El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

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sábado, 21 de agosto de 2021

Nueva saga...El enclave de Punta Esperanza


 

Antes de ponerme a escribir quiero no ya confesar, porque se confiesan los crímenes y yo no quiero cometer ninguno, si no dejar constancia de que esta nueva idea que tamborilea mi meninge, si bien original, bebe de dos fuentes, tan dispares como importantes para mi inspiración; sea por ello que lo menos que puedo hacer, no ya para saldar mi deuda pero sí al menos para reconocer ese debe que tengo con ellos, sea citarlas.

Por un lado de Mad Max. eeehrr…. sí… la película de coches…. o más bien de sus páramos ardientes habitados por crudelísimos bárbaros, y por  otro lado mi deuda eterna con una escritora, Kirsten Graham, autora de la saguita de novelas “The Settlement”.

Desde que leí, vorazmente, sus novelas la idea de un mundo devastado en el que sobrevive un último reducto de civilización en el que las mujeres viven felices y seguras pero permanentemente encadenadas  fue un concepto que me atrajo.

La ensoñación de Graham,- sí, es súper morboso, pero imaginaos la lata de vivir con diversos tipos de restricciones permanentemente, amén de miles de problemas de índole práctico que se me presentan como irresolubles-, de un enclave que protege y cuida a sus mujeres junto con los últimos restos de tecnología y civilización del antiguo mundo, abonó mí ya de por si traviesa imaginación, así que lo que escriba, será por ella.

Ahora os preguntaréis porque uso “inspiración” en vez de “copia” , “fan art” o “spin off” o tal vez “desarrollo”… pues bien, y sin saber si verdaderamente lo que voy a hacer puede incurrir en alguna de esas categorías (y si es así, no me avergüenza en absoluto), pus porque habrá diferencias con mi mundo post-apocalíptico. Primeramente por que…. pues bueno… mi imaginación, más que sádica, es un poquito perversa, y lo que marca el escalón es la sofisticación. Esto lo descubrí cuando hace ya muchos años leía el Fantasma de la Ópera y concretamente cuando la trama describía los refinados trabajos en diseño de cámaras de tortura que el joven Erik había desarrollado para el Sha de Persia y luego en su propio beneficio cuando volvió a Francia. La descripción de, por ejemplo, el interminable bosque de árboles de hierro, o los espejos…, -(bueno, tampoco os quiero destripar la novela, aunque, si os animo a leerla, pues genial)-, que supongo que aterrarían a cualquier chica que lo leyera, a una jovencita Escriba, aparte de espeluzne, también le provocaban ciertos hormigueos que, se suponía, las niñas buenas no debían experimentar… ( y se me ríe el ombligo…. ya me entendéis….).

Pues continúo, que me voy por las ramas… como iba diciendo, la buena de Kirsten describe un mundo austero, desprovisto de artificialidades, las mujeres viven desnudas (supongo que alguno verá aquí ventajas del calentamiento global), y su sexo es siempre accesible, húmedo y fragante. Las únicas sofisticaciones vienen dada por las descripciones de las elaboradas restricciones diseñadas para resultar cómodas, pero inclemente seguras, especialmente los raíles para las mujeres.  Este concepto es tan bueno que os lo describiré: las chicas, aparte de diversos sistemas de restricción para sus manos y pies, pueden deambular más o menos libres por el asentamiento. El “más o menos” lo marca un sistema de raíles que llegan a la mayor parte de calles y lugares del enclave y al que las mujeres están enganchadas por una cadena que baja desde los collares de acero que todas portan. El gobierno del Asentamiento, por supuesto, se ha asegurado que esos raíles no se extiendan, sin embargo, a edificios y lugares en los que las féminas no deban de estar… Mira tú que riquiños, son.  Cómo se preocupan de nosotras….

Por supuesto, tomo nota de eso, y, de hecho, me encanta,(¡Bravo, Kirsten!), pero, en mi mundo, las mujeres tendrán cierta sofisticación y un papel mayor en la toma de decisiones, y la feminidad exuberante y palpitante de las mujeres de Graham se tornará en una feminidad sutil,  domesticada y latente.

Así que si os gusta lo que voy a escribir, porfa, dejadme un comentario, y dadle las gracias a Kirsten Graham (The Settlement).

 




 

 

PRÓLOGO

 

Era el año 2060, o como decían los clérigos el año 20 después del advenimiento del Anti Cristo.

Aunque evidentemente las evocaciones míticas siempre dan empaque al mensaje, la realidad había sido mucho más sencilla.

Un grupo fundamentalista del Caucaso había logrado encontrar un antiquísimo silo de misiles de la extinta Unión Soviética. Tras varios meses de incansable trabajo y gracias a infinidad de radicales formados en las mejores universidades occidentales, lograron disparar tres misiles contra Europa Occidental y los Estados Unidos.

Como en el 2040 las relaciones entre Occidente y Rusia no atravesaban su mejor momento y no existía  comunicación entre sus líderes, no le costará imaginar al lector lo que ordenaron los jefes de gobierno de los países occidentales cuando sus respectivas defensas aéreas les informaron acerca de los misiles que se aproximaban… exacto… un minuto antes de que el primer misil lanzado por los integristas alcanzara sus objetivos cientos de megatones del arsenal de la OTAN abandonaban sus silos hacia sus objetivos preprogramados en Rusia y China.

Mientras Nueva York, Los Ángeles y Londres ardían en fuego atómico, el Mando de Defensa Aérea en Moscú recibía la alerta de centenares de misiles volando hacia su territorio…. Adivinen… en Pekín y Moscú también se giraron las fatídicas llaves y los jinetes del apocalipsis rieron satisfechos cuando los ingenios rusos y chinos volaban mientras clamaban por venganza.

En los primeros cuatro minutos de guerra mil doscientos millones de personas habían sido convertidos en ceniza.

Y la guerra duró aun otros nueve años…

Cuando esta acabó, la Tierra no era más que un páramo desnudo, abrasado por el Sol y en el que las catástrofes naturales estaban al orden del día. Los países habían desaparecido, y una miríada de tribus de saqueadores luchaban entre ellas por poder y por arrebatarse entre ellas los restos, cada vez más enjutos, de los recursos del Antiguo Mundo.

Tristemente, en medio de aquella barbarie, las mujeres habían sido las grandes perdedoras. Por causas que, evidentemente, no se habían estudiado, la radiación y contaminación habían afectado a la reproducción humana, y el nacimiento de niñas se había desplomado, por lo que la lucha por un botín de mujeres era una causa más de conflicto entre aquellos bárbaros que recorrían el abrasado paisaje a bordo de vehículos que parecían sacados de las pesadillas de un ingeniero loco.

Las mujeres, además, no podían decir de que al margen del permanente riesgo de ser arrancadas de sus tribus, disfrutaran en estas de una vida de comodidades. La mayor parte de estas tribus parásitas mantenían a sus mujeres en un régimen de terror, sin acceso a los limitados conocimientos que conservaban esos pueblos, las mujeres eran en su totalidad analfabetas, mantenidas desnudas, rapadas y obligadas a esperar para alimentarse, siempre mendigando por las escasas sobras que los hombres podían dejar de unas comidas nunca especialmente abundantes. En algunas tribus, el proceso de animalización había tocado techo y en ellas ni tan siquiera se enseñaba a las niñas a hablar.

 Esa era la lamentable estampa que el mundo ofrecía en aquel año de 2060. ¿De todo el mundo? Pues casi…

En aquel fatídico día de 2040 nada hacía presagiar que la Capitán de la Defensa Aérea Georgina Kaameneva se convertiría en la salvadora de la civilización en su último día de vida. Aquella jornada había solicitado permiso para llegar más tarde a su puesto como jefa de una de las baterías antiaéreas que protegían el puerto y  base de Murmanks ya que tenía que llevar a sus dos hijos mellizos adolescentes a casa de sus padres, una granja situada más cien kilómetros al suroeste de la ciudad.

Hacía apenas cinco minutos que había iniciado la conducción de vuelta a su destino, disfrutando del silencio,- la mamá de unos quinceañeros tenía mucho que aguantar en lo tocante a la radio del coche-, cuando la horrípida  visión de cuatro inconfundibles hongos nucleares se perfiló clarísimamente contra la aun mortecina claridad del horizonte al oeste de su posición , pero, lamentablemente, la pesadilla no había hecho más que comenzar. Mirando a través del retrovisor vio como dos estelas se dibujaban en el cielo, rápidas y  peligrosas. Esas estelas no le dieron lugar a la duda: eran misiles. Los artefactos que volaban dirección norte no dejaban lugar a la interpretación  en la cuadriculada mente militar de Georgina, su único destino posible era la ciudad de Murmanks.

Las cortinas de polvo radioactivo procedentes de las explosiones del oeste avanzaban velozmente hacia la carretera por la que que el utilitario transitaba. Tal vez, pensó la pelirroja oficial, , si acelerara, podría tener una oportunidad; tal vez. O, tal vez, incluso, podía tratar de llamar mientras conducía para alertar a su segundo al mando para que tuviera una mínima oportunidad de armar y disparar los misiles de  antiaéreos de la batería pata tratar de interceptar esos demonios en forma de ICBM;  tal vez. O tal vez tendría un accidente y esa llamada nunca llegaría;  tal vez…; o tal vez la distorsión electromagnética de las explosiones nucleares ya habría alcanzado la carretera más adelante, comprobó la cobertura de su móvil, y esa milagrosa llamada jamás llegaría a esa diminuta esperanza en la forma de una pequeña unidad de defensa antiaérea que se podía interponer entre la ciudad de Murmanks y los misiles balísticos que se aproximaban para devorarla . “Cuantos tal vez”, pensó. Frenó el coche, y no pensó más.

Andrei Radchenko comprobaba las conclusiones de la última revisión de los propelentes de los misiles de la batería antiaérea de la que era segundo jefe. Una llamada lo sacó de su inmersión en cifras de reactividades, vidas útiles y vencimientos, era su jefa. No hubo tiempo para aquello de “lo harás bien”, “dile a Vitali que lo amo”,  “lo hago todo por la madre patria.” Ni mucho menos. Ni siquiera un “gracias, mi capitán”.

Dos segundos separaron a los habitantes de Murmanks del infierno cuando los dos misiles SA-400 disparados por  la batería de Georgina destruyeron los misiles Trident británicos en vuelo aun estratosférico. Una mujer valiente, ya calcinada dentro de un coche barato en medio de una carretera calamitosa en medio de ninguna parte, no pudo contemplar los dos colosales soles de fuego que florecieron en el espacio en vez de sobre la ciudad, para asombro y espanto de los ciudadanos que, absortos, contemplaban el espectáculo.

Nunca sabría que en 2041, el clima ártico de su ciudad había quedado convertido en un templado clima mediterráneo, nunca sabría que, en 2043, el gobierno de su ciudad había logrado alcanzar el reservorio de semillas mundial de la isla Svalvard. Jamás vería como, merced a esos miles de millones de semillas, los alrededores de la ciudad antes helados y yermos, se convertían en tupidos bosques y fértiles campos. Tampoco vería a su hijo licenciarse, ni a su hija morir en el frente cuando fue derribado el helicóptero en el que viajaba. Nunca sabría que  en el 2045 sería subida a los altares como primera santa no virgen. Tampoco supo que ella, siempre discreta, velaría siempre por sus ciudadanos convertida en una gran estatua en el centro de la ciudad, ni que en 2060, con los países desaparecidos, su ciudad pasó a ser el principal enclave de una región de casi seis, mil kilómetros cuadrados que eran el último refugio de la humanidad civilizada.

En efecto, Murmanks, rebautizado como “Esperanza”, era el único lugar conocido donde el “Antiguo Mundo” continuaba funcionando, reconfortando las almas de sus habitantes. Donde los fuertes cuidaban de los débiles, y unos se ayudaban a otros. Los antiguos astilleros y parques militares se reconvirtieron en todo tipo de industria, que satisfacía bastante aceptablemente la demanda interna, como puerto que era, contaba con una flota mercante que podía abastecerse de las ingentes cantidades de materia prima proveniente del antiguo mundo que las tribus de salvajes eran incapaces ya no de manufacturar, sino hasta de valorar. Las antiguas instalaciones de investigación de la Armada Rusa se habían convertido en la última universidad, donde se impartían un gran número de materias.

Bahía Esperanza, que así se llamaba ahora la región albergaba una población multiétnica galvanizada por una única idea de sentido de pertenencia: el reducto se había convertido en el último bastión de la humanidad como se concebía… o casi…

Aisha bajó los pocos escalones que separaban de la calle su despacho de directora general del Departamento de Suministro de Energía. Como una mujer en un puesto de responsabilidad vestía elegantemente, una falda de lápiz negra perfilaba las sinuosas curvas de sus caderas, mientras que la hermosa blusa violeta, insinuaba más que desvelaba las descaradas líneas de sus respingones senos. Aunque siempre había sido una mujer bella, a sus cuarenta años lucía esplendorosa en la plenitud de su vida. Unas medias negras semitransparentes y unos tacones de altura infinita, posiblemente producto de alguna incursión de aprovisionamiento en los antiguos territorios de Francia o Italia, acababan de componer la indumentaria de una mujer tan estilosa como poderosa.

Pero, ser poderosa, en Esperanza, no era óbice para que una mujer no permaneciera, permanentemente, bajo  la inquebrantable custodia y protección de unas elaboradas restricciones de acero.

De todas las restricciones que protegían a las Esperanceñas, el auténtico orgullo de la región era el sistema de railes magnéticos. Para que el lector se ponga en antecedentes, señalar que todas las mujeres lucían un collar de una aleación tan ligera como resistente, del que caía una cadena del mismo material, la cual terminaba, al nivel del suelo, en una pequeña pieza también metálica y campaniforme. El collar estaba confeccionado a medida de cada una de las usuarias y cada borde estaba primorosamente redondeado para que su uso no ocasionara ninguna incomodidad a su portadora. 





 

La pequeña pieza que se deslizaba por el suelo contenía un potentísimo electroimán. En el subsuelo, con el paso de los años, se había ido construyendo una tupidísima red de tubos magnéticos que, con su campo, hacían que las mujeres pudieran desplazarse con libertad pero haciendo que fuera virtualmente imposible separar las pequeñas piezas campaniformes del suelo. Tan solo las zonas  naturales y  los campos de cultivo no contaban con la red de vías magnéticas, SFR (Sistema de Rail Femenino) pero, en todo caso, eran lugares en los que se consideraba insegura la presencia de mujeres. Dentro de la ciudad, tan solo el entorno de las puertas de la línea interior de murallas y el edificio de Protección a la Mujer no contaban con esos dispositivos, ya que, tampoco era segura la presencia de mujeres allí.

Como el collar era algo que todas las mujeres debían portar obligatoriamente y que no debía de ser abierto más que en algún caso excepcional, las pocas llaves existentes se guardaban en la Secretaría de Protección de la Mujer, que era también donde se estudiaba, perfeccionaba y reglamentaban el catálogo de restricciones.

Como mujer soltera que aún era, Aisha podía elegir ella misma las restricciones que debía llevar, de entre el abundante catálogo que se ofertaba. Una vez elegidas las restricciones, eran realizadas cuidadosamente de manera individualizada por hábiles artesanos, asegurando que la comodidad era igual a la seguridad que aportaban.

Las mujeres que no estaban casadas contaban en sus restricciones con cerraduras genéricas, que podían abrir la llave maestra que todo varón mayor de edad tenía en custodia. Dicha llaves, identificadas con un número de serie, era sometida a revisión trimestral por las autoridades, y perderla podía motivar una pena de expulsión del enclave, la seguridad de las mujeres era un asunto de la máxima importancia que no permitía ningún tipo de veleidad. No obstante, que los hombres pudieran abrir las restricciones, era algo que facilitaba la interacción entre los sexos,y es que al margen de lo tocante a la seguridad, las relaciones interpersonales eran muy similares a las de un país occidental de antes del apocalipsis.

Aisha portaba sobre los tacones unos grilletes de un cromado brllante del mismo metal que su collar, la cadena de veinte centímetros, tintineaba alegremente cada vez que la mujer caminaba, y, además la ayudaba a mantener una longitud de paso encantadoramente femenina.

Finalmente, sus manos se encontraban confortable pero  inexorablemente engrilletadas a un pequeño, delgado y rígido yugo de metal. Este sistema de seguridad era considerado como uno de los más elegantes, y constaba de una anilla de metal que ceñía el cuello por debajo del collar que servía para mantener a la chica dentro de las zonas SFR. De este anillo partían, a cada lado, dos prolongaciones de metal de quince centímetros. Al final de estas piezas se encontraban unos grilletes destinados a las manos. Con este sistemas Aisha tenía sus manos, adornadas con algún discreto anillo, firmemente inmovilizadas a ambos lados de su cuello con sus muñecas rodeadas por unas firmes anillas de metal , primorosamente pulidas y redondeadas, que le aportaban toda la seguridad que podía necesitar.

La vida de las chicas solteras en Esperanza era bastante comunal entre ellas, ocupando edificios de viviendas especialmente diseñadas para ellas. El tamaño y suntuosidad de las viviendas dependía de la capacidad adquisitiva ya que, estas viviendas, podían ser alquiladas o en régimen de propiedad. Las únicas diferencias con cualquier edificio de viviendas del antiguo mundo, era que  en la puerta de todas estos bloques había un pequeño puesto que protegía el acceso y que se encargaba también de revisar la integridad de las restricciones de las chicas cuando entraban a los apartamentos. Como ya se ha mencionado, nada se dejaba al azar a la hora de mantener seguras a las mujeres de la ciudad. La otra diferencia, era el comedor. En estos edificios, aunque cada vivienda contaba con todas las comodidades, existía, normalmente en la planta baja, un comedor y unas cocinas comunales. Allí se distribuían las comidas en platos que facilitaban que las mujeres pudieran realizar la alimentación sin el uso de cubiertos.

Normalmente los platos eran una reinterpretación de recetas tradicionales pero presentadas en trocitos muy pequeños y con el género primorosamente deshuesado, pelado o desespinado… Las chicas, así podían comer sin grandes dificultades, y si surgía alguna, se ayudaban entre todas para ponerle solución. Con el tiempo, incluso, todas eran maestras en el arte de comer evitando que el pelo, las molestara en esa tarea.

Aisha recorrió los últimos pasos que la separaba del furgón especial que habría de transportarla a ella y a las otras dos mujeres que la esperaban dentro, hasta la central nuclear de Punta Norte, donde iba a realizar una visita de comprobación rutinaria.

En Esperanza, los vehículos de motor eran de poca utilización en el ámbito civil e inexistentes en el privado ya que, a pesar de que contaban con capacidad de refinamiento de petróleo, la obtención del mismo era complicado pues los “salvajes” era de los pocos recursos que precisaban poseer , y al final cada expedición de aprovisionamiento petrolífero solía acabar en combates encarnizados.

Finalmente Aisha se paró junto al portón del vehículo del que bajó un comandante de la Milicia que se puso firme ante ella y saludó militarmente. “Señora Directora General”. “Buenos días” respondió ella con una voz suave pero preñada de la seguridad de la que se sabe ungida de autoridad.

El comandante con una llave roja que llevaba sujeta al cuello abrió el collar de Aisha para permitirla abordar el enorme furgón.

“No se preocupe, señora, enseguida se sentirá más segura”. Tras la apertura del collar, el comandante utilizó la misma llave en el electroimán, desactivándolo, y permitiendo guardar la restricción en la parte trasera del vehículo.



 

Aisha se sentó en el asiento central de la línea de tres sillones que ocupaban el compartimento de pasajeros del gigantesco vehículo. Los asientos de la derecha y la izquierda los ocupaban la doctora Azami Yimushiro, una joven médico con orígenes en el antiguo Japón, y la ingeniera nuclear Inés Martel, hija de la comandante de navío Martel que tras el colapso de los gobiernos en 2050 había arribado con los restos de la Armada Española a aquel faro civilización al que muchos simplemente llamaban “La ciudad”.

La directora general saludo a sus dos compañeras mientras el comandante de la escolta se afanaba en que ninguna de las mujeres pudiera sentir la más mínima inseguridad. Lo primero fue colocar en  la cintura de Aisha un cinturón metálico que cerró con un sonoro “click”. Dicho cinturón de dos centímetros de ancho presentaba una cerradura en su parte frontal y se encontraba unido por una corta cadena al respaldo del asiento. Tras asegurarse que nada ni nadie podría abrir el citado elemento, el comandante fijó con un candado la cadena de los grilletes de los pies de la subdirectora general a una argolla metálica firmemente remachada al suelo del vehículo.

Finalmente, con una cadena, unió el yugo de Aisha a las restricciones que sus compañeras lucían alrededor de sus cuellos. Mientras que la joven Azami portaba unas grilletes con una cadena de treinta centímetros que pasaba por la argolla central de un collar de seis centímetros de alto que ceñía su garganta,  Inés portaba una restricción similar a la de Aisha, con la diferencia de que en vez de estar el yugo formado por piezas rígidas, en su caso, las prolongaciones de metal que terminaban en las anillas que ceñían las muñecas estaban articuladas en su unión al metal que rodeaba su cuello.

El comandante se aseguró que la cadena quedara firmemente sujeta al equipamiento que rodeaba la gargantas de las mujeres. Solo entonces dio por terminada su importante labor.

-        Señoras, están ustedes plenamente seguras, antes de que pudieran ustedes  abandonar el vehículo se tendrían que abrir los tres cinturones y los tres broches que mantienen sus grilletes a la anilla del suelo. Nada tienen que temer.

Aisha parecía complacida, “comandante, si ya ha terminado, me interesaría arrancar cuanto antes”.

“Por supuesto, señora” El comandante se apeó cerrando con tres pasadores de seguridad el portón deslizante del vehículo, cada uno de ellos asegurado por su propia llave. Tras unos segundos, el gigantesco mamotreto inició la marcha.

Aisha observó a sus compañeras que parecían inquietas.

Inés era una niña cuando llegó a “la Ciudad” en el buque insignia español, y se integró con su madre en las peculiaridades de la vida allí y aunque su cargo como ingeniera nuclear la había hecho viajar alguna vez en esos vehículos, la verdad es que aún le generaba cierta ansiedad el saberse fuera del sistema de raíles que eran el orgullo del enclave. Trataba de calmarse cerciorándose con constante tironcitos de la absoluta infalibilidad del acero de sus grilletes.

Azami era la más joven de las tres, una chiquilla de 22 años recién licenciada y era una auténtica “Niña Esperanza” como se llamaba a las generaciones que no habían conocido la vida fuera del enclave. Al contrario que sus compañeras, no sabía lo que era vivir sin estar permanentemente encadenada a las constricciones que la hacían permanecer segura. Era la primera vez que abandonaba la tranquilidad de los raíles, y aunque deseosa de vivir la experiencia para contársela a sus amigos, sobre todo a sus amigas, y familia, la verdad es que no se sentía cómoda. Sus grilletes cascabeleaban cada vez que la doctora trataba de calmarse, cerciorándose de que, aunque fuera de los raíles, no corría verdadero peligro. Tan solo la idea de contar la aventura a sus amigas, que se morirían de envidia, le servía de bálsamo.





 

Si el lector, avispado y sagaz, se pregunta acerca de si la presencia de tres mujeres, universitarias y con responsabilidades era casual, la respuesta es simple y categórica: No.

El enclave se encontraba, por así decirlo en permanente conflicto con las hordas de saqueadores que asolaban el “vacío” que era como los Esperanceños denominaban al mundo allende sus defensa exteriores. Con esta permanente guerra en la que se luchaba por la existencia, los hombres solían desempeñar trabajos relacionados con la destreza física y con la defensa mientras las mujeres copaban en gran mayoría las universidades ajenas a las materias militares, los trabajos relacionados con el comercio, la administración, artes, enseñanza…incluso la política era un campo en que las mujeres participaban mucho más activamente que sus compañeros varones, como muestra de ello las tres últimas presidentes-alcaldes, todos desde que se había instituido la democracia,  habían sido tres mujeres.

 

CONTINUARÁ…… SI OS GUSTA…..

 

 

jueves, 19 de agosto de 2021

Resort de azotes para novatos (IV)


 

Faltaban unos minutos para las once cuando la última pareja Svletana y Niko hicieron su entrada. Él, como el resto de los hombres, conservaba la ropa de la cena mientras que las chicas, cumpliendo un poquito inquietas con la particular etiqueta ordenada, vestían su ropa de noche. Incluso Alice que vestía un camisón de algodón largo con estampado de un unicornio con chaqueta de heavy, estaba siguiendo las directrices.

 

Las parejas se sentaron alrededor de Philippe en varios sillones.

 

               Bien, ahora que es momento de irnos para la cama es un buen momento para iniciarnos en lo que, verdaderamente es la disciplina doméstica.

Los chicos parecían encantados de dar este paso en la curva de aprendizaje, y, en cuanto a las damas, aunque les asustaba un poco, también era verdad que, pese a que no lo reconocerían jamás, la mayor parte de ellas empezaba a sentir cierta curiosidad, mitad culpable y mitad expectante.

 

-        Es muy común en todas las casas que estos momentos previos al descanso, sean propicios para castigar alguna falta o corregir alguna actitud. En general, se tratarán de azotainas de relativa poca intensidad, aunque, si nuestras chicas se merecen una más contundente porque no se ha podido corregir antes o por vuestra decisión, no hay nada que objetar. No obstante, tened en cuenta que incluso la más revoltosa tiene derecho a dormir, así que, en general, no soy partidario de disciplinas severas a estas horas.

“Entonces que pasaría si, por ejemplo yo, fuera tu hija, y te enteras que te he cogido el coche sin tener carnet. Pero tú estás trabajando, y no llegas hasta la noche” La concurrencia se sorprendió cuando una inusualmente locuaz Alice formuló esa cuestión.

“Pues verás, es una pregunta excelente, de verdad, gracias por hacerla. Además, un gran ejemplo…pues lo correcto sería tener una charla cuando yo llegara a casa. Y al día siguiente tendrías que elegir la falda más larga del armario porque te iba a dejar el culo y las piernas con más rayas que una cebra”. La franqueza de Philippe arrancó una risita a los presentes, aunque la de las mujeres tenía un tanto de nerviosa. “No te voy a castigar porque esté enfadado contigo, ¿Lo entiendes?, te castigo por que te quiero y es lo que necesitas. Que al día siguiente estuviese menos enfadado, no cambiaría nada. ¿Me seguís?”.

El auditorio asintió.

-        Todas sabéis que, al cabo del día cometéis un sinfín de acciones que, si existiese un karma, significarían que tendríais que haber hecho acabar con el culo como una manzana. Pero esa justicia perfecta no existe, y lo sabéis.

“Afortunadamente”, interrumpió Jimena con un comentario que fue bien acogido por sus compañeros de estudios.

“Peeeero, - continuó Philippe-, no significa que vuestro hombre no sepa eso, así que, ya sea porque confesáis alguna culpa o porque así lo decide vuestro marido por otras razones, no es raro que tengáis que ir a dormir con el culo bien caliente con cierta habitualidad.

-        Pues eso no lo veo justo…., dijo Svletana, igual he sido buena todo el día.

A Jimena le gustó que la joven rusa había comenzado a adoptar ya las expresiones propias de las chicas de la Isla. Levantó la mano y Philippe calló para dejar contestar a su amiga.

-        Si has sido buena, te pondrás como te diga Niko, y aceptarás el castigo. Es de agradecer que, aunque tú creas que se equivoque, y a este respecto debo decirte que el “ser buena”, es un concepto muy relativo, tu marido se preocupe por lo que has hecho. Y es más, si tu hombre ha tomado una decisión, es aquí se considera muy serio el desafiarla. No es algo que las mujeres podamos hacer. Es ilógico.

 

“Es verdad, desobedecerle ya son palabras muy mayores…,- apostilló el anfitrión-, lo que debes hacer es aceptar su decisión, y además, seguro, como dice Jimena que si tu marido ha tomado la decisión de aplicarte un castigo, es por buenos motivos.

El pensamiento de su hombre obligándola a asumir la posición de castigo,  imaginárselo firme a pesar de sus súplicas y proclamaciones vanas de inocencia hizo que la joven, inconscientemente, frotara levemente un muslo contra el otro al tiempo que se acaloraba levemente.

Philippe continuaba con la introducción teórica de la sesión: “Pues, según se ha visto, esas suelen ser las motivaciones de los azotes de antes de ir a a la cama, y, recapitulando, lo habitual será aplicar un castigo suave o moderado, pero, esto, señoras no os debe hacer llegar a la falsa conclusión de que no os va a doler. Os dolerá, y mucho. El castigo es algo que las mujeres debéis temer, si un castigo, os pudiera parecer incluso soportable, es momento probar otro.

 

Lidia acariciaba la mano de Marco y reflexionaba sobre aquellas palabras: “tenéis que odiar los castigos”, que era la segunda vez que oía aquel día. Por un lado la atávica aversión a experimentar dolor que, además, era infligido con toda intención y por otro lado, la certeza de que ese castigo era administrado por amor, provocaba en su cabeza un choque de trenes que le aceleraba el pulso, y por qué negarlo, le hacía hormiguear la parte más baja de su vientre.

 

-        Bueno, pues, con todo explicado, solo nos queda atender a nuestros profesores. Chicos coged vuestras palmetas y atended.

Rodrigo se sentó y ayudo a Jimena a recostarse sobre sus piernas.

-        Parejas, la posición que vamos a practicar es poner a nuestras chicas sobre las rodillas, es una posición muy adecuada para castigos moderados. Por un lado nos permite mucho control sobre vosotras, y, al tiempo, aporta mucho contacto físico con vuestro cuerpo lo que nos da mucha información sobre cómo va la cosa, y aporta un importante componente de unión entre la pareja. Finalmente, es  sobre todo útil cuando se usa la mano o instrumentos cortitos como la palmeta.

 

La palmeta, que algunos habitantes de la isla que eran de origen norteamericano denominaban “teardrop”,  era una pequeña paletita de cuero muy grueso del tamaño de una mano grande y forma de lágrima. En la parte fina de la lágrima estaba enganchando un mango corto para blandir el instrumento.

Con parsimonia el hombre subió el camisón turquesa de su mujer y enrollando la braguita entre sus nalgas, dejó más expuesta su bonita anatomía. El culete se veía blanco, sin muestras de la azotaina previa a la cena.

Sin más preámbulo el hombre alzó su mano derecha y dejó caer un seco chirlazo en la parte más sobresaliente del culo de Jimena. Aunque no excesivamente fuerte, Jimena, que recostada miraba a sus alumnos, no pudo evitar cerrar los ojos, mientras una marca roja se formaba en la piel de su trasero.

 

“Recordad que los castigos siempre deben de ir “in crescendo”, comentaba Rodrigo mientras la cadencia y sonoridad de los palmetazos no dejaban de aumentar.

CRACK, CRACK, CRACK…  los palmetazos resonaban y Jimena ya tenía que apretar la mandíbula para evitar gritar.

Jimena ya se había rendido y gemidos de dolor se escapaban de su boca para cuando su marido llevaba cinco minutos de constantes azotes.

-        Como veis me estoy centrando en la parte más prominente de su trasero, por dos razones, como norma es la zona que siempre debe recibir más atenciones, ya que es la mejor adaptada a ello de la anatomía de una mujer, y por otro lado, al contrario que en otras azotainas donde nos interesa “enternecer” los “sitspots” para que tengáis un buen recordatorio cada vez que os sentéis, aquí se va a acostar en la cama, de manera que la parte que va a entrar en contacto con las sábanas es esa, y por tanto, hay que asegurarse que escueza un poquito.

Claire, para sus adentros, tuvo que elogiar lo racionalizada que estaba la disciplina femenina en esa sociedad, en efecto, nada se había dejado al azar.

En esos momentos el cuero restallaba ya de forma inclemente contra las nalgas de Jimena haciendo surgir vibraciones que, desde el centro de sus nalgas se iban expandiendo, como si se tirara una piedra al agua. Las redondeces de Jimena ya estaban al rojo vivo, y la pobre ya balbuceaba pidiendo clemencia. Era en vano. Era patente que el llanto era cuestión de tiempo… de poco tiempo.

Un azote de Rodrigo particularmente fuerte y que caía sobre una zona ya muy castigada, logró un doble efecto, por un lado, una marca carmesí de forma redondeada se formó en en el lugar donde el rígido canto de la paleta se había enterrado  con más saña en las delicada carne, y por el otro, el cruel aguijonazo había hecho que Jimena cometiera un error: instintivamente dobló su pierna tratando de proteger del calvario a sus posaderas.

La vibración del mango en la mano del hombre le transmitió, como spanker experto que era, que, sin duda, ese había sido un azote ganador.

-        Como veis esta señorita se ha ganado un azote de penalización por haber desobedecido.

Jimena se maldecía a si misma, porque sabía lo que implicaban las palabras de su marido…

“Normalmente, prosiguió el hombre, tenéis que fijar a vuestras chicas, unas normas a ese respecto. Jimena sabe que eso le costará un azote, que al ser de penalización será en los muslos. Esto la ayudará a mantenerse en la línea que le he marcado”.

Las chicas escuchaban un tanto asustadas las explicaciones de Rodri, el cual, sin dejar de hablar alzó su brazo y con energía dejó caer la palmeta sobre el muslo derecho con tanta fuerza que Jimena tuvo la sensación de que un volcán abrasaba su pierna con lava. El alarido de dolor y las lágrimas llegaron simultáneamente.

“Como os podéis dar cuenta, esta leoncita ya ha entendido la idea, y, aunque seguro que a partir de ahora va a ser una niña buena, nosotros tenemos la norma que la segunda desobediencia son dos azotes, la tercera son cuatro…” así, que, como no quiero teneros despiertos hasta las tantas azotando los muslitos de mi querida mujer, voy a ayudarla a ser buena” Con habilidad el hombre pasó una de las piernas sobre las de Jimena que sollozaba, quedando así sus piernas firmemente pinzadas por las de él.

Tras cinco minutos más de azotes y con Jimena aullando de dolor en cada embate, finalmente Rodrigo se dio por satisfecho.


 

La cara de las chicas era un poema, e, incluso, podría decirse que alguna, había palidecido.

“Muchas gracias  a Rodrigo y sobre todo a Jimena. Por favor cielo, ¿Vas al baño a recomponerte y nos ayudas en unos minutos?’”.

La joven fiscal asintió con el cuello frotándose la nariz con una muñeca mientras que con la otra mano se frotaba la macerada carne de sus posaderas.

“Pues vuestro turno, apostilló Philippe, que es tarde y mañana creedme que vais a necesitar energía”.

La sonrisa de los caballeros provocó un poco de inquietud en las damas, que aún se encontraban un poco consternadas por el castigo de “moderada intensidad” que acababan de presenciar.

Claire susurro algo al oído de su marido, y Mitch se levantó a hablar con Philippe: “verás, ya sabes que te estoy muy agradecido por dejarme traer a mis dos chicas, pero en estas sesiones que son tarde, y un poquito largas, por no fastidiar a nadie, igual era buena idea que tú o Rodri me echarais una mano con una de ellas”.

“Me parece una buena idea, veamos si Rodri no está muy cansado” dijo Philippe, mientras los dos hombres se acercaban a Rodri que estaba estirando el brazo.

-        Compañero, Mitch me ha propuesto que te ocupes de una de sus chicas, eso si no te duele el brazo, que tampoco es plan que te vayas a la cama con molestias, es por no acabar muy tarde.

-        Por supuesto, perfecto, espero a Jimena y me pongo con la chica que me dejes.

Cuando Mitch se sentó y  colocó a Alice sobre sus rodillas el resto de parejas ya habían adoptado la posición, con todas las damas mirando de reojo desde sus comprometidas posiciones el pequeño instrumento de rígido y grueso cuero que blandían, aún, inerme sus maridos.

 

Timidamente comenzó una alegre sinfonía de percusión tocada por las diabólicas baquetas sobre los traviesos culetes de las chicas. Según la intensidad iba subiendo, se incorporaron a la composición las primeras aportaciones vocales. Aun cuando los azotes no habían alcanzado la velocidad de crucero, el dolor que emanaba de los castigados traseros era mucho peor que el  que habían experimentado en la clase anterior aun en su apogeo. Ahora, todas entendieron el por qué se les había insistido que los azotes con la mano no eran apropiados para un castigo como tal.

Cuando Jimena se reincorporó a la sesión los azotes y los quejidos ya habían alcanzado una cadencia más que aceptable, y quedó muy sorprendida cuando vio que su marido se aplicaba en darle el apropiado tratamiento al trasero de Claire. La hermosa madurita se retorcía con cada ”acorde” que salía de su trasero y las lágrimas corrían abundantemente por su enrojecidas mejillas. La joven fiscal se dio cuenta que las piernas de su marido sujetaban las de ella, que, además, lucían ya cuatro marcas semicirculares de color púrpura. Jimena entendió que en algún momento, Claire, no había sido todo lo obediente que debía haber sido.

Philipe se detuvo frente a Nikolai que se afanaba en calentar el trasero de su hermosa odalisca que se retorcía como una anguila fuera del agua. Aunque las nalgas de Svletana presentaban un vivo color encarnado, Philippe decidió, interrumpir la serenata.

“Nikolai, espera un momento”, dijo Philippe. El ruso detuvo su brazo y su joven mujer que sollozaba de forma casi inaudible, respiró aliviada; pero, como es norma en Isla Cane ,cuando se está corrigiendo a una mujer por su mal comportamiento, el alivio no suele ser duradero…”Debo felicitarte por el trabajo, se ve que tiene buen tono, y ella se lo va a pensar antes de portarse mal otra vez, pero….¿Has hablado con ella de la penalización si no era obediente durante el castigo?”

 “Sí”, respondió el joven ejecutivo de banca. Niko señaló que antes de empezar le había dicho a su mujer que, si se le ocurría moverse, la azotaría en los muslos hasta que esta se quedara sin voz.

Philippe miró las largas piernas de Svletana; eran firmes, bonitas, largas y… blancas, era evidente que el hombre no había cumplido sus advertencias. “Pues, por lo que he visto, ya  debiera tener las piernas estampadas a palmetazos, y están bien blanquitas”

“Ya…, es que, la palmeta, pega fuerte, y como está llorando, no quiero ser un tirano, entiéndeme”.

Philippe asintió, entendiendo sus inquietudes, pero, como le explicó, sus temores eran naturales pero no eran fundados: “No te preocupes, haces bien en preocuparte, y es loable, yo mismo he tenido que expulsar de alguno de estos cursos a algún matón, pero este no es el caso. Si la estás castigando es por qué ha hecho algo que te ha hecho decidir que lo merece”.

Nikolai asintió grabando las enseñanzas de su mentor. “Ella sabía las consecuencias si no se comportaba, y aun así, ha decidido que le da igual. Si lo toleras, el mensaje que estás mandando es que, en verdad, no te importa lo que hace, y es un mensaje que a nuestras chicas no les gusta recibir. ¿Entiendes?”

-        Sí, pero tampoco quería pasarme de estricto.

-        No temas, si te ciñes a lo que has prometido, que, además es muy razonable, no te pasarás de estricto, simplemente serás justo.

-        ¿Estás seguro?

-        Mira, Nikolai, no te preocupes. Está llorando, y le duele el culo… como todas. Ella está aborreciendo cada segundo de la azotaina, y cuando esa palmeta le tueste las piernas, lo aborrecerá aún más, es lo normal. Y por eso se hace.

Svletana tenía sentimientos encontrados tras oír aquella conversación que había tenido sobre su trasero. Por un lado se encontraba profundamente indignada, se habían limitado a hablar como si ella no existiera, como si no contara para nada, ni siquiera un ¿Tú que crees?, tan siquiera le pidieron una aprobación retórica tipo “¿Verdad, Svletana?”. Era casi  medieval….pero, por otro lado…ver que su normalmente indolente Niko se había preocupado por ella y ver como los dos hombres se ocupaban de cosas de hombres de forma natural,  sin dudar, sin vacilar, sin dejarse amedrentar por la presencia de una chica… eso le había gustado. También el hecho de ver todos aquellos maridos, (y padres), tomando sus responsabilidades le había hecho reflexionar. Estar allí, viendo a todas esas chicas en su misma posición, le había hecho, sentir unos lazos de hermanamiento con sus compañeras de ordalía. No se sentía ni más ni menos, simplemente, y como había dicho Philippe, se sentía una de ellas…“Como todas”.

“Princesa, creo que es verdad. Te he dado suficientes turnos gratis”, dijo Niko mientras palmeaba suavemente las piernas de Svletana. Ella lo entendió al momento y estiró sus piernas lo máximo que pudo. Quería estar bonita mientras su marido le daba lo que era suyo…


 

Jimena, contemplaba a Mitch, que había dejado la palmeta en el sofá mientras, en voz baja, abroncaba a su pequeña princesa que, en honor a la verdad, presentaba un trasero bien rojito y que sollozaba de manera casi convulsiva.

La profesora esperó un momento en el que Mitch hiciera una pausa y realizó una irrupción.

“Mitch, no quiero, ni tendría derecho a hacerlo, objetar a tu decisión de no castigar más a Alice, pero…. Puedo preguntar por qué la tomaste”

Mitch se sintió un poco incómodo con la cuestión, pero, al fin al cabo, la profesora estaba haciéndole una pregunta y para él la jerarquía era importante; y, además, no quería darle un mal ejemplo a su hija.

El hombre elaboró un poco su respuesta antes de empezar a responder. “Pues, la verdad, es que cuando empezó a pedirme perdón y empezaron las lagrimitas, pensé que ya era suficiente”

“Sin querer criticarte, pero… entonces paraste porque estaba llorando ¿O porque tú creíste que había sido suficiente?”

Mitch, procesó la cuestión, y rememoró cosas, y se acordó de una llamada de madrugada, de un accidente, de una jovencita entre la vida y la muerte enganchada al cable de una máquina; se acordó también de innumerables viajes al instituto, a la oficina del sheriff, a departamentos de seguridad de centros comerciales…

Mientras el hombre procesaba la información, Jimena acarició el ahora suave gemelo de la joven. “Estás muy guapa, Alice”. La jovencita, le devolvió la sonrisa y le alegró que se hubiera percatado de lo perfectamente depilada que lucía ahora.

El hombre recogió la palmeta la cual volvió a azotar con furia el trasero de Alice, restallando tan fuerte en cada impacto que casi lograba silenciar los aullidos de dolor de su hija. Mientras la descarga de azotes llovía sobre su dolorido culo, Alice, tan sólo deseaba no habérselos merecido…

Lidia aulló como una loba en celo cuando el palmetazo restalló haciendo pedir auxilio a todas las terminaciones nerviosas de la delicada piel de sus muslos. Entre los azotes, la morena italiana suplicaba una clemencia que, en realidad, sabía que no iba a ser concedida. “Perdóname” suplicó la mujer cuando un chirlazo la hizo romper por enésima vez la postura con la consiguiente penalización que sabía que iba a llegar. Marco le acarició la cabeza y le apartó un poco el pelo, cortado en media melena, de la cara. “Claro que te perdono. Pero no por ello, debo de dejarte hacer lo que te  dé la gana.” Dos potentes palmetazos cayeron sobre los ya muy enternecidos muslos de Lidia haciéndola temblar de dolor. El llanto se hizo agónico, y ella se rompió por completo, “No me pegues más, haré todo lo que quieras, pero por favor, no más”, la respiración entrecortada le hacía complicado hilvanar dos frases largas “te juro que voy a ser buena” . El patetismo de su mujer hizo dudar a Marco, que ni siquiera se había dado de la presencia de Jimena contemplando la escena. La mirada dubitativa del hombre se cruzó con la de la instructora que permanecía allí en pie.

-        Es señal de que el castigo va por buen camino, dijo Jimena para sorpresa de Marco. Pero, ella todavía no lo entiende.

Jimena se acuclilló junto a la cara de Lidia que estaba colorada. “Lidia, cariño. Sé que te duele, y que es una de las primeras veces, pero te aseguro que, aunque esté durando un poquito más de lo normal para daros tiempo a aprender, los chicos están siendo muy comedidos.” La sofisticada italiana trataba de recomponerse mientras oía la suave voz de Jimena. “Tu marido no está azotando en el culo por que seas mala, ni por qué no te quiera. Es justo al revés, él se enamoró de ti porque eres educada, bonita y buena chica, y tampoco te está castigando porque quiera que hagas lo que él quiera, para eso, se hubiera comprado una esclava o casado con una boba, y eligió para compartir su vida una mujer inteligente, valiente y con criterio. Los azotes son para que mejores, no por que seas mala. Y nos pasa a todas”.

Las palabras de Jimena, además de servir para calmar a Lidia, (posteriormente la italiana confesaría a su marido que más por la sedosidad del tono que por las palabras, ya que, hasta un rato después del castigo, no tuvo la cabeza suficiente como para procesarlas), sirvieron para que Marco recapacitara y tuviera aún más presente la grandeza de la mujer que había decidido compartir su vida con él.

“Eso sí, Marco, se generoso y ayúdala a portarse bien”. Marco entendió el mensaje y bloqueo las piernas de su mujer con las suyas propias, con lo que evitaba tener que volver a castigar las delicadas espaldas de los muslos de Lidia.

Pasó casi media hora cuando para alivio de las damas, Philippe dio por terminada la clase. Aunque cada una de ellas presentaba una serie de elementos singulares, las cuatro parejas habían acabado adoptando una imagen bien similar: las mujeres con las mejillas superiores coloradas por el llanto, y las inferiores por el prolongado castigo que habían recibido; y sus piernas,-todas con abundantes marcas como muestra de las “recompensas” recibidas por su falta de colaboración-, firmemente pinzadas entre las poderosas extremidades de sus hombres.

El profesor orgulloso repasó con la mirada a sus alumnos, y no pudo menos que felicitarlos por la excelente actitud mostrada. Finalmente, dando por terminada la sesión recordó a las parejas el horario para la mañana siguiente.

Jimena, recordó en voz alta, que una vez en las habitaciones, las chicas se acordaran de los botecitos de crema… y que hablaran de ello con los chicos.


 

Sería tedioso repasar el abundante catálogo de quejido, lagrimitas, románticos susurros y algunos gemidos guturales que no tenían que ver con dolor alguno que se enseñoreó de todas las habitaciones aquella noche  hasta que, una tras otras todas las luces se fueron extinguiendo. Tan solo nos  pararemos en una, con una breve escala en otra…

Alice estaba tumbada sobre la cama de matrimonio, que a todas luces era gigantesca habida cuenta que la muchachita iba a ser la única que no iba a compartir lecho esa noche, esperando que su madre saliera del baño donde leía los prospectos de los bálsamos redentores.

Cuando se sentó en la cama junto a su hija, Claire repasó las piernas de su hija, constatando que, efectivamente, había subsanado su error. Cuando recogió la braguita de su hija para extender los ungüentos revisó también con la mirada la entrepierna de Alice, aprovechando que, así recogidas, la sutil tela de las braguitas tan solo cubría la parte más íntima de la feminidad de la joven.

Claire parecía más serena. “¿No podías haber venido así desde el principio?”. La pregunta de su madre hizo ruborizar a la joven.

“Princesa, no pienso cometer los errores del pasado”. “Recuerda a lo que te llevó tu sinrazón, podías estar en prisión. Y te libraste por muy poquito. Y no ganaste nada, porque, no fuiste feliz”

Claire comenzó a extender el bálsamo por el culo de su hija mientras continuaba hablando :           “ papá y yo te vamos a dar una estructura. Te prometo que no te vamos a fallar y, aunque ahora estés furiosa con nosotros, confío que en unas semanas cuando te hagas amiga de algunas buenas chicas y veas que este es buen sitio para encajar puedas empezar a perdonarnos;  y dentro de unos  poquitos años, cuando termines los estudios que elijas y tengas ilusión con un buen chico que además sea guapo, confío en que podrás entendernos de todo.

La mamá cuando terminó de embadurnar el culo y los muslos de su hija se sentó en la cama, mirando hacia puerta que daba salida al balcón y que permitía ver el mar desde su posición. Alice se arrodilló en la cama y liberó un poco la tela de su braguita. -la cual había empezado a resultarle un poco incómoda tan enrollada dentro del pizpireto surco que dividía su trasero-. De rodillas avanzó hasta situarse detrás de su madre.

Por sorpresa, la abrazó muy fuerte rodeándola por completo con sus brazos.

-        No hay nada que os deba perdonar.

 

“¿Cómo estás?”, preguntó Rodrigo que acababa asearse en el baño mientras Jimena veía la televisión tumbada boca abajo con la cabeza en la posición teórica de los pies. Su culete rojo aun brillaba por efecto de las cremas que su marido le había aplicado con mano experta.

-        Bien, me las he ganado mucho peores…, y tú, ¿El brazo bien?

Rodrigo  sonrió, “Sí… las he tenido que dar mucho peores”…

 El hombre se arrodilló en el suelo, justo pegado a la cabeza de su mujer y obstaculizando la visión de ella sobre la tele.

Los dos tortolitos sonreían, intuyendo el devenir de los acontecimientos.

-        ¿Nadie te ha dicho que eres un tonto?

-        Mmmmmm, nop….

-        ¿Y un pesado?

-        Pueessss….. deja que recuerde…. No tampoco…. Um… espera…. Sí …una novia que tuve…. Una bruja….. era fiscal

-        .¡Serás patán!

Rodrigo recorrió a besos los labios de Jimena que por el bálsamo labial tenían un suave sabor a fresa.

-        Un patán…. pues vaya… y yo que pensé que te caía bien… ¿Qué podría hacer para que cambiaras de opinión?

Jimena se mordió con expresión picara el labio inferior.  “Tal vez una cosa…ven que te lo digo al oído”.

Rodrigo, aun arrodillado acercó confiadamente la oreja a los labios de su mujer mientras los ajustados calzoncillos ya no podían ocultar una creciente turgencia bajo ellos. Por toda respuesta la juguetona amante mordió con sus incisivos el lóbulo de su hombre, tirando de él gentilmente. Cuando se cansó de saborearlo, lo soltó y recorrió con su cálida y húmeda lengua cada pliegue de la zona interna de la oreja de su marido, el cual no pudo evitar que un cerquito de humedad apareciera en el calzoncillo que apenas ya podía embridar su virilidad desbocada.

Finalmente, Jimena le susurró al oído con un lenguaje que tan solo usaba en las grandes ocasiones: “que me folles desde atrás, como a tu zorrita que soy, quiero correrme hasta que me duela” Rodrigo dio un brinco y se situó detrás de su amada la cual, mientras estaba tumbada, había deslizado una mano bajo su tripita para jugar en lugares que una dama no debe transitar. El embriagador perfume de la humedad de ella atrapó al hombre mientras colocaba unos almohadones bajo su mujer para hacerle más accesible aquel suave y completamente liso nido de amor.

Jimena estaba muy receptiva porque, aunque ella jamás reconocería esto, cuando había tenido la ocasión de ver a su marido disciplinando a otra mujer, siempre le había parecido erótico. Tras los primeros roces del glande de su hombre contra sus humedecidos labios, no fue complicado para ella el atrapar con su cuerpo el férreo glande cuando Rodri decidió ocupar su vagina. Disfrutó de la sensación de como la carne de su vientre era forzada a apartarse al paso de aquel amado invasor que parecía no tenía reparos en reclamar cada vez más y más espació dentro su feminidad.

La mujer gemía al compás de las embestidas de su fornido marido y trataba de responder haciendo lo propio acompañando con movimientos de cadera que tan solo lograban empalarla más en aquella lanza de carne.

Él rebotaba contra el dolorido culo de su amada, y disfrutaba de infligir aquel pícaro castigo, mientras ella sentía que aquel dolor, la despertaba, evitando que se abandonara a un disfrute perezoso. Aquel tormento la activaba y la hacía ser consciente de los detalles, de como aquel hombre la hacía gozar, penetrándola, (no entendía a esas mujeres que, en algunos países, rechazaban el término), y haciéndola florecer como mujer.

El éxtasis no tardó en llegar,  arribó inesperado, en una embestida que pareció sajar su cuerpo en dos de lo profundo que su hombre había logrado clavarse en la cálida y sonrosada entraña femenina. Jimena rodó por el barranco de las sensaciones con un terremoto que la sacudió, tan fuerte que hasta pareció apagarle la luz a sus ojos.

Sus brazos colapsaron y su cara, con la boca abierta en espasmo, se apretó contra las sábanas. Solo notó como si una broca girara dentro de su tripa y luego, se dio cuenta, que el Río Nilo, hecho hombre, se había desbordado en el fértil valle que cada mujer alberga en su vientre.

Abrazadas, sonrientes, relajadas, de lado, poca abajo, con las ventanas abiertas… esa noche, cuatro mujeres durmieron felices descubriendo que, el escozor del roce de las sábanas sobre el  culete de una chica traviesa, no era impedimento para dormir muy a gustito.