El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

jueves, 15 de abril de 2021

Las curiosas costumbres de Isla Cane. El juicio de Salomón. Epílogo. (4/4)

 


 

 

Si estuviese en condiciones  de percatarse de cuanto sucedía a su alrededor, la figura solitaria que salía de la sede de Consejo se habría dado cuenta de que la meteorología había cambiado  y, frente al brillante Sol que la había acompañado al entrar, el viento había comenzado a soplar, trayendo nubes desde la mar. Pero ella estaba absorta, ajena a ello.

Jimena Signori descendía las escalinatas del Capitolio como impulsada por una energía sobrenatural, con la mirada fija en el hombre que abajo la contemplaba embriagado de orgullo.

Habían sido casi tres horas de comparecencia delante de los representantes del Consejo de Disciplina, los cuales, no se lo habían puesto fácil. Sus palabras, delante de los severos representantes, habían sonado cabales, sensatas y preñadas de razón, desmontando con argumentos de índole práctico e incluso legal, las observaciones que las señoras y señores del Consejo le habían planteado. Tras su declaración, las sensaciones, y aun en espera de un veredicto, eran buenas, y una cerrada ovación del público asistente, entre el que junto a las chicas se encontraba su marido y también su jefe, había resonado como colofón a sus palabras.

Jimena repasaba mentalmente como hacía apenas unos minutos, mujeres de la calle, desconocidas, muchas de ellas mayores, la abrazaban mientras ella trataba de abrirse paso por los pasillos atestados de curiosos y periodistas que pugnaban entre si por obtener alguna declaración.

Estaba contenta, pero no sonreía, tan sólo anhelaba, como las tortugas que año tras año regresan a la misma playa, arribar a la tranquila ensenada de los brazos de su hombre que abajo la esperaba. Cuando finalmente se reunió con su marido, este la envolvió con sus brazos meciéndola y llenando de besos su cabeza.

-          Mi vida, has estado portentosa, increíble. Has hechizado a todos.

Por toda respuesta, Jimena apretaba la cintura de Rodrigo y se enterraba más en el amplio pecho que le daba refugio.

-          Vámonos. Estoy agotada.

La voz de Jimena, en contraste con el torrente de pasión que había demostrado hacía apenas una hora en el estrado, sonaba vacía, casi de autómata, era evidente que los días de poco dormir, el constante stress ante la oportunidad que se le ofrecía y que no podía malograr, habían pasado factura, y, una vez logrado el objetivo, su cuerpo era casi un cascarón vacío de vida.

En el regreso a casa, Rodri, se afanaba por insuflar algo de hálito a su mujer que más que sentarse se desparramó en el asiento del copiloto.

-          Princesa, quieres que salgamos a cenar, y luego a bailar.

Por toda respuesta, su mujer negó con la cabeza.

-          Igual mañana… estoy rota, no sé qué me pasa.

-          Bueno, gatita, pues mañana. Hoy, mantita y peli, dijo el hombre mientras deslizaba su mano derecha hasta rozar la mano inerme de su mujer.

Cuando llegaron a casa, ya había oscurecido, y el viento zoaba haciendo danzar los árboles del jardín de su casa. La vivienda estaba vacía, ya que Sofía había a provechado unos días festivos para hacer una excursión turística por la ciudad de Valencia de la Correa, considerada como la capital del sur de la isla, y sus alrededores.

Mientras la ducha sonaba en el baño del piso superior, Rodrigo se afanaba por poner la mesita de salón lo más coqueta posible, para cenar algo ligero sentados en el sofá delante del televisor, y preseleccionando varias de esas cintas de misterio y asesinatos francesas que, pese a ponerles siempre mil peros, tanto gustaban a su mujer.

Cuando Jimena bajó vistiendo un corto batín de tacto sedoso por encima de un escueto camisón de verano, su hombre no pudo menos que admirar a su diosa griega. Cuando ambos se sentaron, al  contrario que habitualmente, la conversación no fluía, y los intentos del hombre por entablar una conversación eran resueltos con prontitud por su mujer con algún monosílabo o resoplido y, pese a los intentos de Rodri de poner sus mejores dotes culinarias al servicio de aquella cena, ella, apenas había probado bocado.

Rodrigo se levantó del sofá, y besó la cabeza de su mujer, que apenas acompañó el gesto de su marido con una leve inclinación de cabeza.

-          Pobrecita mía.

Rodrigo se retiró hacia la cocina llevando los platos, la mayoría de los cuales regresaban con su contenido incólume.

Mientras oía a su hombre ocupado en la cocina la mirada de Jimena continuaba perdida, en un punto miles de kilómetros por detrás de aquella pantalla de cristal de vívidos colores, tan perdida que ni siquiera fue consciente de cuando su marido regresó junto a ella. 

 

La joven fiscal continuaba en su mundo, cuando, con un vigoroso movimiento, Rodrigo la tomó y la acomodó sobre sus rodillas.

-          ¡No!, para, ¿Qué haces? ¡No he hecho nada! Solo estaba viendo la peli.

-          Pues mi vida, voy a hacer algo que he debido hacer nada más llegamos a casa. Y no, no estás viendo la película.

Jimena notó como su marido cruzaba las rodillas para que su culo quedara en una posición más expuesta, y cómo su mano experta se deslizaba debajo del batín y del camisoncito de color verde claro y le bajaba las braguitas, para que ni siquiera una mínima barrera de delicada tela se interpusiera en el castigo que iba a recibir. Por primera vez en mucho tiempo, estaba casi airada por ser castigada sin ningún motivo aparente.

-          Rodrigo, levantó el cepillo y lo dejó caer sobre el centro de la nalga derecha de su princesa.

Jimena, impotente casi estaba roja de rabia.

-          Pero…. ¿Por qué?

-          Porque te amo más que a nada gatita. Y no estoy dispuesto a que no disfrutes de tu triunfo. La ansiedad no va a robarte la felicidad que tanto te has currado.

Las explicaciones del hombre confundieron a Jimena que notaba como los cepillazos caían una y otra vez sobre los tersos globos de sus nalgas. La mujer notaba  que, poco a poco, con cada azote, la indignación se iba disipando, y los cepillazos, aunque dolorosos, eran carentes del concepto “consecuencia” que solían llevar implícita, y además se centraban en el centro de sus nalgas, evitando las zonas más sensibles que eran objetivo habitual cuando recibía un castigo. Tras pocos minutos de concienciudo azote, el dolor en sus nalgas era un elemento que había invadido toda su percepción de la realidad, el trasero le ardía, y Jimena, comenzó a llorar y fue, en ese momento, como si un “click” se oyera en su cabeza, y el bloqueo que había experimentado desde que terminó su comparecencia pasó a ser cosa del pasado.

La lluvia de azotes continuaba y sus posaderas eran ya una ardiente cereza roja pero, curiosamente, allí, completamente vulnerable para el bárbaro que la azotaba, la mujer no se sentía castigada, sino dominada por su hombre, sentía que era suya, mientras que el deseo de que hiciera con ella lo que se le antojara crecía en su interior, y pensamientos lúbricos ausentes desde hacía varios días se abrieron camino desde su cerebro hasta su vientre.

Rodrigo notó como, con cada azote, su mujer ya no emitía quejidos dedolor, sino que aquellos habían sido reemplazados por sutiles gemidos los cuales se solapaban con su llanto sereno, en contraste con los sollozos agónicos  típicos de los castigos, hasta que, tras un último azote, el hombre apoyó el cepillo en la mesita supletoria.

-          ¿Mejor?

Su mujer, aun inmovilizada sobre sus rodillas, sonreía y asentía con la cabeza.

-          Mucho. Mucho. Gracias por amarme.

-          Si aún no he hecho nada – rio el hombre que miraba semi derretido los ojos de niña de su esposa-. ¿Quieres que tire para atrás la peli?

Jimena negó.

-          No, quiero que nos vayamos a la camita.

-          A sus órdenes. Y ordena algo más su excelencia.

-          Mmmmmmm….. te lo haré saber…. La sonrisa iluminaba la cara de la mujer aun humedecida por el llanto cuando cogiendo un cojín del sillón se lo apretó contra la cara al pobre Rodrigo que no se esperaba esa añagaza.

El varón, se levantó, y con la pleitesía que se le brinda a una figura sagrada cogió a su mujer en brazos, y, besándola, se encaminó, escaleras arriba hacia la alcoba, depositándola con toda ternura sobre la mullida cama cubierta por un  cobertor de motivos florales.

Jimena gateó juguetonamente sobre la colcha hasta abrir la cama, quedándose sentada apoyándose sobre un brazo.

-          Solo una cosa más… o dos... – dijo la mujer con tono de catedrática- , quiero que me dejes claro lo mucho que me quieres, y aún más claro todo lo que te pertenezco. Mi cielo, sé que estos días has estado viviendo con la activista, la revolucionaria o la fiscal… ahora quiero que te folles a la mujer.

Aunque elocuente, el alegato distaba de ser inocente, y mientras hablaba no le pasó inadvertido que un duro bulto cobraba vida bajo el pantalón del pijama de su hombre. El efecto de las palabras fue mágico, y una avalancha de virilidad se abalanzó sobre ella sometiéndola con un torrente de pasión romántica.

Jimena sentía como, sintiendo a su hombre sobre ella, su propio cuerpo traicionaba todo intento de impostada resistencia, como si su propia naturaleza anhelara que aquel musculado cuerpo acabara triunfando… y le encantaba esa sensación, se sentía a gusto sabiéndose indefensa para su hombre, y notaba como su vientre se humedecía, anhelando el momento en el que el poderoso ariete acabara venciendo la resistencia de una puerta cada vez más debilitada.

Con una poderosa llave, Rodrigo, giró a su mujer que quedó aplastando sus senos contra el colchón, ofreciendo la sonrosada carne de su sexo como útima conquista para su hombre, el cual no tardó en reclamar su recompensa. La endurecida masculinidad penetró dentro del vientre de Jimena que notaba como la parte interior de su cuerpo debía de irse adaptando a aquel intruso que no concedía clemencia en su avance… ni ella la reclamaba. Cada milímetro que penetraba en su barriguita provocaba un gemido que moría antes de salir de su boca, ya permanentemente abierta. En su interior, notaba como su carne sentía las palpitaciones que le transmitía su hombre en su incursión dentro de su cuerpo, y esto la transportaba casi a otra dimensión, notaba como aquella enorme lanza de carne endurecida la partía en dos en un grito silente de placer. Jimena deslizó trabajosamente su mano derecha hasta el sancta sanctorum de su feminidad y, primero suavemente, y al poco con ritmo frenético acariciaba y presionaba la tierna tecla de su placer.

El hombre al que amaba clavado inmisericordemente en su vientre, sentir los azotes que le propinaba con sus fuertes manos en sus ya muy doloridas nalgas y las hábiles caricias sobre su tierna perla, acabaron por hacer rodar a Jimena por la ladera de un feroz orgasmo que sacudió todo su cuerpo, el cual, para colmo de felicidad, se vio enriquecido cuando, al notar las convulsiones del suave y caliente cuerpo femenino bajo él, y alrededor de él, la inclemente lanza que la ensartaba, tras unas sacudidas, derramó un torrente de lava masculina en sus entrañas, y notó como el ardiente magma la derretía por dentro, sin que ella, pudiera hacer nada salvo disfrutarlo.

Jimena permaneció silente, disfrutando de la sensación de victoria pasiva que la embargaba cada vez que notaba como su hombre, satisfecho, iba paulatinamente disminuyendo de tamaño dentro su vientre, finalmente, Rodrigo la abrazó y, con la luz aun encendida, se quedaron dormidos.

 

EPÍLOGO

El dictamen era claro, y podría decirse que, incluso salomónico. Jimena leía la resolución, y no podía dejar de sentirse parcialmente satisfecha.

En el escrito, el Consejo, daba la razón a las proponentes en su reclamación sobre las edades, e incluso, limitaba el tipo de instrumentos a utilizar hasta la mayoría de edad, lo cual aunque plenamente vigente de forma consuetudinaria, nunca había constado en norma escrita. Es de señalar que, socioculturalmente, en la Isla Cane eran muy habituales, y hasta promovidas, actividades juveniles en las cuales chicos mayores ejercían de monitores, y muchas veces, la primera toma de contacto con un futuro novio era estar sobre su regazo, muchísimas parejas de Isla Cane habían nacido de una azotaina, y, en muchos noviazgos un buen cepillazo en el trasero había precedido al primer beso.

En la resolución, especificaba, además, que  reglas, cepillo, cinturón y calzado de suela de goma, eran los únicos instrumentos que podrían ser usados en este tipo de actividades para encauzar a las jovencitas díscolas. Jimena pensó que, si bien, esto tan solo plasmaba lo que ya era una realidad, (las penas para un hombre que se extralimitaba en el castigo eran severísimas), como jurista, siempre estaba bien tenerlo por escrito.

El Consejo había sido más conservador en lo tocante  a la administración de disciplina por parte de las mujeres, y había establecido un proceso muy garantista.

En primer lugar, limitaba su ámbito al profesional en el cual existiera una situación de dependencia jerárquica, la doméstica (una mamá que viviera sola ya no tendría que recurrir a un familiar o vecino para disciplinar a su hija rebelde, proceso que solía terminar con dos colitas rojas como tomates), o, en caso de uniones entre dos mujeres, se autorizaba a administrar disciplina a la que ocupara el puesto de cabeza de familia.

Como medida de garantía, se establecía que siempre existiría como garante un varón, al cual, se podía apelar el castigo si se estimaba que había sido injusto o excesivo, si bien, y para no eliminar el principio de inmediatez de la corrección  este recurso no impedía la administración puntual de la disciplina. Así mismo, en las relaciones laborales, el varón responsable de velar por la equidad y justicia en los castigos, podía juzgar que una disciplina aplicada había sido demasiado draconiana, lo que implicaría un serio castigo para la mujer que la hubiera impartido, o demasiado benévola, en cuyo caso los dos traseros recibirían el ajuste correspondiente.

Jimena, si bien no había pensado en esto,  se admiró de la preclaridad de este punto, ya que, sin duda una supervisión masculina evitaría muchas injusticias y pequeñas “vendetas” o “cambalaches”.

Finalmente, el Consejo privaba a las mujeres del uso de los instrumentos más severos prohibiendo específicamente el uso de varas de todo tipo, de paletas de grandes dimensiones y peso, del cinturón y de correas de buen tamaño. Aunque era como mera recomendación, se hacía menciones como mejores instrumentos a los cepillos del pelo, reglas, calzado de suela de goma, paletas de pequeño tamaño (o espumaderas), tawses y a las correas de poco peso.

Ante la lectura de este último punto, la joven letrada no pudo menos que, de nuevo, admitir la sabiduría del Consejo, que, aun incluyendo innovaciones, no dejaba desvalidas a las mujeres ante una nueva situación.

Jimena, cerró el ordenador portátil y apartó la silla de su mesa no sin antes comprobar que su flamante nueva regla quedaba perfectamente colocada sobre su mesa, el fiscal Sully había solicitado un permiso de vacaciones y ella era la jefa… Ahora, por primera vez en su vida experimentaba una sensación de poder, si bien unido a una gran responsabilidad, y por nada del mundo quería que su trasero tuviera que vérselas con la correa del fiscal debido a una avalancha de reclamaciones en su contra…. Tan solo de pensarlo, un pequeño escalofrío recorrió su nuca… esa dichosa correa, cada vez que hablaba, dejaba a cualquier mujer reducida a una niña arrepentida que solo podía sollozar implorando algo de clemencia…. Ni hablar de vérselas con ella…

Finalmente, se levantó. Era viernes, y Sofía , el fin de semana pasado había sido apercibida por la policía, doce correazos, al haber sido sorprendida tomando el Sol sin parte de arriba en una playa pública, sin duda, el castigo de esa tarde, iba a ser especial, y no quería perdérselo….

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Pues... No sé si la serie, o el escenario...
      Espero que los spankeros de verdad también hayan disfrutado.

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  2. Me encanta y mas saber que lo leo después de un castigo

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    1. Lau,
      me alegro que te haya gustado.
      Solo espero que ese castigo haya sido solo tan severo como te merecieras.
      ;D

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