de Tawseburgo, la próspera y bulliciosa capital de la isla estado. A pesar de que el saludo fue efusivo, ya que las dos chicas habían hecho muy buenas migas en el gimnasio, no pasó mucho tiempo hasta que Jimena Signori, nuestra ya conocida fiscal, se dio cuenta de que algo no marchaba bien. Katia, normalmente vivaracha y de rápidos reflejos a la hora de dar una réplica aguda o picante, contestaba con monosílabos, y el velo gris de la niebla de ánimo apagaba la luz de sus ojos.

-          ¿Pero qué te pasa, chica?, - dijo Jimena poniendo los brazos en jarras provocando una oscilación de las bolsas que llevaba enganchadas-.

-          No sabría ni por dónde empezar…

-          Nos vamos a una cafetería y me cuentas…

-          Mejor, cogemos el café y nos vamos fuera.

El banco del paseo marítimo en el que las dos chicas se sentaron a disfrutar de su café les proporcionaba una hermosa vista sobre el sol que ya se iba ocultando detrás del mar. Jimena meneaba el café mientras escuchaba el relato de Ekaterina, el cual, a veces pausaba cuando la emoción le impedía continuar.

Jimena era genuinamente una chica de Cane Island, y pese a que había viajado mucho a otros países, verdaderamente era una enamorada de las costumbres locales, aunque, cuando trataba con chicas extranjeras que por una razón u otra habían tenido que radicarse en la isla, o escuchaba como ahora los sentimientos que le confiaba su compañera de banco entendía, verdaderamente, que verse sumergida en este mundo, tan distinto, era un auténtico shock.

-          No puedo soportar que me traten como a una estúpida todo el tiempo, y peor aún, que tenga miedo a hacer cualquier cosa por temor a que algún gañán juzgue que por cualquier nimiedad me merezca una paliza.

Jimena arqueó una ceja.

-          No tolero ser considerada un ser inferior, pensé que eso había quedado atrás en occidente, y me flipa, que vosotras, incluso tías super preparadas, como tú, le deis a esto un viso de normalidad.

Jimena dejó de marear el fondo de café que aún le quedaba en el vaso.

-          Ekaterina, sé que las costumbres de aquí pueden parecerte raras, pero, también te tengo que decir que las estás analizando desde una óptica incorrecta.

-          Explícate, que no te sigo.

La fiscal tomó aire.

-          Pues mira, para empezar, te estás comparado con los hombres, y en esa comparativa, tú ves que nosotras salimos perjudicadas… y yo te digo que no nos podemos comparar en absoluto, somos equivalentes, pero no iguales.

-          Dejais que os peguen. Como animales. Me parece que tu filosofía de mártir no me va a valer Jimena…

-          Vamos a ver, cuando nosotras, nuestra sociedad, pone en manos del hombre la capacidad de calentarnos el culo cuando lo merecemos, lo único que hace es regular un comportamiento, que por otra parte, es bastante beneficioso.

Katia la miraba con incredulidad. Jimena, viendo el rostro de su interlocutora, asintió con vehemencia y continuó su disertación.

-          Mira, cuantas veces, estás de mal humor, por cualquier cosa y quieres pagarlo con lo que sea, quieres liberarte discutiendo, riñendo… Y eso lo he visto en muchos lugares del mundo. Aquí, sabes que ese comportamiento está fuera de lugar, y que te calienten el culo cuando pasa evita cantidad de discusiones estúpidas que, de otra forma envenenan la convivencia.

-          Ya… ¿Y por qué no es al revés? ¿Por qué somos tontitas?

-          Y dale…. ¿Tu pondrías la retina de tu padre en manos de una tontita? ¿Pondrías la defensa de una nación en manos de una tontita? Pues empieza a contar la cantidad de oftalmólogos, políticas, pilotos de avión que hay en la isla, aquí nadie piensa que seamos tontitas.

Y, respecto a tu primera pregunta, pues es muy sencilla… a ti te gusta admirar a tu compañero, a tu novio, a tu marido, a tu padre… ¿No?

-          Emmmm…. sí, claro, como a cualquier mujer…. Es más, te recuerdo que soy eslava.

Jimena miró los profundos ojos azules de su interlocutora y los prominentes mofletes pigmentados por graciosas pequitas.

-          No…. Créeme, no hace falta que me lo recuerdes…. Pues eso, ¿Podrías admirar a un hombre al que pones sobre tus rodillas cuando diga una inconveniencia? Y sé sincera.

La mera reflexión de azotar a un hombre sobre sus piernas le pareció, como poco, grotesca.

-          Pues…. No, la verdad.

-          Efectivamente, a todas nos gustan los hombres fuertes, tranquilos y que nos apoyen, y si nos salimos del camino, que nos vuelvan a poner en él.

-          Ya…. A golpes…

-          A ver, Katia, dejémonos de cinismos…. ¿Tú tuviste pareja en algún momento?

-          Sí, en Rusia. Lo dejamos poco más o menos un año antes de venirme.

Jimena preguntó a Katia por los motivos de la ruptura, disculpándose si estaba siendo demasiado indiscreta, pero…. Al fin y al cabo, era fiscal.

-          Pues, él hizo medicina. Y preparando el examen de residencia, casi no lo veía, todo el día estudiando, y cuando lo veía solo hablaba de lo mismo, y al final, nos gritábamos más que hablábamos. Romper fue la mejor solución. No quiero dejar de reconocer que igual yo fui un poco egoísta, pero, yo también estaba preparando oposiciones y me sentía sola.

-          Mira, Katia, cielo, eso es justo de lo que estoy hablando. Si bien tú fuiste egoísta, él tampoco lo fue menos. La función de un hombre es dejar su mal día a la puerta de casa, y cuando nos ve, preguntarnos cómo nos ha ido.

-          Ya, para rompernos el culo.

-          Si se tercia, pero principalmente para que no nos sintamos solas, para que nos sintamos protegidas, e, incluso para que nos oigan, aunque a veces se pongan pelmas dando soluciones que no hemos pedido. Y él no hizo eso. ¿Qué hubiera pasado si en tu primer berrinche él hubiese cogido y te hubiera puesto el trasero como un tomate?

-          Pues que no era justo, que me sentía abandonada y aun encima me pegaba…

-          Vas bien, cielo…es justo por ahí… Un examen es importante, pero, tú no lo eres menos, sino más, así que, venir de estudiar mucho, no es óbice para no interesarse por ti. Aquí, por ejemplo, eso, apenas pasa. Los chicos saben que, lo más importante, es sacar tiempo para dedicárnoslo, y si por hablar con su novia pierde un poco de tiempo de estudio, pues ya lo robará al sueño, y si además te mereces una zurra, con veinte años, seguro que la acción no terminaba contigo sobre sus rodillas.

La salida de Jimena hizo reír por primera vez a Ekaterina. La verdad es que las palabras de su amiga, aun sin convencerla, habían hecho que analizara la situación desde un prisma completamente diferente. Para sus adentros, tenía que reconocer que, desde que su padre había comenzado con “la aclimatación” unos meses antes de emigrar, de todos los hombres que la habían tenido que corregir, todos ellos lo habían hecho con el genuino convencimiento de que estaban haciendo lo correcto para ayudarla.

-          De verdad, es que me flipáis… ¿Es que vosotras solo atendéis a golpes?

Jimena escrutó a su amiga con un ceño fruncido.

-          ¿Nosotras?

-          Sí, vosotras. Katia enfatizó la frase con un enérgico movimiento de manos.

-          Katia… Vamos a dejar de ser cínicas… ¿Cuántas oposiciones llevabas preparando en Rusia?

-          Mmmmm… pues…. Bueno…. Unas pocas…

-          ¿Y qué pasó cuando tu padre y los profesores de la academia empezaron a “preocuparse” por tus resultados y hábitos de estudio?

Ekaterina bajó la mirada.

-          Conseguí plaza a la primera.

-          Y no solo eso, Katia, mírate ahora, que estás perfecta, y no es por que hagas más ejercicio, sino porque tu padre se empezó a tomar en serio que durmieras bien, que comieras bien, antes corrías mucho con el coche…. Y claro, eso, eran cosas que no te debía de haber dicho nunca antes…

-          Pues unas cuantas…

Definitivamente, la joven rusa estaba tocada y hundida.

-          Puede que tengas algo de razón.

-          Y Katia, que necesitemos unos azotes de vez en cuando, no nos convierte ni en animales ni en seres inferiores, sólo en Ying y en Yang.

La muchacha extranjera y miró suplicante a su amiga.

-          Y qué hago… creo que la cagué a lo bestia con el juez Vázquez, me da vergüenza hasta decírselo a mi padre.

-          Cariño, mira, yo por motivos de trabajo conozco mucho a Marcos Vázquez, y es no solo muy justo, sino profundamente humano, y eso que, siendo mi director de tesis he tenido ocasión de conocer su swing con la correa, pero no te preocupes mucho por él. Te acompaño hasta el coche, le mandas un mensaje, y mañana vas a hablar con él, y ahora vas a casa, y hablas con tu padre. Mañana, si quieres, quedamos otra vez.

Las dos amigas caminaron hasta el aparcamiento donde, a la puerta del coche se despidieron con un abrazo.

Cuando Katia llegó a casa, Dimitri, estaba acabando de guardar la compra en los diversos estantes de su gran cocina y, lo último que se esperaba fue el abrazo de su hija que se abalanzó sobre él con tanto ímpetu que casi lo trastabilló y, para su pasmo, permaneció allí, callada, abrazándolo tan fuerte que parecía que quería tatuarse sobre su pecho. Su padre, poco acostumbrado a las efusividades de su hija, un tanto arisca, simplemente la rodeaba con sus brazos le acariciaba la cabeza por debajo de la melena que cubría su nuca y luchaba para que los ojos no se le humedecieran; desde la muerte de su esposa, estas abiertas muestras de cariño, no eran habituales en la casa.

Tras unos segundos que al hombre se le antojaron fracciones, Katia se despegó de su padre, y le pidió que fuera yendo al salón y que ella iba ahora, pero primero tenía que hacer una cosa.

Cuando Katia llegó al salón su padre, ya estaba sentado en el sofá. Era un hombre de unos cincuenta años y de una apariencia más que notable para su edad que lo había hecho bastante popular entre sus compañeras de orquesta. Alto, guapo y con unas facciones varoniles, la amabilidad de Dimitri, así como la propia naturaleza cosmopolita de Isla Cane habían hecho que, al contrario que para su hija, su adaptación hubiera sido fácil.

Ekaterina depositó la correa de piel marrón sobre la mesa.

-          Es la gorda. La de cuando he sido mala.

Katia contó a su padre con pelos y señales cuanto había acontecido en el día, y que su jefe, le había respondido al mensaje, diciéndole que, al día siguiente acudiera con normalidad, ya que tendrían una conversación.

-          Vaya, princesa, parece que ha sido un día complicado… vamos a cenar, y vete pronto a la cama, que mañana seguro que vas a necesitar las fuerzas…

-          Pero…. Papá…. Con la que he liado por mema, y no me vas a dar lo que hoy SÍ que merezco….

-          Cielo, tu misma me has dicho que no hiciste nada en la cafetería… y en el trabajo… pues parece que algo quedó a medias… ya veremos mañana. Anda, guarda la correa… pero no muy lejos, que me ha dicho un pajarito que, mañana, igual la vamos a necesitar.

Con la misma, el hombre se levantó dando un beso en la cabeza a su hija que permanecía sentada, orgullosa de ser hija de su padre.

Cuando regresó de guardar el instrumento de cuero, su padre la esperaba sobre la silla del despacho, la miró, y se dio unas palmadas sobre los muslos.

-          Aquí, pequeñita.

Ekaterina, sorprendida por lo que juzgaba un brusco cambio de comportamiento, obedeció asustada. Acostada sobre las rodillas de su padre, notó como con dulzura, la mano del hombre le subía la falda para observar las nalgas que presentaban varios cardenales como recuerdo de la cruel espátula de la mañana.

-          Sabes por qué voy a azotarte, princesa

-          ¿Por haber sido egoísta y cegata?

-          No mi amor, por no haberme dicho hasta hoy como te sentías.

Aunque Dimitri nunca lo sabría, cuando la primera palmada cayó sobre las nalgas de su hija, Ekaterina sonreía de pura felicidad. Fue una azotaina lenta, dolorosa, pero no en exceso, y el hombre sabía que los sollozos de su hija desde el segundo azote, en este caso no eran solo de dolor, y que, esas palmadas eran, un bálsamo para el alma de su hija.

Aquella noche, aunque temerosa de su entrevista con su jefe del día siguiente, Katia se durmió rápidamente, notando el leve escozor de sus nalgas cuando eran acariciadas por las suave ropa de cama.

 

-          Lo siento señor juez…

El juez escuchaba el relato de la joven que se presentaba allí, verdaderamente arrepentida de lo que había sucedido en el día de ayer.

-          De acuerdo, señorita, acepto tus disculpas, no voy a abrirte un expediente por lo de ayer, pero… Primero: te voy a recomendar para que acudas a un taller de azotes con tu padre, - la cara de extrañeza de Ekaterina era un poema, pero, prefirió asentir y no decir nada-, segundo, vaya a llamar al alguacil y de paso, traiga la correa; tercero, ya  lo hablamos cuando venga ya en mi despacho.

Cuando la chica regresó con el aguacil, el juez le dio para su entrega un documento oficial, se trataba de una inhabilitación temporal para impartir disciplina que tenía como destinatario al encargado de una cafetería no muy lejana. El juez se había encargado de realizar varias averiguaciones, y si bien aunque estricto el castigo podía estar justificado, pero su administración, sin duda, había sido excesiva, y eso, en Isla Cane, era un asunto extremadamente grave.

El juez cogió la correa que le ofrecía la chica, y le franqueó el paso hacia su despacho. Ekaterina encabezaba la curiosa comitiva que, de camino al despacho pasaba junto a  la mesa de Clara, cuando las dos chicas estuvieron lo suficientemente cerca, su amiga le susurró sonriendo:

-          Me alegro de tenerte de vuelta… pero, te lo tienes ganado.

El juez cerró la puerta tras él:

-          Katia, lo que pasó ayer fue muy grave. Entiendo todas tus circunstancias y por eso tampoco quiero ser un cretino, eres nueva aquí, y hay cosas que pueden llegar a irritarte.

-          Lo siento mucho, señor. Ayer, aunque no se lo crea, vi muchas cosas. Coja esa correa y tuésteme el culo hasta que no pueda sentarme en una semana, fui una capulla y una desagradecida.

-          No, señorita, quiero que lo entiendas, esto no es ninguna venganza, ni una vendetta, pero ayer la liaste, y aquí cuando una chica se porta como tú, pues se gana una disciplina.

-          Como debe de ser, dijo Ekaterina recogiendo la falda para dejar a la vista sus nalgas apenas cubiertas por unas braguitas tal vez demasiado pequeñas y demasiado bonitas para lo que hubiera sido habitual como ropa de trabajo.

Inclinada sobre la mesa, Katia, apretó la mandíbula cuando notó que el juez tanteaba las distancias con la monstruosa correa y, pese a esforzarse en el agarre, cuando el cuero besó sus nalgas por primera vez casi salió disparada. El impacto, en el medio de ambas nalgas se enterró tanto en su piel que las nalgas rebosaron de carne arriba y abajo la correa. El efecto en Katia fue terrorífico, y ya este primer azote la hizo aullar de dolor.





 

La correa era mil veces peor que el cinturón, y, viendo la zona que rápidamente se empezaba a poner colorada con puntos púrpura, un solo correazo cubría la misma superficie que seis cintarazos bien aplicados.

El segundo azote la alcanzó de lleno en la parte trasera de sus nalgas con un movimiento ascendente que hizo a Katia ponerse de puntillas. El alarido coincidió con unos sollozos, que, probablemente no pararían durante toda la azotaina.

El tercer chirlazo cruzó ambos muslos, con tal fuerza que Ekaterina pensó que estallarían.

Desde la parte superior de sus nalgas hasta la mitad de sus muslos la parte trasera de la muchacha estaba roja como un campo de amapolas, tan solo destacaban las marcas azules donde habían impactado los bordes de la correa, recuerdos que, con seguridad, iban a durar días.

A partir del cuarto, todos los azotes cayeron, necesariamente, en carne ya macerada, y el efecto era agónico. La chica sentía como si con un cuchillo ardiente algún diablo estuviese desollando la piel de su pobre culo, que sentía arder.

El juez puso particular empeño en castigar los puntos de contacto para asegurarse que durante muchos días, al sentarse, Katia recibiera el restallazo de dolor en su trasero. Los muslos, aquel día también habían sido considerados como objetivos legítimos, y para desgracia de la chica que aullaba como una loba cada vez que la sensible parte trasera de sus piernas era acariciada por el mordiente cuero,  seis azotes almieron la parte superior de sus muslos..

Clara contemplaba el buen estado de su esmalte de uñas mientras sonreía oyendo como su amiga estaba pasando un mal rato teniendo una charla con el juez siendo su trasero la mesa de conferencias. Ella misma se había sentido mal con el arranque de furia del día anterior, y era algo que, evidentemente, debía de ser corregido.

Tras veinte correazos, la tormenta de azotes cesó, dejando a Katia sollozando y gimiendo como una magdalena con su trasero reducido a una palpitante y tonificada pulpa de tonos que oscilaban entre el cereza y el azul.

El juez contempló a Ekaterina durante unos minutos, que fue lo que tardó la chica en poder contemporizar su respiración.

-          Gracias, señor. ¿Me perdona?

-          Pues claro, no seas boba, anda, componte, y vete a trabajar. Sólo que no se repita.

-          ¿Puedo abrazarle?

-          Pero como se te ocurre soy tu jefe y yo…

El juez gesticulaba reafirmando su negativa cuando una chica que apenas hacia doce horas había aprendido lo especial que es sentirse cuidada, lo calló abrazándose a él. Vázquez, atónito, tan solo daba suaves palmaditas en la espalda de la chica a la que hacía apenas unos minutos había enseñado una valiosa lección.

Las dos chicas apuraban de pie sus batidos,- Jimena también había tenido una conversación con Rodri acerca de la conveniencia de no olvidarse la lista de la compra y volver a casa con la mitad de las cosas necesarias.


 

 

-          ¿Taller de disciplina? ¿Qué es eso? Tras poner al día a su amiga Jimena, convertida a hora en una suerte de "Cicerona", Katia le preguntaba mientras no dejaba de comerse el helado que tenía ante ella.

-          ¡Anda! Buenísima idea. Pues es un taller que suele durar un fin de semana, y allí se se va cada chica con su spanker y se trabaja de todo, desde implementos, intensidades, aftercare…. Suelen hacerse en hoteles del sur, cuando la temporada turística decae.

Ekaterina estaba pasmada de ver cómo, al mencionárselo, Jimena había tenido una explosión de alegría.

-          Errrrrr….. de verdad crees que es buena idea…

-          Pues claro, es más, normalmente se hace para las parejas recién llegadas, y principalmente es el público objetivo, pero, generalmente, también está una pareja de la isla que sirve de “ponentes”. Incluso a veces, asiste gente de aquí para aprender cosas nuevas. Es súper guay… eso sí… vete pensando en dormir boca abajo la siguiente semana.

Katia no pudo sino menear la cabeza ante el ataque de risa que le entró a Ekaterina con su propio chiste, el reírse de sus propias “paridas” era algo muy usual en Jimena cuando se encontraba cómoda.

-          Y es más, Katiuska… si me dices cual vas a hacer, me apunto contigo. Va a ser el cumple de Rodri, y no sabía que regalarle…. Ese finde y algún juguetito para que estrene conmigo allí, serán perfecto.

La joven rusa sonrió y sorbió con ímpetu el final de su batido. Pese a la extrañeza, le hacía ilusión el hacer este fin de semana con su padre y con su amiga. Por primera vez, en meses, esa ilusión la hizo sentirse una más de las chicas de Isla Cane.

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