El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

sábado, 16 de enero de 2021

La mujer más maravillosa del mundo


 

Era una noche desapacible. Desde la ventana Ana contemplaba como la furia del viento movía los árboles al compás de las ráfagas ululantes.  Su mirada se perdió en la inmensidad del espectáculo , en su cabeza se vio asaltada por la idea de que en ese viento poderoso había algo secreto, algo oculto pero latente, algo salvaje… algo varonil; como contraparte,  en esos sauces que desafiaban toda esa potencia oscilando juguetones, doblándose hasta lo insospechado, extremadamente seguros en su aparente debilidad creyó ver algo primario, hermosamente demencial aguantando, sin más, todo aquel caudal de energía que los vapuleaba, creyó ver, en fin, la esencia de las hijas de Eva, de las hermanas de Selene.

Adolfo, su marido, la había llamado hacía ya un rato, para avisarla de que, una noche más, debido a ese contrato de exportación de camiones a Argentina llegaría a casa pasadas las once de la noche. Ana, se mordió los labios con expresión pícara. Con sus 37 años magníficamente llevados, cuando sonreía así  parecía una colegiala. A lo largo de su vida se lo habrían dicho millones de veces, y las pecas que adornaban sus mejillas, no hacían gran cosa por poner remedio a eso…

Eran las once y cinco cuando Ana vislumbró el coche de su marido y al poco tiempo un reconocible sonido de puertas de automóvil abriéndose y cerrándose llegaron del garaje. La Penélope de nuestra historia abandonó su puesto frente a la ventana. Cuando el hombre entró, su mujer corrió a recibirlo volando sobre los zapatos de tacón que debía de llevar en todo momento. Un pequeño candado en la  correa que abrochaba el zapato al tobillo hacía que tampoco tuviera mucha posibilidad de incumplir el particular código de vestimenta. Así asegurados, sus pies estarían arqueados forzándola a caminar “en pointe” hasta que alguien se apiadara y decidiera dar un descanso a sus torturados pies.

El hombre se veía agotado, con una cara en la que pesaba la sombra de la preocupación. Cuando Ana llegó hasta él, recompuso la mejor de sus sonrisas, y agarrando la diminuta cintura de su mujer con ambas manos la besó amorosamente.

-          ¿Qué tal princesa?

-          Bien, ya sabes, rutina de casa. ¿Y tú en el trabajo?

-          Regular… la legislación argentina ha cambiado recientemente, y veo negro que ahora, podamos lograr que se ejecute la licitación del concurso…Y ya tenemos comprados esos 120 camiones…- Ana, por toda respuesta a las palabras de su marido, lucía una cada vez más amplia sonrisa-. ¿Pero se puede saber qué te pasa? Es un problemón, ya sabes que llevo casi 4 días sin dormir…. No sé por dónde va a acabar saliendo el Sol….. y a ti ¿Te divierte?

La sonrisa y el brillo de felicidad en los azules ojos  de Ana ya iluminaban toda la estancia.

-          Cariño… hoy, mientras aspiraba se me pasaron por la cabeza, unas excepciones en el derecho mercantil de allá…

Con sus palabras, Ana se había hecho con toda la atención de su hombre.

-          Sí, te explico, se me ocurrió que ante el cambio de normativa, este se podría sortear, con una vieja ley, de interés nacional, de 1938, que aún sigue, como un poquito fósil en nuestro ordenamiento jurídico.

-          ¿Y por qué eso no se le ha ocurrido a nuestro bufete de Buenos Aires?

-          Por qué no todos los abogados se han licenciado con matrícula de honor… como tu niña… He llamado a algunos contactos allá, os mandarán un dossier completo mañana o pasado, pero, en principio… vete pensando en buscar un barco, porque la venta es imposible que no se realice.

-          Tengo la suerte de estar casado con la mujer más inteligente del mundo - fue toda la respuesta de un hombre que respondía con la energía de  quien corre tras haber retirado de los tobillos las pesas de entrenamiento. Gracias princesa. No sé qué puedo decirte…. Eres increíble.

En ese momento, la faz de Adolfo había mutado en la de una pura representación de la victoria. Cogió a su mujer y le dio un beso, largo,  caliente y profundo. Ana sentía como la lengua de su hombre la invadía, la profanaba lujuriosamente, la notaba recorriendo cada rincón de su boca convirtiendo su lengua en palpitante órgano de placer.

-          ¿Has cenado ya? – preguntó Ana arrodillada sobre el sofá mientras veía como su hombre aliviaba sus pies cambiándose los zapatos de calle por unas zapatillas más confortables.

-          Si, gatita.

-          Quieres…. ¿Qué vayamos a la camita? – Adolfo sonrió.

-          Estoy destrozado cielo.

-          No seas muermo… jolín. Habrá que celebrarlo…

-          ¿Qué es lo quieres, brujita?

-          Pues…. quiero…. Que me ates…. En una posición segura y cómoda… y que te folles a tu IN-CRE-I-BLE mujer hasta que pierda la cabeza – la risa nerviosa de Ana, denotaba a las claras que, verdaderamente estaba muy excitada.

Adolfo salió de la habitación y regreso a los pocos minutos con el “cajón de los juguetes”.

-          Date la vuelta, mujer increíble- acompañando sus palabras con un azote en el duro trasero de su mujer.

Ana obedeció  con la sonrisa dibujada en su rostro.

Él, cogió una cuerda blanca, y con maestría ató cruzadas las muñecas de su mujer. Lo hizo fuerte, apretadas, realizando varias vueltas alrededor de ellas y forzando a pasar el cabo varias veces entre el espacio, casi inexistente que quedaba entre los suaves pulsos. Una vez hubo asegurado el nudo en un lugar donde ningún dedo ansioso pudiera alcanzar, tomo otro trozo de cuerda. Tras doblar la cuerda a la mitad, hizo un bucle envolviendo ambos brazos unos centímetros por encima de los codos.

-          Ana frunció el ceño. - Cielo, se bueno.. .por favor, no me ates los codos, déjame un poquito cómoda, los codos, no ¿Sí?

El hombre siguió a su tarea, sin detenerse a atender las súplicas de su mujer, acercando los codos hasta casi tocarse y apretando la cuerda todo lo que pudo. A pesar de que Ana podía ser atada con los codos juntos, y de hecho había permanecido así durante días, cuando se cruzaban las muñecas esto resultaba imposible y , en esa posición, atar los codos, especialmente tan juntos como estaban, implicaba crear una fortísima tensión en las cuerdas situadas en ellos. Los cabos que la restringían mordían como lobos, enterrándose profundamente en la delicada carne de los brazos de Ana.

-          Malo- fue todo la defensa que pudo ejercer la mujer, sometida a tan estricto bondage.

 

El siguiente objetivo fue la entrepierna de la indefensa dama. Despojando a su esposa de las delicadas bragas de encaje blanco,  su marido tomó un nuevo tramo de ligadura, esta vez más fina, la cual doblo a la mitad. De manera análoga a como había sobre los codos de su indefensa modelo, realizó un looping alrededor de la cintura apretándolo con firmeza, asegurándose que este se enterrara con furia en la tierna piel, justo encima de las caderas. Un violento tirón más hizo que su mujer emitiera un gemido de dolor. Posteriormente, pasó el doble cabo entre los muslos de la mujer, hasta, de nuevo la cintura. Se cercioró que la doble ligadura quedara extremadamente apretada entre los labios del sexo de ella, con un cabo a cada lado de su perla de feminidad que quedaba, así, pellizcada con crueldad. La salvaje tensión de las cuerdas hacía que el tierno apéndice quedaba levemente erecto, sobresaliendo parcialmente de su guarida de piel. Solo entonces, con la sonrisa vertical de su mujer remarcada de una manera deliciosamente grotesca, realizó el nudo que aseguraba el conjunto a la soga que torturaba la cintura de su cada vez más desesperada cautiva.

-          Mi amor, me duele… ¡Mucho! ¡Me vas filetear! Noto como esa cuerda quiere abrir mi coñito en rodajas. ¡Quítamela!... o aflójamela, mi amor, te lo suplico…

El hombre continuaba silencioso. Cogiendo a su venus particular por la ligadura de los codos la  sentaó en una silla de madera, poniendo los inmovilizados brazos por detrás del respaldo. Tomó varias sogas más del cajón. Con metódica precisión ató los brazos de su mujer al respaldo de la silla fijándolos de manera vertical lo que la forzaba a pegar la espalda a la parte trasera de la silla. Pasó parsimonioso, con el cuidado de un artesano la cuerda alrededor de su tronco por encima y por debajo de los pechos, de manera que su indefensa prisionera tuviera que permanecer absolutamente erguida durante su cautiverio.

El hombre se agachó con una pequeña llave con la que abrió lo candados que aseguraban los zapatos de tacón de su esposa.

-          Ves, va a estar cómoda- dijo con una sonrisa mitad juguetona y mitad cruel mientras acariciaba con sus ojos la mirada de desesperación de la bella porteña que, nerviosa,se agitaba en vano contra las firmes ligaduras.

Ella lo miro poniendo una mueca que no dejaba lugar a la dudas.

El hombre sacó los zapatos, y ella distendió su cara con expresión de alivio cuando pudo, por fin, estirar los pies.

-Gracias cielo, llevaba dieciséis horas con ellos.

- ¿Es una queja?- levantó la cabeza Adolfo mientras procedía a atar con varias vueltas una cuerda a cada tobillo y dejando un largo sobrante en cada una de ellos.

Ana grapó sus labios al momento. – No, no es una queja…

El marido aseguró los nudos.

-        -  Cariño, me veo los tobillos y…

-         - ¿Y?

-         - Por favor, no iras a atarme con los pies separados, ¿Verdad? Por favor, es una forma tan  terrible de estar atada... Por favor, dijo la mujer dejando arrastrar  su expresión por el pensamiento de quien se teme lo peor.

Adolfo, sin inmutarse, procedió a flexionar hacia atrás las piernas de Ana, hasta que sus gemelos tocaron la parte de debajo de los laterales del asiento, y solo entonces, con el borde del asiento clavándose incómodamente en las trasera de las rodillas,  procedió a atar cada tobillo al respaldo de la silla.

Un pucherito nació en la garganta de su mujer.

Adolfo se incorporó y contempló su obra. La belleza de su hermosa mujer cruelmente restringida, hizo que un escalofrío de pasión y amor, le recorriera la espina dorsal.

-          Bueno, mi Sol, buenas noches, me voy a duchar y a la cama, que estoy cansado.

-          ¡No!, por favor- Ana estaba al borde del llanto-, no puedes dejarme así toda la noche. Te lo imploro. Las cuerdas me están sajando a la mitad, por favor…

El la besó en la frente. – Es para que no olvides tu posición, princesa.

El marido volvió al cajón del que sacó tres pequeños objetos.

El primero era una pequeñita botella roja ante cuya visión, Ana comenzó negar con la cabeza con espasmódicos movimientos y a retorcerse en sus inclementes restricciones, obviamente sin más resultado que el que las cuerdas se hincaran más en sus ya doloridos brazos.

-          ¡No! ¡No!, ¡No he hecho nada! … ¡Ni se te ocurra!, ¡No lo merezco! ¡No he hecho nada! – Ana ya no podía evitar que sus ojos se le humedecieran con el llanto.

Su marido abrió la botella y vertió su viscoso contenido sobre sus dedos para, acto seguido masajear el sexo de su mujer y empapar las cuerdas que lo martirizaban de forma tan despiadada. El efecto en Ana no sería muy distinto del conseguido si la hubieran conectado un cable de mil voltios. La mujer se crispó y su cara adoptó un rictus indescriptible.

 

-          Pórtate bien, o si no, tendremos que masajear también esos pezones tan descarados que se te marcan en el camisón, o también ese culete… ¿Qué te parece? ¿Tendré que hacerlo? 

-          No…. Por favor... Seré buena.

El viscoso líquido comenzaba a surtir efecto; una sensación de ardiente comezón, un picor cada vez más intenso y que no iba a poder ser aliviado, se adueñó de su entrepierna. Ana lloraba y se sacudía en sus ataduras.

Adolfo, colocó un pequeño vibrador en el sexo de su mujer, apretado de tal forma por la tensión de las cuerdas que casi quedaba tatuado sobre su feminidad. Seleccionó la potencia mínima, lo cual unido a su posición lejos del sensible clítoris iba a hacer imposible que su mujer obtuviera el mínimo alivio en su predicamento.

Ana miró con terror en su mirada como su captor portaba una mordaza con un enorme dildo de catorce centímetros. Ella conocía esa mordaza, el llevarla, era afrontar un infierno, luchando constantemente por no ahogarse y contra el reflejo de vómito con el que su cuerpo trataba, inútilmente de librarse del cruel invasor.

Él dejó el descomunal silenciador en una mesita, junto a ella.

-          Y ahora, duerme calladita, si no, habrá que usar esto, ¿Vale? Te lo pongo aquí, para si te despiertas, te ayude a concentrarte en estar tranquila.

-          No puedes dejarme así, te lo imploro, cualquier cosa menos esto, por favor

Adolfo se llevó un dedo a los labios. – Shhhhhh, duerme bien gatita. Que descanses.

El hombre apagó la luz y subió a pegarse una ducha. Cuando llegó al baño,  el picor y ardor en sus dedos era de una intensidad insoportable, a pesar de que se los había limpiado con un cleenex nada más aplicarlo sobre la tierna carne de Ana. No era difícil imaginar la increíble ordalía que debía de estar experimentando su mujer en las sensibles mucosas de su sexo. Estaba muy orgulloso de su mujer que era una excepcional compañera, sabia y vivaz, y una sumisa de la que cualquiera  estaría orgulloso.

Adolfo se duchó y se puso el pijama.

Habían pasado 2 o 3 horas y no había logrado conciliar el sueño. Ana se retorcía torturada por los tormentos que su hombre había decidido infringirle. Mentalmente trataba de rascarse ese feroz picor que incendiaba su conchita, pero claro, ese ejercicio no surtía demasiado efecto. Lloraba en silencio pugnando, impotente, contra las cuerdas que mordían su anatomía. Cada vez que un gemido más allá de los silentes se le escapaba de los labios volvía su mirada al piso superior, anticipando una luz que se encendía como paso previó a ser castigada con la mordaza. Su sexo ardía. Su estrategia de haber tratado de aliviarse al principio frotándose contra la cuerda que amenazaba con cortarla al medio, aunque le había generado un momentáneo alivio, había causado irritaciones en su fragante rosa. La ropa, empapada con el terrible líquido , había hecho el resto, haciendo que la ponzoña la penetrara por las rodaduras hasta el mismo alma. 

En la oscuridad, perdida en la agonía de su suplicio, no se percató de la figura que se le acercaba, furtiva en la noche, hasta que notó como unos labios enamorados enjugaban sus lágrimas, y como una esponja con agua fresca acariciaba su vientre aliviando el picor infinito que mordía su sexo y amenazaba con hacerle perder la cordura. 

Las mismas manos que desataron uno, y luego otro tobillo, y que deshicieron uno tras otro los nudos de sus ataduras sustituyendo tan atroces cuerdas por un firme pero comparativamente benévolo box tie en la espalda…

La luz del día acarició las pestañas de Ana, que se despertó en la misma posición en la que se había dormido, acurrucada contra su compañero, el cual, aun dormía. El hormigueo que sentía en sus brazos entumecidos después de una larga noche atados en el severo box tie, no la impidieron sonreír.

Al final, la noche de ayer se había celebrado… Y a plena satisfacción. Y, verdaderamente, se había sentido una mujer increíble. 

 

 

viernes, 15 de enero de 2021

Las consentidas nenas de la familia Moretti. Capítulo 5. Declaración de intenciones.


 

 

La habitación era un estudio con las paredes impecablemente pintadas de un suave tono verde pastel. La estancia estaba inmejorablemente iluminada por una amplísima ventana que abarcaba una pared, y la acristalada puerta que daba acceso a un balcón, y que se encontraba abierta en ese momento.

La amplitud del espacio, llamaba la atención. Por un lado, más cerca de las ventanas, se encontraban dos mesas de estudio, de considerables dimensiones atestadas de papeles, libros y cuadernos de trabajo. En la otra parte de la sala se encontraba un magnífico sofá en  “L” de magnifica piel italiana y espacio para cinco personas. Una mesa baja sobre la cual se encontraban botes de esmalte de uñas de varios colores, así como diversos utensilios de cuidado de uñas, se situaba frente a él. Una tele de colosales dimensiones, empotrada en un mueble que ocupaba toda la pared, y una pequeña nevera completaban “la dotación” del rincón de descanso.

Dos pares de ojos se levantaron de la revista “Telma“   que concentraba sus atenciones y miraron con curiosidad escrutadora a los recién llegados.

Fabián carraspeó y las propietarias de los pares de ojos dejaron la revista un tanto reluctantemente y se arrodillaron frente a los recién llegados.

-          Chicas, esta es la señorita Beatriz Doherty, que, como ya sabéis, será vuestra institutriz durante vuestra preparación, y a él ya lo conocéis.

Nacho levantó una mano y saludo a las dos jóvenes que le devolvieron la sonrisa desde su posición.

-          Ellas son Tania y Carolina, las princesas de la casa. Chicas, os dejamos a solas, nosotros nos vamos a ultimar unos detalles. Mamá y yo nos marcharemos en un rato, estad por aquí.

Ambos hombres abandonaron la estancia cerrando la puerta tras ellos. Se alejaron  hablando de distintos aspectos, los más de ellos referentes al funcionamiento elemental de la seguridad de la casa. Según se alejaban, los ecos de esa conversación llegaban cada vez más amortiguados a las ahora solas ocupantes del estudio.

-          Bueno chicas, ya habéis oído a vuestro padre…

Las  jóvenes se miraron dubitativas entre ellas, y finalmente Tania, siempre la más decidida, rompió el silencio.

-          Buenos días, señorita Beatriz, soy Tania Moretti. Encantada de conocerla.

Su hermana se presentó en parecidos términos. La única mujer que permanecía en pie, les devolvió el saludo con una sonrisa. El silencio volvió a hacerse en la habitación.

-          Entonces… ¿Vosotras queréis entrar en la UFI el próximo curso?

Ambas chicas asintieron vehementemente.

- Supongo que sabéis, que ese no es un camino de rosas, y que la formación integral que recibimos allí no se ocupa tan sólo de la formación académica… es la cantera de lideresas del mundo. 

Ambas hermanas asintieron de nuevo.

-          Bien, así las cosas, entiendo que habréis empezado ya a preparar algo por vuestra cuenta.

-          Sí, señorita Beatriz, no hemos dejado de estudiar tras el fin del curso, y, durante los meses de clase hemos tenido profesoras que ampliaban los contenidos de las asignaturas.

La que así contestaba era de nuevo Tania, desvelándose, una vez más como la más dicharachera de las hermanas.

La laxitud de restricciones, no es el apropiado para una joven de la alta sociedad.

 

Beatriz observó a las dos jovencitas que le devolvieron una mirada preñada con la curiosidad de unas cachorrillas, tratando de entrever algún detalle de la mujer que iba a estar a su cargo durante varios meses. Las dos chicas se movían discretamente, tratando de aliviar el creciente malestar en sus rodillas.  Tania  permanecía con las manos sobre sus muslos, ataviada con un vestido de verano de suaves tonos anaranjados que, en esa posición, dejaba al descubierto unos centímetros sobre sus rodillas. Como toda restricción lucía dos esposas con adornos nacarados conectadas por una cadena a un holgado cinturón de eslabones que caía sobre sus caderas. Los adornos de sus ataduras hacían juego con los pendientes que colgaban levemente de sus orejas, y con los prendedores que le sujetaban el peinado “casual” que lucía en su melena castaña.

 Carolina, la más rubia y alta de las hermanas, vestía unos short vaqueros que le y una blusa blanca con escote palabra de honor que permitía vislumbrar la cincha transparente de un tirante de su sujetador. Por toda restricción, un collar de cuero que se unía por medio de dos larguísimos cordones de piel a dos muñequeras del mismo material.

 La institutriz, deambuló un par de minutos por el estudio, examinando las mesas, y como si de un scanner se tratara, procesando cada uno de los detalles con su viva y portentosa inteligencia. Al tiempo, se dio por satisfecha y volvió frente a las muchachas.

 -       Puede que  los buenazos de vuestros padres los hayáis podido engañar, pero, yo no tengo tan lejano el punto donde os encontráis vosotras… y no me cuela.

Las dos hermanas miraron a su profesora y se estremecieron por dentro.

-          Vamos a ver…me decís que estáis estudiando, y, absolutamente ninguno de los apuntes que tenéis sobre las mesas es de ninguna materia relacionada con las pruebas de acceso.

-          No… pero…

-          No hay peros, niña - continuó Beatriz cortando el arranque de Tania en un tono contundente que contrastaba con la dulzura de su cara-, y además, ten claro que, cuando la señorita habla, la niña se calla.

La joven profesora, cada vez se hacía más con la situación, con un discurso, calmado, claro y contundente.

-          Dos chicas, estudiando…. ¿Y ni rastro de ningún silenciador?

-          Es que mi madre dice que las mordazas…

-          ¿No has oído lo que dije antes a la señorita que tienes al lado? -fulminó en un instante el intento de réplica de Carolina-, no metáis a vuestros padres en esto. Si de verdad queréis ingresar, preparaos para pasar durante vuestro primer año 20 horas al día con una mordaza de gala en la boca. Así, que, si lo que queríais era pasar un verano de piscina y playa privada, iros olvidando. Vuestro padre me paga, y no poco, para cumplir una misión, y cuando vuelvan van a veros convertidas en  verdaderas damas, que sean capaces, al menos de permanecer arrodilladas y quietas, y no como ahora, temblando como flanes con una postura que parecéis patas.

Las dos hermanas habían entrado en un estado de leve pánico, y un torbellino de ideas y pensamientos les giraba por la cabeza.

-          Podéis levantaros e ir a despediros de vuestros padres, mañana a las 9.30 empezaremos las clases, en esta misma habitación. Esta tarde estaré ocupada preparando el aula y las clases. Vosotras podéis empezar por ordenar vuestras nuevo fondo de armario – las jóvenes miraron a Beatriz con una mirada de temor, dudas y rabia-. Sí, he pedido a vuestra madre que mandara al servicio a recoger vuestros armarios y poner a buen recaudo vuestras cosas… pero no os preocupéis, os vais a encontrar un montón de cosas en la habitación, os gustarán, creedme…. al menos,en un tiempo lo harán.

Cuando las dos chicas subieron corriendo a sus habitaciones y encontraron sus armarios y cómodas completamente vacíos, se sentaron en la cama y tuvieron que hacer verdaderos esfuerzos por que el llanto no las venciera. Junto a la ingente cantidad de nuevas prendas- todas de impecable factura-, zapatos de tacones imposibles, una colección de corsés inabarcable, cantidad de piezas de brillante piel que inundaban de ese aroma a cuero inconfundible a la habitación, otros cambios se habían producido en sus alcobas.

Lo primero que fijó la atención de nuestras atribuladas protagonistas fue que, sus camas las cuales tenían los ocho anclajes para restricciones típicos de las camas para chicas, habían visto doblado el número de los mismos, y, varios de estos herrajes se distinguían también en el suelo y en el techo. El siguiente cambio era que todos los asientos habían sido retirados y sustituidos por una extraño silla metálica de pesada estructura. Este artefacto, tenía los brazos y el respaldo de una silla convencional, pero, carecía de ningún asiento. Abundantes argollas jalonaban su construcción, indudablemente, dedicados a fijar restricciones.  Una tercera estructura, que había sido fijada al suelo, la componían dos barras metálicas en posición vertical separadas por medio metro. Estos dos postes estaban agujereados, de manera que permitían la fijación a distintas alturas de una barra horizontal  que descansaba sobre ellos. El elemento horizontal también era metálico y presentaba varios agujeros, pero,  a diferencia de sus soportes, este contaba con cierto acolchado, y estaba forrado en cuero.

Finalmente, un extraño artilugio, similar a un trapecio colgaba de un aparato eléctrico fijado en el techo, cerca de la pared.

Las mellizas Moretti tardaron varios minutos en procesar que el mundo que conocían, o al menos, por  usar una expresión menos drástica, el verano que tenían planeado, se les venía abajo.  Un doble toque de claxón las devolvió al momento presente.

Manuel, el chofer, acababa de terminar de meter el equipaje de sus señores en la parte trasera del monovolumen negro con cristales opacos con el que iba a llevar a sus señores al aeropuerto, cuando las chicas salieron a despedir a sus padres. Tanto Velasco como Beatriz Doherty se encontraban ya a pie de coche, despidiendo a los viajeros.  La expresión que traían las chicas, no hubiera desentonado en un funeral.

Los padres se acercaron a sus hijas. Alma vestía  un imponente vestido de  brillante látex azul, y prominente escote  que ceñía sus formas esculpidas por un apretadísimo corsé. Los brazos eran invisibles, y resultaba evidente que estaban restringidos de alguna forma detrás de ella y ocultos por la espalda del vestido. La forma de sus extremidades apenas se intuían bajo el látex, ya que varias correas apretaban y aplastaban los brazos contra la espalda de la mujer. El impresionante outfit era realzado por unos zapatos de catorce centímetros arqueaban sus pies hasta obligarla a caminar sobre las puntas de sus pies. Finalmente una apretadísima mordaza de aro roja, guarnecida con correa de piel en blanco roto silenciaba a la mujer. Su boca permanecía abierta y los músculos de la mandíbula eran forzados a abrirse con desmesura. El tamaño del silenciador seleccionado era tal que, si bien la mandíbula estaba lo suficientemente distendida para que resultara elegante, no era tan grande como las reservadas para actos sociales relevantes; al fin y al cabo, iba camino de una larga espera en un aeropuerto y de un vuelo intercontinental  de once horas a Manila y la comodidad debía de tener su papel junto a la elegancia.

El marido también se encontraba elegantemente vestido, con un traje marengo de impecable factura que resultaba un tanto excesivo para esa época del año. No obstante, las idas y venidas del matrimonio Moretti copaba crónicas de sociedad, y para salir bien delante de las camaras, el empresario, que también tenía su faceta coqueta, no dudaba en ponerse de punta en blanco aun sacrificando el poder viajar con algo de comodidad. "Para estar guapo hay que sufrir" se repetía a si mismo.

Fabián, se dirigió a sus hijas

-          Bueno chicas, habéis tardado tanto que mamá ya lleva su mordaza, pero ya sabéis lo que os quiere... y sabeis que os llamaría todos los días si la dejara.... Sed buenas, y obedientes, con Beatriz  y portaos bien con Nacho, que va estar aquí, trabajando, cuidando de vosotras.

-          Sí papá. Pasadlo bien, y mandadnos fotos y vídeos. Todos los días.

-          Claro que sí, y alegrad esas caras, ya sé que se os va a exigir mucho… y tal vez, porque nosotros no hemos sabido ser mejores padres en ese aspecto…. – Alma asentía mientras escuchaba las palabras de su marido. Cuidaos y sed buenas…. Y sobre todo obedientes, que os conozco, que buenas sois, pero obedientes….

El cometario de su padre hizo sonreir a las dos mellizas.

Fabián ayudó a subir al coche a su mujer, y le colocó el cinturón de seguridad.

-          Señorita Doherty, por favor ayude a mis hijas…. Y tú, réprobo, cuídame la casa y sobre todo  a las chicas, que son lo más grande que tenemos.

-          Descuida, amigo. Estamos en contacto.

-          Buen viaje, señores – se despidió Beatriz- y muchísimas gracias por darme esta oportunidad.

Cuando el dueño del poderoso consorcio empresarial se subió junto a su esposa, el monovolumen arrancó en pos del aeropuerto.

Frente a la casa, permanecían cuatro seres humanos al que el destino había reunido de la forma más inesperada.