El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

martes, 17 de agosto de 2021

Resort de azotes para novatos. (I)

 

 


 

Sí, hay que reconocerlo, alguna de las costumbres de Isla Cane, y ya conocemos unas cuantas, se antojan extrañas y muchas veces descolocan a los que no están criados en ellas pero, con este relato, confío que, al igual que las parejas protagonistas, el lector acabe mucho más integrado en tan maravillosa nación.

Deseo de corazón que disfrutéis leyendo esta historia, al menos, tanto como yo lo hice escribiéndola.

En otro orden de cosas, y no es por ser pesada, deciros que  muchas veces echo mucho de menos una palabra del que está ahí, al otro lado, si de verdad leéis estas entradas ,(sí, sé que las estadísticas me cantan una cifra, pero de esa cifra no sé cuántos son, de verdad lectores, me encantaría que dejarais unas palabras.

 

¡Por fin había llegado! El anhelado acueducto de días festivos que iba a suponer una más que merecida pausa en aquel año de fulgurantes  éxitos, pero ímprobo esfuerzo, para Jimena Signori, nuestra querida fiscal de Isla Cane.

Dado que el calendario había  hecho caer dos de las festividades nacionales en un jueves y un martes, nuestro matrimonio de tortolitos, Jimena y Rodrigo, habían planeado pasar unos días muy especiales en unas jornadas en un taller  también muy particular.

Los llamados “talleres de convivencia” eran un elemento muy común en la vida social de Isla Cane, y básicamente se trataba de unas jornadas en las que expertos, desde psicólogos a médicos, terapeutas e incluso historiadores, impartían clases sobre disciplina doméstica que, como sabe el lector, era piedra angular de la sociedad de la Isla.

El tipo de oferta podía ser muy diverso, desde algunas tardes a la semana a otros que llegaban a durar semanas en régimen de inmersión; los había destinados a matrimonios, a monitores de actividades, a profesores, a padres e hijas, incluso desde que Jimena había logrado para las mujeres el derecho de disciplinar a otras a su cargo, estaba teniendo auge el mercado de formación destinado a entrenar a estas nuevas spankers, ya que, hasta ahora, las chicas se habían visto limitadas al papel de spankee. Como curiosidad y para finalizar sin aburrir al lector con enumeraciones prolijas, señalar que eran muy populares los que se ofertaban para turistas, en los que, por un par de días en una villa de la playa podían vivir la novedad que para ellos suponía el mundo de la auténtica disciplina doméstica isleña.

Aunque no era raro que los propios nacionales se apuntaran a estas jornadas, el taller en el que nuestro matrimonio se había visto enrolado, ya veremos los detalles un poco más adelante, era de naturaleza algo diferente. Hacía ya unas semanas que Philippe, un psicólogo amigo de la pareja desde la época del instituto y que era uno de los organizadores de este tipo de eventos con más prestigio, los había invitado a colaborar con él en un importante taller destinado a parejas y a familias que se hubieran instalado recientemente en la Isla. Recordemos que, como un importantísimo centro financiero a nivel global, la Isla solía recibir extranjeros, los cuales estaban deseosos de integrarse en los usos sociales, entre otras cosas, porque, en una sociedad tan tradicional para algunas cosas como la de la Isla Estado, era impensable que un hombre o una mujer que no se adaptaran a los particulares conceptos de educación y disciplina que imperaban en el lugar pudiera prosperar en la jerarquía laboral o social.

Aunque la audiencia de estas sesiones sí solía contar con cierta base teórica, no era menos cierto que, como recién llegado,s les faltaba una práctica que a la hora de propinar o recibir una buena zurra en el culo, era imperiosamente necesaria. El papel del joven matrimonio consistía, precisamente en hacer de guías, es decir, era habitual que, en a las explicaciones y las pertinentes prácticas estuviera presente una pareja de la isla, normalmente un matrimonio,- aunque a veces podía ser un padre con su chica o, incluso dos compañeros o amigos-, que sirvieran como cicerones de las sesiones.

El concepto era simple: por un lado estarían presentes tres parejas, sin contar a Jimena y Rodrigo y al organizador, que pasarían cuatro días en una preciosa villa junto a una playa de arena blanca. En estos cuatro días las parejas asistirían a sesiones en común y luego habría momentos en los que los varones por un lado y las damas por otro quedarían solos para gozar de cierta intimidad para preguntar dudas y temores que, para los, y sobre todo “las”, recién llegados siempre eran abundantes. En cuatro días no escasearían, además, los momentos en los que las parejas podrían disfrutar de momentos románticos en la playa o en las callejuelas del pueblecito amurallado que distaba apenas quinientos metros de la villa de Philippe.



 

 

Rodrigo vestía tan solo unos elegantes pantalones de pijama azules cuando tras cepillarse los dientes entró en la habitación. Apoyado en el quicio de la puerta contempló como su mujer se afanaba en extender su crema de noche por su rostro. Jimena era perfeccionista, puntillosa en todo, inteligente y sensible, y aunque Rodrigo disfrutaba de compartir su vida con los anhelos e importantes responsabilidades de  su esposa como ayudante del Fiscal Jefe, le gustaba también ver a su esposa en esos momentitos más triviales, cuando se relajaba, cuando pensaba que nadie la observaba.

El hombre carraspeó para hacer patente su presencia.

Jimena se giró en su asiento.

-        Ah, ya has terminado… yo también… que gustito que mañana nos vamos y no hay que madrugar.

La mujer se levantó y se abrazó al torso de su marido, disfrutando de la firmeza de sus músculos dorsales que acariciaba con las yemas de sus dedos.

Rodrigo se encogió por dentro, como cada vez que su esposa lo abrazaba y acurrucaba la cabeza contra su pecho y tan solo pudo acariciar callado la sedosa melena de la mujer. Su esposa, más que acurrucar su cabeza, se podría decir que casi se enterró en los firmes pectorales de su hombre. Como mujer inteligente que era, ella experimentaba el peso de las responsabilidades de su día a día, y aunque era brillante y tenaz, a veces, estas eran un peso que la abrumaba, y aquel ritual de abrazarse al fuerte tronco de su amor tenía para su psique el efecto balsámico de llevar un barco a un puerto refugio.

Cuando el relámpago de amor que recorrió sus entrañas le dejo hablar, él  preguntó a su mujer si había terminado ya la maleta para los próximos días.

-        Que sí…. Que me faltan solo un par de blusitas, que se me arrugan de estar en la maleta, y quiero ser la más guapa de todas. La cara embadurnada de crema esbozó una mueca juguetona.

Él no pudo dejar de pensar que la sonrisa de Jimena era de las que iluminaban estancias e incluso vidas enteras.

-        Bueno… te creo… pero no podemos retrasarnos, que tenemos que estar con Philippe antes de que llegue la gente.

-        Que sí, pesado, que no vas a tener que “recordarme” nada… voy a llegar con el culo súper blanquito, para que el lunes puedas recordar mirando las marcas lo bien que te lo pasaste estos días. Que me da que voy a traer la colita color violeta…

-        Y tú, qué, brujita.

-        Claro, de hecho me hace mogollón de ilusión, pero, sinceramente creo que me lo voy a pasar un poquito peor que el caballero…

Jimena juntó los dedos pulgar e índice y puso una expresión teatral antes de insistir: un poquitito peor…

Cuando sonó el despertador de la mesilla, Jimena ya estaba medio vestida y acabando de cerrar la maleta, Rodrigo abrió perezosamente un ojo, justo cuando abajo, en la cocina, el silbido de la cafetera italiana indicaba que su contenido de café recién hecho estaba listo para servirse.

-        Venga, arriba, dormilón… tras la sucinta advertencia y sin dar tiempo al adormilado hombre a procesar todo un mullido cojín voló hasta estrellarse contra su cara.

La improvisada Doña Pelaya que arrojaba cojines en vez de pedruscos rió al ver la torpe reacción de su somnoliento hombre.

- Perdona, no pensé que te lo había tirado tan fuerte.

El contundente despertar había activado las sinapsis neuronales de Rodri, aun a pesar que el pelotazo de hormonas que hace pasar del sueño a la vigilia no había tenido tiempo de actuar por completo.

-Pero… pero, ¿Será posible? Agredirme así,- la expresión del hombre mostraba a las claras que estaba disfrutando de la travesura de su esposa-, sin darme ni tiempo a defenderme.

- Ala, protestón…. Tómatelo como una pequeña venganza… por anticipado…. Venga, para arriba.

Nada le podía alegrar más el corazón que ver a la dueña de su corazón tan ilusionada e inquieta ante los días que se les avecinaban, para lo bueno, y para lo malo, cuando algo le apasionaba la normalmente discreta letrada se convertía en un huracán de energía.

-        No estoy del todo seguro que quieras llegar con el culete blanco….

Por toda respuesta, Jimena le sacó la lengua y bajó a poner la mesa para el desayuno.

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Rodrigo acababa de subir la maleta de su esposa al maletero del coche cuando, el siguiente bulto, hizo que ella notara un nervioso aleteo de mariposas en su vientre. Era la maleta de cuero negro donde la pareja guardaba en casa los implementos de spanking de menos uso, y que, también era usada en los viajes para trasportar los instrumentos que Rodrigo estimaba que podían resultar necesarios.

-        Porfi…. Dime ¿Qué llevamos?

-        - Ah ah….cotillona, sabes que no tienes derecho a saber eso.

En efecto en Isla Cane, la elección del instrumento era, sobre el papel, responsabilidad única del spanker, aunque, en realidad, en casi todos los matrimonios se acababa llegando a acuerdos tácitos sobre los implementos que usar usualmente y cuales debían ser la “Ultima Ratio Regis”. No obstante lo anterior-, estos últimos solían guardarse, por si un pecadillo necesitaba un “mensaje” más contundente.  

-        “Solo te diré que es todo lo que nos dijo Philippe a los chicos que teníamos que llevar” concluyó Rodrigo.

-        Venga…. alguna pistita…

-        Nop…. Solo que, viendo lo que pesa, espero que seas muy traviesa y me des ocasión de usarlo todo….

“Seguro que aunque fuese súper buena….” dijo Jimena fingiendo poner morritos, aunque, verdaderamente le corroía un poquito la curiosidad de saber que pruebas tendría que afrontar su culete durante esos días.

Tras un viaje de cuarenta minutos en coche en el que charlaron de los más diversos temas, desde los trabajos respectivos, pasando por las recientes noticias y los últimos cotilleos, el utilitario acabó aparcando en la parte trasera de una imponente mansión de estilo colonial de la época en que la isla había sido posesión de la corona portuguesa.

Tras recoger los bártulos del maletero la pareja rodeó el edificio recorriendo los jardines en los que como sonido de fondo sonaban los más diversos pájaros propios de esas latitudes.

Cuando llamaron a la puerta, un hombre fornido de pelo rubio y espeso les abrió la puerta con grandes muestras de alegría.

-        ¿Jimena, que tal estás? A parte de muy guapa. Hacía tiempo que no te veía.

Tras darte dos besos, los dos hombres se fundieron en un abrazo.

Philippe, continuó “por cierto, Jimena, deja que te de la enhorabuena por tu triunfo ante el consejo, creo que todo el país te debe algo.

La mujer hizo una mueca y los tres entablaron una conversación animada sobre los nuevos retos que debían hacer frente las chicas en la isla con el reciente cambio de legislación.

Tras unos minutos, el anfitrión miró el reloj, e interrumpió a Rodrigo que estaba haciendo uso de la palabra.

-        Chicos, perdonad, pero apenas queda una hora para que empiecen a llegar los alumnos y aunque con Rodri sí que hablé un poco, también quería ponerte un poquito al día, y también os tenéis que instalar…

El matrimonio puso sus mejores oídos a lo que su amigo les tenía que explicar.

-        Como sabéis estas son unas jornadas tradicionales, acudirán otros tres matrimonios, uno de los cuales trae también a su hija, que por lo que me dijeron viene un poco a regañadientes… te lo digo porque, Jimena, seguro que te toca hacer un plus de esfuerzo con ella. No suelo aceptar más de una chica por spanker, pero creo que el caso merecía la excepción.

-        OK, seguro que no hay problema, me encanta explicar a  las nuevas nuestras tradiciones.

-        Seguro. Es la mejor,- dijo Rodrigo rodeando los hombros de su mujer-.

-        Ya lo sé…. No pensarás que os he invitado por mérito tuyo, zoquete….Pues eso, les dejaremos instalarse y, antes de la comida realizaremos las presentaciones en la zona de la piscina. Las comidas se realizarán en mesas separadas, menos la de hoy, y las cenas y desayunos las realizaremos juntos en el comedor principal.

-        Ah, OK, suena bien…. ¿Y que zona tendremos las chicas para hacer nuestros aquelarres y poneros a parir?

-        Vosotras tendréis la zona del Spa, tanto la zona del jardín como la interna, creo que allí estaréis cómodas y en las camillas de masaje podéis “ponernos a parir” mientras os restañáis los culos. Nosotros nos quedamos el bar de la piscina y dentro, la sala de fumadores, luego se lo explicaré al resto. ¿Os instaláis y os vemos a las 12.30 para la presentación? Le diré a una de las chicas del servicio que os acompañe. Espero que os guste.

Cuando Jimena abrió la puerta de la habitación casi se le desencajó la mandíbula de la sorpresa. La enorme habitación no sólo disponía de un salón con un tresillo y dos butacones frente a una pantalla gigante, sino que el baño contaba con una enorme bañera de hidromasaje, por no hablar de la soberbia cama King Size o de la espléndida terraza con su propia piscina. Como atención y como guiño, Philippe había mandado dejar unos regalos de bienvenida a sus huéspedes, una rosa y un botecito de bálsamo para ellas y una de las típicas varas de rattan para ellos…


 

 

A las doce y media todos los asistentes se reunieron en la zona de la piscina donde se había dispuesto un ágape de bienvenida.

-        Sed todos muy bienvenidos a mi casa y espero de todo corazón que vuestra estancia aquí sea memorable. Como isleño, debo agradeceros, en primer lugar, vuestro esfuerzo por encajar aquí, que sé que puede resultar difícil, y especialmente para las damas…

Una risita nerviosa de la concurrencia femenina siguió al chascarrillo del director de las jornadas.

-        Aunque sé que ya me conocéis todos, menos la más jovencita, - dijo señalando a una adolescente de morena coleta y tez muy blanca que permanecía sentada mirando hacia el infinito-, os recuerdo que me llamo Philipe, Philippe Blanc, y llevo organizando este tipo de estancias desde que me licencié de la facultad hace ya unos cuantos años… Esta pareja encantadora que tengo aquí son Rodrigo y Jimena, ellos son isleños, como yo, y servirán de modelo, y, aparte os solucionaran todas las dudas que os puedan surgir.

-        Ahora, que ya nos conocéis a nosotros es vuestro turno, por favor animaos y decidnos algo sobre vosotros.

 

Un impasse de silencio incómodo se adueñó de la reunión hasta que, un poco obligado, el hombre de más edad se levantó cogiendo de la mano a su mujer y casi arrastrando a la adolescente morena que no abandonaba su rictus de mal genio.

-        Hola a todos…. Soy Mitch…. Y yo Claire –añadió su esposa ,una atractiva mujer en sus primeros cuarenta que pese a sus altos tacones quedaba una cabeza por debajo de su marido.  Somos norteamericanos, de Buffalo, y nos hemos venido a la  isla por Alice, nuestra hija. No son buenos tiempos para que una chica crezca sin disciplina, así que cuando la compañía aeronáutica en la que trabajo me ofreció venirme, no nos lo pensamos dos veces. Esperamos que estas jornadas nos ayuden a profundizar los vínculos en nuestra familia.

Philippe volvió a tomar el centro, haciendo señas a la siguiente pareja en orden de edad. En esta ocasión fue ella, una mujer de contundente y rotunda hermosura que al igual que su hombre transitaban en la mitad de los treinta,  la que cogió el micrófono y comenzó a hablar.

-        Hola, ¿Qué tal? Yo soy Silvia y él es Marco, de Brescia, somos músicos los dos, y aunque le va a tocar a él hacer todo el trabajo, ha sido idea mía el venir aquí…

El tono desenfadado de la italiana que contrastaba con la solemnidad de la pareja anterior arrancó una sonrisa del reducido público.

-        Pues sí, la verdad es que era yo la que estaba cansada del día a día, me esforzaba cada día por ser la mujer que quería ser y sentía que la sociedad no valoraba eso, o hasta lo ninguneaba, solo él me apoyaba para que continuara siendo yo, así que cuando la Orquesta de la Ópera Nacional nos contactó y leímos sobre el país, nos dimos cuenta que tal vez, aquí, encajemos de verdad.

-        Pues esperemos que así sea, por lo pronto, muchas gracias por vuestra presentación, pareja.

Finalmente el hombre más joven el que cogió el último testigo y tras insistir un poco a su joven y bellísima mujer de fríos rasgos eslavos, ambos se presentaron a sus compañeros de estancia.

-        Saludos a todos, yo soy Nikolai, Niko, y ella es Svletana. Yo trabajo como director de estrategia en el MB Bank, y seguro que conocéis más a mi mujer, que es influencer.

La palabra “influencer” fue lo único que logró captar la atención de Alice, que dirigió una fugaz mirada hacia la joven pareja, aunque, y pese a que hacía mucho uso de las redes, la joven rusa de hierática hermosura no le sonaba de nada.

-        Pues eso, como os digo, llevamos aquí viviendo seis meses, y pese a que nos esforzamos, no logramos acabar de aclimatarnos, así que esto lo vemos como una oportunidad para prosperar, incluso en el trabajo, y de paso, aumentar la agenda y el círculo de amistades.

Pese a las palabras del joven, su joven mujer parecía de todo menos encantada de pasar unos días con aquellos, por el momento, prácticamente desconocidos...


 

Cuando la parejita más joven volvió a su sitio Philipe pasó a dar una explicación del funcionamiento de las jornadas.

Como ya se había explicado, las sesiones iban a ser eminentemente prácticas, centradas en situaciones, la disciplina en la familia y el manejo de instrumentos para ellos y los cuidados de la piel y prevenciones para las chicas.

Las clases se impartirían en una doble sesión por las mañanas ,luego otra antes de la cena y una última antes de irse a la cama.

Los chicos recibirían un programa más detallado de cada día, mientras que para las damas el programa sería sorpresa.

Aunque el último anuncio motivó unas pequeñas protestas por parte del sector femenino no había mucho que ellas pudieran hacer, al fin y al cabo, como les dijo Jimena, una de las ventajas de ser mujer en Isla Cane era que cuando se trataba de ponerte en solfa el trasero, que era con mucha frecuencia, no tenías que preocuparte de nada…

lunes, 16 de agosto de 2021

¿Soy muy mala?

 


Pues, sí, sorpréndanse ustedes, pero a mis treinta y.... me asaltan dudas de autoafirmación como si fuese una pollita de quince añines...

Y os preguntareis, ¿Qué diantres le pasa a nuestra Escriba? – Que sepáis que, desde que estáis ahí, leyendo mis relatos o disquisiciones, ya os pertenezco en parte-…

Pues que ayer en Twitter comentaba (en todo caso dudo que alguien lo haya leído), que estos meses de travesía por el desierto en los que no era capaz de escribir nada que me hiciera volar imaginación y libido, fue, en cambio, fructífero en la exploración.

Pues sí, he leído he visto y he investigado, y tras ver, sobretodo, muchas entrevistas a diversas spankees, la verdad es que he llegado a la conclusión que gracias a Dios soy una mujer, porque de lo contrario iba a resultar un spanker de lo más estricto…

¿Qué por qué digo eso? Pues resulta que a mí, que como sabéis soy casi ajena al mundo del spanking, resulta que me apasionan las cosas que esas chicas más aborrecen, me explicaré:

En una entrevista a una spankee de los primeros años de este siglo nuestro, Abigail Whitaker, esta mencionaba, cuando se le preguntaba por sus instrumentos favoritos y por los menos, que a ella lo que más le gustaba eran los instrumentos “domésticos”, es decir de los que el spanker puede echar mano en caso de que su nena se pase de descarada, mencionaba la espátula de cocina, la zapatilla, el sacudidor de alfombras, el cepillo del pelo…

Pues… que queréis que os diga, yo disiento, y por temas más intelectuales que físicos. Estos meses he podido comprobar en diversos ´videos y relatos que una zapatilla aplicada con vigor puede convertir en una corderita a la más feroz leona, así que, en definitiva, no es el efecto en nuestras colitas lo que marca la diferencia. No, que va…

Como ya suponéis por lo que voy diciendo, a  mí me gustan más, con unas excepciones que comentaré más adelante, los utensilios diseñados, creados y poseídos para administrar disciplina. ¿Por qué dices eso, Escriba? , os preguntareis, y ahí entra mi pensamiento de si soy mala…

Pues me gusta, me da morbo, me acelera los pulsos el pensar que ese último instrumento, pongamos por ejemplo una correa o una vara, es la encarnación en un objeto de todo un entorno sensualmente opresivo y vigilante. La presencia amenazadora de la correa implica toda una estructura aceptada y aceptable, la esencia de un orden social que prescribe que las consecuencias para una dama que se salga del redil son simple e invariablemente un trasero rojo cual tomate. La diferencia con un objeto “sobrevenido”, es el fantasma del spanking que, con los objetos “específicos”, está siempre presente.

Pongo un ejemplo, estoy seguro que si una chica recibe un azote con una espátula, la disciplina física no le es ajena, y sabe que, si se porta mal, su culete tendrá que pasar un mal rato, peeeero, y aquí viene el “quid” de la cuestión, cuando esa chica vive, pasa pulula alrededor de, pongamos por ejemplo, una correa que sólo se descuelga por un motivo, sabe que tarde o temprano va a hacer algo que reclame las atenciones de ese instrumento. Es algo más, metódico, más estructurado, algo que existe para castigar traseros, porque esos traseros tienen que ser castigados.

No sé si me explico…

Antes os mencioné que había una serie de instrumentos que me dan tanto o más morbo que los “ad hoc”, y concretamente son tres las excepciones.

La primera de ellas es el cinturón. Me derrite ver como ese spanker guapetón y varonil (hay alguno feucho por ahí que no me gusta….), desliza el cinturón por las trabillas del pantalón para calentar el culo a alguna malcriada… sí, lo sé, es un cinturón, no es nada específico…. ya… pero, es algo tan masculino por un lado y por el otro tan identificado con la disciplina doméstica que, sin duda es uno de mis instrumentos favoritos. A esto contribuye, sin duda, su flexibilidad, capaz de visitarnos en los lugares más tiernos de nuestra anatomía para entregarnos su dolorosa caricia… Sí, me gusta tanto que, en mi psique es a todas luces un instrumento de “doble uso”…

La segunda de las excepciones es el cepillo del pelo… y este, es, en cambio por razones más retorcidas, e, incluso un tanto desconocidas para mí. ¿Por qué? Pues os explico… Yo desde pequeñita siempre he sido una mujer clarísimamente heterosexual, me gustan mucho los varones y tengo cierta tendencia a “saber ser sumisa” con un hombre que veo de una altura intelectual y física similar a la mía, (no es que me tenga por una madame Courie en el cuerpo de Venus pero, aunque suene displicente, un tipo que no sepa cuál es la capital de Uruguay o que sea un cuerpo escombro… pues como que no…), mi yo, me lleva a adoptar ese rol, y si el varón se comporta, estoy muy cómoda en él. Así parece bastante natural en mí el saber en una relación a quien le toca tener la mano roja y a quien el culete…. Pues bien, con el cepillo me pasa que… excluyo al hombre. Viendo vídeos he visto numerosos en los que el spanker era una mujer, y aunque he aprendido a apreciar su calidad, cuando las veo, me parece un poco antinatural, (no lo critico, solo digo que a mí no me gusta, no me motiva, no me da morbo… hay que acláralo por los posibles ofendiditos de siempre), salvo cuando entra en escena el cepillo, siempre de madera. Igual que el cinto lo veo como algo netamente ligado al varón, y es curioso porque nosotras también los usamos, e incluso puede que más que vosotros, el cepillo lo veo como algo femenino, y cuando me imagino una mamá disciplinando a una adolescente “flamenca” o a una tía con su sobrina con el “pavo subido”, pues lo imagino siempre con un cepillo entre medias. Y, también al contario que con el cinto, lo que veo antinatural cuando el cepillo es blandido por un hombre… como diría un cronista medieval: se me antoja buen apero para dirimir asuntos “mujeriles”. Como veis, ni Buffy, la valerosa cazavampiros debe permanecer ajena a las azotainas que todas nos merecemos de cuando en cuando...





Y ya por último, está la regla escolar. Obviamente es un objeto que en principio no está destinado a impartir castigos, pero, curiosamente me da un morbo tremendo. Por un lado el propio concepto, aunque suene teleológico, de una regla, algo destinado a crear líneas perfectas y mesuradas ¿Qué mejor para corregir a las descarriadas? ¿No creéis? Por otro lado la clara identificación del instrumento con la jerarquía: ¿Quién tiene esa regla? Pues el profesor, o el jefe; es una suerte de báculo que identifica en un contexto escolar o laboral al ungido para ostentar la “auctoritas”.

 


 

 

Bueno, pues tras este cilindro, ya tenéis materia de estudio… ¿Soy mala? ¿Disfruto imagiando un mundo donde las mujeres vivimos bajo una permanente “vara de Damocles”? Pues no lo sé, pero también soy consciente de que yo escribo sobre mis fantasías, donde la disciplina es siempre conveniente, posible y hasta aceptable… el mundo real, en el que a las once de la noche le espetas a tu marido “eso que has dicho es una chorrada” y él bostezando (eso sí, tapándose la boca que a mí me gustan los caballeros no solo en los relatos), te dice, “pues igual sí, ya lo vamos viendo que tengo sueño”, sin hacer ademán de hacer pagar peaje en carne a tu culo por tu descaro (ademán que, de todas formas quedaría en nada porque también estás cansada y mañana tienes guardia y no estás para poner morritos de consentida), pues es eso, realidad, y en este nuestro blog, procuro no ocuparme de ella.