El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

viernes, 15 de enero de 2021

Las consentidas nenas de la familia Moretti. Capítulo 5. Declaración de intenciones.


 

 

La habitación era un estudio con las paredes impecablemente pintadas de un suave tono verde pastel. La estancia estaba inmejorablemente iluminada por una amplísima ventana que abarcaba una pared, y la acristalada puerta que daba acceso a un balcón, y que se encontraba abierta en ese momento.

La amplitud del espacio, llamaba la atención. Por un lado, más cerca de las ventanas, se encontraban dos mesas de estudio, de considerables dimensiones atestadas de papeles, libros y cuadernos de trabajo. En la otra parte de la sala se encontraba un magnífico sofá en  “L” de magnifica piel italiana y espacio para cinco personas. Una mesa baja sobre la cual se encontraban botes de esmalte de uñas de varios colores, así como diversos utensilios de cuidado de uñas, se situaba frente a él. Una tele de colosales dimensiones, empotrada en un mueble que ocupaba toda la pared, y una pequeña nevera completaban “la dotación” del rincón de descanso.

Dos pares de ojos se levantaron de la revista “Telma“   que concentraba sus atenciones y miraron con curiosidad escrutadora a los recién llegados.

Fabián carraspeó y las propietarias de los pares de ojos dejaron la revista un tanto reluctantemente y se arrodillaron frente a los recién llegados.

-          Chicas, esta es la señorita Beatriz Doherty, que, como ya sabéis, será vuestra institutriz durante vuestra preparación, y a él ya lo conocéis.

Nacho levantó una mano y saludo a las dos jóvenes que le devolvieron la sonrisa desde su posición.

-          Ellas son Tania y Carolina, las princesas de la casa. Chicas, os dejamos a solas, nosotros nos vamos a ultimar unos detalles. Mamá y yo nos marcharemos en un rato, estad por aquí.

Ambos hombres abandonaron la estancia cerrando la puerta tras ellos. Se alejaron  hablando de distintos aspectos, los más de ellos referentes al funcionamiento elemental de la seguridad de la casa. Según se alejaban, los ecos de esa conversación llegaban cada vez más amortiguados a las ahora solas ocupantes del estudio.

-          Bueno chicas, ya habéis oído a vuestro padre…

Las  jóvenes se miraron dubitativas entre ellas, y finalmente Tania, siempre la más decidida, rompió el silencio.

-          Buenos días, señorita Beatriz, soy Tania Moretti. Encantada de conocerla.

Su hermana se presentó en parecidos términos. La única mujer que permanecía en pie, les devolvió el saludo con una sonrisa. El silencio volvió a hacerse en la habitación.

-          Entonces… ¿Vosotras queréis entrar en la UFI el próximo curso?

Ambas chicas asintieron vehementemente.

- Supongo que sabéis, que ese no es un camino de rosas, y que la formación integral que recibimos allí no se ocupa tan sólo de la formación académica… es la cantera de lideresas del mundo. 

Ambas hermanas asintieron de nuevo.

-          Bien, así las cosas, entiendo que habréis empezado ya a preparar algo por vuestra cuenta.

-          Sí, señorita Beatriz, no hemos dejado de estudiar tras el fin del curso, y, durante los meses de clase hemos tenido profesoras que ampliaban los contenidos de las asignaturas.

La que así contestaba era de nuevo Tania, desvelándose, una vez más como la más dicharachera de las hermanas.

La laxitud de restricciones, no es el apropiado para una joven de la alta sociedad.

 

Beatriz observó a las dos jovencitas que le devolvieron una mirada preñada con la curiosidad de unas cachorrillas, tratando de entrever algún detalle de la mujer que iba a estar a su cargo durante varios meses. Las dos chicas se movían discretamente, tratando de aliviar el creciente malestar en sus rodillas.  Tania  permanecía con las manos sobre sus muslos, ataviada con un vestido de verano de suaves tonos anaranjados que, en esa posición, dejaba al descubierto unos centímetros sobre sus rodillas. Como toda restricción lucía dos esposas con adornos nacarados conectadas por una cadena a un holgado cinturón de eslabones que caía sobre sus caderas. Los adornos de sus ataduras hacían juego con los pendientes que colgaban levemente de sus orejas, y con los prendedores que le sujetaban el peinado “casual” que lucía en su melena castaña.

 Carolina, la más rubia y alta de las hermanas, vestía unos short vaqueros que le y una blusa blanca con escote palabra de honor que permitía vislumbrar la cincha transparente de un tirante de su sujetador. Por toda restricción, un collar de cuero que se unía por medio de dos larguísimos cordones de piel a dos muñequeras del mismo material.

 La institutriz, deambuló un par de minutos por el estudio, examinando las mesas, y como si de un scanner se tratara, procesando cada uno de los detalles con su viva y portentosa inteligencia. Al tiempo, se dio por satisfecha y volvió frente a las muchachas.

 -       Puede que  los buenazos de vuestros padres los hayáis podido engañar, pero, yo no tengo tan lejano el punto donde os encontráis vosotras… y no me cuela.

Las dos hermanas miraron a su profesora y se estremecieron por dentro.

-          Vamos a ver…me decís que estáis estudiando, y, absolutamente ninguno de los apuntes que tenéis sobre las mesas es de ninguna materia relacionada con las pruebas de acceso.

-          No… pero…

-          No hay peros, niña - continuó Beatriz cortando el arranque de Tania en un tono contundente que contrastaba con la dulzura de su cara-, y además, ten claro que, cuando la señorita habla, la niña se calla.

La joven profesora, cada vez se hacía más con la situación, con un discurso, calmado, claro y contundente.

-          Dos chicas, estudiando…. ¿Y ni rastro de ningún silenciador?

-          Es que mi madre dice que las mordazas…

-          ¿No has oído lo que dije antes a la señorita que tienes al lado? -fulminó en un instante el intento de réplica de Carolina-, no metáis a vuestros padres en esto. Si de verdad queréis ingresar, preparaos para pasar durante vuestro primer año 20 horas al día con una mordaza de gala en la boca. Así, que, si lo que queríais era pasar un verano de piscina y playa privada, iros olvidando. Vuestro padre me paga, y no poco, para cumplir una misión, y cuando vuelvan van a veros convertidas en  verdaderas damas, que sean capaces, al menos de permanecer arrodilladas y quietas, y no como ahora, temblando como flanes con una postura que parecéis patas.

Las dos hermanas habían entrado en un estado de leve pánico, y un torbellino de ideas y pensamientos les giraba por la cabeza.

-          Podéis levantaros e ir a despediros de vuestros padres, mañana a las 9.30 empezaremos las clases, en esta misma habitación. Esta tarde estaré ocupada preparando el aula y las clases. Vosotras podéis empezar por ordenar vuestras nuevo fondo de armario – las jóvenes miraron a Beatriz con una mirada de temor, dudas y rabia-. Sí, he pedido a vuestra madre que mandara al servicio a recoger vuestros armarios y poner a buen recaudo vuestras cosas… pero no os preocupéis, os vais a encontrar un montón de cosas en la habitación, os gustarán, creedme…. al menos,en un tiempo lo harán.

Cuando las dos chicas subieron corriendo a sus habitaciones y encontraron sus armarios y cómodas completamente vacíos, se sentaron en la cama y tuvieron que hacer verdaderos esfuerzos por que el llanto no las venciera. Junto a la ingente cantidad de nuevas prendas- todas de impecable factura-, zapatos de tacones imposibles, una colección de corsés inabarcable, cantidad de piezas de brillante piel que inundaban de ese aroma a cuero inconfundible a la habitación, otros cambios se habían producido en sus alcobas.

Lo primero que fijó la atención de nuestras atribuladas protagonistas fue que, sus camas las cuales tenían los ocho anclajes para restricciones típicos de las camas para chicas, habían visto doblado el número de los mismos, y, varios de estos herrajes se distinguían también en el suelo y en el techo. El siguiente cambio era que todos los asientos habían sido retirados y sustituidos por una extraño silla metálica de pesada estructura. Este artefacto, tenía los brazos y el respaldo de una silla convencional, pero, carecía de ningún asiento. Abundantes argollas jalonaban su construcción, indudablemente, dedicados a fijar restricciones.  Una tercera estructura, que había sido fijada al suelo, la componían dos barras metálicas en posición vertical separadas por medio metro. Estos dos postes estaban agujereados, de manera que permitían la fijación a distintas alturas de una barra horizontal  que descansaba sobre ellos. El elemento horizontal también era metálico y presentaba varios agujeros, pero,  a diferencia de sus soportes, este contaba con cierto acolchado, y estaba forrado en cuero.

Finalmente, un extraño artilugio, similar a un trapecio colgaba de un aparato eléctrico fijado en el techo, cerca de la pared.

Las mellizas Moretti tardaron varios minutos en procesar que el mundo que conocían, o al menos, por  usar una expresión menos drástica, el verano que tenían planeado, se les venía abajo.  Un doble toque de claxón las devolvió al momento presente.

Manuel, el chofer, acababa de terminar de meter el equipaje de sus señores en la parte trasera del monovolumen negro con cristales opacos con el que iba a llevar a sus señores al aeropuerto, cuando las chicas salieron a despedir a sus padres. Tanto Velasco como Beatriz Doherty se encontraban ya a pie de coche, despidiendo a los viajeros.  La expresión que traían las chicas, no hubiera desentonado en un funeral.

Los padres se acercaron a sus hijas. Alma vestía  un imponente vestido de  brillante látex azul, y prominente escote  que ceñía sus formas esculpidas por un apretadísimo corsé. Los brazos eran invisibles, y resultaba evidente que estaban restringidos de alguna forma detrás de ella y ocultos por la espalda del vestido. La forma de sus extremidades apenas se intuían bajo el látex, ya que varias correas apretaban y aplastaban los brazos contra la espalda de la mujer. El impresionante outfit era realzado por unos zapatos de catorce centímetros arqueaban sus pies hasta obligarla a caminar sobre las puntas de sus pies. Finalmente una apretadísima mordaza de aro roja, guarnecida con correa de piel en blanco roto silenciaba a la mujer. Su boca permanecía abierta y los músculos de la mandíbula eran forzados a abrirse con desmesura. El tamaño del silenciador seleccionado era tal que, si bien la mandíbula estaba lo suficientemente distendida para que resultara elegante, no era tan grande como las reservadas para actos sociales relevantes; al fin y al cabo, iba camino de una larga espera en un aeropuerto y de un vuelo intercontinental  de once horas a Manila y la comodidad debía de tener su papel junto a la elegancia.

El marido también se encontraba elegantemente vestido, con un traje marengo de impecable factura que resultaba un tanto excesivo para esa época del año. No obstante, las idas y venidas del matrimonio Moretti copaba crónicas de sociedad, y para salir bien delante de las camaras, el empresario, que también tenía su faceta coqueta, no dudaba en ponerse de punta en blanco aun sacrificando el poder viajar con algo de comodidad. "Para estar guapo hay que sufrir" se repetía a si mismo.

Fabián, se dirigió a sus hijas

-          Bueno chicas, habéis tardado tanto que mamá ya lleva su mordaza, pero ya sabéis lo que os quiere... y sabeis que os llamaría todos los días si la dejara.... Sed buenas, y obedientes, con Beatriz  y portaos bien con Nacho, que va estar aquí, trabajando, cuidando de vosotras.

-          Sí papá. Pasadlo bien, y mandadnos fotos y vídeos. Todos los días.

-          Claro que sí, y alegrad esas caras, ya sé que se os va a exigir mucho… y tal vez, porque nosotros no hemos sabido ser mejores padres en ese aspecto…. – Alma asentía mientras escuchaba las palabras de su marido. Cuidaos y sed buenas…. Y sobre todo obedientes, que os conozco, que buenas sois, pero obedientes….

El cometario de su padre hizo sonreir a las dos mellizas.

Fabián ayudó a subir al coche a su mujer, y le colocó el cinturón de seguridad.

-          Señorita Doherty, por favor ayude a mis hijas…. Y tú, réprobo, cuídame la casa y sobre todo  a las chicas, que son lo más grande que tenemos.

-          Descuida, amigo. Estamos en contacto.

-          Buen viaje, señores – se despidió Beatriz- y muchísimas gracias por darme esta oportunidad.

Cuando el dueño del poderoso consorcio empresarial se subió junto a su esposa, el monovolumen arrancó en pos del aeropuerto.

Frente a la casa, permanecían cuatro seres humanos al que el destino había reunido de la forma más inesperada.

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