Hola a todos, y bienvenidos a mi
blog. No me gustaría empezar este relato sin señalar que la idea original no es
mía, es de un relato titulado "Football Sunday" del autor gagged20.
Como todos mis relatos, no se
desarrollan en el momento actual, si no que se situan, en una distopía y eje
temporal muy similar al nuestro, pero que, en determinado momento evolucionó a
una sociedad en la que la sumisión femenina es norma, y bien aceptada, tanto por
los varones como por nosotras.
DISCLAIMER: Yo no trato de vender
ninguna opción, solo quiero expresar un mundo de fantasía que pone alitas de
mariposa a mi estómago de sumisa.
El día de partido estaba ya aquí
de nuevo. Y con él, el ritual que conllevaba. Fernando enganchó la correa al
collar de su esposa Sara y tiró gentilmente de ella mientras salían por la
puerta de su chalet en una acomodada zona residencial junto a un campo de
golf. Ella mantuvo la cabeza gacha, no tanto por sumisión, como para ocultar a
posibles espectadores, entre los viandantes y ocupantes de los vehículos con
los que se cruzaran, la visión de la gran y brillante bola roja que se alojaba
profundamente dentro de su boca. Si bien no hacía más de 10 minutos que la llevaba
puesta, los 6 cm de circunferencia hacían que sus mandibulas, abiertas de
manera inclemente por el gigante huesped de su boca, comenzaran a doler. La
sequedad de labios que provoca siempre el portar una mordaza y la presión de la
correa que mordía las comisuras de sus labios le hizo alegrarse interiormente
de haber usado ese gloss de protección labial que le había recomendado Conchi,
su compañera y profesora de inglés.
El tintineo alegre de una cadena que se acompasaba
con el ritmico sonido de unos imponentes tacones de 12 centímetros, habría hecho
suponer a un observador iniciado, que, bajo su abrigo tres cuartos que
descansaba sobre sus hombros, sus muñecas se encontraban esposadas.
Tras camiar escasos 400 metros
que los separaban de su destino, vieron que, los coches de José Luis y Eva, así como
el de Laura y Enrique se
encontraban aparcados al frente del
ostentoso chalet de Adolfo y Ana. Adolfo había hecho negocio con una empresa de
importación en la Argentina, y de hecho, Ana, su mujer era hija de un alto
funcionario de la administración del gobierno de aquel país.
- Mira cielo, solo nos falta
Ángel y Elena, seguro que están a llegar. Un gemido gutural fue toda la
respuesta posible que obtuvo de su esposa.
Tras entrar, se dirigieron al
amplio salón con una televisión de 60 pulgadas, en la que, sin sonido se veían
los prolegómenos de un partido de Netball. Con bebidas en la mano, se
encontraban 3 hombres los cuales tenían junto a ellos a sus esposas, sometidas
a unas o a otras restricciones, pero, todas ellas severamente amordazadas. La
arribada de los recien llegados produjo el regocijo en el grupo, con calurosos
saludos por parte de los hombres y excitados ronroneos por parte de las chicas,
que veían, que una semana más, Sara no faltaba al ritual del partido.
- ¡Pareja, que alegría veros!, dijo Adolfo a
los nuevos incorporados, Fernando, si quieres una cerveza, pídesela a Ana, que
las tenemos en el congelador, y, por cierto... a falta de Ángel, yo creo que ya
podemos ir acomodando a las damas.
Como narradora, permitidme contaros un poco
acerca de los partidos del sábado. Amigos desde niños, los chicos se juntaban
para ver los partidos de la Liga de Netball, en un momento dado de sus vidas,
las chicas empezaron a aparecer, y después, el matrimonio. Tras las bodas las
respectivas mujeres comenzaron a formar parte del ritual de sus maridos. Lamentablemente,
las chicas no compartían la pasión de sus hombres por el deporte, y cada día de
partido, la reunión siempre acababa de mala forma, con malas caras y abundantes reproches por parte del sector
femenino.
Un día de partido, hacía un año,
las parejas quedaron para ver el partido en casa de Ángel. Cual no sería la
sorpresa cuando, al entrar, vieron a Elena esposada y amordazada de tal manera
que las correas de la mordaza de anillo parecía que le fueran a cortar la
mandíbula. Seguramente, cansado de las protestas, la intención original no fuera
otra que aplicar un correctivo a su esposa, pero,este hecho provocó, que a los chicos se
les ocurriera y acordaran que sus mujeres debían de participar en el evento en
una manera similar.
Con caracterísitico ego
masculino, los hombres se jactaban de que, tras proponerlo, y pensarlo unos
días, sus esposas habían aceptado ser, durante el sábado, sus esclavas
voluntarias. Lo que desconocían es que, las chicas, no habían estado meditando
la propuesta en solitario... interminables llamadas, reuniones y cafés furtivos en dicretas
cafeterías les habían hecho acordar,a instancias de Ana, la más
celosa entre ellas, que, dado que, voluntaria o
involuntariamente, Elena ya estaba en la rueda, no dejarían a sus hombres sólos con una
atractiva mujer indefensamente expuesta.
Para el evento las "cautivas" acuden desde sus casas
con una correa enganchada al collar que lucen para la ocasión, severamente amordazadas y firmemente esposadas. Cuando llegan a la casa de los
anfitriones, deben de desvestirse y permanecer tan solo con las
braguitas. Tras desnudarse y dejar la ropa ordenadamente en la habitación designada, son esposadas con las manos a su espalda. Una vez restringidas,
las protagonistas son "acomodadas" ,como han dado en llamar, jocosamente, al proceso en los
últimos meses.
Sobre el proceso de "acomodación" se debe explicar que en el salón de cada una de las
casas, existen 4 agujeros en el suelo, pensados para dar cabida y fijar cuatro postes cuadrados de mediana altura, hechos de
madera. Cada una de estas robustas piezas cuenta, a fin de dotarlas de mayor resistencia, con el refuerzo interno de una barra de metal que las recorre en toda la longitud
de arriba abajo, hasta sobresalir 15 cm por la parte inferior. Esta parte sobresaliente es roscada y es la que permite que todo el conjunto quede atornillado y fijo en los agujeros del suelo. Para terminar, señalar que estos pequeños calvarios cuentan con recubrimiento
mullido y están forrados de cuero marrón.
Para su predicamento semanal, cada una de las esclavas es atada arrodilada, con las
rodillas separadas manteniendo entre ellas la pieza de madera. Cada uno de los 4 puestos
forrados en cuero es de una altura determinada, ya que está hechos a medida
de "sus propietarias". En la parte superior, enganchada por un eslabón
a una argolla metálica se encuentra una mordaza de bola, a la altura exacta de
la boca de cada una y dimensionada a las dimensiones de su cavidad oral.
Basicamente, la mordaza fuerza a nuestras protagonistas a una postura
arrodillada en la que deben mantener de manera muy forzada la espalda recta.
Como narradora, cometería una injusticia si no trajera a colación, la evolución del sistema. Tras algunas jornadas sometidas al ritual, las chicas se
quejaron de que ,estar inmóviles, amordazadas y en una dolorosa posición
durante un partido no solo era un gran sufrimiento, sino que, además, era aburrido para ellas. Los hombres, más preocupados por el aburrimiento que por el sufrimiento de sus compañeras, obraron en consecuencia y añadieron a cada uno de los postes un vibrador hitachi,
conectado a un control remoto el cual permanecía en poder de cada uno de los cinco amigos. Obviamente,
a las chicas nunca se les permite alcanzar el orgasmo en el poste, pero, las
poderosas sensaciones que genera en su sexo, las mantiene entretenidas el
tiempo de su predicamento.
Finalmente, de la
argolla a la que están enganchadas las mordazas, cuelgan, a ambos lados de una
corta cadenita dos poderosas pinzas, destinadas a los pezones de las
¿desaforunadas? ocupantes de cada poste. Las pinzas son del tipo
que decidido por el señor de cada una de las cautivas, lo que a veces provocaba
discordias. Las mujeres, no pocas veces, se echaban en cara entre ellas, y protestaban a sus maridos, que alguno de los tipos de pinzas que eran elegidos por los chicos eran más
benévolo que otro, y no era justo que algunas tuvieran que soportar un
predicamento más severo que sus compañeras. Si bien, no se eliminó el
privilegio de elección de este accesorio a los caballeros, sí llegaron al pacto de
honor que, las pinzas, del tipo que fuese, serían ajustadas siempre al máximo alrededor de las
delicadas fresas de carne de sus compañeras. No obstante, las suspicacias nunca desaparecieron del todo, ya que, cuando permanecían durante horas inmóviles, en cruel predicamento, los cerebros de nuestras protagonistas no podían dejar de analizar cada detalle, cada mátiz, del tormento, tanto del propio, como del de sus desdichadas hermanas de ordalía.
Una vez todas las restricciones son
aplicadas, las chicas quedan ajustadas, casi aplastadas, contra el poste, con sus
atormentados pezones levemente estirados evitando que las cautivas puedan moverse ni unos pocos centímetros para colocarse con un mínimo de confort sobre sus rodillas. Como colofón, un
refinamiento , mitad maldición y mitad bendición para nuestras
atribuladas damas, había sido incluído: un par de esposas eran aplicado en sus codos. Para los maridos, esto tenía una doble
finalidad: por un lado se aseguraban de que ninguna de ellas pudiera hacer trampa con las
pinzas, bien propias o bien de una compañer; por otro lado se añadía un plus de sufrimiento en el tormento de sus mujeres,(el detalle de los vibradores no les iba a resultar gratis a las esposas), ya que, lo forzada de la postura hacía que en poco tiempo los hombros ardieran en agonía, y, por que no decirlo, dicha postura también realzaba, en gran medida, la figura de sus compañeras. Desde la perspectiva de las chicas, mantenidas en precario equilibrio sobre sus rodillas, los codos esposados tenían el mencionado doble efecto; por una parte
esto les provocaba una enorme tensión en los omóplatos que, sin tardanza ni excepción, desembocaba en
un dolor similar a que les clavaran un millón de agujas en ellos, pero por otro lado tenía la ventaja de que, al llevar los
hombros hacia atrás, sus pechos sobresalían y se elevaban, hermosos y alterosos. Al ser más prominentes sus tetas, estas se elevaban aliviando la tracción que
las pinzas, sujetas por una cadenita, ejercían sobre sus pezones. Aunque ellas disfrutaban de este pequeño alivio, y comentaban la jugada entre ellas cuando se reunían, eran lo sufcientemente inteligentes para no desvelar este pequeño secreto a sus maridos.
Durante las veladas, en todo momento tres chicas están siempre
arrodillas y sometidas al predicamento del poste. En cada uno de los cuartos del partido, una
de las cuatro es liberada por la "esclava asistente", la cual tras abrir las
esposas y desabrochar la cruel mordaza rescata a su amiga del castigo de las pinzas. La recien liberada disfrutará poco de su situación, ya que, inmediatamente, es
restringida en un suave pero inclemente monoguante de cuero primorosamente curtido que envuelve sus brazos y los mantiene juntos en la espalda, en una forzada posición de
manos palma contra palma y de codos, ya que esta prenda los obiga a permanecer pegados el uno contra el otro. La mordaza es sustituída por otra del gusto de los varones, usualmente otra mordaza de bola. Acto seguido una bandeja
es asegurada por un cinturón de cuero a la cintura de la "voluntaria". De las dos esquinas
externas de la bandeja sale una cadenita que en su extremo tiene una de las temidas
pinzas japonesas, las cuales tienen la particularidad de apretar más el pezón de la "usuaria" cuanto más
se tire de ellas. Estas cadenitas tienen como fin el mantener horizontal la bandeja, sujetándola a los pechos de la improvisada camarera, cuyos tobillos, serán, a su vez, encadenados con un par de grilletes, que restringirán, aun más los movimientos de nuestra extraña modelo.
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Correctamente ajustado, este monoguante, que mortifica los hombros y realza los pechos, identifica, claramente, a esta chica, como una de las camareras de cuarto del relato.
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El collar de la muchacha "del servicio" es enganchado
por una cadenita de medio metro al collar de la "asistente" , figura que luego me
pararé a explicar al lector. Durante este cuarto, la camarera recién liberada traerá las
bebidas o snacks, ayudada por su hermana en la servidumbre debido a que, huelga
decirlo, con sus brazos estrictamente inmovilizados tras ella es imposible que
pudiera llegar a hacerlo sola.
Cuando el cuarto termina, la
desdichada es devuelta por su antigua libertadora a su predicamento en el poste,
restituyendo esposas, mordaza y las pinzas en sus ya castigados pezones. Una vez
"acomodada" de nuevo, la "asistente" libera a otra compañero para
la tarea de atender a los maridos en el siguiente tiempo del partido. El sonido de los gemidos y los
respingos amortiguados por las gigantescas mordazas cada vez que las pinzas son
colocadas y quitadas acompaña, para deleite de los cinco hombres, todo el
proceso.
Finalmente llegamos a la figura
de la Quinta Chica. Esta, es siempre la anfitriona y sirve de "cautiva
asistente", de manera que hace posible que los hombres no pierdan detalle de la
retransmisión deportiva. Esta dama evita la odiada "acomodación" en
el poste, y tan es restringida de una manera mucho más liviana que sus amigas, con tan solo unas esposas que mantienen sus codos
juntos en la espalda, permitiendo a la afortunada cierta libertad de movimientos.
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La mordaza de bocado, y las pinzas en V, elementos característicos de la "Anfitriona"
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La mordaza, es también mucho menos exigente que la del resto de
las mujeres, siendo habitualmente una de anillo o una de bocado. Las pinzas
que coronan sus pezones son de las de tipo en "V", mucho
menos crueles que las de las chicas que "disfrutan" del privilegio del poste, dado que, al contrario que las que coronan los senos de las demás, estas no van a
ser abiertas en todo el evento. Estas pincitas,
están guarnecidas con unos cascabeles que suenan alegremente con los
movimientos de la chica, lo que permite a los maridos conocer la posición de
sus dos camareras sin apartar la vista del partido.
La supuesta incomodidad de no ser liberada en toda la velada de sus pinzas, lejos de ser un incoveniente era una
ventaja ya que, junto al predicamento de tener que soportar durante horas unas severísimas restricciones que las mantenían inmóviles en una posición tan estricta y forzada que al poco tiempo provocaba dolores en todo el cuerpo, la peor parte era el continuo ir y venir de pinzas en sus sensibles pezones. Este continuo trasiego de los diabólicos instrumentos que martirizaban sus pechos era algo, que, para desgracia de las cautivas, no cesaba a lo largo de toda la velada. El espectáculo que ofrecían a sus esposos cada vez que eran liberadas de las pinzas y cuando estas eran repuestas en su lugar, pródigo en muecas de dolor y gritos, tamizados hasta no ser más que un suave ronroneo por las gigantes mordazas que invadían sus bocas, era algo, a lo que sus maridos, dificilmente querrían renunciar. Cuando ellas eran liberadas del poste y del doloroso pellizco de sus pinzas,
la sangre comenzaba a fluir hacia las delicadas protuberancias, provocando un dolor de una intensidad inenarrable , y cuando este terrible sufrimiento iba remitiendo tras dejar hipersensible tan delicada parte de la anatomía, esta volvía a ser torturada
por las abominables pinzas japonesas que sujetaban la bandeja; el tormento que sufrían cuando portaban las bebidas, aunque doloroso, era llevadero, la antesala de lo que les esperaba, cuando una vez liberadas de "su servicio", volver a ser llevadas al odiado poste. La agonía y la estimulación continua, provocaban un ,delicioso para los chicos y odiado por ellas, efecto secundario: las rosadas cumbres de los senos engordaban y se endurecían bajo la inclemente presión del metal, como las pinzas estaban por norma, ajustadas al máximo cuando los pezones estaban menos henchidos, esto provocaba crecientes mareas de dolor para las protagonistas. La última desgracia era que, lo prolongado de la velada hacía que las chicas acabaran tratando de aliviar el dolor de sus rodillas, balanceándose precariamente y balanceando su peso de una a otra, esto, al igual que cuando relajaban su postura debido al agotamiento, provocaba un recordatorio en sus tetas de porque debían de permanecer rígidas, pegadas al poste, a horcajadas de ese vibrador que martilleaba sin piedad la puerta de su sexo.
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Las crueles pinzas de trebol japonesas, cuanto más se tire de la cadena más pellizcan. ¡Ouchies!
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En el medio tiempo, las parejas organizan una
competición entre las cuatro chicas que han sido sometidas a la "acomodación". La
asistente, no tiene permitido participar. La chica que gana, será la anfitriona
el próximo partido, así que, aunque tiene el incentivo de evitar el poste, también
recae sobre ella la preparación de su salón para el evento, si bien, todas las
chicas, siempre organizan el viernes tarde una quedada de compras, y antes de volver a
casa, ayudan a la anfitriona a tener todo listo para el evento.
En el salón, las chicas permanecían arrodilladas tratando
de encontrar un precario equilibrio en sus doloridas articulaciones. Sara maldecía
especialmente las pinzas y la enorme mordaza que hacía ya un rato largo le
había secado por completo los labios y amenazaba con desconyuntarle la
mandibula de seguir la horrible tensión. El dolor ya no estaba focalizado en los distendidos músculos de su mandibula, si no que se había extendido por toda la parte inferior de su cabeza. Elena, que había acabado de llegar con
su marido Ángel, en cambio, a borrecía estar arrodillada. Orgullosa propietaria
de un estudio de arquitectura, llevaba mal el que a las chicas se les requiriera
esa humillante postura. Todos esos pensamientos volaron de sus cabezas cuando con una sonrisa traviesa, sus hombres conectaron al unísono los
vibradores, en un intenso pero insuficiente nivel medio. La mente se les perdió en
los insondables mares de las ondas de placer, que fue sacudido por una borrasca,
cuando el nivel máximo fue seleccionado por sus esposos. Las chicas saltaron
tanto como las apretadas correas de sus mordazas les permitían sufriendo
dolorosos tirones en las tiernas protuberancias de sus turgentes senos . Rítmicos gemidos fueron arrancados desde el fondo de sus gargantas
trasnformados en sonidos guturales por los inclementes intrusos que forzaban
sus bocas. En ese momento, los varones, pulsaron el nivel medio, dejando a las
mujeres frustradas y deseosas, en un estado que, aunque húmedas y excitadas, les
iba a mantener lejos del orgasmo a lo largo del partido.
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Las pinzas en G, las elegidas para Eva.
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Ana, la asistente para el día de
hoy se acercó al poste al que se encontraba encadenada Eva, y con dulzura
desabrocho la mordaza, y con toda la ternura posible empezó a dar vueltas al
tornillo que mantenia la presión de las pinzas en G que castigaban los
pechos de su amiga. Mientras el flujo de sangre que volvía a ocupar su antiguo lugar en las puntitas de sus tetas sacudía a Eva igual que si la hubieran enchufado a un cable eléctrico, ella no pudo evitar fijar una furiosa mirada en su marido, que divertido
asistía a la escena. Eva era una mujer muy hermosa, en sus primeros treinta que
mantenía una envidiable figura producto de sus años como amazona profesional.
Su diminuta cintura, contrastaba con sus medianos pero respingones pechos, conformado todo ello con sus abundantes muecas de dolor una figura de indudable belleza atormentada. Su recién estrenada libertad, en todo
caso fue breve, ya que en un minuto, Ana se esmeraba en alojar en su boca una
mordaza de anillo de 5 cmm y en enganchar a sus pezones la bandeja que serviría
para poder dar servicio a los chicos.
- Eva, por favor, dijo Adolfo,
traeme una cerveza light, pero en vaso.
- Porfa, que sean dos, se sumó un
sediento Fernando
- Ya puestos que sean tres, pero
la mía normal, dijo Ángel
- Su marido, José Luis río, y dijo,
sería un capullo si te pido cuatro, anda, princesa, trae lo que te han pedido,
y ya te pido luego yo algo.
Los chicos tenían cuidado con el
peso que ponían en la bandeja, sujeto exclusivamente por los pezones de las
chicas, una cosa era, castigarlas, y otra muy distinta, someterlas a una inhumana
ordalía.
Lentamente, a lo largo de todo el
cuarto, Ana y Eva se esforzaron en darle a sus hombres el servicio más
eficiente. La tarea se le hizo llevadera, disfrutando aliviada con el pequeño alivio que suponía cuando los
chicos cogían la última de las consumiciones de la bandeja, ya que, implicaba,
que, las temidas pinzas japonesas iban a disminuir la fuerza con la que se
aferraban a la más delicada de sus carnes.
El tiempo del partido transcurrió de forma aburrida,
siendo el mejor espectaculo el que las hermosas chicas sudorosas en sus
predicamentos ofrecían con lo severo de su bondage. En el entrecuarto, Ana,
devolvió a Eva a su poste, con el pensamiento, que la pobre chica, ya había
tenido su pequeño "descanso" y que una larga noche le esperaba en su
intolerablemente estricta posición.
Tras esmerarse en devolver a Eva
a su poste, de hecho Eva protestaría posteriormente a su marido de que esta apretó la mordaza incluso más que
los chicos, la hermosa y rubia anfitriona, liberó de sus restricciones a Sara,
ya que era su turno. Sara respiró profundo pues la Naturaleza la había dotado
de unos pezones extremadamente sensibles, y la transición de unas pinzas a
otras, era particularmente dura para ella... toda vez que placentera para los
maridos, que conocían esta particularidad de la hermosa profesora de francés.
Pero verse libre del odiado poste, y dar descanso a sus rodillas, no era poca
recompensa, y , liberada de su gran mordaza, poder pasar la lengua, por más que esta también estuviese
estropajosa por sus labios secos, hizo que, por una vez el dolor que la invadía
desde las descaradas cumbres de sus pechos, pasara a un segundo plano.
Cuando las chicas, acabaron de traer unos
snack, los chicos recogieron los platos de la bandeja, teniendo Fernando el
honor de coger el último, liberando de no poco dolor a su adorada sumisa. Una
tierna palmada en la nalga fue todo el reconocimiento que necesitaba Sara,
había sido una valiente, y no se había quejado por el severo tratamiento dado a las
sensibles y rosadas fresas que coronaban sus tetas. Tras su mordaza, sonrío satisfecha.
Una vez atendido los pedidos, el
tiempo de la primera parte había terminado. Y era tiempo para la pequeña
competencia que establecía que chica se libraría del privilegio del poste la
próxima jornada. Adolfo se levantó y regresó al salón con 4 enormes mordazas de
bola y 4 juegos de pinzas japonesas. La mera visión de esos elementos hizo que
las chicas emitieran gemidos de disconformidad, y se sacudieran incómodas y aterradas en sus crueles ataduras... pero, en honor a la verdad, era
poco lo que ellas podían hacer.
- Adolfo, jocosamente ceremonioso,
se dirigió a sus amigos, y dijo, señores, liberad a vuestras mujeres, ornadlas
con estos juguetes, y pasemos, ordenadamente, al sótano. Los maridos, liberaron de
su mordaza a las chicas y liberaron, brevemente sus pezones que pasaron a ser
exprimidos por las más poderosas pinzas disponibles en el mercado. Para las chicas,hacía ya
tiempo que sus pezones habían dejado de envir cualquier tipo de señal
placentera, lo que se vió reforzado por las nuevas inquilinas de sus senos. El que hacía ya un rato era el unico habitante de las sensibles terminaciones nerviosas de sus forma femeninas, era dolor
Los chicos engancharon los
collares de sus mujeres a las correas, y la extraña comitiva, bajó por la
escalera hasta el sótano del chalet.
Con afectada teatralidad el propetario de la casa ocupó el centro del sótano, y comenzo a hablar al ansioso público
- Bueno, nuestras señoras, es evidente, son las más bonitas del mundo... pero... ¿Mantienen todo su cuerpo tan terso y
en forma? Las chicas se miraron entre ellas con la incertidumbre en sus ojos...
pero con el deseo de ganar... a lo que quiera que fuese el juego de hoy.
- Bueno, aquí, podeis ver, cuatro
barras separadoras de un metro, que vais a proceder a atar a ambos tobillos de
vuestras chicas, de manera que sus piernas queden separadas y ellas en
equilibrio sobre sus tacones. Por cierto, Elena, precisosos zapatos, la chica
entornó los ojos en reconocimiento por el cumplido.
- Una vez hecho esto, Ana,
que lucía una sonrisa cruel bajo su mordaza de bocado, estaba procediendo a atar las pinzas de
cada una de sus amigas a la barra separadora, forzándolas a tener la espalda incomodamente
doblada, si quería evitar un dolor adicional en sus pechos. A su vez, una
cadenita que colgaba del techo fue conectada a la cadena de las pinzas, de
manera, que sin tirar fuertemente de las pinzas, iba a prevenir, que las chicas
deambularan por la habitación o, si eran particularmente flexibles, arquear la espalda para aliviar los musculos torturados en una posición tan antinatural.
- Nuestro desafío consiste
en que, cada uno de vuestros maridos, va a introducir en vosotras estos
pequeños huevos vibradores. Como veis, así atadas no podeis apretar las
piernas, y lo único que va a mantener esos aparatos dentro de vosotras
son los músculos de vuestras tripitas. Por todo lo demás, es facil, la última
que permanezca con el huevo insertado, será nuestra anfitriona. Las chicas
mordían sus mordazas todo lo que su descomunal tamaño les permitía, y la mirada
de la competición estaba presente en sus ojos. Todas querían ser la mejor, primero, por
una evidente competitividad entre damas, y segundo, por la posibilidad de poder librarse del poste la
próximas semana
Cuando los cuatro artilugios
fueron introducidos, Adolfo oprimió un botón de un mando a distancia, mientras
exclamaba: ¡Tiempo! Al unísono, un zumbido mecánico y los gemidos de carne se
sumaron en único concierto, para delicia de los sentidos
El esfuerzo era titánico, las odaliscas se afanaban en
mantener dentro de ellas ese vibrador que atormentaba sus entrañas enviando
ondas de placer a un cerebro que estaba a punto de estallar por el tsunami de
sensaciones contradictorias que recibía. Laura trataba de mantener la calma, respirando
apresuradamente por la nariz, dado que la mordaza le negaba el alivio del
jadeo. Las chicas daban vueltas sobre si mismas, en precario equilibrio sobre
sus taconazos, mientras que, cuando trataban de cambiar su atormentada espalda
de posición un fuerte tirón en sus ya muy castigados pezones, les recordaba que
no era buena idea.
Cada competidora pugnaban por no perder
de vista a las otras mientras que trataban de no dejarse arrastrar por
esa marea de placer que, como efecto lateral arrastraría ese diabólico
instrumento fuera de sus entrañas, y con el sus esperanzas de librarse del temido
poste la próxima jornada.
Un observador atento, se habría fijado en que, desde el principio los ojos de
Eva permanecieron cerrados, como si el mantenerse focalizada en la tarea de no
rendirse al orgasmo le costara mucho más trabajo que al resto. Sus torneadas piernas empezaron a temblar y su espalda a arquearse
tanto como las restricciones de sus pechos se lo permitían. El orgasmo no tardó
en sobrevenir, e instantes después una bolita zumbante se estrelló contra el
suelo. Habían pasado apenas 3 minutos y José Luis no permitió a Eva relajarse, como
penalización decidió que permaneciera abierta, pinzada y arqueada el tiempo que
durara la competición.
Unos minutos más tarde Laura y
Elena comenzaron a emitir sonidos cada vez más fuertes, las chicas doblaban sus
rodillas para evitar el doloroso recordatorio de las pinzas y en vano desplazaban
su peso de un pie a otro en un precario equilibrio sobre sus altísimos tacones.
Sus restricciones, por supuesto mantenían a ambas chicas firmemente en el
sitio. Pronto Elena empezó a temblar de la cabeza a los pies sacudiendo la
cabeza y provocando hilos de saliva que caían frente a ella. Era obvio que un
orgasmo la arrollaba como un tren que descarrila. Con un espasmo, la mujer puso
sus ojos en blanco, y un instante después, un segundo vibrador se encontraba en
el suelo. Tras su derrota, Laura dirigió una mirada a su marido, en búsqueda de consuelo. Este se acercó a su mujer, y tiernamente, masajeo por unos segundos las doloridas articulaciones de su mandíbula. Ella lo miró con unos ojos que hubieran derretido una viga de acero, buscando que la liberara de la cruel posición a la que se encontraba sometida. Es justo reconocer que él estuvo a punto de satisfacer el lógico anhelo femenino, pero, al ver a Eva, allí, castigada, evitando el llanto cada vez que su espalda se elevaba o descendía más de la cuenta, le hizo desistir.
- Cariño, lo siento, has perdido. Creo unos minutos de penitencia harán que te esfuerces un poquito más la próxima semana.
La incredulidad y la decepción se adueñó del pensamiento de ella - ¿Unos minutos de penitencia? ¿Lo dice en serio? ¡O, Dios mío!, llevo toda la santa noche de predicamento, y me viene a decir, que unos minutos de castigo me harán bien...El pensamiento de volver al poste la siguiente semana, tampoco contribuyó a alegrarla, y en vez de un grito , la mordaza amortiguo esta vez sollozos de frustración
Elena y Sara eran las dos únicas competidoras
en liza. Ocho pares de ojo no se despegaban de su agónica lucha contra su
feminidad ardiente. Inadvertidamente para todos menos para ella, el vibrador de
Sara comenzó a escurrirse,lo que provocó que la joven tuviera que aferrarlo con los músculos de su
vientre. Esto, por supuesto hizo que las vibraciones llegaran con más
viveza a su cerebro. Su respiración se
hizo agónica como la de un cetáceo moribundo, y el orgasmo parecía,
irrefrenable. Para sorpresa de todos, en un movimiento rápido, irguió la
espalda, lo cual hizo que sus pechos mandaran una señal de agónico dolor a su agotado cerebro. La cara de dolor descarnado , que
parecía un extasis, así como el aullido de pasión descarnada que lo acompañó hizo llegar un
poderoso estímulo a su competidora que no la perdía de vista a través del
rabillo del ojo. La hermosura de su compañera, torturada hasta la catarsis, hizo que Elena no pudiera evitar un gutural gemido que acompañó al salvaje
orgasmo que la hizo sacudirse hasta el punto que parecía que sus pezones
pugnaban por librarse del perverso beso de las pinzas que los atenazaban.
Sara, sabedora de su victoria,
alzó la vista buscando la complicidad de su hombre, y, al encontrarla se dejó
ir en un orgasmo retenido por tanto tiempo que ya le estaba mordiendo las
entrañas.
-Parece que ya tenemos asistente
para la próxima semana, dijo José Luis, mientras brindaba por las chicas con sus
amigos,
Para regocijo de sus maridos las
cuatro chicas fueron dejadas los minutos que restaban de descanso del partido
restringidas en esa cruel posición, si bien para ellas, también era cierto
alivio no regresar de inmediato a su lugar en sus respectivos postes.
Cuando el reloj anunció el inminente reinicio del partido,
las damas fueron liberadas de sus ataduras, y con toda la gentileza que
pudieron sus maridos, fueron liberadas
de las pinzas que hundían sus mandibulas en sus henchidos pezones. Las braguitas de
las mujeres fueron restituidas y tras ser de nuevo enganchadas a sus
correas, fueron llevadas al salón justo a
tiempo para el inicio del tercer cuarto. Los hombres adoraban las visión
de sus chicas en los postes, y, eran felices de tenerlas allí, arrodilladas, de
nuevo. Las atormentadas jóvenes fueron puestas de rodillas, a horcajadas sobre los vibradores
para afrontar la agonía de tan conocido castigo. Los chicos desabrocharon las
desmesuradas mordazas que ellas habían modelado de forma tan bella en su
torneo lo que provocó un suspiro de alivio y que se afanaran en trabajar
un poco los castigados músculos de sus doloridas mandíbulas, los pocos segundos que mediaron hasta que las mordazas que
estaban enganchadas a los postes reclamaron su lugar dentro de la boca de sus propietarias. Para constrariedad de las
chicas las pinzas fueron repuestas sin clemencia en las palpitantes, gordas y sensibilizadas
terminaciones de sus senos.
Laura, la camarera de turno, fue preparada
por Ana en sus restricciones propias, poniendo la argentina especial atención
en apretar los nudos del monoguante, hasta asegurarse de que los codos de la
hermosa mucama quedaban juntos… aunque más que juntos el ajuste estricto del monoguante hizo que los codos quedaran
inmisericordemente incrustado el uno contra el otro.
La doncella temporal se afanó en traer a los
chicos sus bebidas, si bien, se le veía algo lenta, sin duda queriendo evitar
un mayor castigo a sus ya doloridísimas tetas. La lentitud, provocó no pocas
quejas jocosas de los chicos, señalándole que, para otra vez no la volverían a
contratar.
El cuarto estaba mediado, y el
espéctaculo ofrecido por ambos equipos era lamentable, así que para animar un
poco el ánimo, a los chicos se les ocurrió una idea. Cada uno sacó 20 Euros de la
cartera, y apostaron a ver que chica, podría tener un orgasmo mientras estas
permanecían fijada y pinzadas a sus postes.
-Niñas, buenas noticias, hora de
jugar. Hoy, se os va a permitir llegar al orgasmo, a ver si así le perdeis un
poco de manía a vuestros sitios de ver los partidos. No nos importa mucho quien gane,
pero, aquella de vosotras que no consiga ninguno, va a estar un poquito
incómoda en la barbacoa de mañana. Las chicas, pese a lo divertido del tono, se
tomaron muy en serio la “amenaza”, ya que esas “primas negativas” (eufemismo de
castigo que empleban los chicos cuando se referían a sus esposas), que sus
maridos empleaban cuando estaban juguetones, eran imprevisibles. Ninguna quería
pasar la larga jornada de mañana con una mordaza de castigo, o luciendo unas
pinzas bajo el sujetador del biquini, ser atada durante horas apoyada en la
pared con el único apoyo de sus ya muy doloridas rodillas…. No, ninguna quería. Ciertamente las
chicas iban a dar lo mejor de si mismas.
-No obstante, damas, no todo va a ser fácil,
el anuncio, hecho con pose estudiadamente teatral, no sorprendió a ninguna de las constreñidas bellezas, para ellas, el divertimento de ellos nunca era fácil. El tiempo límite es hasta que el árbitro pie el final del periodo, y, además el vibrador va
ponerse en marcha a un nivel medio, nada más, y cuidado con hacer trampas,
tened en cuenta que vuestras compañeras no van a dejarse engañar, cualquiera de vosotras sabe perfectamente cuando otra mujer finge ,y para más seguridad, Ana os supervisará. Si hay, ya no trampas, si no algo lo más minimamente sospechoso de cualquiera de vosotras, creo que lo mejor será instalar mañana los CINCO postes junto a la piscina, que seguro que en 10 horas de predicamento os da tiempo a repasar la moviola. Eso por supuesto, de la correspondiente sanción a la tramposa. Las sonrisas de los chicos mostraban que, sin duda, la amenaza era seria, borrando incluso la sonrisa de la cara de Ana. El número cinco, haciendo referencia a los postes no dejaba lugar a dudas, y el horizonte de permanecer en el poste durante 8 o 10 horas, sabiendo que la próxima jornada estaba destinada al mismo predicamento, la hizo estremecerse.
Las chicas dieron un respingo
cuando los vibradores se pusieron en marcha. Aunque estimulante, la potencia de
las vibraciones era muy limitada para obtener un resultado tan solo aproximando
la entrepierna al vibrador. Las chicas tuvieron que pugnar con sus
restricciones para aferrar con sus muslos el aparato de placer, y apretarlo
contra su sexo. Estos agónicos movimientos provocaban a su vez oleadas de dolor en
sus pechos que dificultaban la obtención del liberador orgasmo.
Eva fue la primera. Con su torso
pugnando con las pinzas que lo retenían al poste, fue capaz de desafiar al
dolor y obtener el primer orgasmo. A los pocos minutos fue Elena la que explotó
en un discreto pero cierto orgasmo. El tiempo pasaba y Eva logró un segundo
orgasmo, tan solo Sara seguía pugnando por alcanzar el requerido primer
orgasmo. Sara limitada por el dolor que era multiplicado hasta el infinito por
sus sensibles pezones, tenía una limitada conciencia del tiempo, pero sí sabía una cosa,
que este pasaba inexorablemente.
El comentarista de la televisión anunció que
el fin de tercer cuarto era inminente, y Sara se vio a si misma en el día de
mañana. Castigada. Con un excruciante bondage en sus brazos durante horas mientras las otras chicas charloteban despreocupadamente y comentaban la velada anterior. Con
la grotesca mordaza de castigo distindiendo su boca hasta el punto que el dolor
de la articulación ya se extiende a toda la cabeza, y los ojos se humedecen por el
titánico esfuerzo. Oh… y como olvidarlo, esas terribles pinzas que iban a
castigar sus pezones de forma inclemente. Oh, Dios, se veía así misma agonizando en el tormento de uncastigo que ella sabía era merecido en cuanto, fue avisada... ¿Sería
capaz de resistirlo? Involuntariamente comenzó a sollozar,y con el llanto, y
mientras el árbitro se llevaba el silbato a los labios, un orgasmo barrió su
cuerpo, desde las uñas de los pies hasta los lacitos de su coleta agitando cuanto sus restricciones le permitían sus brazos en un movimiento, propio de una electrocución.
Sin duda, Eva había ganado 60 Euros para su marido,
pero, con la intensidad de su orgasmo, el espectáculo lo había puesto Sara,
que, junto a su actuación en el juego de las chicas, se había erigido como la
protagonista indiscutible de la noche.
El árbitro señaló el final del tercer tiempo, y Laura fue
repuesta a su posición en el poste, de rodillas y a horcajadas del zumbante
vibrador. Elena fue liberada brevemente de sus tormentos para ser ataviada como
la camarera del último cuarto.
El último tiempo se prolongaba, y
el espéctaculo deportivo se encontraba a años luz del que las cuatro hermosas
cautivas protagonizaban en el salón.
-Compañeros y por lo demás amigos, yo creo que hoy las
chicas han estado de sobresaliente, expresiones de aprobación siguieron a la
afirmación de Fernando, y posteriormente una conversación inaudible para las
damas tuvo lugar entre los hombres sentados comodamente en los sofás. Subitamente, sin previo aviso,
las tres chicas se irguieron sobre sus rodillas todo lo que sus restricciones
les permitían. Divertidos, los chicos habían puesto los vibradores al máximo y
un torrente de sensaciones atacaba a las jóvenes desde lo más hondo de su sexo. La
potencia de la estimulación hizo que una tras otra todas alcanzaran
un rápido y poderoso orgasmo. Pero eso, no era el final.
Divertidos por le espectáculo que
sus mujeres les brindaban, los tres vibradores continuaron al máximo,
martilleando la ya muy sensible feminidad de las chicas. No sé que dice la
literatura acerca de los multiorgasmos, pero, las perlitas de la feminidad estaban
saturadas, y cuando el segundo orgasmo las sacudió, el orgasmo las transportó más allá
de lo razonable. Su vientre les dolía con cada convulsión y nada podían hacer por resistirse.
Las chicas estaban bailando el
baile de las locas, igual que en el tercer cuarto se afanaban por apresar el
vibrador, ahora, hubieran dado una mano por que sus mordazas y pinzas las hubieran
dejado huir de los instrumentos de placer que tan salvajemente las estaban
castigando.
Elena, pese a la tensión de las
pinzas japonesas no pudo menos que alegrarse, de, esta vez, no estar amarrada a
su poste.
El último cuarto terminó y con él
los chicos decidieron, que, podían dejar descansar a sus mujeres un poquito, y al unísono
redujeron la potencia de los cilicios mecánicos que incendiaban la entrepierna
de las indefensas cautivas.
Ellas repiraron, recuperando
no ya el aliento, sino la cordura que les había sido arrebatada por tan
placentero y cruel tormento.
Pero los maridos no estaban
dispuestos a acabar la velada de una forma tan abrupta. Solicitaron a Elena que
les sirviera cinco chupitos de Bourbon.
Cuando los tuvieron servidos,
Ángel se dirigió a Ana, la asistente ese día, “por favor, acomoda a Elena
por mi, ¿Quieres?”
-Aun os tenemos reservado un
premio, niñas, apostillo Adolfo, cómodo con su papel de anfitrión.
Ana, “desposeyó” a Elena de sus
atributos de camarera, y, diligentemente redujo a la chica a la cautividad del
poste, dejándola gimiendo en agonía cuando sus rodilllas volvieron a ser el
único y sobrecargado soporte de su cuerpo. Ana sonreía abiertamente bajo su mordaza feliz de no
tener que participar en cualquiera que fuese la sorpresa que los chicos les
tuvieran reservadas a las cuatro cautivas.
-Princesa, trae por favor unas
esposas, y unos grilletes para los pies.
Ana, sorprendida, cumplió al
instante la encomienda de su marido.
-Mi Sol, ahora, pórtate bien
y tumbate en la alfombra. Adolfo diligentemente aprovecho el pequeño tamaño de
las muñecas de su esposa y esposó ambas muñecas, únicamente con una única esposa.
Cuando el acero se clavó en su carne, aunque no era una situación desconocida para ekka,
Ana pronunció una queja bastante inteligible y sonora, ya que, recordamos su mordaza era
únicamente un bocado de goma situado entre sus dientes y firmemente asegurado por una
correa tras su cabeza.
-Adolfo, divertido, contestó “Tienes
razón, mejor asegurarse”, y para risa de los hombres procedió a cerrar la
segunda esposa ciñendo de nuevo ambas muñecas de su mujera. Tras esto, le
encadenó los pies con unos grilletes y procedió a arquear la espalda de su
prisionera hasta que los pechos ornamentados por sus pinzas con cascabeles dejaron
de tener contacto con el suelo. Solo entonces, satisfecho, procedio a unir los
grilletes con las esposas que su mujer portaba desde el inicio de la velada en
los codos.
Tanto ellas como ellos, no podían
dejar dejar de admirar la hermosa cruedald de aquella belleza porteña llevada
hasta el máximo de la flexibilidad femenina.
-Bueno chicas, como fin de
fiesta, vamos a realizar un experimento, vamos a tratar de que todas, compartáis
la experiencia catártica de un orgasmo simultáneo. Sí, no nos miréis así… Todas
juntas.
Cada hombre introdujo en su mujer
una pequeña pero poderosa bala vibradora, la idea, sencilla pero brillante era
ir, paulatinamente y al uníson, subiendo el nivel de potencia hasta llegar a
la apoteosis final.
-Corredoras,¡Listas! ¡En sus marcas!
- ¡Espera, espera!, dijo José Luis “yo
creo que al menos merecen que las escuchemos”. Los hombres sonrieron mientras
su amigo retiraba las mordazas de la boca de las mujeres. Libres de las mordazas
las chicas trataron de moverse un poco con la poca libertad que las pinzas que
las mantenían presas y arrodilladas en los postes y así poder distribuir el peso de
diferente manera a fin de aliviar el terrible dolor de sus rodillas.
- ¡Ya!Los vibradores empezaron a rugir dentro de las
chicas y cada nivel fue mantenido durante varios minutos. Finalmente, con el
penúltimo nivel, las señales y gruñidos de las chicas, (parecían olvidarse de
que ya no estaban amordazadas), hacían presagiar un inminente estallido.
Sus maridos asistían complacidos,
y, juntos, en alto, comenzaron una cuenta atrás: “ 5,4,3,2…”
-¡Cero! En ese momento
pulsaron al unísono el botón de máxima potencia, y, simplemente el orgasmo
partio a sus cautivas a la mitad. Un alarido de feminidad torturada y rampante
inundó el salón para deleite de los complacidos varones.
-¡Guau! Chicas, ha sido…
espectacular... las entrecortadas y
sinceras palabras de Fernando fueron respaldadas silenciosamente por los otros
hombres que solo podían asentir con fuertes movimientos de cuello.
Fue Laura la primera voz femenina que articuló una frase en toda la velada:
-Enrique, cariño, ¿puedes liberarme de esta maldita cosa ya? Estoy
muy cansada, y el partido ya ha terminado.Por favor... La que hablaba con un tono más de
súplica que de imposición era Laura , que señalaba con sus ojos al poste del
que era cautiva.
Los chicos, se dieron cuenta de que,
efectivamente, era hora de recoger, y marchar a casa.
Fernando cogió la mordaza que su
esposa había traído de casa, y la introdujo en su boca, hasta que se acomodó sobrepasando los
dientes y entonces procedió a abrocharla muy apretada. Sara entornó los ojos en
protesta cuando tuvo que abrir la boca para alojar al incómodo huésped.
-Lo siento, cielo, pero las
normas son las normas….
Todos los maridos procedieron en
forma similar liberando los pechos de sus amadas del cruel abrazo de las pinzas
que las mantenían cautivas en sus postes y silenciándolas con las mordazas que
habían traído.
Las chicas se vistieron, y antes
de abandonar la casa fueron convenientemente esposadas y enganchadas a las
correas con las que eran sujetas por sus maridos
Tan solo Ana, era mantenida en su
estricto predicamento, la mordaza había sido repuesta y cruelmente apretada por
Eva que estaba deseosa de devolverle el favor a la argentina cuando esta volvió a
amordazarla a su poste. Mientras los chicos
se despedían y se emplazaban
para la barbacoa del día siguiente las chicas se daban besos en las mejillas, o mejor dicho, acercaban sus brillantes y gigantescas mordazas a las mejillas de sus hermanas.
Adolfo acompañó a sus amigos a la
puerta, y al cerrar esta, la casa quedo silenciosa, tan solo los agónicos
quejidos de Ana turbaban la paz.
El anfitrión se acercó a su
esposa a la que el doloroso y estringente bondage había echo sudar como si
hubiese corrido una maratón. Se sentó en el suelo junto a ella, y le acarició
el pelo.
-Estás preciosa, reina de las
cautivas, creo que vas a quedarte un ratito así. El anunció fue seguido por un
comienzo de sollozo por parte de la bella porteña.
-No te preocupes si eres buena,
te desataré y no tendrás que pasar así toda la noche (en relidad no tenía intención
de someter a su amada a tamaña crueldad). Lo que sí…. Esta mordaza está
apretadísima. ¿Quieres que te la afloje, para estar más cómoda mientras me pego
una ducha? Los humedecidos ojos azules de la argentina se cruzaron con los de su
marido, que la miraba embelesado.
Por toda respuesta, Ana sacudió enérgicamente
la cabeza rechazando la oferta de su guardián.
Ana quedo como una figura inmóvil,
arqueada en una comvulsión eterna, llorando, sufriendo/disfrutando de su
estringente bondage, mientras Adolfo, se metía en el baño, convencido de por
que estaba enamorado de su mujer.