El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

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martes, 12 de enero de 2021

Las consentidas nenas de la familia Moretti. Capítulo 1. El Péndulo.

 

Habían sido 6 años de guerra, cruenta como pocos conflictos se hayan recogido en los anales de la Historia del Hombre, aunque, esto, sea una frase muy recurrente en nuestra triste y larga colección de enfrentamientos.

En aquel Junio de 2031, el agua de un chaparrón de verano golpeaba los cristales de los vehículos retenidos en un atasco causado por un accidente en la Autovía A-67. En el interior de un Skoda familiar, Nacho Velasco trató, sin éxito, de sintonizar alguna emisora que transmitiera alguna información de tráfico. En sus primeros 40, el conductor mantenía la calma atusándose de forma sistemática la perfilada barba que cubria el marcado mentón y la cara de piel masculinamente curtida.. Los tres botones abiertos en su camisa de lino permitían intuir un fuerte torso, levemente velludo. Los brazos con una musculatura perfectamente definida y realzada por la fina película de sudor que los recubría, casaban a la perfección con el potente tronco de nuestro protagonista. Los ojos verdes y almendrados que  se encontraban hermosamente perfilados por unas cejas que denotaban una viril firmeza, comenzaban a reflejar el cansancio y hastío del hombre.

En el interior del vehículo reinaba un ambiente cálido y húmedo, pesado, incómodo se aflojó la corbata al tiempo que cogía la botella de agua que había estibado en el portaobjetos de la puerta del coche. Su americana, impolutamente colgada en una percha en la parte trasera, permitía vislumbrar parte de meticuloso carácter del conductor. Mientras bebía, miró distraídamente por la ventanilla, parcialmente bajada a causa del vaho que empañaba el parabrisas, dificultando la visión ya de por si complicada a causa del aguacero. No pudo evitar reparar en la escena que sucedía en el monovolumen Chrysler que estaba detenido junto a él a causa del dichoso atasco en la autovía.

Dentro del Chrysler, el conductor, de bigote y mediana edad, apartaba con gesto amoroso el pelo que, a causa del sudor, se había pegado a la cara de su acompañante, una señora, impecablemente maquillada y, se permitió a si mismo este pensamiento, esplendorosa a sus, aproximadamente cincuenta años. Después de esto, el hombre del bigote, tomó un pañuelo y se giró hacia la tercera ocupante del vehículo, una mujer mucho más joven que viajaba en los asientos traseros. Con la misma dulzura que había usado previamente con el pelo de su madre, el hombre secó la barbilla y garganta de la jovencita de la saliva que se deslizaba desde su boca, forzada hasta la desmesura por una enorme mordaza de bola rosa que ocupaba la boca de la chica. El gigante inquilino se encontraba, a juzgar por la tensión de la correa (que llevaba inclemente hacia atrás las comisuras labiales haciendo sobresalir aún más los ya de por si redonditos mofletes de la joven), descansando justo por detrás de los dientes de la dama, constriñendo la lengua y provocando la abundante salivación.

La calma y la dignidad de la ocupante de los asientos traseros del Chrysler, frente a su predicamento, hizo sentirse un poco avergonzado de la incomodidad que sentía él a causa de la temperatura del habitáculo.

La marcha del heterogéneo conjunto de coches atrapados a causa de una colisión se retomó, lenta, mecánica, monótona, Nacho Velasco se sumergió en sus pensamientos y recapituló sobre la concatenación de hechos que justificaban la escena que acababa de presenciar.

 

Febrero 2025. Ciudad Santa de Jolokitimiya. Visirato de Muchibilám.

Hacía tan solo 3 semanas que se había logrado la paz. Finalmente, el enemigo había sido derrotado en Europa y en su propio territorio, la península de Muchibilán.

Al frente de sus hombres, el teniente de la Policia Militar Ignacio Velasco patrullaba las calles de la Medina de la Ciudad Santa de los tropicalíes. Había sido una guerra larga y costosa, decantada en el último momento por la intervención del poderoso Imperio Manchú con su inmensa capacidad industrial y sus ingentes recursos humanos.

La devastación había sido absoluta para todos los contendientes, si bien, la zona histórica de la Medina había sido respetada mayormente por los combates, una delicadeza, que en casa no se había tenido, aun recordaba el impacto de ver la catedral de Palma de Mallorca reducida a cenizas tras un atentado con camión bomba.

                Si bien, tras la declaración de guerra por parte del Visirato, las tornas giraban a favor del bando occidental tras una serie de exitosas ofensivas, en el tercer año de conflicto, surgieron en distintos países una serie de grupos insurgentes, que como supuesta reacción al sufrimiento que provocaban los combates en el frente del Sureste a las poblaciones locales, comenzaron a atentar contra instalaciones y poblaciones de todo occidente.        

Si bien esa insurgencia estaba cometiendo actos de terrorismo indiscriminado, diversos colectivos pacifistas y radical-feministas comenzaron a hacerse adalides y justificadores de esa Quinta Columna, ya que era la lógica reacción a la guerra contra los niños y las mujeres que librábamos las inhumanas fuerzas occidentales.

Detrás de su máscara de nomex, el teniente se sonrió … “contra las mujeres” pensó mientras sacudía la cabeza. Como Policia Militar, había participado en redadas en la ahora lejana España contra estas células terroristas, y mientras sacaban detenidos algunos de sus miembros, ellos, los miembros de la Policía Militar, eran abucheados e insultados por colectivos de mujeres congregados alrededor de los portales  y que, incluso, trataban de agredirlos. Frente a esto contrastaba la actitud de las mujeres en el Visirato, sus mujeres, tratadas como semiesclavas y seminiñas (o esclavas y niñas), refulgían en su mirada con el brillo del fanatismo, defendiendo como leonas a sus hombres, cuando se procedía al arresto de alguno. Era irónico, ver a mujeres con dientes rotos, defender como hidras a, posiblemente, su maltratador cuando se realizaba algún operativo contra las células de resistencia. Curiosa paradoja.

La organización cada vez mayor en Europa de las células insurgentes, nutridas con los abundantes inmigrantes de origen tropicalí, y con sus acciones convenientemente edulcoradas por distintos colectiva de agitación social, provocó junto a cuantiosas pérdidas humanas y patrimoniales una ralentización del esfuerzo bélico, con sabotajes de cada vez mayor envergadura. La situación se hizo tan insostenible que hizo falta replegar a España tropas que se encontraban desplegadas en el teatro del Sureste, provocando una debilitación de la situación del frente y posibilitando contraofensivas del enemigo.

Solo tras tres años y la intervención del Imperio Manchú, inquieto por la creciente actividad de su propia población de religión tropicalí, se pudo derrotar al enemigo, y tratar de encauzar la paz.