El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

Mostrando entradas con la etiqueta corset. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta corset. Mostrar todas las entradas

domingo, 17 de enero de 2021

Las consentidas nenas de la familia Moretti. Capítulo 6. La víspera de clases.


 

 

Cuando los ecos del sonido del motor se hubieron disipado en la distancia, la Sra. Muller –la ama de llaves-, dio unos pasos y con un marcado acento teutón se dirigió a los nuevos amos de la casa.

-          Señores, si consideran, les enseñaré la casa antes de llevarlos a sus aposentos.

La severa ama de llaves, mostraba ya las primeras canas en su pelo rubio que recogía en un pulcro moño que subrayaba su ya de por si estricto aspecto. El uniforme era el típico de su gremio, un largo vestido de grueso látex negro con un grueso cuello que forzaba su cabeza a una mirada levemente altiva y que llegaba a sus tobillos. Debajo del su falda sobresalían dos botas, de un intenso y brillante negro, de vertiginosos tacones. Las restricciones, como era habitual en las amas de llaves, eran muy moderadas luciendo tan solo unos grilletes plateados que restringían los codos en la espalada separados por unos confortables 15 centímetros de cadena. En los tobillos, portaba unas restricciones con los mismos motivos decorativos pero, no obstante, la longitud de la cadena era bastante mayor que la amplitud de paso que en realidad concedía el ajustado vestido. Viuda desde hacía unos años  del jefe de guardeses de la Hacienda, había elegido quedarse al servicio de sus señores donde, además, su hija formaba parte del servicio como doncella.      

La veterana mujer guió a sus dos acompañantes por todas y cada una de las dependencias de la casa, presentándoles a  todo el servicio, la parte principal eran las cuatro doncellas que atendían el servicio doméstico. La velocidad de los pasos de la alemana estaba sorprendiendo, incluso a Velasco, pero Beatriz, literalmente estaba sufriendo para, pese a sus impecables maneras, volar sobre las puntas de sus arqueados pies poder seguir el ritmo.

Tras una hora, el curioso trio llegó al pabellón de visitantes. Se trataba de un complejo cercado por una valla de hierro de poca altura. Un muro de piedra de estilo toscano daba acceso a un patio cubierto, azulejado y ornamentado con una gran fuente   en el centro. A cada lado se encontraban cada una de las  villas de dos pisos  y un pequeño jardín exterior que contaba con una pequeña piscina de siete metros de largo. 

El ama de llaves les indicó que las comidas de ese días les serían servidas por el servicio en las respectivas viviendas, dado que le comedor de la vivienda principal estaba siendo modificado según las directrices que la nueva institutriz había estipulado.

-          Señorita Beatriz, usted se alojará en  la vivienda azul, ambas son iguales, pero esta se ha… optimizado para una dama, como usted solicitó a la señora. Tal y como ha ordenado, su equipaje ha sido llevado su dormitorio, señorita. Respecto a usted, señor, vivirá en la villa blanca. Como ha dejado dicho el  Sr. Moretti, se ha dejado un sobre a su nombre sobre su mesilla, junto con la tarjeta con el número de nuestro sastre.

El hombre y la joven parecieron complacidos, y despidiéndose se dirigieron a sus respectivos departamentos. Antes de entrar, Velasco se giró, y contempló la delicada figura que abría la puerta de enfrente. El sol, tamizado y convertido en una cascada de mil colores acariciaba la rojiza cabellera de la joven. Era bonita, pensó. Y, al cerrar la puerta tras él, un raudal de recuerdos lo trasladaron a otro lugar y a otro tiempo muy lejano.

 

Beatriz abrió la puerta de la casa, y observó la que iba a ser su morada por el próximo curso académico. La decoración mediterránea y los muebles de impecable gusto, dotaban a la villa de un ambiente muy acogedor. Dejó el bolso sobre la mesa del recibidor y, quitándose la falda la dejó impecablemente doblada sobre el respaldo de una de las sillas del pequeño comedor para seis con el que contaba la villa.

En la siguiente puerta, encontró lo que buscaba… un pequeño aseo con ducha. Nadie que no ha vestido un corsé puede llegar a entender, la constante presión a la que se ven sometidos los órganos interiores de una mujer. Se ha escrito, y hasta se ha llevado al cine, sobre la presión que esta prende ejerce sobre el estómago, y los pulmones, pero, mucho que tener que comer como un pajarito o aprender a respirar para no sufrir desmayos, es la constante es la presión que los constreñidos órganos generan sobre la vejiga. La precaución a la hora de ingerir líquidos, debe ser tenida muy en cuenta, ya que, al reducido volumen se une  el empuje que generan  las desplazadas vísceras sobre sus paredes y que convierte en una tortura el poder resistir la necesidad de acudir al baño. Bea sabía, además que dada la presión del corsé, la vejiga no puede vaciarse nunca completamente y  cuando las ganas de ir al baño aparecían por primera vez, las sensaciones permanecerían de forma permanente entre un cruel cosquilleo cuando había podido aliviarse, hasta doloras punzadas cuando se encontraba, otra vez, completamente llena. Esta incomoda montaña rusa, permanecería todo el día hasta que, se viera liberada del corsé por la noche para sus baños.

Bea, se sentó y se dejó ir. Agradeció para sus adentros haber decidido pedir a su madre que la liberara del cinturón de castidad para poder conducir con cierta comodidad. Cuando lo llevaba, con el escudo secundario presionando gentil pero firmemente su sexo, debía orinar muy despacio, permitiendo que su entrepierna drenara a través de los pequeños agujeros en el metal a fin de evitar un poco edificante espectáculo. El tener que dosificar el alivio de su torturado vientre, el tener que sentir como todo ese tormento tan solo se dulcificaba gota a gota era, en si mismo, un castigo.

Cuando terminó, Beatriz, se percató de que, su manos, permanecían firmemente unidas a su cuello, y que la longitud de la cadena, como era canon, no le permitía alcanzar su entrepierna. “Mierda”, pensó. “Se me han olvidado las llaves en el bolso”. Mientras se le ocurría una solución, la proverbial eficacia alemana acudió a su ayuda. La señora Muller, había ordenado que en los baños se dejaran varios de esos prolongadores higiénicos tan prácticos que son usuales en las oficinas donde se permite trabajar a mujeres. Dado que las ejecutivas y secretarias no siempre tienen las llaves de sus restricciones ,- de hecho eso resulta bastante excepcional-, existen unos prolongadores desechables que, envueltos de forma individual, constan de un brazo articulado de bambú de unos treinta centímetros que cuenta con una esponja hidratada en solución jabonosa, que permite una correcta higiene  a las usuarias del lavabo.

A las dos menos cinco de la tarde, sonó el timbre de la puerta. La señora Muller, con expresión amable traía un carro, con la comida de mediodía.

-          Señorita, si me permite el paso, montaré la mesa para que pueda comer.

-          Por favor, Sra. Muller, adelante. Muchas gracias.

La alemana accedió hasta el comedor donde procedió a armar la mesa de las mujeres. La mesa, era una mesa convencional, pero de tan solo sesenta centímetros de altura. Al igual que la mesa de caballeros, tenía seis plazas, marcadas por unos tapetes femeninos de tamaño un tanto superior a los que solían encontrase en salones y oficinas. La razón de esto era que, el comedor se consideraba un ambiente relativamente más distendido y, para que las mujeres pudieran estar cómodas, el que las rodillas no permanecieran pegadas sino levemente separadas no era considerado de mala educación. El sitio de cada comensal, contaba, además con sendas argollas metálicas, una sobre la mesa y otra en el suelo, ya que era considerado socialmente que las mujeres, sentadas en su mesa y lejos de la protección de sus hombres permanecieran inmovilizadas en sus lugares.

Silenciosa y eficaz, la severa mujer, acabó de servir la mesa-

-          ¿Va a querer la señorita que la acomode con restricciones?

-          No va ser necesario, Sra. Muller, al fin y al cabo hoy estoy sola, a partir de mañana, en el comedor yo ocuparé mi lugar frente a las dos señoritas. ¿Cómo marcha la adecuación del comedor?

-          Esta noche quedará terminado a su entera satisfacción, señorita Beatriz. Sobre las 8, estará toda la hacienda preparada como usted asesoró según ordenaron los señores, a esa hora, si lo estima, podrá revisarlo todo.

-          Muchas gracias, Sra. Muller. Puede retirarse.

-          Señorita…

-          Dígame.

-          Respecto a usted… Como dama, entiendo que requerirá de mis servicios para la preparación para la noche, y posteriormente a primera hora, señorita. A qué hora ordena que me presente ante usted

-          Sra Muller – añadió una sonriente Beatriz-, no es preciso que venga usted, cualquiera de las doncellas estoy segura que podrán ayudarme.

La alemana miró a la institutriz negando suavemente en la cabeza.

-          Por favor, fraulein, de ninguna manera. Usted es el ama, además de una mujer educada. No dejaré que ninguna de mis doncellas la vean en unos momentos tan íntimos. Además, dudo que supieran estar a la altura de los servicios que usted requerirá y a los que estará acostumbrada.

Beatriz quedó un tanto sorprendida por el tono casi reverente que había adoptado la severa teutona.

-          Ehhhhh…. ,pues muchas gracias…. de nuevo, Frau… Creo que las diez y media de la noche y las siete de la mañana serán adecuadas.

-          Con permiso de mi joven señora, me retiro.

Beatriz tuvo que hacer un esfuerzo por mantener su boca abierta, cuando, el ama de llaves se postró de rodillas y con las manos atrás e inclinó hasta tocar el suelo con su nariz. La misma pose, las mismas palabras con las que, noche tras noche, tras dejar a las estudiantes inclemente restringidas en sus lechos, las doncellas de los colegios mayores de la Universidad de Innsbruck se despedían de las jóvenes internas.

 

Las pequeñas de las Moretti, subieron  a sus cuartos y comenzaron a guardar todas sus nuevas pertenencias. Asustadas y curiosas contemplaban cada nueva pieza a la que iban dando cabida en sus enormes y ahora vacios vestidores. Un desasosegante sonido de taladros y operarios trabajando inundaba la mansión. La tarea de guardar y ordenar los vestidores les tomó buena parte de la tarde. Tan solo a las siete, ambas hermanas habían terminado la tarea que habían decidido hacer conjuntamente con el fin de, entre ambas poder deducir el uso de alguna de las extrañas piezas de cuero y látex que basaban por sus manos.

Tan solo, a las ocho y media pudieron dar por terminada la tarea, ambas hermanas, se pusieron sus bikinis, rescatados de la cesta de la ropa, y, con el Astro rey ya anaranjado y mortecino, disfrutaron de un rato de relax flotando en la piscina.

 

Velasco cerró la puerta tras de sí después de contemplar  durante unos segundos  como su vecina accedía, por primera vez a su nueva casa. Él quedo quieto, absorto, pensaba en el cabello de la joven iluminado por la luz tornasolada del Sol filtrado por las vidrieras del techo. Permaneció allí, de pie, y, entonces, recordó…

Marzo de 2027. Ciudad Santa de Jolokitimiya. Visirato de Muchibilám.

Las explosiones y disparos se sucedían al paso del convoy hostigado por miles de leales al derrotado visirato apostados en aquella estrecha calle que los vehículos atravesaban a toda velocidad. El interior del todo terreno  blindado que avanzaba en segunda posición de los cuatroestaba cargado con una tenue capa de polvo y humo.

El hombre que hablaba por la radio tenía la espalda del uniforme manchada por la sangre derramada por el artillero de la ametralladora que, en su puesto, yacía muerto con la cabeza destrozada por un tiro de francotirador.

-          Aquí “Tiburón”, le he recibido….  Y me importa una polla. Me dirijo a la última posición.

-          Aquí es “Hacendado”  para “Tiburón”, están sólos. Repito: están solos. La ciudad es un avispero. No tienen ayuda.

-          “Tiburon”. Copio. Cuida de Alma. Fin.

Sí, ella también había sido pelirroja.

 

viernes, 15 de enero de 2021

Las consentidas nenas de la familia Moretti. Capítulo 5. Declaración de intenciones.


 

 

La habitación era un estudio con las paredes impecablemente pintadas de un suave tono verde pastel. La estancia estaba inmejorablemente iluminada por una amplísima ventana que abarcaba una pared, y la acristalada puerta que daba acceso a un balcón, y que se encontraba abierta en ese momento.

La amplitud del espacio, llamaba la atención. Por un lado, más cerca de las ventanas, se encontraban dos mesas de estudio, de considerables dimensiones atestadas de papeles, libros y cuadernos de trabajo. En la otra parte de la sala se encontraba un magnífico sofá en  “L” de magnifica piel italiana y espacio para cinco personas. Una mesa baja sobre la cual se encontraban botes de esmalte de uñas de varios colores, así como diversos utensilios de cuidado de uñas, se situaba frente a él. Una tele de colosales dimensiones, empotrada en un mueble que ocupaba toda la pared, y una pequeña nevera completaban “la dotación” del rincón de descanso.

Dos pares de ojos se levantaron de la revista “Telma“   que concentraba sus atenciones y miraron con curiosidad escrutadora a los recién llegados.

Fabián carraspeó y las propietarias de los pares de ojos dejaron la revista un tanto reluctantemente y se arrodillaron frente a los recién llegados.

-          Chicas, esta es la señorita Beatriz Doherty, que, como ya sabéis, será vuestra institutriz durante vuestra preparación, y a él ya lo conocéis.

Nacho levantó una mano y saludo a las dos jóvenes que le devolvieron la sonrisa desde su posición.

-          Ellas son Tania y Carolina, las princesas de la casa. Chicas, os dejamos a solas, nosotros nos vamos a ultimar unos detalles. Mamá y yo nos marcharemos en un rato, estad por aquí.

Ambos hombres abandonaron la estancia cerrando la puerta tras ellos. Se alejaron  hablando de distintos aspectos, los más de ellos referentes al funcionamiento elemental de la seguridad de la casa. Según se alejaban, los ecos de esa conversación llegaban cada vez más amortiguados a las ahora solas ocupantes del estudio.

-          Bueno chicas, ya habéis oído a vuestro padre…

Las  jóvenes se miraron dubitativas entre ellas, y finalmente Tania, siempre la más decidida, rompió el silencio.

-          Buenos días, señorita Beatriz, soy Tania Moretti. Encantada de conocerla.

Su hermana se presentó en parecidos términos. La única mujer que permanecía en pie, les devolvió el saludo con una sonrisa. El silencio volvió a hacerse en la habitación.

-          Entonces… ¿Vosotras queréis entrar en la UFI el próximo curso?

Ambas chicas asintieron vehementemente.

- Supongo que sabéis, que ese no es un camino de rosas, y que la formación integral que recibimos allí no se ocupa tan sólo de la formación académica… es la cantera de lideresas del mundo. 

Ambas hermanas asintieron de nuevo.

-          Bien, así las cosas, entiendo que habréis empezado ya a preparar algo por vuestra cuenta.

-          Sí, señorita Beatriz, no hemos dejado de estudiar tras el fin del curso, y, durante los meses de clase hemos tenido profesoras que ampliaban los contenidos de las asignaturas.

La que así contestaba era de nuevo Tania, desvelándose, una vez más como la más dicharachera de las hermanas.

La laxitud de restricciones, no es el apropiado para una joven de la alta sociedad.

 

Beatriz observó a las dos jovencitas que le devolvieron una mirada preñada con la curiosidad de unas cachorrillas, tratando de entrever algún detalle de la mujer que iba a estar a su cargo durante varios meses. Las dos chicas se movían discretamente, tratando de aliviar el creciente malestar en sus rodillas.  Tania  permanecía con las manos sobre sus muslos, ataviada con un vestido de verano de suaves tonos anaranjados que, en esa posición, dejaba al descubierto unos centímetros sobre sus rodillas. Como toda restricción lucía dos esposas con adornos nacarados conectadas por una cadena a un holgado cinturón de eslabones que caía sobre sus caderas. Los adornos de sus ataduras hacían juego con los pendientes que colgaban levemente de sus orejas, y con los prendedores que le sujetaban el peinado “casual” que lucía en su melena castaña.

 Carolina, la más rubia y alta de las hermanas, vestía unos short vaqueros que le y una blusa blanca con escote palabra de honor que permitía vislumbrar la cincha transparente de un tirante de su sujetador. Por toda restricción, un collar de cuero que se unía por medio de dos larguísimos cordones de piel a dos muñequeras del mismo material.

 La institutriz, deambuló un par de minutos por el estudio, examinando las mesas, y como si de un scanner se tratara, procesando cada uno de los detalles con su viva y portentosa inteligencia. Al tiempo, se dio por satisfecha y volvió frente a las muchachas.

 -       Puede que  los buenazos de vuestros padres los hayáis podido engañar, pero, yo no tengo tan lejano el punto donde os encontráis vosotras… y no me cuela.

Las dos hermanas miraron a su profesora y se estremecieron por dentro.

-          Vamos a ver…me decís que estáis estudiando, y, absolutamente ninguno de los apuntes que tenéis sobre las mesas es de ninguna materia relacionada con las pruebas de acceso.

-          No… pero…

-          No hay peros, niña - continuó Beatriz cortando el arranque de Tania en un tono contundente que contrastaba con la dulzura de su cara-, y además, ten claro que, cuando la señorita habla, la niña se calla.

La joven profesora, cada vez se hacía más con la situación, con un discurso, calmado, claro y contundente.

-          Dos chicas, estudiando…. ¿Y ni rastro de ningún silenciador?

-          Es que mi madre dice que las mordazas…

-          ¿No has oído lo que dije antes a la señorita que tienes al lado? -fulminó en un instante el intento de réplica de Carolina-, no metáis a vuestros padres en esto. Si de verdad queréis ingresar, preparaos para pasar durante vuestro primer año 20 horas al día con una mordaza de gala en la boca. Así, que, si lo que queríais era pasar un verano de piscina y playa privada, iros olvidando. Vuestro padre me paga, y no poco, para cumplir una misión, y cuando vuelvan van a veros convertidas en  verdaderas damas, que sean capaces, al menos de permanecer arrodilladas y quietas, y no como ahora, temblando como flanes con una postura que parecéis patas.

Las dos hermanas habían entrado en un estado de leve pánico, y un torbellino de ideas y pensamientos les giraba por la cabeza.

-          Podéis levantaros e ir a despediros de vuestros padres, mañana a las 9.30 empezaremos las clases, en esta misma habitación. Esta tarde estaré ocupada preparando el aula y las clases. Vosotras podéis empezar por ordenar vuestras nuevo fondo de armario – las jóvenes miraron a Beatriz con una mirada de temor, dudas y rabia-. Sí, he pedido a vuestra madre que mandara al servicio a recoger vuestros armarios y poner a buen recaudo vuestras cosas… pero no os preocupéis, os vais a encontrar un montón de cosas en la habitación, os gustarán, creedme…. al menos,en un tiempo lo harán.

Cuando las dos chicas subieron corriendo a sus habitaciones y encontraron sus armarios y cómodas completamente vacíos, se sentaron en la cama y tuvieron que hacer verdaderos esfuerzos por que el llanto no las venciera. Junto a la ingente cantidad de nuevas prendas- todas de impecable factura-, zapatos de tacones imposibles, una colección de corsés inabarcable, cantidad de piezas de brillante piel que inundaban de ese aroma a cuero inconfundible a la habitación, otros cambios se habían producido en sus alcobas.

Lo primero que fijó la atención de nuestras atribuladas protagonistas fue que, sus camas las cuales tenían los ocho anclajes para restricciones típicos de las camas para chicas, habían visto doblado el número de los mismos, y, varios de estos herrajes se distinguían también en el suelo y en el techo. El siguiente cambio era que todos los asientos habían sido retirados y sustituidos por una extraño silla metálica de pesada estructura. Este artefacto, tenía los brazos y el respaldo de una silla convencional, pero, carecía de ningún asiento. Abundantes argollas jalonaban su construcción, indudablemente, dedicados a fijar restricciones.  Una tercera estructura, que había sido fijada al suelo, la componían dos barras metálicas en posición vertical separadas por medio metro. Estos dos postes estaban agujereados, de manera que permitían la fijación a distintas alturas de una barra horizontal  que descansaba sobre ellos. El elemento horizontal también era metálico y presentaba varios agujeros, pero,  a diferencia de sus soportes, este contaba con cierto acolchado, y estaba forrado en cuero.

Finalmente, un extraño artilugio, similar a un trapecio colgaba de un aparato eléctrico fijado en el techo, cerca de la pared.

Las mellizas Moretti tardaron varios minutos en procesar que el mundo que conocían, o al menos, por  usar una expresión menos drástica, el verano que tenían planeado, se les venía abajo.  Un doble toque de claxón las devolvió al momento presente.

Manuel, el chofer, acababa de terminar de meter el equipaje de sus señores en la parte trasera del monovolumen negro con cristales opacos con el que iba a llevar a sus señores al aeropuerto, cuando las chicas salieron a despedir a sus padres. Tanto Velasco como Beatriz Doherty se encontraban ya a pie de coche, despidiendo a los viajeros.  La expresión que traían las chicas, no hubiera desentonado en un funeral.

Los padres se acercaron a sus hijas. Alma vestía  un imponente vestido de  brillante látex azul, y prominente escote  que ceñía sus formas esculpidas por un apretadísimo corsé. Los brazos eran invisibles, y resultaba evidente que estaban restringidos de alguna forma detrás de ella y ocultos por la espalda del vestido. La forma de sus extremidades apenas se intuían bajo el látex, ya que varias correas apretaban y aplastaban los brazos contra la espalda de la mujer. El impresionante outfit era realzado por unos zapatos de catorce centímetros arqueaban sus pies hasta obligarla a caminar sobre las puntas de sus pies. Finalmente una apretadísima mordaza de aro roja, guarnecida con correa de piel en blanco roto silenciaba a la mujer. Su boca permanecía abierta y los músculos de la mandíbula eran forzados a abrirse con desmesura. El tamaño del silenciador seleccionado era tal que, si bien la mandíbula estaba lo suficientemente distendida para que resultara elegante, no era tan grande como las reservadas para actos sociales relevantes; al fin y al cabo, iba camino de una larga espera en un aeropuerto y de un vuelo intercontinental  de once horas a Manila y la comodidad debía de tener su papel junto a la elegancia.

El marido también se encontraba elegantemente vestido, con un traje marengo de impecable factura que resultaba un tanto excesivo para esa época del año. No obstante, las idas y venidas del matrimonio Moretti copaba crónicas de sociedad, y para salir bien delante de las camaras, el empresario, que también tenía su faceta coqueta, no dudaba en ponerse de punta en blanco aun sacrificando el poder viajar con algo de comodidad. "Para estar guapo hay que sufrir" se repetía a si mismo.

Fabián, se dirigió a sus hijas

-          Bueno chicas, habéis tardado tanto que mamá ya lleva su mordaza, pero ya sabéis lo que os quiere... y sabeis que os llamaría todos los días si la dejara.... Sed buenas, y obedientes, con Beatriz  y portaos bien con Nacho, que va estar aquí, trabajando, cuidando de vosotras.

-          Sí papá. Pasadlo bien, y mandadnos fotos y vídeos. Todos los días.

-          Claro que sí, y alegrad esas caras, ya sé que se os va a exigir mucho… y tal vez, porque nosotros no hemos sabido ser mejores padres en ese aspecto…. – Alma asentía mientras escuchaba las palabras de su marido. Cuidaos y sed buenas…. Y sobre todo obedientes, que os conozco, que buenas sois, pero obedientes….

El cometario de su padre hizo sonreir a las dos mellizas.

Fabián ayudó a subir al coche a su mujer, y le colocó el cinturón de seguridad.

-          Señorita Doherty, por favor ayude a mis hijas…. Y tú, réprobo, cuídame la casa y sobre todo  a las chicas, que son lo más grande que tenemos.

-          Descuida, amigo. Estamos en contacto.

-          Buen viaje, señores – se despidió Beatriz- y muchísimas gracias por darme esta oportunidad.

Cuando el dueño del poderoso consorcio empresarial se subió junto a su esposa, el monovolumen arrancó en pos del aeropuerto.

Frente a la casa, permanecían cuatro seres humanos al que el destino había reunido de la forma más inesperada.