El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

martes, 15 de febrero de 2022

Aurora y su pequeño resarcimiento.

 


Aurora había sido una niña del enclave. Frisando los cuarenta años era demasiado joven como para haber conocido el mundo de antes del apocalipsis y todos sus recuerdos y vivencias se limitaban a la confinada pero segura vida de las mujeres de Punta Esperanza.

Habiendo sido una estudiante modelo, había hecho carrera hasta convertirse en la supervisora de la planta de agua potable de la ciudad-estado que en sus ya más de diez mil kilómetros cuadrados, tras la última campaña de conquista, albergaba más de cinco millones de almas, aunque en un futuro había pensado en poder iniciar una carrera política, de momento se contentaba con leer los datos sobre reservas hídricas del correo electrónico que acababa de recibir.

Cualquier observador habría reparado en la habilidad con la que manejaba el ratón y el teclado, sobretodo teniendo en cuenta que sus manos esposadas permanecían unidas al cinturón de acero que ceñía su cintura con una cadena de una longitud suficiente para desarrollar su trabajo, pero lejos de ser generosa. La capacidad de desenvolverse con gracilidad pese al acero que limitaba su movilidad en aras de la seguridad, era un  talento que, al igual que todas las mujeres del Enclave, había desarrollado al tener que practicar prácticamente todas las actividades de su día a día restringidas de una u otra manera.

Dentro de Punta Esperanza, como recordará el lector, existían varios niveles de seguridad y, normalmente, los centros de trabajo estaban catalogados como de Máxima Seguridad, por lo cual, Aurora y el resto de mujeres podían solicitar que las restricciones más severas que debían llevar en zonas de menor seguridad fueran sustituidas por otras que, pese a ser, también bastante estrictas les permitiera trabajar; es de señalar que, a ella al igual que a cualquier chica del Enclave ese “bastante estrictas” les sonaba a “libre como un pájaro”.

La mujer acabó de ver los gráficos, ordenó mentalmente lo que le iba a decir a su jefe, y se levantó. Mientras se dirigía hacia el despacho de su jefe, Aurora no hubiera desentonado en alguna revista de moda del Antiguo Mundo, si obviamos,evidentemente, los bruñidos grilletes que ceñían sus pulsos y cintura. Las mujeres del Enclave tenían a gala el mantener una gran sofisticación; este era un elemento más que las diferenciaba de las mujeres tribales que se habían convertido en meros objetos en el mundo exterior y que subsistían patéticamente animalizadas.


 

Max, el director de Suministro Público leía concentrado una serie de correos cuando la hermosa Aurora llamó a la puerta del despacho que permanecía abierta.

-          “Qué tal Aurora, iba a pasar a buscarte ahora, para ver si te apetecía tomar un café”, dijo el hombre levantando la vista hacia la imponente mujer que se alzaba sobre sus tacones igual que la escultura de una diosa griega se alzaría sobre su pedestal.

-          “Pues me parece que te voy a chafar ese café, creo que vamos a tener trabajo”, contestó la mujer de forma profesional pero innegablemente femenina.

-          “Toma asiento, y cuéntame”.

La ingeniera le comentó que, según los informes que acaba de recibir, las reservas de agua potable del Enclave estaban en un nivel peligrosamente bajo. La causa de ello era que una de las estaciones de depuración, la más externa al perímetro, había dejado de funcionar, probablemente por el corte de su línea de energía. Esto no era la primera vez que pasaba y podía deberse a varias causas, las más probables una avería, o que algún grupo tribal hubiera podido robar el cable y de esta manera interrumpir el trabajo de la planta.

-          “Tenemos los equipos de reparación ya desplegados en la planta de tratamiento de Polyarni, no nos será posible atender esto antes de mañana… ¿Nos llegarán las reservas hasta que podamos repararlo?”, preguntó Max, seguro de que la brillante ingeniera había sacado ya sus propios cálculos.

-          “Sí, pero para poco más”, fue la categórica respuesta de la mujer.

-          “Pues cursaré orden de que mañana la prioridad sea la planta de potabilización”, el director hizo ademán de que daba por concluida la breve reunión.

La mujer se levantó y se dirigió a la puerta, empezando ya a pensar en los miles de detalles que aún le restaban para coordinar las acciones de reparación del día siguiente.


 

-          “Aurora”, resonó la voz de Max antes de que su subordinada abandonara el despacho en la planta superior de un severo edificio de sobria arquitectura comunista.

La mujer se giró y entornó los ojos cuando distinguió el anillo de acero que su jefe había sacado de un cajón de su escritorio.

-          “No me odies, Auri, pero hasta mañana  vas a tener que llevar mordaza”

Como todas las chicas en Punta Esperanza, Aurora estaba familiarizada con las mordazas. Todas las mujeres habían tenido que llevarlas en algún que otro momento ya que era la manera más frecuente de sancionar determinadas faltas. Lasmujeres del Enclave disfrutaban de una libertad “plena  pero protegida”,esta  era la fórmula oficial, así su ejercicio de la cotidianeidad era eminentemente oral, la palabra tanto en su actividad como en su interacción ocupaba un papel central ya que su capacidad ejecutiva estaba, digásmolo así, bastante mermada, así,  evitar la verbalización como forma de sanción era una fórmula que se había  demostrado como mucho más eficaz que limitar otras libertades las cuales ya tenían bastante restringidas. Para Aurora, contemplar aquella pendulante pieza de acero en forma de “O” era una visión que, precisamente no la convertía en la mujer más feliz del mundo.

- “No, venga, Max, o sea, no fastidies. ¿Por qué?”

Max no mostró ninguna reacción por la pequeña revolución, por el otro lado muy rara en las mujeres del Enclave,

-“Aurora, lo último que queremos es que, de pronto, en las dependencias de solteras comience a extenderse el rumor de que nos vamos a morir de sed”, explicó el hombre tratando de ser lo más persuasivo posible.

- “Max, pero venga, me conoces, no hablaré con nadie, y lo sabes. Pensé que tenías algo de confianza en mí”.

Mientras Aurora hablaba, el hombre se situaba detrás de ella, era obvio que nada de lo que pudiera decir la mujer acabaría cambiando el hecho que, durante las próximas horas una mordaza de anillo sería el garante de su confidencialidad.

- “Abre mucho, Aurora”. Pese a su evidente enfado, la psicología de una chica de Punta Esperanza era reacia a desobedecer las indicaciones sobre seguridad que recibían de sus compañeros, así que, pese a su desacuerdo la mujer abrió la boca todo lo que pudo.

Max, con pericia, introdujo el anillo de metal horizontalmente para finalmente, con un giro de ambas muñecas, colocar el círculo de acero en vertical.


 

La mujer notó como, pese a tener a la boca todo lo abierta que podía, al ponerse la mordaza en posición esta forzó a abrirse un poco más a sus ya muy distendidos músculos de la mandíbula. “Genial”, pensó, dándose cuenta que la mordaza era de un diámetro un poco superior al que a ella le hubiera correspondido, no sólo por el sobreesfuerzo que se le había exigido a su maxilar, sino porque notó que el acero se clavaba de forma incómoda, que pronto comenzaría a ser dolorosa, en la sensible carne de detrás de sus dientes.

Aurora movió la lengua tratando de crear una imagen mental del intruso que forzaba su boca mientras él cerraba la correa de la mordaza sujetando un pequeño candado en una de las manos.

- “Perdona, Aurora ¿Prefieres la correa por debajo del pelo?”

Una leve inclinación de cabeza y un gruñido ininteligible fue la respuesta afirmativa de la mujer, tras la cual, el hombre reabrió la hebilla para, pasando el pelo por encima de la correa, volver a asegurarla, un punto más apretada que antes. El levantó la cara de Aurora asegurándose de que aunque tensa, la correa no realizara ninguna carnicería en la comisura de sus labios. Cuando se hubo cerciorado de la colocación de la mordaza, aseguró la hebilla con el pequeño candado.

Al oír el click, Aurora respiró profundamente.

- Auri, no te confundas. No tengo algo de confianza en ti… la tengo plena, pero, hemos jurado protegeros sobre todas las cosas, y sería profundamente egoísta e inapropiado el hacer descansar eso sobre tus hombros. Ya sabes, las restricciones existen para que podáis ser libres, sin responsabilidades, sencillamente seguras, no es justo que, aparte de cadenas, tuvieras que cargar con más cosas.



 

La psicología puede tener pasajes misteriosos, incluso, o más bien sobre todo, para la propia persona, y el oír a ese hombre hablarle de esa manera, había, no sólo desplazado el enfado, sino que la había hecho sentirse enormemente valorada. Aurora conocía a su jefe, y sabía que lo que acababa de decir no era gratuito, ni una fórmula para embaucarla. Ella apoyó su espalda contra el robusto pecho de él, permitiéndole aspirar la fragancia cítrica de su perfume que, en el Antiguo Mundo, sería propio de una mujer algo más joven, disfrutando del varonil olor a limpio que desprendía Max mientras, juguetona, acariciaba el fornido cuello con su sedosa melena castaña. Se habían cambiado las tornas y ahora, ella, completamente indefensa, coqueteaba con él de la misma manera que una gatita traviesa enreda con un ovillo de lana. La súbita acumulación de estímulos fue   demasiado para el hombre, recuerdos de pasadas intimidades juntos recorrieron su espina dorsal, y cogiéndola del cinturón de metal que ceñía su cintura la giró para besarla.

Aurora nunca pensó en si misma como una mojigata, y, de hecho, dentro de las limitaciones que imponía el pasarse la vida encadenada de una u otra manera, siempre había tratado de disfrutar de sus compañeros de la forma más activa posible, pero, en esa situación, con su boca forzada por la mordaza poco pudo hacer para evitar la no por deseada menos salvaje intrusión de la feroz lengua masculina. La suave virilidad recorría cada rincón de su boca, acariciando su paladar, sus carrillos mientras su lengua fingía una lucha que ni quería iniciar y mucho menos ganar , sin que ella, indefensa por el cruel intruso de metal pudiera hacer el mínimo ademán de resistencia. Una mujer hermosa y vibrante se abandonó al placer, sólo se dejó, no era mucho lo que podía hacer, salvo disfrutar del momento.

No llevó cuenta del tiempo que ambas lenguas juguetearon como dos adolescentes dentro de su boca, pero, pensaba, le pareció que el beso fue tan profundo que pareciera pretender besarle el alma. Finalmente tras unas tiernas caricias en las sienes de ella, ambas bocas se separaron.

Imposibilitada de tragar con normalidad, un borbotón de límpida saliva se deslizaba por la barbilla hasta caer como una catarata de sensualidad sobre su elegante escote, usualmente, cuando una mordaza la hacía babear se sentía muy estúpida, pero, en esa ocasión el lance la hizo sonreír.


 


 

-          “Déjame que te de un pañuelo, perdona”, dijo Max mientras le acercaba un pulcro pañuelo de tela.

Aurora cogió el pañuelo y emitió un sonido gutural.

-          Ohg ueo eae

-          No te entiendo, Auri

-          “Eh oh eh eoh”  

Este último intento de vocalización no había obtenido más resultado que una nueva catarata de saliva rebosara sobre el labio inferior de ella y ambos sonrieron ante el percance. Finalmente, Aurora, se alejó un paso hacia atrás y mostró a Max que era lo que trataba de decirle: aunque la cadena que unía sus esposas al cinturón era más que suficiente para permitirle trabajar, la longitud era demasiado corta como para evitar que pudiera secarse el escote con el pañuelo.

Max se sonrojó. Eran las pequeñas contrariedades del Enclave, un hombre podía encadenar o amordazar a una chica, pero, sin embargo, a la hora de recorrer un escote femenino podía surgir una inconveniente timidez.

-          Perdona, con tu permiso…


 

Aurora disfruto de esa sutil caricia a través de la sedosa tela del pañuelo y tuvo la impresión de que pese a la absoluta caballerosidad, había momentos en que esos dedos se entretenían más tiempo del estrictamente necesario y visitaban lugares no estrictamente necesarios. Se dijo que, mañana, ya sin mordaza, podía ser un buen momento para invitar a cenar a Max, cena que, por otro lado, le haría pagar, y, tras veinte horas a base de yogurt líquido e infusiones, estaba segura que la cuenta no sería pequeña…

No hay comentarios:

Publicar un comentario