Un sendero de losas de granito pavimentaba
el corto sendero que, a través del jardín, conectaba la casa con la zona de la
piscina.
En aquella tarde de verano el
agua se empeñaba en bailar con Lorenzo creando con esa danza una infinidad de
destellos azules que refulgían como brillantes abanicos. Verdaderamente, todo
en aquella casa era grande y magnificente: la cuba, el área de recreo con
tumbonas, la vegetación, las esculturas y el gran número de parasoles que
rodeaban la zona de baño verdaderamente estaban diseñadas para acoger a
bastantes más que las cuatro personas que procedían a acomodarse.
Las dos testigos ataviadas con
pamelas y gafas de sol, y abundantemente embadurnadas de crema solar por
Patricia antes de salir de la casa, señalaron ansiosas con la cabeza hacia las
tumbonas que se encontraban entremedias del sol y la sombra que proyectaba una
palmera.
-
Parece que tienen ganas, - dijo Patricia.
Los agentes colocaron a las
muchachas sobre las ostentosas tumbonas y, la seguridad ante todo, procedieron
a inmovilizarlas de manera que no pudieran suponer un riesgo, ni hacia ellas ni
hacia el programa.
Aisha, que en vano trataba de
encontrar una posición medio cómoda para sus brazos, fue engrilletada por un
tobillo a una recia argolla de acero firmemente cementada en el suelo y que,
por si misma era suficiente para mantener a cualquier chica dentro de la
longitud de la cadena que allí se anclara.
Como el lector ya está
familiarizado con el distinto protocolo que se aplica a una y a otra testigo,
las restricciones aplicadas a Martina fueron igualmente seguras pero, de lejos,
mucho menos amables. Carlos la ayudó a tumbarse en la mullida colchoneta e,
inmediatamente, procedió a atar sus tobillos al fuerte armazón metálico de los
reposabrazos.
Con esa posición la muchacha
quedaba tumbada sobre la silla con las rodillas dobladas y los tobillos echados
hacia atrás, firmemente atados a cada lado de la silla. Junto con la tensión
que la forzada posición provocaba en sus músculos y tendones, lo peor, sin
duda, era, que al estar tan fija en la postura, no podía tratar de ladearse
como hacía Aisha, y no tenía manera de evitar que todo su peso aplastara el
metal que le aprisionaba los brazos, provocando algo más que incomodidad en sus
extremidades y espalda.
Solo cuando las dos chicas
estuvieron acomodadas con todas las garantías de seguridad, Patricia abrió los
pequeños candados que cerraban los zapatos de las dos cautivas. Las dos
muchachas gimieron de placer cuando pudieron estirar sus pies, sometidos desde
primera hora de la mañana a un elegante pero brutal arqueamiento.
El firme bondage y del
incipiente dolor que empezaban a sentir en sus miembros no evitaba que, las dos
chicas, estuvieran contentas de poder disfrutar de un rato de esparcimiento al
aire libre ya que, sin estos paréntesis, los días,- a pesar de contar en sus
habitaciones con pantallas gigantes en varios lugares, lo que era útil pues
podían visionarse independientemente de la postura en la que una estuviera
inmovilizada, en las que podían ver películas, series o leer libros-, se hacían
eternos.
Martina, desde su posición,
observó a Carlos que desabrochándose la camisa se sentaba en una mesa situada
bajo la sombra de unos árboles. Las gafas de sol le permitían no tener reparos
en disfrutar de aquel musculado torso que presentaba varias cicatrices que,
lejos de afearlo, lo embellecían resaltando su autoritaria masculinidad.
Mientras lo miraba, se imaginaba que, así atada, con los muslos separados, no
tendría ninguna defensa si aquel hombre hubiera deseado tenerla. La chica de
pelo castaño cerró los ojos y noto cómo unas perlas de humedad se deslizaban en
su vientre. No era sudor.
Mientras Carlos continuaba
sumergido en la lectura de su libro ajeno al escrutinio de la calenturienta
joven, su compañera Patricia se había percatado que, la cautiva, creyéndose
segura tras sus gafas tintadas, no quitaba ojo de su hercúleo compañero. Más
tarde, se dijo, se iba a encargar de que la descarada recibiera un mensaje,
bien clarito.
El tiempo de esparcimiento
pasaba de forma agradable para los dos agentes que disfrutaban de un bien
merecido lapso de relax en el extenuante trabajo de proteger a las dos
testigos, pero, transcurridas casi dos horas un incesante coro de quejidos
acabaron por arrancarlos de su “dolce far niente”.
Martina, había tratado de
aguantar lo máximo posible, pero, los tirones en sus músculos, estaban mandando
claras señales a su cerebro. Sus
piernas, abiertas y dobladas al límite de sus posibilidades le dolían como si
estuvieran a punto de arrancárselas, y los grilletes “bagno” no solo mordían con
fiereza la carne de sus brazos si no que, dada la postura, se le clavaban en la
espalda, y tras haber tratado de variar la posición a fin de repartir el
castigo, ya no había un milímetro de su espalda que no aullara de dolor. Su
vientre ardía tras haber recibido las caricias del Sol por más de una hora y,
como guinda a su disconfort, la sed, la devoraba. La mordaza de aro que
atenazaba sus mandíbulas se había convertido en una máquina de hacerla salivar,
y su barbilla y escote eran una catarata de baba que discurría hasta colmar
graciosamente su ombligo, el cual rebosaba un hilillo que continuaba hasta que,
poco a poco humedecía el elástico de la braguita de su biquini azul de motivos
étnicos.
Temiendo que sus protestas
pudieran hacerles perder el privilegio del ansiado baño en la piscina, los
gemidos de Martina comenzaron tímidos, casi inaudibles, pero tras ver que ni
tan siquiera lograban que los dos agentes levantaran la vista de sus lecturas,
el sonido fue in crescendo. Aisha, pese a que disponía de mucha mayor libertad
y podía girarse, ladearse e incluso ponerse en pie, se unió a la coral de
lamentos, y tras unos minutos, finalmente, los dos custodios se decidieron a
dedicarles la atención que reclamaban.
Patricia, que muchas veces como
mujer se solidarizaba con las testigos, – a menudo se preguntaba cómo era
posible que el programa hubiera sido diseñado y estuviera supervisado por
mujeres-, fue la primera en dedicar una mirada más atenta a las dos chicas que
se agitaban en sus tumbonas.
-
Creo que es hora de cumplir con lo prometido, han estado tranquilas,
parece que no van a necesitar las mordazas… por un rato.
La agente se levantó y avanzó
hacia las chicas, se paseó lenta, segura, haciendo oscilar sus caderas delante
de su compañero, en un movimiento que, las dos mujeres que permanecían en un
estricto bondage juzgaron como exagerado y un tanto exhibicionista, como
mujeres, se dieron cuenta que la hermosa Patricia estaba marcando territorio.
Con movimientos de experta, desabrochó las mordazas, y primero Martina y luego
Aisha, pudieron por fin, tras un breve forcejeo con los calambres que provenían
de los músculos que habían sido forzados, cerrar sus labios.
Patricia sabía por experiencia
propia la cantidad de líquidos puede perder una chica salivando con la mordaza
de anillo, especialmente bajo el sol y en una tarde tan calurosa como aquella
de verano, así que, sacando dos refrescos de la nevera con hielos que Carlos
había llevado se los ofreció a las muchachas que, bebieron sin dilación a
través de sendas pajitas.
-
Gracias, estaba seca, dijo Martina resoplando de alivio… Ay, Dios…
tengo la tripa ardiendo.
-
Jobá, estaba echando de menos la bola del demonio, añadió Aisha que
recuperaba la respiración después de haber bebido el contenido de la lata de un
sorbo.
Carlos cerró el libro y lo apoyó
en la mesita que tenía junto a su silla, y se acercó hacia donde las chicas
habían hecho su particular corrillo.
-
¿Listas para un baño?
A las dos muchachas se les
iluminaron los ojos ante la posibilidad de, en unos minutos, poder estar
nadando libres en esas aguas que con sus reflejos llevaban seduciéndolas toda
la tarde, y asintieron al unísono: “¡Sí!”.
Por desgracia para ellas, la
seguridad del programa, no iba a permitir que sus felices augurios se
cumplieran… al menos por completo.
Aisha, fue liberada del grillete
del tobillo, y acompañada hasta las amplias escaleras de azulejos esmaltados
que, de forma señorial con varios escalones se iban introduciendo en la
apetecible agua de la piscina. Carlos estaba junto a ella cuando se detuvieron
en el primer escalón, con el agua cubriéndoles los tobillos. Martina vio, desde
su tumbona en la que permanecía inmovilizada, como Patricia se acercó a ellos
portando un gran aro salvavidas de franjas blancas y naranjas. La agente deslizó
el rígido flotador, sosteniéndolo inclinado, hasta que este se situó por la parte delantera justo por
arriba de los pechos de la joven, y en su espalda en la zona lumbar, quedando
entre espalda y de los brazos de la joven que, permanecían firmemente
asegurados por los dos pares de esposas en muñecas y codos.
-
Pero… ¿Qué estáis haciendo?, ¿Cómo voy a poder nadar con esto?
-
¿Que qué hacemos? Pues velar por tu seguridad, - dijo Patricia-, y,
como sois… que entendéis lo que os interesa… aquí nadie dijo que fuerais a
nadar, si no, daros un baño. Y si no quieres, pues de vuelta a la tumbona….
Aisha se sintió indefensa y
derrotada de antemano.
-
Vaaaaale. Pero no es justo… no somos terroristas ¿Sabéis?
-
Por eso nos tenéis aquí, protegiéndoos y evitando que nada malo os pase,-
terció Carlos- si no, estaríais en prisión, y créeme, allí no ibais a tener el
régimen de comodidades que tenéis aquí.
Las dos chicas, temerosas de que
incluso el muy cercenado privilegio del baño peligrara, no iniciaron una
discusión, pero, verdaderamente se preguntaban de qué comodidades estaba
hablando el agente. Desde hacía quince días habían sido sometidas a un estricto
bondage, y el más nimio desliz en el cumplimiento de cualquiera de las normas y
protocolos había sido castigado con severidad, con más tiempo de restricción,
mayores mordazas o posturas más extenuantes…. Difícilmente podrían imaginarse
el régimen de las prisiones…
Patricia sujetaba en posición el
salvavidas, mientras poquito a poco Aisha iba introduciéndose en el agua descendiendo
escalón a escalón. Sin duda, en otras circunstancias, le hubiera gustado
disfrutar de una aclimatación más progresiva, y disfrutar de la escalera
flanqueada de estatuas, fuentes y flores, parándose, e incluso sentándose en
los escalones, pero, al final, la realidad mandaba, y su amiga Martina,
esperaba su turno inmovilizada en un exigente predicamento, así que decidió no
demorar el proceso. Cuando el agua les llegaba por el vientre, los dos agentes
ayudaron a la cautiva a echarse a flotar. Aisha quedó a flote, apoyada sobre el
flotador, el cual, tercamente quería deslizarse hasta quedar apoyado en el
cuello de la muchacha. Afortunadamente (¿?), los dos guardianes no era la
primera vez que realizaban esta acción y un último refinamiento de seguridad
iba a evitar esa incomodidad. Una vez a flote, Carlos dobló una de las rodillas
de la chica atando ese tobillo al aro salvavidas y, con otra cuerda, ató las
esposas que aseguraban los codos de la muchacha al mismo punto del aro donde se
fijaba el tobillo de Aisha.
Así, la joven, podía con total
seguridad deambular por la piscina impulsada por la pierna que permanecía
libre, mientras que, el aro firmemente amarrado se mantenía a la altura sin
deslizarse hacia el cuello.
Martina, desde su lugar, no pudo
menos que maravillarse de lo ingenioso del sistema que permitía a las chicas
disfrutar de la piscina mientras permanecían genuinamente seguras y sometidas a
un restringente bondage. Un detalle que le pareció gracioso fue que, los brazos
de su amiga, sobresalían por encima del flotador al que estaban amarrados, y al
estar inclinados hacia atrás por efecto de las restricciones, le daban a Aisha
un aire de tiburón bastante cómico.

Aisha dio sus primeras patadas y
vio cómo, a pesar de lo estricto de la posición, esta resultaba relativamente
cómoda, y salvo la incomodidad de ir perdiendo sensibilidad en sus manos por
encontrase elevadas e inmovilizadas, la posición era relativamente confortable,
a pesar de que mantener un movimiento fluido estaba suponiendo un pequeño
desafío para ella. Por primera vez desde que había entrado en el programa se
sorprendió a si misma disfrutando de su indefensión, de tener a dos expertos
agentes velando por ella y de tener que afrontar los pequeños desafíos que
suponían para ella su nueva vida con la movilidad cercenada.
Los dos agentes se cercioraron
con una última mirada de que su sirena no tenía ningún problema y salieron de
la piscina dispuestos a cumplir su promesa con Martina que, impaciente como una
niña a la que tocara su turno de sentarse sobre el regazo del Rey Mago para
pedir sus regalos, aguardaba su turno de abandonar su tumbona, convertida en
cruel potro de tortura.
Patricia desató los tobillos de
la chica que pudo relajar sus piernas y rodillas que, abiertas y flexionadas,
la habían obligado a mantener la indecorosa posición de una suerte de
horcajadas sobre la silla de piscina. Martina se incorporó, a fin de lograr que
metal de sus grilletes dejara de clavarse en la carne de su espalda, la cual,
al igual que sus piernas, agraviadas por el severo tratamiento que habían
recibido, rabiaba de dolor.
Mientras esto sucedía, Carlos se
acercaba con una rígida colchoneta de plástico duro la cual presentaba una
argolla metálica en cada esquina, cuando Martina se dio cuenta de los planes
que habían reservado para ella, el alivio de verse liberada de su ordalía, dio paso a cierta indignación.
-
No, no, no – giraba la cabeza enérgicamente para enfatizar su
negativa-, no podéis encadenarme a eso.
-
O sí, señorita, y eso es lo que va a pasar. Es lo más seguro para
todos, Carlos mantenía un tono de suave firmeza en su masculina voz.
-
No, me niego.
-
¿De verdad?- dijo Patricia con una sonrisa socarrona-, ¿Prefieres
seguir en la silla?
-
No, pero… no… eso no, Martina estaba a punto del pucherito- me he
portado bien, no os he dado ningún problema, e insistís en tratarme como a
Anibal Lecter.
Carlos se puso serio.
- -
Martina, para ti es difícil, y lo sabemos, pero, la primera obligación
nuestra es mantenerte segura, a ti y a nosotros. Y la primera regla, es que,
para cumplir esta obligación, no nos podemos fiar de nadie, ni siquiera de la
voluntad de la testigo. Es mantenerte segura, quieras o no quieras. Y no es
aceptable correr ningún riesgo. ¿Está claro?
La joven bajó la mirada y el
fuego de su rebelión descendió en intensidad.
-
Pero… me dijisteis bañarme, y eso es flotar, no bañarme. Tengo mucho
calor, y solo quería refrescarme. ¿No puedo tener un bondage como el de Aisha?
-
Para ti no es aceptable, Martina, y lo sabes. No es suficientemente
seguro.
-
Ya, pero es que… me habíais prometido un baño, y además se me ha
puesto la barriga morena, y no me ha dado nada el sol en la espalda, y si me esposáis
a esa cosa, voy a parecer un San Jacobo, tostada por un lado y blanca por otro…
Patricia vio como Carlos bajaba
sus defensas, y sabía, por experiencia, que podía estar pronto a ceder, así,
que se le ocurrió una idea que podía satisfacer a ambas partes, y, de paso,
mandar a Martina el recadito por su comportamiento descarado de antes.
-
Se me ocurre una idea….
Al cabo de unos minutos, Martina
se maldecía a si misma por haber aceptado una propuesta preñada de veneno;
debió de haberlo visto venir por la sonrisilla de Patricia cuando la exponía….
Pero no…. Se sentía estúpida.
Cuando la inocente muchacha dio
su visto bueno, se vio reducida a un estricto hogtie, en el cual sus muslos,
rodillas, gemelos y tobillos se encontraron firmemente atados. Patricia dobló
una cuerda hasta hacer una corredera que apretó con fuerza alrededor de la
cintura de su cautiva, pasando el cabo de por debajo de su sexo, y ciñéndolo en su espalda a la cuerda que mordía
su cintura. A pesar de la protección de la fina tela del biquini, Martina sentía como la cincha mordía
dolorosamente su sexo y perineo. Una vez satisfecha con la rigidez del conjunto
de las ligaduras, unió con una cuerda las ligaduras de los tobillos a los
grilletes que seguían mordiendo sus brazos justo por encima de los codos, y
comenzó a tensarla.
Mientras la cuerda que unía los
tobillos y los codos se iba haciendo progresivamente más pequeña, las rodillas
de Martina se fueron doblando, provocando una sensación precursora del dolor en
sus tendones, pero, para su desgracia, Patricia aún no había terminado…. la
cuerda se encogió hasta que los gemelos descansaron sobre la parte trasera de
los muslos, punto en el cual, todos los receptores de dolor de Martina estaban
en solfa. A pesar de las agónicas sensaciones, su ordalía estaba lejos de
terminar, ya que la agente con paciente crueldad continuó tensionando la
cuerda, hasta que la espalda de la joven se vio forzada en un arco, primero
leve, y posteriormente muy acusado, en un escorzo que recordaba al de un pez
cuando es sacado del agua, lamentablemente, al contrario que el pez, su escorzo
no tenía lapsos, sino que una recia cuerda mantenía el cuerpo de la joven en
una postura que castigaba no solo sus lumbares sino que su pelvis, una vez
piernas y abdomen abandonaron por efecto del arco el contacto con el suelo,
sostenía por si sola el peso de Martina, función para la que, obviamente, no
estaba diseñada y que provocaba que esta se clavara en el suelo provocando un
intensísimo dolor que, al no existir en la zona la mínima capa adiposa,
martirizaba directamente sus huesos..
Afortunadamente para Martina, no
fue mucho el tiempo que, una vez reducida a ser un exagerado arco de carne
agonizante, tuvo que esperar sobre tierra firme. Carlos se acercó a la joven
una vez las expertas manos de su compañera hubieron acabado el trabajo, y mientras
se agachaba a recogerla, observó el primoroso trabajo de Patricia. Cada nudo
estaba hecho con precisión milimétrica, y colocado bien fuera del alcance de los
dedos de la cautiva que no tardando mucho iba a entrar en frenesí para tratar
de alcanzarlos y para así intentar aflojarlos. Colocados tal y como estaban, el
alivio iba a ser imposible para Martina. Las cuerdas, muy apretadas, se
enterraban en la joven carne, si bien no ponían en peligro la circulación
sanguínea de una joven deportista, y el aspecto de la cuerda era pulcro y
atildado.
Martina notó como era tomaba en
brazos y, para su sorpresa, sentirse indefensa, en brazos de aquel hombre
maduro la hizo sentirse bien. Se sintió segura, completamente confiada en él, aunque
extremadamente frágil y vulnerable, sin más escudo que la buena voluntad de su guardián.
Mientras caminaba con ella en brazos hacia la piscina, en algún paso su cuerpo
entró en contacto fugazmente con la entrepierna del hombre y, para su sorpresa,
le pareció detectar cierta turgencia bajo la tela del bañador del agente.
Mientras era transportada, en brazos de aquel fornido hombre, se sintió
profundamente mujer.
Patricia se afanaba en ultimar
las cuerdas que colgaban del extremo del pequeño trampolín de un metro con el
que contaba la piscina y solo cuando se aseguró de que las maromas estaban
firmemente aseguradas, bajó de la plataforma y se encontró en el agua con los
recién llegados.
Aisha, que ya había adquirido
cierta pericia en el nado con solo una pierna observó cómo su amiga era
amarrada por la ligadura que unía sus codos a sus tobillos a las cuerdas que
colgaban del trampolín, haciendo que, el propio peso de la chica aumentara aún
más la curvatura de la espalda, decididamente en ese momento se alegraba de
haber reusado el apuntarse a clases de Krav Magha cuando una amiga se lo había
propuesto a principios del curso académico.
Una vez colgada del trampolín,
Martina notó como la curvatura de su espalda se acentuaba hasta el punto que en
el que pensó que su espina se quebraría en dos, no solo fueron los receptores
del dolor de su cerebro que encendieron las alarmas rojas, sino que, incluso,
sus pulmones luchaban por recibir aire. La agonizante chica no tuvo tiempo de
expresar una queja, ya que, a los pocos segundos notó como una mano impulsaba su pelvis hacia arriba,
disminuyendo el arqueamiento y permitiéndole respirar con normalidad a pesar de
las agudas punzadas en la zona lumbar. Martina ya estaba acostumbrada a que,
últimamente en sus vidas, todo alivio venía acompañado de una contraprestación,
y para desgracia de su sexo esta vino cuando la cuerda que se hundía en su
feminidad fue, a su vez, amarrada al trampolín, haciendo que, si bien la
postura general resultaba ahora un tormento asumible al disminuir el arco de su
espalda, su tierno y sensible coñito se veía sajado en dos por la tensión de la
soga que la viviseccionaba.
Patricia se alejó unos pasos y contempló
su obra… estaba satisfecho sin duda la joven zorrita había recibido el recado,
ya se lo pensaría dos veces antes de mirar a un hombre que no le pertenecía.
- -
¿Ves? Así, te dará también el sol en la espalda.
Martina percibió cierto retintín
en el comentario de la agente, si bien, no entendía bien el porqué.
Cuando las dos chicas hubieron
sido restringidas con seguridad, Aisha se impulsó hasta la zona del trampolín
donde, a pesar de las circunstancias, las dos chicas pasaron una tarde
agradable en compañía la una de la otra. Los dos agentes, observaban vigilantes
a las dos muchachas que bromeaban, reían y conversaban, e, incluso, de vez en
cuando, jugaban a dispararse chorros de agua con la boca.
Los guardias permanecieron a
distancia, sin inmiscuirse, dejando a sus dos protegidas una burbuja de tiempo
para ellas, sabían que, cuando se somete a dos jovencitas a un régimen
estricto, los pequeños paréntesis de distensión hacen que incluso los pequeños
placeres como una conversación privada se paladeen mucho más.