Cuando los ecos del sonido del
motor se hubieron disipado en la distancia, la Sra. Muller –la ama de llaves-,
dio unos pasos y con un marcado acento teutón se dirigió a los nuevos amos de
la casa.
-
Señores, si consideran, les enseñaré la casa
antes de llevarlos a sus aposentos.
La severa ama de llaves, mostraba
ya las primeras canas en su pelo rubio que recogía en un pulcro moño que
subrayaba su ya de por si estricto aspecto. El uniforme era el típico de su
gremio, un largo vestido de grueso látex negro con un grueso cuello que forzaba
su cabeza a una mirada levemente altiva y que llegaba a sus tobillos. Debajo
del su falda sobresalían dos botas, de un intenso y brillante negro, de
vertiginosos tacones. Las restricciones, como era habitual en las amas de llaves,
eran muy moderadas luciendo tan solo unos grilletes plateados que restringían
los codos en la espalada separados por unos confortables 15 centímetros de
cadena. En los tobillos, portaba unas restricciones con los mismos motivos
decorativos pero, no obstante, la longitud de la cadena era bastante mayor que la
amplitud de paso que en realidad concedía el ajustado vestido. Viuda desde
hacía unos años del jefe de guardeses de
la Hacienda, había elegido quedarse al servicio de sus señores donde, además,
su hija formaba parte del servicio como doncella.
La veterana mujer guió a sus dos
acompañantes por todas y cada una de las dependencias de la casa, presentándoles
a todo el servicio, la parte principal
eran las cuatro doncellas que atendían el servicio doméstico. La velocidad de
los pasos de la alemana estaba sorprendiendo, incluso a Velasco, pero Beatriz,
literalmente estaba sufriendo para, pese a sus impecables maneras, volar sobre
las puntas de sus arqueados pies poder seguir el ritmo.
Tras una hora, el curioso trio
llegó al pabellón de visitantes. Se trataba de un complejo cercado por una
valla de hierro de poca altura. Un muro de piedra de estilo toscano daba acceso
a un patio cubierto, azulejado y ornamentado con una gran fuente en el centro. A cada lado se encontraban cada
una de las villas de dos pisos y un pequeño jardín exterior que contaba con
una pequeña piscina de siete metros de largo.
El ama de llaves les indicó que
las comidas de ese días les serían servidas por el servicio en las respectivas
viviendas, dado que le comedor de la vivienda principal estaba siendo
modificado según las directrices que la nueva institutriz había estipulado.
-
Señorita Beatriz, usted se alojará en la vivienda azul, ambas son iguales, pero
esta se ha… optimizado para una dama, como usted solicitó a la señora. Tal y
como ha ordenado, su equipaje ha sido llevado su dormitorio, señorita. Respecto
a usted, señor, vivirá en la villa blanca. Como ha dejado dicho el Sr. Moretti, se ha dejado un sobre a su
nombre sobre su mesilla, junto con la tarjeta con el número de nuestro sastre.
El hombre y la joven parecieron
complacidos, y despidiéndose se dirigieron a sus respectivos departamentos.
Antes de entrar, Velasco se giró, y contempló la delicada figura que abría la
puerta de enfrente. El sol, tamizado y convertido en una cascada de mil colores
acariciaba la rojiza cabellera de la joven. Era bonita, pensó. Y, al cerrar la
puerta tras él, un raudal de recuerdos lo trasladaron a otro lugar y a otro
tiempo muy lejano.
Beatriz abrió la puerta de la
casa, y observó la que iba a ser su morada por el próximo curso académico. La
decoración mediterránea y los muebles de impecable gusto, dotaban a la villa de
un ambiente muy acogedor. Dejó el bolso sobre la mesa del recibidor y,
quitándose la falda la dejó impecablemente doblada sobre el respaldo de una de
las sillas del pequeño comedor para seis con el que contaba la villa.
En la siguiente puerta, encontró
lo que buscaba… un pequeño aseo con ducha. Nadie que no ha vestido un corsé
puede llegar a entender, la constante presión a la que se ven sometidos los
órganos interiores de una mujer. Se ha escrito, y hasta se ha llevado al cine,
sobre la presión que esta prende ejerce sobre el estómago, y los pulmones,
pero, mucho que tener que comer como un pajarito o aprender a respirar para no sufrir
desmayos, es la constante es la presión que los constreñidos órganos generan
sobre la vejiga. La precaución a la hora de ingerir líquidos, debe ser tenida
muy en cuenta, ya que, al reducido volumen se une el empuje que generan las desplazadas vísceras sobre sus paredes y
que convierte en una tortura el poder resistir la necesidad de acudir al baño.
Bea sabía, además que dada la presión del corsé, la vejiga no puede vaciarse
nunca completamente y cuando las ganas
de ir al baño aparecían por primera vez, las sensaciones permanecerían de forma
permanente entre un cruel cosquilleo cuando había podido aliviarse, hasta
doloras punzadas cuando se encontraba, otra vez, completamente llena. Esta
incomoda montaña rusa, permanecería todo el día hasta que, se viera liberada
del corsé por la noche para sus baños.
Bea, se sentó y se dejó ir.
Agradeció para sus adentros haber decidido pedir a su madre que la liberara del
cinturón de castidad para poder conducir con cierta comodidad. Cuando lo
llevaba, con el escudo secundario presionando gentil pero firmemente su sexo,
debía orinar muy despacio, permitiendo que su entrepierna drenara a través de
los pequeños agujeros en el metal a fin de evitar un poco edificante
espectáculo. El tener que dosificar el alivio de su torturado vientre, el tener
que sentir como todo ese tormento tan solo se dulcificaba gota a gota era, en
si mismo, un castigo.
Cuando terminó, Beatriz, se
percató de que, su manos, permanecían firmemente unidas a su cuello, y que la
longitud de la cadena, como era canon, no le permitía alcanzar su entrepierna. “Mierda”,
pensó. “Se me han olvidado las llaves en el bolso”. Mientras se le ocurría una
solución, la proverbial eficacia alemana acudió a su ayuda. La señora Muller,
había ordenado que en los baños se dejaran varios de esos prolongadores
higiénicos tan prácticos que son usuales en las oficinas donde se permite
trabajar a mujeres. Dado que las ejecutivas y secretarias no siempre tienen las
llaves de sus restricciones ,- de hecho eso resulta bastante excepcional-,
existen unos prolongadores desechables que, envueltos de forma individual,
constan de un brazo articulado de bambú de unos treinta centímetros que cuenta
con una esponja hidratada en solución jabonosa, que permite una correcta
higiene a las usuarias del lavabo.
A las dos menos cinco de la
tarde, sonó el timbre de la puerta. La señora Muller, con expresión amable
traía un carro, con la comida de mediodía.
-
Señorita, si me permite el paso, montaré la mesa
para que pueda comer.
-
Por favor, Sra. Muller, adelante. Muchas
gracias.
La alemana accedió hasta el
comedor donde procedió a armar la mesa de las mujeres. La mesa, era una mesa
convencional, pero de tan solo sesenta centímetros de altura. Al igual que la
mesa de caballeros, tenía seis plazas, marcadas por unos tapetes femeninos de
tamaño un tanto superior a los que solían encontrase en salones y oficinas. La
razón de esto era que, el comedor se consideraba un ambiente relativamente más
distendido y, para que las mujeres pudieran estar cómodas, el que las rodillas
no permanecieran pegadas sino levemente separadas no era considerado de mala
educación. El sitio de cada comensal, contaba, además con sendas argollas
metálicas, una sobre la mesa y otra en el suelo, ya que era considerado
socialmente que las mujeres, sentadas en su mesa y lejos de la protección de
sus hombres permanecieran inmovilizadas en sus lugares.
Silenciosa y eficaz, la severa
mujer, acabó de servir la mesa-
-
¿Va a querer la señorita que la acomode con
restricciones?
-
No va ser necesario, Sra. Muller, al fin y al
cabo hoy estoy sola, a partir de mañana, en el comedor yo ocuparé mi lugar
frente a las dos señoritas. ¿Cómo marcha la adecuación del comedor?
-
Esta noche quedará terminado a su entera
satisfacción, señorita Beatriz. Sobre las 8, estará toda la hacienda preparada
como usted asesoró según ordenaron los señores, a esa hora, si lo estima, podrá
revisarlo todo.
-
Muchas gracias, Sra. Muller. Puede retirarse.
-
Señorita…
-
Dígame.
-
Respecto a usted… Como dama, entiendo que
requerirá de mis servicios para la preparación para la noche, y posteriormente
a primera hora, señorita. A qué hora ordena que me presente ante usted
-
Sra Muller – añadió una sonriente Beatriz-, no
es preciso que venga usted, cualquiera de las doncellas estoy segura que podrán
ayudarme.
La alemana miró a la institutriz
negando suavemente en la cabeza.
-
Por favor, fraulein, de ninguna manera. Usted es
el ama, además de una mujer educada. No dejaré que ninguna de mis doncellas la
vean en unos momentos tan íntimos. Además, dudo que supieran estar a la altura
de los servicios que usted requerirá y a los que estará acostumbrada.
Beatriz quedó un tanto sorprendida
por el tono casi reverente que había adoptado la severa teutona.
-
Ehhhhh…. ,pues muchas gracias…. de nuevo, Frau…
Creo que las diez y media de la noche y las siete de la mañana serán adecuadas.
-
Con permiso de mi joven señora, me retiro.
Beatriz tuvo que hacer un
esfuerzo por mantener su boca abierta, cuando, el ama de llaves se postró de
rodillas y con las manos atrás e inclinó hasta tocar el suelo con su nariz. La
misma pose, las mismas palabras con las que, noche tras noche, tras dejar a las
estudiantes inclemente restringidas en sus lechos, las doncellas de los
colegios mayores de la Universidad de Innsbruck se despedían de las jóvenes
internas.
Las pequeñas de las Moretti,
subieron a sus cuartos y comenzaron a
guardar todas sus nuevas pertenencias. Asustadas y curiosas contemplaban cada
nueva pieza a la que iban dando cabida en sus enormes y ahora vacios
vestidores. Un desasosegante sonido de taladros y operarios trabajando inundaba
la mansión. La tarea de guardar y ordenar los vestidores les tomó buena parte
de la tarde. Tan solo a las siete, ambas hermanas habían terminado la tarea que
habían decidido hacer conjuntamente con el fin de, entre ambas poder deducir el
uso de alguna de las extrañas piezas de cuero y látex que basaban por sus manos.
Tan solo, a las ocho y media
pudieron dar por terminada la tarea, ambas hermanas, se pusieron sus bikinis,
rescatados de la cesta de la ropa, y, con el Astro rey ya anaranjado y
mortecino, disfrutaron de un rato de relax flotando en la piscina.
Velasco cerró la puerta tras de
sí después de contemplar durante unos
segundos como su vecina accedía, por
primera vez a su nueva casa. Él quedo quieto, absorto, pensaba en el cabello de
la joven iluminado por la luz tornasolada del Sol filtrado por las vidrieras
del techo. Permaneció allí, de pie, y, entonces, recordó…
Marzo de 2027. Ciudad Santa de
Jolokitimiya. Visirato de Muchibilám.
Las explosiones y disparos se
sucedían al paso del convoy hostigado por miles de leales al derrotado visirato
apostados en aquella estrecha calle que los vehículos atravesaban a toda
velocidad. El interior del todo terreno blindado que avanzaba en segunda posición de
los cuatroestaba cargado con una tenue capa de polvo y humo.
El hombre que hablaba por la
radio tenía la espalda del uniforme manchada por la sangre derramada por el
artillero de la ametralladora que, en su puesto, yacía muerto con la cabeza
destrozada por un tiro de francotirador.
-
Aquí “Tiburón”, le he recibido…. Y me importa una polla. Me dirijo a la última
posición.
-
Aquí es “Hacendado” para “Tiburón”, están sólos. Repito: están
solos. La ciudad es un avispero. No tienen ayuda.
-
“Tiburon”. Copio. Cuida de Alma. Fin.
Sí, ella también había sido
pelirroja.