El joven y la profesora desobediente

  Con 31 años, pese a que las pecas de su cara le confirieran un aspecto más aniñado, haber ganado una plaza como catedrática de instituto e...

viernes, 15 de enero de 2021

Las consentidas nenas de la familia Moretti. Capítulo 5. Declaración de intenciones.


 

 

La habitación era un estudio con las paredes impecablemente pintadas de un suave tono verde pastel. La estancia estaba inmejorablemente iluminada por una amplísima ventana que abarcaba una pared, y la acristalada puerta que daba acceso a un balcón, y que se encontraba abierta en ese momento.

La amplitud del espacio, llamaba la atención. Por un lado, más cerca de las ventanas, se encontraban dos mesas de estudio, de considerables dimensiones atestadas de papeles, libros y cuadernos de trabajo. En la otra parte de la sala se encontraba un magnífico sofá en  “L” de magnifica piel italiana y espacio para cinco personas. Una mesa baja sobre la cual se encontraban botes de esmalte de uñas de varios colores, así como diversos utensilios de cuidado de uñas, se situaba frente a él. Una tele de colosales dimensiones, empotrada en un mueble que ocupaba toda la pared, y una pequeña nevera completaban “la dotación” del rincón de descanso.

Dos pares de ojos se levantaron de la revista “Telma“   que concentraba sus atenciones y miraron con curiosidad escrutadora a los recién llegados.

Fabián carraspeó y las propietarias de los pares de ojos dejaron la revista un tanto reluctantemente y se arrodillaron frente a los recién llegados.

-          Chicas, esta es la señorita Beatriz Doherty, que, como ya sabéis, será vuestra institutriz durante vuestra preparación, y a él ya lo conocéis.

Nacho levantó una mano y saludo a las dos jóvenes que le devolvieron la sonrisa desde su posición.

-          Ellas son Tania y Carolina, las princesas de la casa. Chicas, os dejamos a solas, nosotros nos vamos a ultimar unos detalles. Mamá y yo nos marcharemos en un rato, estad por aquí.

Ambos hombres abandonaron la estancia cerrando la puerta tras ellos. Se alejaron  hablando de distintos aspectos, los más de ellos referentes al funcionamiento elemental de la seguridad de la casa. Según se alejaban, los ecos de esa conversación llegaban cada vez más amortiguados a las ahora solas ocupantes del estudio.

-          Bueno chicas, ya habéis oído a vuestro padre…

Las  jóvenes se miraron dubitativas entre ellas, y finalmente Tania, siempre la más decidida, rompió el silencio.

-          Buenos días, señorita Beatriz, soy Tania Moretti. Encantada de conocerla.

Su hermana se presentó en parecidos términos. La única mujer que permanecía en pie, les devolvió el saludo con una sonrisa. El silencio volvió a hacerse en la habitación.

-          Entonces… ¿Vosotras queréis entrar en la UFI el próximo curso?

Ambas chicas asintieron vehementemente.

- Supongo que sabéis, que ese no es un camino de rosas, y que la formación integral que recibimos allí no se ocupa tan sólo de la formación académica… es la cantera de lideresas del mundo. 

Ambas hermanas asintieron de nuevo.

-          Bien, así las cosas, entiendo que habréis empezado ya a preparar algo por vuestra cuenta.

-          Sí, señorita Beatriz, no hemos dejado de estudiar tras el fin del curso, y, durante los meses de clase hemos tenido profesoras que ampliaban los contenidos de las asignaturas.

La que así contestaba era de nuevo Tania, desvelándose, una vez más como la más dicharachera de las hermanas.

La laxitud de restricciones, no es el apropiado para una joven de la alta sociedad.

 

Beatriz observó a las dos jovencitas que le devolvieron una mirada preñada con la curiosidad de unas cachorrillas, tratando de entrever algún detalle de la mujer que iba a estar a su cargo durante varios meses. Las dos chicas se movían discretamente, tratando de aliviar el creciente malestar en sus rodillas.  Tania  permanecía con las manos sobre sus muslos, ataviada con un vestido de verano de suaves tonos anaranjados que, en esa posición, dejaba al descubierto unos centímetros sobre sus rodillas. Como toda restricción lucía dos esposas con adornos nacarados conectadas por una cadena a un holgado cinturón de eslabones que caía sobre sus caderas. Los adornos de sus ataduras hacían juego con los pendientes que colgaban levemente de sus orejas, y con los prendedores que le sujetaban el peinado “casual” que lucía en su melena castaña.

 Carolina, la más rubia y alta de las hermanas, vestía unos short vaqueros que le y una blusa blanca con escote palabra de honor que permitía vislumbrar la cincha transparente de un tirante de su sujetador. Por toda restricción, un collar de cuero que se unía por medio de dos larguísimos cordones de piel a dos muñequeras del mismo material.

 La institutriz, deambuló un par de minutos por el estudio, examinando las mesas, y como si de un scanner se tratara, procesando cada uno de los detalles con su viva y portentosa inteligencia. Al tiempo, se dio por satisfecha y volvió frente a las muchachas.

 -       Puede que  los buenazos de vuestros padres los hayáis podido engañar, pero, yo no tengo tan lejano el punto donde os encontráis vosotras… y no me cuela.

Las dos hermanas miraron a su profesora y se estremecieron por dentro.

-          Vamos a ver…me decís que estáis estudiando, y, absolutamente ninguno de los apuntes que tenéis sobre las mesas es de ninguna materia relacionada con las pruebas de acceso.

-          No… pero…

-          No hay peros, niña - continuó Beatriz cortando el arranque de Tania en un tono contundente que contrastaba con la dulzura de su cara-, y además, ten claro que, cuando la señorita habla, la niña se calla.

La joven profesora, cada vez se hacía más con la situación, con un discurso, calmado, claro y contundente.

-          Dos chicas, estudiando…. ¿Y ni rastro de ningún silenciador?

-          Es que mi madre dice que las mordazas…

-          ¿No has oído lo que dije antes a la señorita que tienes al lado? -fulminó en un instante el intento de réplica de Carolina-, no metáis a vuestros padres en esto. Si de verdad queréis ingresar, preparaos para pasar durante vuestro primer año 20 horas al día con una mordaza de gala en la boca. Así, que, si lo que queríais era pasar un verano de piscina y playa privada, iros olvidando. Vuestro padre me paga, y no poco, para cumplir una misión, y cuando vuelvan van a veros convertidas en  verdaderas damas, que sean capaces, al menos de permanecer arrodilladas y quietas, y no como ahora, temblando como flanes con una postura que parecéis patas.

Las dos hermanas habían entrado en un estado de leve pánico, y un torbellino de ideas y pensamientos les giraba por la cabeza.

-          Podéis levantaros e ir a despediros de vuestros padres, mañana a las 9.30 empezaremos las clases, en esta misma habitación. Esta tarde estaré ocupada preparando el aula y las clases. Vosotras podéis empezar por ordenar vuestras nuevo fondo de armario – las jóvenes miraron a Beatriz con una mirada de temor, dudas y rabia-. Sí, he pedido a vuestra madre que mandara al servicio a recoger vuestros armarios y poner a buen recaudo vuestras cosas… pero no os preocupéis, os vais a encontrar un montón de cosas en la habitación, os gustarán, creedme…. al menos,en un tiempo lo harán.

Cuando las dos chicas subieron corriendo a sus habitaciones y encontraron sus armarios y cómodas completamente vacíos, se sentaron en la cama y tuvieron que hacer verdaderos esfuerzos por que el llanto no las venciera. Junto a la ingente cantidad de nuevas prendas- todas de impecable factura-, zapatos de tacones imposibles, una colección de corsés inabarcable, cantidad de piezas de brillante piel que inundaban de ese aroma a cuero inconfundible a la habitación, otros cambios se habían producido en sus alcobas.

Lo primero que fijó la atención de nuestras atribuladas protagonistas fue que, sus camas las cuales tenían los ocho anclajes para restricciones típicos de las camas para chicas, habían visto doblado el número de los mismos, y, varios de estos herrajes se distinguían también en el suelo y en el techo. El siguiente cambio era que todos los asientos habían sido retirados y sustituidos por una extraño silla metálica de pesada estructura. Este artefacto, tenía los brazos y el respaldo de una silla convencional, pero, carecía de ningún asiento. Abundantes argollas jalonaban su construcción, indudablemente, dedicados a fijar restricciones.  Una tercera estructura, que había sido fijada al suelo, la componían dos barras metálicas en posición vertical separadas por medio metro. Estos dos postes estaban agujereados, de manera que permitían la fijación a distintas alturas de una barra horizontal  que descansaba sobre ellos. El elemento horizontal también era metálico y presentaba varios agujeros, pero,  a diferencia de sus soportes, este contaba con cierto acolchado, y estaba forrado en cuero.

Finalmente, un extraño artilugio, similar a un trapecio colgaba de un aparato eléctrico fijado en el techo, cerca de la pared.

Las mellizas Moretti tardaron varios minutos en procesar que el mundo que conocían, o al menos, por  usar una expresión menos drástica, el verano que tenían planeado, se les venía abajo.  Un doble toque de claxón las devolvió al momento presente.

Manuel, el chofer, acababa de terminar de meter el equipaje de sus señores en la parte trasera del monovolumen negro con cristales opacos con el que iba a llevar a sus señores al aeropuerto, cuando las chicas salieron a despedir a sus padres. Tanto Velasco como Beatriz Doherty se encontraban ya a pie de coche, despidiendo a los viajeros.  La expresión que traían las chicas, no hubiera desentonado en un funeral.

Los padres se acercaron a sus hijas. Alma vestía  un imponente vestido de  brillante látex azul, y prominente escote  que ceñía sus formas esculpidas por un apretadísimo corsé. Los brazos eran invisibles, y resultaba evidente que estaban restringidos de alguna forma detrás de ella y ocultos por la espalda del vestido. La forma de sus extremidades apenas se intuían bajo el látex, ya que varias correas apretaban y aplastaban los brazos contra la espalda de la mujer. El impresionante outfit era realzado por unos zapatos de catorce centímetros arqueaban sus pies hasta obligarla a caminar sobre las puntas de sus pies. Finalmente una apretadísima mordaza de aro roja, guarnecida con correa de piel en blanco roto silenciaba a la mujer. Su boca permanecía abierta y los músculos de la mandíbula eran forzados a abrirse con desmesura. El tamaño del silenciador seleccionado era tal que, si bien la mandíbula estaba lo suficientemente distendida para que resultara elegante, no era tan grande como las reservadas para actos sociales relevantes; al fin y al cabo, iba camino de una larga espera en un aeropuerto y de un vuelo intercontinental  de once horas a Manila y la comodidad debía de tener su papel junto a la elegancia.

El marido también se encontraba elegantemente vestido, con un traje marengo de impecable factura que resultaba un tanto excesivo para esa época del año. No obstante, las idas y venidas del matrimonio Moretti copaba crónicas de sociedad, y para salir bien delante de las camaras, el empresario, que también tenía su faceta coqueta, no dudaba en ponerse de punta en blanco aun sacrificando el poder viajar con algo de comodidad. "Para estar guapo hay que sufrir" se repetía a si mismo.

Fabián, se dirigió a sus hijas

-          Bueno chicas, habéis tardado tanto que mamá ya lleva su mordaza, pero ya sabéis lo que os quiere... y sabeis que os llamaría todos los días si la dejara.... Sed buenas, y obedientes, con Beatriz  y portaos bien con Nacho, que va estar aquí, trabajando, cuidando de vosotras.

-          Sí papá. Pasadlo bien, y mandadnos fotos y vídeos. Todos los días.

-          Claro que sí, y alegrad esas caras, ya sé que se os va a exigir mucho… y tal vez, porque nosotros no hemos sabido ser mejores padres en ese aspecto…. – Alma asentía mientras escuchaba las palabras de su marido. Cuidaos y sed buenas…. Y sobre todo obedientes, que os conozco, que buenas sois, pero obedientes….

El cometario de su padre hizo sonreir a las dos mellizas.

Fabián ayudó a subir al coche a su mujer, y le colocó el cinturón de seguridad.

-          Señorita Doherty, por favor ayude a mis hijas…. Y tú, réprobo, cuídame la casa y sobre todo  a las chicas, que son lo más grande que tenemos.

-          Descuida, amigo. Estamos en contacto.

-          Buen viaje, señores – se despidió Beatriz- y muchísimas gracias por darme esta oportunidad.

Cuando el dueño del poderoso consorcio empresarial se subió junto a su esposa, el monovolumen arrancó en pos del aeropuerto.

Frente a la casa, permanecían cuatro seres humanos al que el destino había reunido de la forma más inesperada.

jueves, 14 de enero de 2021

Las consentidas nenas de la familia Moretti. Capítulo 4. La institutriz.

Los dos hombres silenciosos contemplaban como el pequeño turismo se acercaba hasta quedar aparcado junto al Skoda frente al frontal de la imponente mansión. Cuando quitó el contacto, su conductora, una joven pelirroja de ondulada melena, bajó la visera del parasol y con exquisita coquetería comprobó que el tiempo de conducción no hubiera arruinado ni lo más mínimo su maquillaje. Como ex-alumna de la Universidad Femenina Internacional, pertenecía a una estirpe que la prensa rosa dio en bautizar como de las "ufitas", y, como orgullosa "ufita", para ella el  mínimo exigible era la perfección; y esto era particularmente importante cuando se presentaba para el primer día de trabajo para una de las familias más importantes de todo el Sur de Europa.

Beatriz Doherty, una vez comprobada la pulcritud de su maquillaje, se quitó las gafas de sol, dejando descubiertos dos enormes ojos azules que iluminaban su cara, dándole un aspecto más juvenil de la edad que en realidad tenía. Un rebelde bucle de su flequillo, que insistía en balancearse juguetón delante de su ojo izquierdo acababa de conferir a la recién llegada un definitivo look  de niña traviesa.

Miró su reloj… todavía faltaban 8 minutos, y esto le satisfizo.  “Pefecto”, pensó para sí. Como trabajadora, sabía que un empleado debía presentarse con aproximadamente quince minutos de adelanto a las citas de trabajo, pero, como mujer sabía que, ninguna dama de buena reputación se presentaría sola a una cita con más de cinco minutos de anticipación. Con precisión de quien la tarea que tiene entre manos la ha realizado tantas veces que se ha convertido en mecánica, Bea Doherty cogió del asiento del copiloto una refulgente cadena 120 centímetros, compuesta por finos pero resistentes eslabones dorados. Con habilidad de cirujano, la pasó por la argolla color oro que sobresalía en el frontal del rígido y brillante corsé de cuello que, con su  con su firme y apretado abrazo, mantenía elegantemente estirada esa ya de por si hermosa zona anatómica, forzando la cabeza de Beatriz a una elegante e inamovible posición con la barbilla levemente elevada. Finalmente, con dos pequeños candados fijo a la cadenita las muñequeras, del mismo material y color azul serenity que la pieza que ceñía su garganta, quedando, así, levemente restringida.


 

Sobre el asiento, tan solo quedaba una mordaza de bola, de un brillante color azul cobalto. La joven institutriz, ciñó la correa alrededor de su cuello, donde, colgando, pasó a constituir un ornamento más del ya hermoso corsé. Aunque entre las “mujeres bien” últimamente estaba creciendo la moda de las mordazas de dildo, o “dildo gag” como decían las influencer en los vídeos de “TúyTuTubo”, las clásicas “ballgag” eran una elección segura para una chica trabajadora. En las reuniones laborales, en muchas ocasiones, no podían llevar puesta la mordaza en la boca, y, por supuesto, una elegante bola bien ceñida al cuello era mucho más práctico y estético que un dildo de grandes dimensiones. Beatriz se sonrió, e incluso un observador atento habría podido percibir un leve sonrojo, cuando pensó que, en el colmo de la extravagancia, el marido de alguna de sus amigas más afortunadas que no tenían que trabajar, había encargado para su mujer una  mordaza cuyo dildo era el molde del miembro erecto del hombre. Como mujer que debía tener un empleo, aunque de buena posición sociocultural, aspiraba, a, poder conocer un hombre que tuviera esos detalles con ella;  pícaros, sí. Travieso, también. Pero, por encima de todo, y esto era algo que la hacía suspirar con cierta envidia, innegablemente románticos.

La conductora comprobó una última vez su aspecto ante el pequeño espejo de la visera de conductor. Esta perfecta. Las restricciones, si bien funcionales, le daban ese toque femenino pero profesional, en una manera similar, al que sus abuelas conseguían con los trajes de chaqueta.

Los dos hombres contemplaban desde la ventana del despacho como la figura femenina abría la puerta del coche y se ponía en pie atusándose el vestido de color turquesa con detalles blancos y rosa cuarzo. La cintura de la chica, encorsetada hasta unos más que estrictos 46 centímetros contribuía a dar a la joven que se aproximaba a la puerta de entrada de la mansión el aspecto de una Venus. Los tacones de doce centímetros, lo cual era mucho para una chica que frisaba el metro sesenta y cinco, eran el pedestal perfecto para ella. La pelirroja de cara aniñada, a pesar de que los zapatos la obligaban a caminar forzando los pies a una posición “en pointe” parecía hacerlo sin dificultad, moviéndose con la elegancia de una gacela.

Fabián se percató de la cara de su amigo que miraba embelesado a aquella joven, escrutando cada uno de los detalles, no solo como detective, si no, también como varón sano.

-          Bueno, entonces decíamos que 10.000 Euros y te buscas la vida para buscarte un sitio para malvivir… Velasco, rio la ocurrencia de su amigo

El timbre sonó en la lejana puerta de entrada de la mansión.

-          Mira que eres cabrón. Es una pavita, cerdo asaltacunas. Solo que…

-          Es que es pelirroja como ella, amigo.

-          Sí… fue la seca respuesta del detective, perdiendo la mirada en un océano de recuerdos en el horizonte y  sumiendo a los dos amigos en un silencio que decía más que mil palabras.

-          Tiburón, tienes que pasar página. Yo la lloro a veces, ¿Sabes? Era nuestra amiga, ¿Te acuerdas? De todos. Nuestra camarada... Pero pasó lo que pasó, Nacho. No le des más vueltas, Fabián palmeó el hombro de su amigo, inclinado sobre la balaustrada del despacho. Además, ya vas cumpliendo años, y quiero ser padrino…. Ponmelo fácil, canalla.

El rítmico sonido de tacones que se acercaba arrancó a los dos amigos de su momento de intimidad.

-          Sí… ojalá fuera fácil…

Toc, toc, toc, unos discretos y rápidos toques sonaron en la puerta del despacho.

 

-          Adelante, por favor.

 

Una mujer con uniforme de doncella accedió al despacho. El corto uniforme permitía observar que frisando los 40, su cuerpo, hermoso y proporcionado se encontraba admirablemente moreno y tonificado. Su cintura, aunque obviamente encorsetada, como era canon, estaba sujeta a un régimen relativamente laxo, como era habitual en las chicas más humildes. Unos zapatos con unos modestos ocho centímetros de tacón de aguja contribuían a identificar el extracto social de la criada. Un bruñido aro de acero de tres centímetros de ancho circundaba la cintura de la chica bloqueándose a la espalda con un pequeño candado. Aunque seguramente  la finalidad era otra, recordaba a los cinturones que algunas damas rebeldes ciñen cuando son aficionadas a aflojarse los nudos del corsé. Este seguro, prevenía que, incluso aflojando los nudos, el corsé aliviara la presión que tanto embellecía las formas de su desobediente propietaria. A este cinturón se unían por medio de una cadena de niquelado acero unos grilletes que ceñían sus muñecas , estos  a su vez estaban unidos entre ellos, y, a través de otra cadena, a las esposas que ceñían sus tobillos. Como era habitual en las mujeres que realizaban trabajos más manuales, todas las conexiones, eran de una longitud que les asegurara el poder desenvolverse, y, en este caso, podría decirse, que por la longitud de la que disfrutaba, las restricciones eran casi, exclusivamente, testimoniales.

 

La doncella se arrodilló en el suelo.

-          Señor, la señorita Doherty, espera en la antecámara.

-          Gracias, Paula. Por favor, hazla pasar.

La criada se retiró para franquear la entrada a la recién llegada.Cuando la institutriz se incorporó a la pequeña reunión, la mucama se retiró cerrando la puerta tras ella. Ambos caballeros se levantaron.

-          Señorita Doherty, encantado de conocerla por fin en persona, dijo un sonriente señor Moretti. Este es mi jefe de seguridad, el señor Velasco. Ambos hombres estrecharon la mano de la recién llegada.

-          Por favor, acomódese.

 

Beatriz, se arrodilló en un tapete femenino que estaba frente a la mesa del despacho, a unos dos metros del sillón que ocupaba nuestro apuesto investigador. Estos tapetes eran unos rectángulos de tela de unos cuarenta por quince centímetros y contaban con un relleno interior que les daba un grosor de medio centímetro. Estaban pensados para que las mujeres pudieran arrodillarse en las reuniones más formales, sin temor de agujerear sus medias con el suelo.  De uso común en las reuniones del ámbito laboral, o incluso por las presentadoras de noticias u otros programas de la televisión, también se solían usar en las casas cuando se recibían visitas que no pertenecían al círculo más íntimo y era conveniente que las  anfitrionas e invitadas adoptaran una postura más respetuosa.

Fabián se turbó.

-          Por favor, señorita, no hace falta ser tan formal, si lo desea, puede ocupar un sillón. ¿Verdad, Velasco? Un gesto de asentimiento del nuevo jefe de seguridad corroboró el ofrecimiento de su novísimo jefe y viejo amigo.

-          Con todo respeto, señor, creo que me ha contratado para lograr que sus hijas se conviertan en unas jovencitas dignas de Innsbruck, mal comienzo sería si yo me atreviera a sentarme en una silla delante de mi jefe.

Una inclinación de cabeza, y una mueca de asentimiento mostraron a las claras que Fabián aceptaba el rápido y profesional razonamiento de la joven recién llegada.

La postura de sumisa elegancia que mantenía denotaba, a las claras, el refinamiento de la dama. Las rodillas juntas, y toda ella descansando vertical sobre ellas. Las manos, juntas, palma contra palma justo debajo de la redondez de su busto.

-          Señorita, he recibido sus referencias, y debo decir que su expediente es extraordinario. No sólo a nivel académico, sino que, incluso, compaginó sus estudios universitarios con la participación en el equipo nacional como bondagetleta en los juegos femeninos.

-          Así es, señor.

-          He consultado los términos con mi apoderado, y todo lo demás está en orden, los detalles del contrato, las condiciones están ya puestos al día, y,  el material educativo que precisaba, todo está comprado a los fabricantes que usted nos indicó y ya de camino. Espero que mis hijas saquen buen provecho de la inversión.

-          Estoy seguro, de ello, señor. La iniciativa, al final, ha sido suya. Respondió Beatriz.

-          Pues, entonces, estamos todos de acuerdo. Tal y como acordaron usted y mi apoderado, el Sr. García, vivirá aquí, compartirá el pabellón de invitados con el señor Velasco, que ocupará la otra vivienda de ese edificio. Ambas tienen su piscina y todo lo necesario. En su papel de institutriz controlará el servicio de la casa, la señora Muller, nuestra ama de llaves la auxiliará en ese menester.

 

Fabián miró el reloj Cartier de su muñeca

-          Por favor, se me agota el tiempo del que dispongo antes de salir hacia el aeropuerto. Los llevaré a conocer a las chicas, cualquier duda, que les surja pueden consultar a la Señora Muller o directamente a cualquier otro miembro del servicio, ya los irán conociendo estos días. Mi mujer ha sido taxativa, ha ordenando que sean atendidos como miembros de la familia.

Los comitiva de tres comenzó a moverse guiada por el anfitrión mientras hablaban de temas relativos a su estancia y otras de dudas del plan de vida. Al descender las escaleras, Fabián se detuvo y agarró muy suavemente el antebrazo de la pelirroja dama.

-          Ah…. Y una cosa más, señorita, cuando se las presente verá que…. Bueno..., son buenas chicas, buenas estudiantes, y muy dulces, pero… en cuanto a la etiqueta, bueno, han crecido aquí, ambiente rural de provincias, y les queda mucho por aprender.

-          No se preocupe señor, le aseguro, que… Fabián aumento dulcemente un poco la presión de su agarre.

-          No, verá, por favor, señorita, déjeme explicarle… ya sabe que las chicas de la campiña son siempre un poco más… libres, tal vez salvajes, que dirían ustedes los de la capital. Su madre, era una chiquilla cuando pasó todo lo del cambio de régimen social, y bueno, la transición, en los primeros años... la pobre lo pasó muy mal. Sus padres tenían una posición muy visible, y fueron muy estrictos con la adaptación de sus hijas a la nueva etiqueta. Siempre quiso ahorrar a sus hijas ese stress. Pensó que les hacía un favor… que las protegía. No nos juzgue, por favor, muy severamente como padres.

-          Señor, soy institutriz, no juez. Y no se preocupe, seguro que verá progresos a su regreso.

-      Señorita Doherty, no dudo de su valía. Es usted muy joven, y le ruego que acepte un consejo de viejo... Nunca dude de usted, y no consienta que la opinión de otros la convenza de que usted no es capaz de algo.

En un amplio y bien decorado distribuidor al que se accedía por un largo y amplio pasillo de galería, Fabián se detuvo. Se situó al lateral de su amigo, al que sutilmente empujó con la cadera forzándolo a arrimarse a Beatriz. El anfitrión llamó y sin esperar respuesta abrió la puerta tras la que se oía una animada conversación de voces jóvenes.

-          Les presento a mis hijas,  Carolina y Marta, las señoritas Moretti….